6 de noviembre de 2012

El término (de la) democracia

Xavi López

El recién desaparecido Eric Hobsbawm, en su libro La era del imperio, 1875-1914, hizo el siguiente comentario al hilo de su exposición del tema del imperialismo: «A diferencia del término democracia, al que apelan incluso sus enemigos por sus connotaciones favorables, el “imperialismo” es una actividad que habitualmente se desaprueba, y que, por tanto, ha sido siempre practicada por otros. En 1914 eran muchos los políticos que se sentían orgullosos de llamarse imperialistas, pero a lo largo de este siglo los que así actuaban han desaparecido casi por completo.» Es decir que el término ha caído en desuso debido a su reconocida mala prensa. Las crisis del colonialismo en el así llamado Tercer Mundo y el simultáneo auge de las democracias y de los poderes públicos en Occidente fueron las causas por las cuales el término «imperialismo» se convirtió en una evocación de todo lo abominable que hay en el mundo.
En el mismo libro, Hobsbawm abordó el difícil surgimiento de las democracias en las metrópolis de los imperios, en el período 1890-1910. En unos países donde los viejos mecanismos de subordinación al poder se estaban derrumbando, los Estados, ayudados por las empresas privadas, consiguieron sin embargo controlar los movimientos de masas que pedían más democracia, al menos hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. Hobsbawm, con su genio narrativo, dibujó un agitado panorama de democracias a medias y amaños electorales combinados con programas de asistencia social, cuando se daba el caso, en algunos países europeos. En esa época el término «democracia» aún no había adquirido el prestigio que tuvo después. Hubo que esperar a que terminase la Segunda Guerra y más allá, a la época del triunfo de las socialdemocracias occidentales, de las que quizá seamos unos indignos herederos. Hoy día hay mucha gente que sigue creyendo en el prestigio de la democracia, en su función como agente de transferencia de poder del ciudadano al gobernante. Porque aún escogemos a nuestros gobernantes, cuando se da el caso de que no somos ni Italia ni Grecia. Los escogemos, sí, pero lo hacemos mal informados, influidos por mentiras, y ni siquiera una gran mayoría vamos a votar: será porque somos tontos y no somos capaces de ponderar como se merecen las preclaras cabezas de los políticos de hoy. Fenómenos como el ocurrido con el grupo de punk rock Pussy Riot en Rusia son fenómenos de superficie, casi exclusivamente mediáticos; hace unos días salió a la luz una mentirijilla estadística en las elecciones gallegas, y pocos días después tuvimos que lamentar la condena a pagar 10.000 € a los integrantes de la revista Cafè amb llet por destapar una trama de corrupción de la sanidad pública en Cataluña, que salpica al entorno inmediato del mismísimo Rei Artur (Constelación publicó el vídeo en el que los «condenados» explican el caso). Hace muchos años que oímos las descalificaciones de los políticos llamándose entre sí «malos demócratas». Y todo esto por no mencionar lo que es evidente de un simple vistazo, esto es, la transferencia de soberanía de los ciudadanos al gran capital a través de los políticos. El término «democracia» ha sido tan manoseado que ya no se sabe qué es lo que designa exactamente. Movimientos como el 15-M o Democracia Real Ya, aunque ingenuos y desorganizados (y precisamente por eso, muertos en vida), piden lo que muchos ciudadanos: seguir siendo ciudadanos, y no clientes. Que la democracia sea algo más que ir a votar cada cuatro años, que el vocablo se corresponda con la cosa, la palabra con la realidad.
El mundo de hoy deriva hacia algo así como lo que dice Thomas Bernhard al principio de sus Relatos autobiográficos: «La ciudad, poblada por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas…» Cambiemos «ciudad» por «mundo» y «negocios» por «grandes negocios» y obtendremos una radiografía fiel de la actualidad y del futuro inmediato. ¿En qué se diferencia este planteamiento, muy genérico y literario, es cierto, pero no menos acertado, de lo que entendemos que fue la época del imperialismo? El imperialismo, y de ahí su descrédito, se asocia inmediatamente con la crueldad, con el expolio económico, con una política de imposición de elites y de monopolios, y consecuentemente, con las víctimas de ese sistema. Esto es muy actual; nunca dejó de serlo. No hay que olvidar a este respecto la célebre mención de Lenin sobre el derecho de autodeterminación como un derecho de los pueblos a liberarse de sus opresores. Y aquí habría que añadir dos cosas: (1) que la defensa de la autodeterminación por parte de Lenin fue hecha en un contexto histórico singular, como es la desmembración del Imperio Austrohúngaro, y (2) que para justificar el derecho de autodeterminación hay que demostrar que los expolios y las violencias son o han sido reales. Lo cual nos llevaría, por ejemplo en el caso de España, a aplicar otra idea de Hobsbawm, la de «invención de la tradición», a las ideologías nacionalistas vasca y catalana (aunque, como demostró José Álvarez Junco en su magistral Mater dolorosa, no menos a la española). Y todo en nombre de la democracia, ese comodín o puta barata.
Hobsbawn publicó, en 1999, una Entrevista sobre el siglo xxi. En este libro el gran historiador hace balances y predicciones. Como no fue un economista, algunas predicciones las acertó; como no fue astrólogo ni adivino, sino historiador, algunas otras no. Pero hace una afirmación que vale para trazar un esbozo de lo que viene siendo el mundo de hoy tras la debacle de 2008: «Mientras que para la economía es posible, en teoría, operar sin una serie de instituciones globales, a mí me parece imposible que la política pueda funcionar en un vacío análogo. Pero la realidad es que no existen instituciones políticas globales. La única que hay, la Organización de las Naciones Unidas, obtiene su poder de los estados existentes. Por eso en la situación actual (1999) coexisten dos sistemas diferentes: uno para la economía y otro para la política». Hoy estas tendencias que señaló Hobsbawm se han radicalizado, y la economía campa a sus anchas, absorbiendo y condicionando a la política. El mercado libre (la utopía neoliberal) es un mundo sin barreras, una especie de superficie lisa por la que corre el dinero, como una autopista liberada de peajes, gracias a tétricos avances informáticos como el programa Hexagon, que puede hacer volatilizar grandes fortunas de Suiza sin dejar rastro y hacerlas aparecer en Hong Kong. Y es que el mercado es mágico. Pero los seres de a pie tratan de saltar vallas cada vez más altas y de superar condiciones más adversas, entre ellas unos peajes que, por arte de magia, cada día suben de precio. Aquí abajo habita hoy la democracia, es un privilegio de los seres de a pie, de los atenienses, a un paso de convertirse de ciudadanos en clientes. Arriba, en el Olimpo, no hay democracia, porque ¿quién la necesita? Sólo hay esa nueva aleación del imperialismo que se llama «grandes corporaciones». Ahí arriba los dioses se pelean y se tiran los trastos a la cabeza; los trastos que luego caen a la tierra, encima de los mortales. Incluso hay ángeles caídos por revelar los secretos celestes: ahí están los procesados Hervé Falciani y Heinrich Kieber. Es cierto que coexisten dos sistemas diferentes, pero, como acertó a predecir Hobsbawm, el sistema económico tiene hoy en sus manos al político, como en la era del imperio, y si me apuras, lo tiene mucho más cabizbajo. Cada vez más, la tierra se divide entre los que hacen los negocios y sus víctimas.
La decadencia de la democracia corre pareja del abuso del término. Hoy sólo viene siendo útil para socializar las pérdidas y las deudas de juego de las «corporaciones». Los estados-nación, de cualquier calaña, grandes o pequeños, viejos o nuevos, cuya función debería ser proteger los intereses de sus ciudadanos, han pasado a formar en las filas del gran capital. Papá Estado se cansó y empezó a ceder su lugar a un primo-hermano más severo y castigador, aunque no menos paternal, el familiar lejano que estuvo esperando su oportunidad para quedarse con el patrimonio familiar. Ya advirtió el gran Tony Judt de los peligros de investir con una moralidad paternal a las grandes empresas privadas. Mi sentido crítico así me lo indica cuando veo por televisión los anuncios del Deutsche Bank o del Banc de Sabadell, esas Arcadias donde uno satisface todos sus deseos, esas panaceas de «impagable» fraternidad (Mastercard), esas manos de raza distinta que se unen como en un anuncio de Coca-Cola. Son anuncios que ni siquiera retratan bien el mundo de despachos y yates en el que viven los banqueros. Y cuánto menos el de la gente que usa los pies para ir de un sitio al otro. ¿Reflejan correctamente el de algunos «demócratas»?
Los dirigentes de hoy, los verdaderos, son imperialistas globales, imperialistas financieros cuyas armas ya no son cañones ni bayonetas, sino la varita mágica llamada Hexagon; y ya casi no tienen enemigos, a no ser que la democracia equivalga a los reinos zulús, lo cual es poco probable. Si yo no soy un miope y la democracia me impide ver la realidad, cuanto más ricos, son más cínicos. Sólo les falta un pasito para ser como los de principios del siglo xx: el de abandonar de una vez el consenso socialdemócrata (lo que un colaborador de este blog ha llamado «el buen rollito burgués») y empezar a sentirse ufanos de ser «neoimperialistas», esto es, dominadores globales que aprietan botones de ordenador en lugar de prender mechas de cañón. Quizá este pasito no lo dan porque aún no han encontrado un término, vocablo o palabra con la que disfrazar sus desmanes, y «democracia» ya va dejando de serles útil.
Puede que unos años más adelante veamos claro que el abuso del término «democracia» viene indefectiblemente acompañado de la erosión de la cosa, esto es, el lamentable término (fin) de la democracia. Quién sabe, puede que por entonces ya hayamos constatado y contrastado su no existencia. Habrá que esperar hasta que las personas que vivan en los nuevos estaditos de Europa, formados de ilusiones vanas y de rapiña a gran escala, se den cuenta de que lo único que les han dado las urnas es una ilusión de independencia, la ilusión de influir poderosamente en sus propios destinos. Esperar, a riesgo de perder en la espera las constantes vitales, hasta que se den cuenta de que la realidad de hoy es una nueva y grotesca versión de la Grecia antigua: los dioses en el Olimpo, la democracia en Atenas. Al fin y al cabo, todo empezó en Grecia. Puede que pasados los años ya se haya consumado la erosión del término democracia, y que las nuevas generaciones, ya no tan bienpensantes y respetuosas con las instituciones en quiebra, empiecen a asociar la democracia con un sistema político pusilánime, y lo que es peor, totalmente inútil.

