2 de junio de 2013

Un dudoso reciente auge del esoterismo en el arte

Alberto Luque

Vassily Kandinsky, Komposition VI (1913, 195×300 cm,
San Petersburgo, Museo Nacional de L’Ermitage)
En la discusión sobre el caso de Hilma af Klint propuesto por Vicenç Furió en la anterior entrada se ha planteado no sólo el problema de si la obra de esta artista merecía incorporarse con pleno derecho a la historia de los orígenes de la abstracción, sino también el problema de si esta incorporación afectará, positiva o negativamente, al perturbador papel que el esoterismo declarado juega en la fundamentación de la teoría de la vanguardia. Aunque casi nadie ha ignorado nunca las motivaciones místicas de muchos pintores contemporáneos —desde Kandinsky o Mondrian hasta Tàpies o Beuys—, lo corriente es no considerar esas motivaciones más que como una anecdótica anomalía. Es incómodo para cualquier historiador o crítico de mentalidad racionalista tener que admitir que la más vulgar superstición sea un factor de peso en la génesis del arte abstracto. Para resguardar la legitimidad intelectual de la vanguardia del letrón del oscurantismo místico, era necesario contemplar esas creencias espiritistas como simples caprichos personales, y como la tendencia a la abstracción también se da con la misma fuerza entre artistas que no las comparten, la estrategia de considerarlas irrelevantes no parece errónea ni arbitraria.