92 comentarios:

  1. «En esa época el término “democracia” aún no había adquirido el prestigio que tuvo después. Hubo que esperar a que terminase la Segunda Guerra y más allá, a la época del triunfo de las socialdemocracias occidentales, de las que quizá seamos unos indignos herederos.» Quiere decir que en aquella época la idea de “democracia” no tenía prestigio entre los conservadores, porque se identificaba con el socialismo, con el poder obrero. Desde antiguo, “democracia” fue sinónimo de igualitarismo, de república, y lógicamente tenía que ser una idea repugnante para los gobernantes de cualquier sistema más o menos aristocrático. También para la burguesía en el poder, en el siglo XIX, a diferencia de la burguesía revolucionaria del XVIII. De manera que el “prestigio” que ahora tiene la idea de “democracia” obedece a una domesticación, a una tergiversación de su sentido originario; fue un error del marxismo real el haber permitido que los capitalistas se hiciesen con la patente de uso de ese término a partir, sobre todo, de la II Guerra Mundial [apunté unas breves reflexiones sobre esto en mi entrada del 10 de abril, “Lenguaje (político)”]. No sólo porque ese término es el que de modo más universal puede describir las aspiraciones racionales de toda sociedad, y en especial de una sin clases, comunista, sino porque todo lo que cae en manos de los capitalistas se convierte en veneno y en mierda, en particular las palabras. De ahí que, como bien apuntas, hasta los más brutales, quiméricos y antisociales proyectos, como el del catalanismo, se amparen en ese corrompido lenguaje, y en particular en el efecto hipnótico de ese “comodín o puta barata” en que se ha convertido la palabra-talismán “democracia”, una vez despojada de su verdadero contenido.

    Además, como también insinúas, con ayuda de Hobsbawm, en el mundo actual los criterios económicos han acabado por suplantar a toda política, y por tanto también a la idea de lo democrático, que es genuinamente política y no económica. Se pueden concebir muchas formas concretas de organizar democráticamente la vida social, pero en ninguna de ellas podrá sacarse nada de criterios económicos; la democracia, como cualquier otra forma de gobierno (monarquía o aristocracia), tiene que ver con el modo en que se supedita todo el orden social, incluyendo la economía, a unas decisiones políticas. El mundo capitalista actual no es, pues, democrático en ningún sentido —ni siquiera en el sentido burgués—, sino apolítico, antipolítico, anárquico, caótico, regido por el único dios salvaje del dinero. O como certeramente tú has descrito esta absoluta impolítica en que vivimos: “la tierra se divide entre los que hacen los negocios y sus víctimas”.

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  2. Y, claro, como la operación de convertir una palabra en un comodín vacío, apto para todo como el verbo “pitufar”, apto sobre todo para garantizar el éxito de los tiranos mediante el arte y la técnica orwellianos del “doble pensar”, como esta operación no podía ser del todo satisfactoria, lo que se ha hecho en realidad es rellenar parcialmente de atributos políticos a lo que no lo tiene, el mercado, la empresa capitalista. En efecto, el liberalismo pretende delegar en la “mano invisible” todas las prerrogativas y las garantías del Estado, de la política; pretende convencernos no sólo de que los empresarios son seres muy morales y útiles para la sociedad, sino de que ni siquiera hace falta que tengan sentimientos caritativos, porque su mismo egoísmo es tan inteligente y tan beneficioso para todos como una dieta sana y un ejercicio frecuente al aire libre. Gilles Lipovetsky enfatizó esta hipocresía moralista, en El crepúsculo del deber: La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos (Barcelona, Anagrama, 1994), con el caso de las grandes multinacionales que lavan su imagen pública mediante donativos a ONGs y otras acciones piadosas. Hace unos días un telediario mostró la comparación entre los Estados del bienestar —lo que queda de ellos—, es decir de fiscalidad fuerte y progresiva para garantizar una más humana redistribución de la riqueza, y el modo en que en los países de regímenes más liberales los ricos hacen contribuciones caritativas a los pobres. El horror que en los EE.UU. se profesa al Estado se condensa en la ingenua idea de que “ellos” prefieren decidir “libremente” a quién dar su dinero, y lo hacen de manera humanitaria. Lo malo es que (1) las cantidades de que tan generosamente se desprenden para ayudar a los menos privilegiados son pura calderilla en comparación con las que debemos esperar que redistribuya un Estado, y (2) que eso de decidir personalmente a qué clase de pobres les das tu dinero está muy, pero que muy feo. Lo que queremos es que la justicia redistributiva se rija por principios universales, racionales, objetivos, democráticos, y no por el capricho o el buen humor de los ricachones caritativos —y eso cuando realmente lo sean, es decir casi nunca. En suma, se trata de odio a lo racional, al “orden”, en rencor hacia la justicia y la igualdad, en paternalismo hipócrita, en pretensión megalómana de suplantar el derecho de una sociedad a regularse con criterios democráticos, en fin, se trata de una abyecta clase de romanticismo y de soberbia.

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  3. Creo que la ética indolora de Lipovetsky se convirtió en algo tremendamente doloroso a principios del siglo XXI, tras los "Atentadísimos" de Nueva York. Es cierto que coexisten muchas éticas en el poder, entre ellas la paternalista, esta que Alberto denomina la "mano invisible", la que menciono yo cuando hablo de los anuncios de los bancos... Pero, como advirtió Zizek, a principios del siglo XXI la "democracia" ya mostró signos de tener un reverso tenebroso: los demócratas norteamericanos tomaron las armas para demostrar que el fundamentalismo no cristiano (léase musulmán) era tan peligroso que debíamos limitar nuestras propias libertades democráticas para dedicarnos ansiosamente a terminar con él. Hoy en día la máscara, como todas las máscaras, se está deshaciendo, y se ven partes del verdadero rostro que hay detrás. Si algo no ocurre pronto (algo positivo para la democracia) se verá el rostro horrible de los marionetistas y ya no valdrá de nada creer en ella.

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  4. Quiero enlazar este tema de la democracia con algo que hemos hablado en la entrada anterior sobre “El negocio del agua en Cataluña”. Se trata del papel de la socialdemocracia, que justamente tú sacaste a colación. Yo decía que adhiero a los objetivos de un Estado del bienestar, de economía mixta —o keynesiana, si quieres. Un Estado que, sin ser socialista, opere en el sentido de la máxima igualdad posible dentro de un régimen capitalista, en el sentido de poner el máximo reo posible a la intrínseca voracidad capitalista (la del capital financiero). Y decía también que no podemos confiar en que esta orientación política sea liderada por esa falsa izquierda que ahora tenemos. ¿Por qué? Bueno, en primer lugar “por los hechos” —o sea “por las obras”, que es como los católicos “conocemos”, incluso un católico ateo como yo, que coincido en esto con lo que ha explicado Josep Maria Viola en su reciente entrada “Catolicismo y racionalidad”. Pero además de los hechos históricos (el hecho histórico crucial de que la socialdemocracia más bien se propuso evitar la transformación socialista , y fue el movimiento comunista el que impulsó las reformas que condujeron al Estado del bienestar), además de esos hechos me baso en el abierto anticomunismo de la socialdemocracia. Hay un ejemplo que viene magníficamente a cuento aquí, porque se refiere a Hobsbawm. En Sobre el olvidado siglo XX (2008), de Tony Judt, el capítulo dedicado a Hobsbawm es especialmente revelador de ese absurdo e irritante anticomunismo que inspira a Judt. Como no puede desacreditarlo con la misma fácil malicia con que despacha a Althusser —hurgando en la tragedia de su paranoia homicida—, Judt se siente muy incómodo por el hecho de que Hobsbawm, a quien ni él ni nadie puede disputar su elevadísima contribución científica, siguió siendo comunista toda su vida. Según Judt, los únicos comunistas decentes fueron los que dejaron de serlo, los que abandonaron el partido en un momento u otro, para dedicar el restos de sus vidas la denuncia de los crímenes stalinistas. Así que, tas el merecido y obligado elogio, empieza a tratarlo de “mandarín”, de “provinciano”. Su conclusión es su mismo infundado y dogmático punto de partida: «Los valores e instituciones que han sido importantes para la izquierda —desde la igualdad ante la ley hasta la provisión de servicios públicos por derecho— y que ahora son objeto de ataque, no debían nada al comunismo. Sesenta años de “socialismo real” no aportaron nada a la suma del bienestar humano. Nada.» (p. 131). Desde luego que se cometieron abusos de autoridad y crímenes sin cuento en la URSS, pero ¿quién, seriamente, podría negar que el Código Civil y el Código Penal de ese país fueron tan racionales y garantistas como los de los países capitalistas democráticos? Y ¿cómo puede negarse que en el socialismo real la “provisión de servicios públicos” era total —que si en algo fracasó esa sociedad fue en el incremento del nivel de consumo individual, pero no del social? Según Judt, tendríamos que agradecer a los capitalistas su gran contribución al bienestar general en su lucha contra los comunistas. Absurdo. Judt no habla de las contribuciones de los socialdemócratas a esa benéfica lucha contra el comunismo, como la del ministro socialdemócrata Gustav Noske organizando el asesinato de Rosa Luxembug y Karl Liebknecht, o la de Léon Blum dejando traidoramente a la República española a merced de la no-intervención. Será a esa “democrática” tradición “no-violenta” a la que deberíamos, según Judt, los logros sociales del Estado del bienestar.

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  5. Hay en Judt, como en todos los izquierdistas de salón, un edulcoramiento intelectual, una hipocresía, un exhibicionismo de la bondad y el “talante democrático” verdaderamente irrisorios. Reprocha a Hombsbawm lo que cualquier buen samaritano puede reprochar un comunista: su falta de sentimentalismo, su actitud estoica de desprecio a la adversidad y la violencia, su desdén por las lamentaciones inútiles. Y ¿por qué eran los comunistas tan duros? Por su férrea convicción realista de que estaban luchando por el poder, y no por recitar cantos lacrimógenos y conmovedores. Una de las cosas que más sorprenden es el hecho de que los comunistas, que fueron las primeras y a veces las únicas víctimas de las más brutales represiones, jamás hablen en términos dramáticos de esos sufrimientos. Es, creo yo, porque hacerlo sería un signo de debilidad, de afeminamiento y cobardía intolerables. Los comunistas siempre infundieron un temor sagrado en sus enemigos, y ellos lo sabían y no pretendían otra cosa. Estaban hechos de otra pasta. Para cualquier de nosotros, un bofetón recibido de un policía se convertiría en una hazaña de la que presumir y un motivo tremendo para “denunciar”; los comunistas, en cambio, sabían que la tortura y la aniquilación eran algo así como “gajes del oficio” de revolucionario, y haber lloriqueado frente a tales adversidades habría sido como desarmarse y rendirse. En esto se parecen a los primeros cristianos, que no temían la muerte. Pero todo eso es una abominación para un socialista de salón, para la izquierda exquisita, la que prefiere considerar que es gracias a su buen talante, su buena educación y sus buenos sentimientos a lo que debemos lo poco de derechos sociales que hemos arrancado al capitalismo, y que los recios y violentos comunistas han sido un obstáculo en esta democratización y humanización del mundo que el capitalismo nos ha regalado.

    Si hay que recuperar para el lenguaje emancipador el término “democracia” —y el concepto genuino que encierra—, no podrá ser negando el carácter dura y violento, el papel decisivo que la fuerza (o la hegemonía) juegan en todo régimen social en que exista lucha de clases. Si por democracia y talante democrático entendemos el armonismo universal, la concordia y la pusilanimidad, entonces seguirá siendo una quimera.

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  6. Prescindo del hecho de que Judt se equivoque o no en su juicio sobre el comunismo. Probablemente fue reduccionista y escribió sobre Hobsbawn con la imagen del estalinismo que ha proliferado en las democracias occidentales. Es cierto que el derecho y los servicios en la URSS han quedado oscurecidos por los crímenes, lo cual no es justo; los crímenes también se cometieron a mansalva, y también hay que hablar de ellos. Pero la imagen que Judt da en "Algo va mal" no va exactamente en esa línea. Judt acepta que la URSS fue un contrapeso a las políticas neoliberales, que por otra parte son su blanco preferido. Si hay alguien a quien Judt trata de mala manera, ese es Milton Friedman, o a Hayek (cf. el capítulo "La venganza de los austríacos" en Algo va mal); fue incluso tachado de antisemita por criticar duramente las políticas israelíes contra los palestinos, y llegó a redactar un informe pidiendo la creación de un estado binacional (¡y eso que había luchado en el bando israelí durante la Guerra de los Seis Días!). Judt, según mi parecer, es un crítico muy lúcido del capitalismo de las últimas décadas del siglo XX; el hecho de que menosprecie el comunismo, reduciéndolo a una imagen tópica, no lo lleva tampoco a convertirlo en una caricatura, y puede deberse a su etapa de sionista. Creo que el hecho de que menosprecie a Hobsbawn (no he leído ese texto) por no dejar de ser comunista denota el mismo síntoma de incomprensión que alabar a Hobsbawn por el hecho de que nunca se deshizo del carnet del partido. Conozco mejor a Hobsbawn, pero creo que Judt tiene unas virtudes parecidas como historiador: la capacidad de articular una narrativa coherente sin alejarse del "gran público" (el gran público lector de historia, se entiende) mediante el uso de lo que Josep Maria Cuenca llamó en este mismo blog "eficacia comunicativa".

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  7. Por carecer de tiempo, cosa que lamento, expongo mis comentarios en formato digamos “aforístico” y sin orden de prelación:

    - El tema de la socialdemocracia es muy relevante desde cualquier punto de vista para todas las gentes que se consideran de izquierdas. Una aproximación insoslayable al mismo consistiría en tener en cuenta que ahora mismo un eventual éxito programático de la socialdemocracia supondría un freno adicional nada irrelevante a una transformación estructural de nuestras sociedades. La confortabilidad material de las clases subalternas ha estado históricamente vinculada a una despreocupación política masiva; sin olvidar el caso español o griego actuales: ¿quién gana las elecciones en plena crisis-estafa financiera? Por otra parte, el así llamado Estado del Bienestar ha sido hasta hoy una realidad que no cabe atribuir en exclusiva ni al comunismo, ni a los liberales, ni a la socialdemocracia: si se lee a Judt -aunque se le descalifique- se puede comprobar fácilmente que el asunto es mucho más complejo y sólo analizable desde una noción clara de lo que fue la posguerra. De manera que lo que en la actualidad hay que preguntarse es si la socialdemocracia es la solución a la apocalíptica situación en que nos encontramos. En otras palabras, hay que preguntarse, con Žižek, si hoy no resulta tan utópico pretender alcanzar un “capitalismo de rostro humano” como alcanzar cualquier otra utopía concebible o inconcebible. Desgraciadamente, esta pregunta (y la reflexión que de ella pueda derivarse) no ha aparecido aquí.

    - No digo que Luque haya incurrido en una metonimia, pero me atrevo a sugerir que no es de recibo asociar cualquier socialdemócrata a Noske. La socialdemocracia no se ha dedicado a matar a “rosasluxemburgos” ni única ni principalmente, aunque sin duda ha contribuido regular e históricamente a tratar y sanar no pocos tumores del capitalismo. Pero del mismo modo que el comunismo ha presentado versiones diversas a lo largo del tiempo, también la socialdemocracia ha poseído su pluralidad: no es lo mismo Noske que Jean Jaurès, no es lo mismo Negrín que Felipe González... Del mismo modo que, en el gremio comunista, no es lo mismo Lenin que Stalin, Gramsci que Ceaucescu... Y, por cierto, por supuesto que Blum fue un impresentable y un indigno respecto a la II República española durante la Guerra Civil, pero Stalin no lo fue mucho menos cuando se dedicó a pasar gravosas facturas por la “ayuda” soviética a un gobierno español asediado por un poderoso enemigo internacional y por una terrible soledad. Curioso internacionalismo revolucionario el del intrépido hombre de hierro a quien algunos veneran con desinhibido entusiasmo.

    (Continúa en el comentario siguiente.)

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  8. - Por último, descalificar a Judt en los desdeñosos términos en que Luque lo hace es, cuando menos, injusto. No se debería ignorar, por ejemplo, su valentía a la hora de enfrentarse a las políticas del Estado de Israel contra la población palestina, a las cuales alude con total pertinencia López en su último comentario. En mi opinión, Judt era un moderado por convicción, no por aburguesamiento, hipocresía o ignorancia, y su obra posee cualidades analíticas e informativas que sólo un necio desaprovecharía. Y decir esto no entra en contradicción con pensar, como es mi caso y probablemente el de Luque, que en ocasiones adolece de no poca ingenuidad política.

    - Acabo. En el caso de que sea posible, la revitalización futura del comunismo únicamente podrá tener lugar desde una refundación o reescritura, pero jamás desde una mera reedición. Dicho provocativamente (aquí creo que lo puede ser) de otro modo: únicamente podrá tener lugar si pasa por un Žižek, pero jamás si pasa por un Gustavo Bueno. Y dicho aún de otro modo: únicamente podrá tener lugar si pasa por una asunción de la realidad, pero jamás si pasa por una obsesiva taxonomización museística o, si se prefiere, por una taxidermización académica de la realidad en cuestión.

    PS: No me parece demasiado “científica” la exclusiva, beatífica y estoica heroicidad que Luque atribuye a los comunistas; lo mismo (o algo parecido pero expresado de modo no tan enfático) también valdría para muchos otros ciudadanos no comunistas (y no pocos próximos a las posiciones ideológicas de Judt) que combatieron en la Guerra Civil española, en la Segunda Guerra Mundial y en los campos de exterminio nazi o los gulags estalinistas.

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  9. El enjuiciamiento de la socialdemocracia es indudablemente un asunto muy complejo, como se puede intuir incluso por el siguiente hecho “familiar” —es decir, producido aquí y entre nosotros—: ya de entrada, existen importantes e inteligentes razones encontradas, polémicas. Si se compara con la inmediata unanimidad con que hemos desacreditado el nacionalismo, se comprende que éste es un fenómeno “simple”, es decir, fácil de caracterizar —como uro irracionalismo—, mientras que mantener una u otra posición en el espectro de las doctrinas de la izquierda es un asunto del que nadie puede esperar una unanimidad tan clarividente. (Tampoco, por cierto, en el caso de enjuiciar el relativo racionalismo del catolicismo que ha planteado Josep Maria Viola, tema en el que Xavi López ya ha iniciado una prometedora y fecunda disputa.)

    Quizá no haya sido prudente por mi parte empezar por una descalificación tan severa de Judt, cosa que más bien debería haber sido la conclusión de un argumento más preciso y exhaustivo. Me lo reprocho, y creo que puedo enmendarme si soy capaz de aquilatar mis razones del modo en que debía haberlo hecho antes. No hay prisa; tenemos tiempo y ganas, y también las provocaciones sirven para hilvanar colectivamente análisis más atinados que los que uno ensaya por sí solo.

    No insinúo que Judt sea falso, acrítico e inocuo porque le horroricen los crímenes del stalinismo. De hecho, esa denuncia ni siquiera le convierte a uno automáticamente en un anticomunista. Quienes más pronta y críticamente denunciaron el stalinismo fueron los trotskistas, y lo que pretendían era justamente defender la línea comunista, leninista, contra la degeneración burocrática staliniana. Por cierto, yo considero que Trotski tiene toda la razón en la caracterización que hizo del stalinismo. Lo que digo es que también esa repugnante violencia tiene una lógica, una terrible pero indeclinable lógica social, de lucha de clases. El aparato stalinista tenía sus enemigos de derecha y de izquierda, defendía unos privilegios adquiridos y es lógico que luchara por ellos con todas sus fuerzas. De haber vivido en el contexto de esas luchas, presiento que habría estado quizá del lado de Trotski —salvo que unas circunstancias y experiencias bastantes comunes entre los revolucionarios de aquella época me hubiesen conducido a aceptar la abominable estrategia stalinista como más segura, o como una leve corrupción que en cualquier momento, después de la revolución, podría corregirse; de lo que no dudo es de que así lo creyeron muchos, por tanto yo también podría haber caído en esa fascinación. Y si uno adoptaba la visión trotskista, eso quiere decir que se oponía al stalinismo como enemigo o traición de la revolución comunista, pero que al mismo tiempo defendería a la URSS del ataque fascista. En la medida en que parte de la violencia stalinista se dirigía contra las fuerzas contrarrevolucionarias, se habría puesto de su lado; en la medida en que esa violencia se ejercía contra los comunistas de izquierda, se habría puesto en contra. La postura de Judt no tiene que ver con esto; sobre todo, deja entrever que no le inquieta más la purga de revolucionarios que la purga de reaccionarios. Nada que objetar, moralmente. Si uno llega a la conclusión de que un régimen político cualquiera no merece sino su desprecio y su total repulsa por haber derramado sangre, sea de quien sea, seguramente que a esa conclusión le lleva irrefragablemente su libre conciencia o su humana experiencia. Pero no puede pretender que la experiencia y la conciencia de otros deba ser la misma. De hecho, si uno pone la no-violencia y un irenismo abstracto e incondicional como requisito para adherir a un régimen, no le quedará ninguno al que escoger. Pero Judt cree que éste es el caso del capitalismo “democrático” o de la socialdemocracia.

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  10. Para desacreditar política o filosóficamente a un partido no basta con señalar a sus víctimas, que siempre las habrá. Más bien habría que demostrar que sus víctimas eran quienes tenían la razón, incluso si ellas mismas también lucharon a muerte contra aquél. Pero a un Judt eso de involucrar la violencia y la lucha a muerte le parece inhumano y poco elegante, propio de salvajes homicidas, poco “político”. Y ¿qué podría yo ni nadie objetar a tales escrúpulos? Nada, sino que, a menos que tales efusiones sentimentales se reserven para la poesía, no hay nada serio, ni real, ni verdaderamente político e histórico de lo que hablar. Yo también prefiero la poesía y el canto, pero no soy tan tonto como para creer que es de eso de lo que trata la historia.

    Y ahora voy a las también provocadores réplicas de Josep Maria Cuenca, a quien agradezco que, a pesar del precioso tiempo que este debate roba a sus otras acuciantes tareas, haya sido tan generoso como para ofrecernos esta “aforística” pero interesantísima agenda polémica. Dices, Josep Maria, que “ahora mismo un eventual éxito programático de la socialdemocracia supondría un freno adicional nada irrelevante a una transformación estructural de nuestras sociedades”. Ésta es quizá la única frase de tu comentario que no estoy seguro de haber interpretado bien, y voy a contestar algunos de sus posibles sentidos con una defensa de la socialdemocracia al modo de los que son más papistas que el papa. Parte de mi incomprensión deriva de la ambigüedad de la palabra “socialdemocracia”: por un lado designa a los partidos de la II Internacional, pero por otro designa un tipo de régimen social que podríamos denominar tendente a la economía mixta, capitalismo amalgamado con protección social. (1) Si afirmas que un programa o proyecto socialdemócrata sería ahora un freno al liberalismo —que es la “transformación estructural” que padecemos—, no estoy de acuerdo: necesitamos imponer un orden socialdemócrata contra el liberalismo —y lo que yo añado es que eso requiere un Frente Cívico, que no podemos confiar en esa acción la lidere la izquierda parlamentaria actual. (2) Pero si afirmas que el programa socialdemócrata sería un freno al socialismo —que es la “transformación estructural” que deseamos—, entonces tampoco estoy de acuerdo: sería el primer paso en esa dirección; la socialdemocracia fue en el pasado, en efecto, un freno a la transformación socialista, como he sostenido en mi anterior comentario, pero ahora estamos en una fase de retroceso, ahora ya no existe la URSS, &c.; por tanto, ahora la socialdemocracia no podría ser un freno a algo que no existe (i.e. un movimiento comunista), sino más bien un paso en la dirección del socialismo a recuperar. (3) Únicamente podría suscribir ese juicio negativo sobre la socialdemocracia si te estuvieses refiriendo al liderazgo del PSOE, y no a la idea política de un régimen socialdemócrata, de economía mixta, o incluso keynesiana —que es justamente el programa que debe adoptar ese necesario Frente Cívico a que he aludido. Es cierto que, incluso en este sentido, la socialdemocracia significa “aburguesamiento”, pero tal como están yendo las cosas, van a quedar muy pocos que puedan permitirse aburguesarse… A ese proyecto se lo puede llamar, si quieres, un “capitalismo con rostro humano”, pero no me parece utópico, sino a lo sumo tentativo o transitorio; luego, caso de lograrse, ya se verá —o ça ira.

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  11. Algunos consideran, con motivos razonables, que las contradicciones, tensiones y violencias que está generando la actual crisis mundial el capitalismo está volviendo a poner de actualidad las viejas tesis marxistas revolucionarias, y en especial la que se condensa en el lema de esa disyuntiva dialéctica e inapelable —tipo “todo o nada”—, que reza: socialismo o barbarie. (Cf. por ejemplo el artículo de Alberto Garzón “Réquiem por la socialdemocracia”, en http://blogs.publico.es/economia-para-pobres/2012/11/09/requiem-por-la-socialdemocracia/.) Yo no lo veo tan tremebundo, ni tan inexorable, ni tan inminente ese momento dialéctico en que no cabe más alternativa. En mi opinión no es utópico, insisto, lograr una hegemonía social que lleve a los gobiernos europeos a unos frentes cívicos con un programa de economía mixta: se trataría sólo de anular al capital financiero, sustrayendo el dinero de la gran especulación, y permitiendo que la economía se desarrolle bajo una fuerte supeditación (fiscal) a los propósitos sociales. Otra cosa es la dificultad de que esto pueda tener éxito en un país económicamente atrasado, como España. Pero se dé donde se dé, es evidente que el curso posterior de los acontecimientos no puede predecirse; una posibilidad —la más segura, según la experiencia— sería que el recrudecimiento de la lucha contra el gran capital condujese a una situación verdaderamente revolucionaria (en tal caso sí se habría llegado al punto dialéctico que sólo admite dos salidas antagónicas: el socialismo [= nacionalización completa de los medios de producción] y la barbarie [en alguna forma nueva, amalgama incalculable de esclavismo, feudalismo, capitalismo y fascismo…]).

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  12. Luego está esa muy pertinente objeción que has hecho en mi “metonímica” caracterización del espíritu socialdemócrata reducido a los modelos de Noske y Blum (hay muchos más y, para evitar el reproche de haber tomado la parte por el todo, debería mostrar que poco más o menos así han sido la mayoría de los socialdemócratas, una generalización que, por cierto, me siento muy inclinado a hacer). Está el caso de Negrín, que sacas a colación, y que Tuñón de Lara, Mradiellos o Jackson, entre otros, han contribuido mucho a rescatar moral y políticamente. Pero rescatarlo ¿de qué y de quiénes? Negrín hizo la vista gorda ante los asesinatos de Andreu Nin y los militantes del POUM, porque se lo exigía su entente con Moscú; el uso que hizo de la censura y de la policía secreta, con detenciones ilegales y destierros, no tiene nada que envidiar a la de otros gobernantes en similares situaciones beligerantes, de izquierda o derecha (digamos, de Franco y de Stalin); tras los Acuerdos de Múnich, que acaban con toda esperanza de prolongar la guerra, como quería, para vencer con la internacionalización del conflicto —piadoso deseo, que en nada encajaba con el desarrollo táctico internacional—, propone la rendición a principios del 39 con la también ilusoria esperanza de conseguir un trato clemente de los vencedores —como antes había anunciado la retirada de la Brigadas Internacionales con la ilusoria esperanza de que le imitasen los alemanes y franceses que apoyaban a Franco—; y al final se topa trágicamente con la criminal traición de Casado, Besteiro, Miaja y el infame Cipriano Mera —esto sí que no fue culpa suya ni imprevisión, sino simple y fatal destino aciago. Sobre el inmenso tesoro que fletó con intención de ayudar a la evacuación de los refugiados, y que tan amarga disputo provocó con Indalecio Prieto, estoy convencido de que fue leal y honesto, y no hay ninguna prueba que justifique las calumnias que a propósito todavía perpetran Pío Moa y otros —y que lamentablemente han sido tomadas en serio por algunos historiadores de los círculos buenistas. De manera que incluso para mí sigue siendo Negrín un tipo simpático, un héroe. En definitiva, la razón principal del vilipendio que Negrín ha sufrido, de parte de los socialdemócratas tanto como de los franquistas, se basa en su alianza con la URSS y en su supeditación a las directrices del PCE, que es justamente lo que, desde el punto de vista comunista, le convierte en un héroe. Que cada cual adopte el punto de vista que más se corresponda con su ética (el mío, por cierto, es el del PCE de entonces). Pero lo que no tiene sentido es hablar de pureza moral ni de inocencia. Su expulsión del PSOE lo convierte oficialmente en un comunista de facto, lo mismo que a Max Aub, por más que luego, en un acto simbólico sin el menor sentido político, se le “rehabilitase” para la socialdemocracia. Quiero decir con esto que, si Negrín se presenta como una de esas pocas excepciones a la cobardía y perfidia típica de los socialdemócratas, en realidad de verdad no lo es, porque fue, en la práctica, un comunista.

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  13. Y desde luego que también en el espectro comunista hay extremos e inconciliables diferencias. Que no representan lo mismo Stalin y Lenin es algo que ni hace falta decir, más que para los que desconozcan la historia —pero sólo como preámbulo de una invitación a que la conozcan, y aprendan por sí mismos el abismo que separa a estas dos figuras; de nada sirve decir que son diferentes si el público al que se dice eso no siente la necesidad de aprender la historia y cerciorarse. Y también es de Perogrullo que el stalinismo supuso un freno a la revolución mundial tan fuerte como el de la socialdemocracia —pero por motivos y objetivos distintos. No hay nada que discutir en esto; o sea que esto no me parece que sea la objeción nada previamente planteado.

    A mí no me parece tan “injusta” como dices mi “descalificación” de Judt. Simplemente he destacado su visceral y acrítico anticomunismo y su idealización de la socialdemocracia. Que se opusiese a la política imperialista-sionista no le rescata de esas objeciones, que se refieren al hecho de que juzga la historia con un prisma muy burgués. Y mi “descalificación” en este sentido no lo desacredita en su labor científica de historiador —así como ésta no le acredita cuando ideologiza contra el comunismo.

    La contraposición entre Žižek y Bueno carece de sentido para mí. Si se refiere al hecho de que Bueno parece un derechista, es cosa de discutir seriamente. Si se refiere a que ha forjado un instrumental dialéctico difícil, que requiere mucho estudio, eso quizá sea un obstáculo para que le entiendan las masas, pero no tiene sentido decir que es incompatible con “una asunción de la realidad”. Bueno es un filósofo, y como todo verdadero filósofo no habla más que de la realidad, ni más ni menos que un entomólogo, un astrónomo, un musicólogo o un físico, pese a que las realidades que estudian no sean lo que el hombre común cavernario (en el sentido de la leyenda platónica) entiende como tal. Llamar a esa titánica obra de Bueno “una obsesiva taxonomía museística” o “una taxidermización académica de la realidad en cuestión” es, además de un abuso retórico, un tipo de descalificación —ésta sí— cuyo fruto no alcanzo a ver. A mí, lo que ha producido Bueno me parece de lo más valioso que se ha hecho mundialmente en el terreo filosófico. Si a uno no le interesa la filosofía, evidentemente esa grandeza no le impresionará demasiado. En tal caso es justo —y razonable, y hasta mundanamente filosófico— que “conteste” a Bueno con su más puro desdén. Pero si uno no es indiferente ante la filosofía de Bueno, tiene está obligado a “discutirla”; puede estar a favor o en contra, pero no tiene ningún sentido que diga que es una “taxidermización académica”.

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  14. Por último, está la “exclusiva, beatífica y estoica heroicidad” que atribuyo a los comunistas. Admito que no parezca “demasiado científico” ese juicio mío; tampoco lo pretendo. Se trata más bien de una valoración estético-moral. No creo, realmente, que haya “muchos otros ciudadanos no comunistas” que merezcan el mismo juicio; a lo sumo admitiría que existen “algunos (pocos” otros…” Pero observa una cosa importante en mi descripción: ese “heroísmo” no es algo que yo haya asociado a sus virtudes humanitaristas ni algo que exija considerarlos una clase de personas mejores que los otros, aunque sí “admirables” (en un sentido moralmente neutro, simplemente porque son excepcionales); más bien todo lo contrario, lo he asociado a la inhumana dureza, al desprecio del sufrimiento —estoico, ciertamente, pero en modo alguno demasiado “humano”—, que es lo que en justicia Judt no puede soportar. Yo no digo esto de los comunistas porque me identifique con ese temple (a lo sumo, soy capaz de admirarlos vicariamente, como se sufre una catarsis al contemplar el funesto destino de los héroes de la tragedia, y su impávida aceptación de la desgracia, pero sin querer en ningún momento cambiar mi vida por la suya); deseo que jamás en mi vida tenga que escoger entre una conducta tan trágica y esa otra más apacible, cómoda, feliz e inocente que ahora mismo disfruto; prefiero la frivolidad de una vida contemplativa, llena de agradables conversaciones, de caricias, de regalos y de canciones… Lo que digo es que me parece repugnante que alguien (Judt) se crea moralmente tan inmaculado y tan superior como para juzgar odiosos e inhumanos a hombres que tuvieron que escoger, en circunstancias inimaginables para nosotros, un camino áspero y violento.

    Uno puede observar, por ejemplo, que el 95% de los que acabaron en la guillotina —no sólo bajo el Terror jacobino, sino también en este lapso— eran individuos de las clases más humildes, y sólo una ínfima cantidad de aristócratas. Pero ¿qué prueba eso sobre una presunta crueldad clasista? Más o menos, esas son las proporciones en que existen esas clases sociales, o sea que las mismas proporciones salen al computar la procedencia de los individuos que no fueron guillotinados. No se puede deducir una mayor crueldad contra los humildes. A lo mejor uno podía sentirse más inclinado a ser indulgente con los muertos de hambre, que no han participado en el sabotaje por los mismos motivos que los ricos que los han sobornado, pero semejante indulgencia sólo sería la ruina del gobierno revolucionario, porque entonces los miserables, por millares, serían fácilmente reclutados por los realistas, sin que ni siquiera les frenase la disuasoria sombra de la guillotina. Y además, ¿podemos olvidar acaso que también los jacobinos luchaban por conservar su cabeza sobre su cuello, sacudiéndose valientemente al enemigo a las puertas? Las monsergas condenatorias sobre el Terror esconden siempre una moral muy podrida.

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  15. No es que Alberto no haya interpretado bien una frase de mis comentarios, sino que yo la he redactado de modo defectuoso. He aquí un buen ejemplo del malestar que me provoca la contradicción entre mi deseo de debatir y mis dificultades (derivadas de la escasa disposición de tiempo) para hacerlo como es debido. Pensar por escrito u oralmente con precipitación afecta a menudo a la precisión. La frase a que alude Luque tendría que decir:

    “Una aproximación insoslayable al mismo consistiría en tener en cuenta si ahora mismo un eventual éxito programático de la socialdemocracia supondría un freno adicional nada irrelevante a una posible transformación estructural de nuestras sociedades (en el buen sentido).”

    Por lo demás, el párrafo del que forma parte la frase ahora enmendada pretendía únicamente estimular el debate, puesto que mi respuesta sobre el asunto que en él se recoge es que no tengo respuesta. Ahora bien, no quiero dejar de subrayar la tremenda realidad en que nos encontramos mediante el par de ejemplos que he sacado a colación: que, a pesar de las evidencias materiales de las políticas proletarizadoras en Grecia y en España, hayan ganado en dichos países las últimas elecciones partidos que participan (en) o consienten la depredación financiera y el desmantelamiento del estado social de derecho indica que estamos a años luz de empezar a articular una verdadera contestación social. Ello sin contar con que una buena parte de quienes se han movilizado contra los así llamados recortes lo han hecho únicamente por el hecho de verse individualmente afectados. No hay más remedio que parafrasear a Camus y afirmar con desolación que hay que imaginarse a Sísifo la mar de contento.

    En estas condiciones, la elección de las preguntas adecuadas es clave para evitar incurrir en alguna modalidad de política recreativa. Asimismo resulta decisivo no ahuyentar a posibles compañeros de viaje. Dada la extrema debilidad de quienes estarían dispuestos a participar en el impulso de una realidad orgánica sinceramente emancipatoria, ¿con quién habría que construir el Frente Cívico del que habla Luque? ¿Se puede prescindir tan alegremente del legado de gente como Judt y -hay que suponer- de no pocas personas de entre los miles de sus lectores? ¿Por qué Luque lo descalifica tan duramente cuando, al mismo tiempo, lo que Luque propone encajaría perfectamente con lo que Judt defendía? Porque, al menos yo, no dudo de que Judt era un socialdemócrata honrado, sincero. Y su ingenuidad mayor quizá consistió en atribuir principios verdaderamente socialdemócratas a los partidos oficialmente representativos de esta tendencia política, cuando dichos partidos no son más que empresas de publicidad capitaneadas por gestores que no quieren otra cosa distinta a que la vida siga igual, como cantaba Julio Iglesias.

    (Continúa en el comentario siguiente.)

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  16. En cuanto a la microbiografía de Negrín que esboza Alberto, me parece muy osada y contraria a lo manifestado por el propio Negrín tras la conclusión de la guerra. Negrín se alió con quien pudo en un contexto de guerra brutal y desigual, o sea, con los comunistas. Decir por ello que él lo fue también es como decir que Aldo Moro pudo ser “de facto” camarada de partido de Berlinguer en el caso de haber llevado a cabo “el compromiso histórico” (por cierto, esa era poco más o menos la opinión de algunos de sus compañeros de partido que no hicieron nada por evitar su muerte). Y siguiendo con Negrín, compararlo en los términos que Alberto emplea a Franco o Stalin me parece, por decirlo suavemente, una exageración demasiado inflamada. Siempre que pudo, Negrín suavizó las condiciones de la vida civil en la retaguardia e incluso restableció el culto católico en plena guerra, más por respeto a los practicantes que a la racionalidad de la jerarquía, cuyo criminal papel durante la guerra y la posguerra añade una objeción nada desdeñable a la súbita loa de la institución que estamos viendo en “Constelación” por obra y gracia de Gustavo Bueno, a quien parece que he convocado sin motivo alguno a esta reunión.

    Pues hablemos de Bueno y de mi contraposición con respecto a Žižek. Para empezar, a mí no me parece un derechista, sino que tengo para mí que lo es, y desde hace muchos años; ya en sus primeros años de profesional de la filosofía no ocultaba su estalinismo escolástico que, por lo que se ve, aún no ha abandonado ni mucho menos. Mi admiración por el filósofo y profesor de filosofía es considerable y escucharle como tal es un placer para la inteligencia, pero su concurrencia a la arena política me parece nefasta en la forma y en el fondo, y no sólo nula sino incluso radicalmente contraproducente a efectos de aportar algo a la reconstrucción de una izquierda mínimamente presentable. Basta con ver en qué asuntos ha fijado su atención en los últimos tiempos: 1) El aborto, sobre el cual ha concluido que es un derroche (incluso de líquidos) y por la práctica del cual él multaría con cuantías elevadas; y, de inmediato, se suceden las curiosas omisiones: en este caso, orillar lo que socialmente supone para muchas mujeres, en situaciones difíciles diversas, tener la posibilidad legal y en óptimas condiciones sanitarias de interrumpir un embarazo; 2) Su supuesto ejercicio de estudio etológico de Gran Hermano cuando en realidad Bueno no era sino utilizado para prestigiar un espectáculo de dudosas potencialidades científicas sin él, al parecer, enterarse; 3) Sus peculiares y castrenses reflexiones sobre la defensa de la pena de muerte, rematadas con una conclusión idealista y disparatada: la autoejecución del condenado; 4) Su implacable crítica de Zapatero, uno de los políticos más mediocres e ineptos de los muchos que nos han gobernado y gobiernan, pero ni mucho menos uno de los más deletéreos (pero de los más deletéreos, Bueno no ha dicho ni mú); 5) Su pretensión, por fortuna desoída, de enseñar el catolicismo en las escuelas; 6) Su ofuscada defensa razonada de la Nación Española, que culmina con una esencialización no demasiado distante en cuanto a intensidad a la propia de los nacionalismos vasco o catalán, y con una afirmación sesgada (y aun así exquisitamente científica) que la realidad desmiente: la supuesta imposibilidad de la existencia de un nacionalismo español, lo cual es sólo cierto a efectos de la construcción nacional, pero no a efectos puramente ideológicos en el peor de los sentidos del término; por no hablar de sus veleidades wagnerianas con respecto a la idea de imperio, que si bien no carecen de matices historiográficos oportunos (que, por otra parte, no ha sido él el primero en apuntar), no es menos cierto que ofrecen una inmejorable síntesis de sus ideas; y 7) Sus chulescos desprecios destinados a las lenguas catalana y vasca, desprecios que obviamente no afectan solamente a los nacionalistas que las hablan.

    (Continúa en el comentario siguiente.)

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  17. De todo lo sintéticamente enumerado, ¿qué nos viene mejor para construir un movimiento emancipatorio tipo Frente Cívico? ¿Vamos todos al plató de Tele 5 o nos autoejecutamos colectiva, lógica y muy sistemáticamente?

    Luego están sus formas, que yo no desvinculo de su dogmatismo, de su convicción de que su metodología totalitzante carece de fisuras y ha de ser necesariamente el centro de cualquier debate con él, a pesar de que este señor ha dicho más de cuatro y cinco veces que no quiere dialogar, que no le gusta, pese a lo Luque afirmó de buena fe en alguna de sus intervenciones aquí.

    Bueno ha insultado en su querido medio televisivo a Ignacio Sotelo, a algún religioso despistado, a una señora analfabeta, e incluso se ha atrevido a insultar con generosidad torrencial a uno de los mejores escritores y pensadores españoles del siglo XX a propósito de la presencia española en América: Rafael Sánchez Ferlosio, pensador que no tiene nada que envidiar a Bueno y que bien se haría en leerlo para entender hasta qué punto Bueno padece una grotesca pérdida de realidad. ¿Quién se ha creído que es este señor? ¿A quién puede pretender aglutinar yendo como va por el mundo salvo a un grupo de izquierdas adjetivado nacionalmente y que reproduce literalmente hasta la saciedad la doctrina de la fe buenista? ¿A quién le puede extrañar que haya hechizado a los mierdas más conspicuos de la intelectualidad española tipo Sánchez Dragó o el mismísimo Pío Moa? ¿A nadie le llama la atención que en la FAES lleven ovacionándolo ininterrumpidamente los últimos dos o tres lustros? ¿Qué pinta en el Patronato de Honor de DENAES entre gentes tan brillantes y de ideas tan avanzadas como Amando de Miguel, Alejo Vidal Quadras o Fernando García de Cortázar? Seguro que se trata de un fenómeno puramente contingente, o tal vez haga lo que hace con el deseo de ejercer de viejo topo marxista. O quizá tan sólo se trate de una provocación inadmisible por mi parte.

    Muy lejos de las fascinantes y vertiginosas arquitecturas hegelianas buenistas está Žižek, y alguno más (no muchos, por desgracia) que con reflexiones parciales pero inteligibles, amenas y operativas a efectos de hacer entender y descodificar las perversidades del presente ha sido capaz de represtigiar modestamente la idea del comunismo en términos universalistas y ha logrado ser leído y escuchado en casi todos los continentes. Todo ello con una seriedad y una capacidad de trabajo encomiables.

    Dicho de un modo simplificador pero comprensible, Bueno pretende enjaular sus ultraconceptualizadas versiones de la realidad (que él considera inconcusas y el único punto de referencia de cualquier discusión) en la mazmorra académica pasándose por el forro de los cojones la tesis 11 sobre Feuerbach. En su pretensión de capturar el mundo y someterlo a su cabeza ha acabado por ser un simple apologista del presente. Desde luego, Bueno, a diferencia de Judt, no es ningún izquierdista de salón. De esto no hay ninguna duda.

    Tú sabrás, querido Alberto, a qué responde tu súbita adscripción literal al credo buenista y tus avalanchas de furia, desdén y ofuscamiento. Pero, desde luego, si “Constelación” ha de convertirse en una franquicia de los entusiastas seguidores del filósofo español por excelencia no creo que encuentre la manera de acomodarme aquí. Y si después de treinta años de amistad, conversaciones y discusiones (enormemente fecundas al menos para mí) he de comprobar cómo confundes con provocaciones mis propuestas de polemizar y discutir, quizá haya de pensar en invertir mis esfuerzos aquí en otros quehaceres más constructivos y menos ingratos.

    Me permito concluir parafraseándote no sin una cierta inquietud: “Las monsergas ensalzadoras del Terror (lógico, físico o metafísico) también esconden siempre una moral muy podrida”.

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  18. Me pides una suerte de prudencia verbal, algo así como morderse la lengua porque “resulta decisivo no ahuyentar a posibles compañeros de viaje”. Pero ni yo, ni un “nosotros” cercano como los colaboradores y amigos de Constelación, pintamos nada en la casi inexistente “actual” confluencia de las gentes de izquierda hacia un frente cívico, tipo FG o SYRIZA (lo que más se le acerca en España, y sólo por el propósito, es el Frente Cívico “Somos Mayoría”). Si tal movimiento existiese y yo estuviese militando en su favor, es muy claro que los debates sobre estas diferencias tendría escasa relevancia, porque un semejante movimiento se habría fundado en las coincidencias, en un programa universal de mínimos. Así es como en SYRIZA o el FG francés se han encontrado trotskistas, maoístas, socialdemócratas, viejos eurocomunistas o ex-stalinistas, ecologistas, &c. Así que, para la práctica política, un debate como éste no tendría mucho interés; diríamos algo así como: “agua pasada no mueve molino, eso ya es historia, y la historia pasó a la historia…” Pero Judt era un historiador, y pretendió, como buen ciudadano, ser algo más, una voz crítica en la vida pública, una especie de Pepito Grillo, o sea un intelectual orgánico. Creo que él habría sido el primero en no sólo no reprocharme mis juicios sobre su anticomunismo, sino en agradecérmelos por darle ocasión de influir en alguien más que en quienes ya eran, como él, anticomunistas; eso es lo que puedo y debo suponer, por cortesía: que se trataba de un verdadero intelectual, y no de un necio que habría abandonado la discusión en cuanto se hubiese sentido “insultado”. Y esto se traslada a cualquier persona con la que yo pudiera juntarme en una lucha común anticapitalista: nuestra solidaridad no podría basarse en ocultar lo que opinamos de cada forma de pensar, sentir y proceder, y mucho menos de ocultar lo que opinamos de la historia reciente. Si dependiese de esto, vuelvo a insistir, no se habrían producido aún las condiciones necesarias y suficientes para la eclosión de semejante Frente Cívico. Pero es que, además, tú mismo dices que los dirigentes socialdemócratas no quieren otra cosa sino que “la vid siga igual”, lo dices justo después de reprocharme que trate así a un socialdemócrata honrado como Judt (i.e. que diga de él que es dogmática e irreflexivamente anticomunista, que su anticomunismo es una reacción emocional que para mí tiene un nulo valor crítico, objeción que él, de haber confluido en este debate, tendría que contraargumentar explicando las virtudes políticas, prácticas, de esos sentimientos tan humanitaristas y antiviolentos: por ejemplo, tendría que explicar cómo podían tales remilgos convencer a los comunistas de que debían formar un frente cívico con él y los que piensan como él; ¿no sería entonces, según tu lógica, él mismo quien tuviese que morderse la lengua al hablar tan generosamente contra los comunistas?)

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  19. Sobre Gustavo Bueno, creo que todos y cada uno de los siete asuntos que tú enumeras como escandalosos (el aborto, la pena de muerte, la intolerancia con los ignorantes, la defensa de lo hispánico, su defensa del catolicismo, su crítica de Zapatero, sus “chulescos desprecios destinados a las lenguas catalana y vasca”…) son perfectamente discutibles, amén de filosóficamente defendibles. Pero tú lo que haces es desacreditarlos de entrada, como temas, es como si dijeras: no hay discusión posible con alguien que defiende la pena de muerte, o que está en contra del aborto, o que defiende a España, o que “desprecia chulescamente a las lenguas catalana y vasca”, o que critica Zapatero, o que insulta a los charlatanes, o que defiende el catolicismo, &c. &c. Pero no sólo Bueno, que lo hace con una sagacidad filosófica innegable, de la que siempre podemos aprender incluso si no nos convence, sino otras muchas personas, de derechas o de izquierdas, pueden compartir esas ideas. ¿Qué debemos hacer? ¿Decir que no merecen ser discutidas, que son “derechistas”? Esto, y no lo de Bueno, es lo que a mí me parece intelectualmente intolerable. Lo de rasgarse las vestiduras porque alguien “desprecia una lengua” es algo muy ofuscado: si a mí alguien me dice que desprecia el francés o el italiano, lenguas tan queridas para mí, eso no me parece ni intolerable ni indiscutible, sino a lo sumo desdeñable. En cualquier caso, no me parece que eso sea un insulto ni un desprecio para las personas, sino una opinión; un aficionado a la zarzuela podría creer que el maestro Guerrero puede parangonarse con Bach, pero si yo afirmase lo contrario no creo que estuviese insultándole, sino ejercitando mi derecho al libre juicio; si digo que me habría sentido feliz de nacer y recibir una buena educación en Alemania, en Gran Bretaña, en Francia, en Rusia, en EE.UU. o en China, y hablar cualquier de los idiomas que se hablan en esos imperios, pero que lamentaría haber sido instruido en bable o en euskera y no saber gran cosa más que las proezas pequeñas y catetas de esas tierras, es exactamente lo mismo. Mi juicio se presentaría como una forma de medir, de comparar; si fuese racional, podría discutirse (sería acertado o erróneo), y si no fuese racional, sino sentimental, sería indiscutible, una mera cuestión de gustos… Pero no hay que seguir este hilo argumental aquí; simplemente tengo que contestar a esa insinuación tuya de que introducir en estos debates las ideas de Bueno es poco menos que un sacrilegio. Yo no soy bueniano, pero de ningún modo ¡Vamos, hombre, si algo hay de verdaderamente admirable en los defensores de la doctrina del materialismo filosófico es su permanente disposición a discutirlo todo, absolutamente todo! ¿Qué otra cosa se debe pedir a un ser racional? Yo no espero de ellos que digan cosas que me convenzan, sino que argumenten con todas las herramientas dialécticas de que dispongan. Y no me niego a discutir con nadie, ni aunque defienda al Papa, ni aunque crea que la “cultura catalana” es superior a la hispánica —o a la francesa, o a la británica…

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  20. Y no me impresiona esa táctica, que hasta las personas más honradas han adquirido a fuerza de corrupción filosófica, de argumentar ad hominem, diciendo que uno queda descalificado si le elogian en la FAES, o le elogian los “mierdas”, como tú les llamas, Sánchez Dragó o Pío Moa? A mí no me parecen siempre estos señores unos “mierdas”, y dependerá mucho de mi oscilante estado de ánimo que en algún momento pueda referirme a ellos en esos términos despectivos; otras veces me parecerán momentáneamente inteligentes y hasta simpáticos. ¿Acaso crees que, de resurgir un movimiento emancipador, no se adherirían cada día personas que ahora razonan como Moa? Del mismo modo que ahora hay personas que se han mamado ideas izquierdistas y que han pasado a defender el capitalismo. Las personas no son entes geométrico-morales de una pieza, sino un amasijo de experiencias contradictorias, felices o infelices, racionales o irracionales.

    “Tú sabrás, querido Alberto, a qué responde tu súbita adscripción literal al credo buenista y tus avalanchas de furia, desdén y ofuscamiento. Pero, desde luego, si Constelación ha de convertirse en una franquicia de los entusiastas seguidores del filósofo español por excelencia no creo que encuentre la manera de acomodarme aquí. Y si después de treinta años de amistad, conversaciones y discusiones (enormemente fecundas al menos para mí) he de comprobar cómo confundes con provocaciones mis propuestas de polemizar y discutir, quizá haya de pensar en invertir mis esfuerzos aquí en otros quehaceres más constructivos y menos ingratos.”

    Estas palabras tuyas son casi incomprensibles para mí. (1) Porque no ha habido ninguna “súbita adscripción literal al credo buenista”; (2) porque no sé identificar qué parte de mi conducta merece ser descrita como “avalanchas de furia, desdén y ofuscamiento”; (3) porque Constelación es y seguirá siendo lo que es, un blog abierto a todo tipo de discusiones, sean buenistas o antibuenistas las ideas que cada cual defienda —como ahora mismo—, y no “una franquicia de los entusiastas seguidores del filósofo español por excelencia” (total, aquí sólo hemos defendido a Bueno, a lo sumo y parcialmente, tres personas); (4) porque no concibo que discutir con buenistas pueda ser tan irritante, tan incómodo como dices; (5) porque no creo haber confundido tus “propuestas de polemizar y discutir” con “provocaciones”; si he usado esas palabras —no lo recuerdo—, les he dado el mismo sentido: he querido saludar la “polémica”, la “discusión” o la “provocación” intelectual que tú mismo propusiste; y si después de que yo la acojo como interesante para discutir —en este caso discrepando—, tú respondes que has de “pensar en invertir [tus] esfuerzos aquí en otros quehaceres más constructivos y menos ingratos”, no sé —o no tengo nada— que decirte. Como mi temperamento me impide enfadarme por motivos intelectuales, soy incapaz de comprender por qué una diferencia de opiniones puede provocar esa reacción tuya. Quizá también esto sería un buen tema de conversación: ¿hay dificultades emocionales, temperamentales, para que hombres de distinta psicología o de distinta moral puedan dialogar? ¿No sería quizá cuestión de distinguir dos grupos de temperamentos o de morales: (1) aquel formado por todos los hombres, de derechas o de izquierdas, asténicos o atléticos, flemáticos o impetuosos, que se sienten inclinados a discutir, y (2) aquel formado por todos los hombres, de derechas o de izquierdas, asténicos o atléticos, flemáticos o impetuosos, que se niegan a discutir…?

    Yo creo que Constelación es una pequeñísima pero muy buena idea, un buen lugar común, y estaría contento si una docena de materialistas filosóficos irrumpiesen en estos debates, ni más ni menos que si irrumpiesen una docena de matemáticos o de musicólogos.

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  21. Por lo que respecta al "grupo de izquierdas adjetivado nacionalmente", que supongo que se trata de Izquierda Hispánica, quisiera decir que andamos lejos de "repetir literalmente hasta la saciedad la doctrina de fe buenista". El materialismo filosófico no es una doctrina de fe, por lo que en la linea de Platón sus afirmaciones valen lo que valen sus argumentos.

    Desde luego, la revitalización futura del comunismo no pasa por Bueno porque el propio comunismo como reino donde se dé "a cada cual según su capacidad a cada cual según la necesidad", no exista el Estado y la libertad individual coincida con el libre desarrollo de todos, es materialmente imposible. Lo que hace falta no es revitalizar el comunismo, sino el socialismo, es decir, la crítica a -a nivel general- a la subjetividad y -a nivel específico- a la propiedad privada y la conformación de un Estado socialista basado en instituciones reales -como el idioma, por ejemplo- y la Nación política y no en nacionalidades étnicas que lo que hacen es disolver cualquier posibilidad de unión contra posibles enemigos. Y cuando digo basado quiero decir eso, que su ordenamiento no se centre en la etnicidad o la cultura sino en la nacionalidad política.

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  22. Un par (o un trío) de observaciones al comentario de Esquinas (José Ramón, ¿no?). Es también mi impresión la de que IH no puede ser despachada con la superficial e irónica alusión que ha hecho Josep Maria Cuenca, diciendo que es lo único, en un sentido muy despectivo, que puede “aglutinar” políticamente el materialismo filosófico. Éste aglutina a muchos intelectuales, fuera o dentro de IH, y su valor trasciende a lo que de él se derive en el terreno político. Además, yo adhiero a la idea de que la izquierda debe ser nacional, o sea españolista, o mejor aún, internacional, hispana (= hispanoamericana), amén de ser materialista, atea (= atea católica), antinacionalista, antirracista, &c. Y ahora van mis verdaderas dos observaciones.

    (1) La palabra “comunismo” tiene varias acepciones, pero en el contexto de este debate puede referirse sólo a dos de ellas. Una es esa que designa la utópica sociedad de clases que Marx, en su Crítica del Programa de Gotha, contrapone al socialismo mediante el lema que figuraría en su bandera: “De cada cual, según sus posibilidades; a cada cual, según sus necesidades”. En la fase socialista el principio máximo rector del derecho sería, en cambio: “De cada cual, según sus posibilidades; a cada cual, según su trabajo”. Y es que el socialismo será aún una sociedad donde rija, aunque sometida a principios sociales, la economía. (Esto tiene mucho que ver con la idea, defendida por Marx, de que pretender igualar los salarios es una monstruosidad y una injusticia: el de un mecánico no puede ser igual al de un ingeniero, porque no es igual el valor de ambos trabajos, i.e. el tiempo, el dinero y el esfuerzo, sociales e individuales, invertidos en la formación de un mecánico y en la de un ingeniero.) El utópico comunismo, en cambio, es una sociedad antieconómica, sin economía, lo que supone que nada tenga valor (de cambio). ¿Cómo o cuándo podría suceder esto? Sencillamente, cuando prácticamente todo bien material pueda producirse sin apenas esfuerzo humano, cuando el coste de producir un transatlántico sea el de producir hoy un caramelo. Esto es lo que Lafargue llamaba “el sueño de Aristóteles”, o sea un mundo en el que sólo trabajasen las máquinas. Más que en la utopía, entramos aquí casi en el terreno de la ciencia ficción, y hay que imaginarse la fusión en frío o cualquier otra maravilla de la técnica. Esa sociedad es, digamos, la de Star Trek. A lo que esto ya implica de relativa “imposibilidad material”, hay que añadir la imposibilidad de organizar un mundo con decenas de miles de millones de personas sin un Estado. En todo caso, es algo que carece de todo sentido político, real, y a lo que ningún marxista, ni el propio Marx, prestó jamás la menor atención (por algo llamaron a sus tesis socialismo científico, para distinguirlo del utópico anterior). (De todas formas, me parece que la idea del comunismo sigue teniendo un altísimo valor lógico y filosófico, el mismo que ha tenido desde La República de Platón, y con ello quiero decir que me parece una interesante y pedagógica idea, interesante para el enjuiciamiento filosófico del derecho.)

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  23. (2) Pero “comunismo” es también la palabra con la que designamos a las tesis, a la organización del movimiento comunista, y a los proyectos políticos (socialismo real) que éste llevó a cabo en algunos países. La utilidad de esta palabra derivaba de la necesidad de claridad semántica, como contradistinción respecto a los partidos de la II Internacional, que siguieron autodenominándose con los clásicos términos “socialismo” y “socialdemocracia”. No es ahora la ocasión para discutir el error tremendo que supuso, por parte de los marxistas, el abandono de la terminología clásica al exclusivo uso de la izquierda reformista, similar al del abandono del término “democracia” para etiquetar al liberalismo. (Veo que sobre esto ya se pronunció hace meses Alberto Luque.) Lo que importa aquí, me parece, es recalcar que quienes se propusieron luchar por el socialismo fueron los comunistas, no los autodenominados “socialistas”. Y dado que es difícil volver a recuperar el uso lingüístico anterior a esta separación, ya cargada de experiencias históricas para las que estos términos resultan bastante inequívocos, me parece bueno seguir llamando comunista a la política igualitarista, verdaderamente socialista. Y, por supuesto, se trata de abordar en cada momento histórico, en cada situación concreta y mediante un análisis concreto, las formas y los medios más adecuados, más racionales, de conseguir igualdad y justicia, que son categorías históricas por su contenido concreto, aunque puedan ser también analizadas filosófica o lógicamente, o como categorías transistóricas, por sus contenidos o rasgos relacionales.

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    1. Ciertamente Saul, el comunismo es también un movimiento político real, con organizaciones y sistemas políticos efectivos reales. Ahora bien, esos sistemas se denominaban a sí mismos comunistas precisamente porque buscaban, en su ordenamiento socioeconómico y político llegar a esa meta comunista que se indicaba en el primer significado apuntado por Saúl.

      Si he puesto el énfasis en no ser comunistas es porque esos ideales que señala Saúl, de igualdad o justicia, hay que aprender a pensarlos de forma positiva -es decir, articulando instituciones y sistemas políticos reales o que puedan ser reales- y por tanto, hay que comenzar señalando la realidad. Por más que se pueda sentir simpatía por el comunismo histórico -yo la tengo- está lastrado por una incapacidad de comprender el Estado. Esto da mucho para discutir. No significa que la crítica marxista al Estado no tenga su importancia ni que los marxistas no hayan dicho nada interesante sobre el Estado. Pero por ejemplo, no es lo mismo pensar el Derecho como institución no va a desaparecer y por tanto, que hay que articular una legalidad que perdure en el tiempo que pensar que el Derecho es "la voluntad de la clase dominante convertida en ley". El Derecho pasa a ser cuestión de voluntad política y se pierde su componente objetivo. Sobre esta cuestión, Carlos Fernández Liria en Rebelión.org ha escrito cosas muy acertadas hace poco. Lo cito para que se vea que no es cosa que sólo piensen los "buenistas".

      Uno de los problemas congénitos del marxismo, al menos el más popular, es el escaso control que tiene sobre sus propias afirmaciones, lo que lo hace dogmático. El dogmatismo no es tanto mantener la verdad de ciertas tesis como no medir el alcance de las afirmaciones. Así, se dice "la economía determina en última instancia", y no se pregunta ¿qué demonios significa esto? ¿hay veintitres instancias y luego llega la economía? ¿se tiene que producir antes el cambio en las otras esferas y luego al final llega la economía? ¿significa que hay desconexión entre la economía y la superestructura? ¿si es así, cómo es posible y como se explica dentro del propio sistema marxista? Quiero decir, que el uso de los conceptos no es gratuito y que si desde Izquierda Hispánica nos negamos a hablar de comunismo es precisamente por tomarlo en consideración como noción filosófica y política. Los socialismo son, también, muy diversos y es aquí donde entraría la discusión.

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    2. Sí, de acuerdo sobre lo del comunismo; yo no pretendía decir otra cosa distinta —salvo mi sugerencia, que no es contradicción sino adición, de que la idea del comunismo, por más que podamos convencernos —al menos los materialistas—, de que es imposible, posee sin embargo un interés filosófico y, yo diría, hasta lógico. Crípticamente he dicho que me parece una idea interesante para el enjuiciamiento filosófico del derecho. ¿Qué he querido insinuar? Muchas cosas. Esbozo ahora rápida y sucintamente una de ellas, para mostrar que me refiero a una utilidad o potencia práctico-material, y no sólo a un interés puramente especulativo. Si no atenemos a uno de los significados del comunismo —de los que no mencioné antes—, a saber, poco más o menos la igualdad cuasi-absoluta o, sobre todo, la redistribución de la riqueza, resulta que su opuesto no es ya el capitalismo en particular, sino el individualismo, o bien, extensivamente, todo régimen social en que la más importante porción de la riqueza sea individualmente apropiada —aun cuando, bajo un régimen industrial y no artesanal, sea socialmente producida. Esto es importante para el derecho, y sobre todo para la cuestión del Estado. La noción de “Estado del bienestar”, por ejemplo, implica fiscalmente el principio del comunismo: de cada cual, según sus posibilidades, y a cada cual, según sus necesidades (lo que se traduce en la idea del impuesto directo y progresivo: quienes más tienen, más impuestos pagan, pero reciben a cambio lo mismo que todos, o incluso algunos reciben más, porque lo necesitan más —según criterios sociales, no subjetivos). Y ese principio comunista del Estado se conjuga, en la actual sociedad capitalista, con el principio individualista para la esfera de la libre empresa.

      Lo del dogmatismo del marxismo, en cambio, me parece una observación muy parcial. En primer lugar, porque ese mismo tema del significado que hay que dar a la tesis general de que la economía “determina en última instancia” ha sido profusamente discutido en la tradición marxista, y huyendo siempre o casi siempre del peligro de caer en una metafísica (más que en un dogmatismo). La crítica sólo es válida para una versión “popular” o vulgar del marxismo. Ahora mismo, y por recomendación de A. Luque, me ha interesado sobre todo las acertadísimas críticas que Sebastiano Timpanaro realizó en este sentido (Praxis, estructuralismo y materialismo [1970], Barcelona, Fontanella, 1973), pero hay muchísimas otras; yo diría, insisto, en que ha sido uno de los asuntos filosóficos de los que los marxistas han sido más conscientes y al que han procurado que no se convirtiese en una fórmula retórica, dogmática, abstracta y vacía. Y tampoco me parece que los marxistas hayan descuidado o simplificado el tema del derecho reduciéndolo a la tesis de que es “la voluntad de la clase dominante convertida en ley”; por un lado, es innegable que así es, históricamente, y de un modo general, para cada etapa de desarrollo del régimen económico; pero por otro lado, el derecho refleja y responde siempre a una miríada de experiencias humanas, de orden moral, que no se dejan reducir siempre a una relación de compatibilidad con los intereses (económicos) de la clase dominante. Como sostiene Timpanaro en el citado libro (y también debo la atención sobre esta observación a Luque), incluso se produce una dialéctica y necesaria contradicción entre el derecho y la economía, porque aquél tiende a “coherentizarse”, es decir, según lo entiendo yo, a reclamar una cerradura y coherencia lógicas, que deterioran, contradicen, y a la postre erosionan y eliminan los privilegios clasistas. Idealmente, pues, el desarrollo del derecho —que es superestructura en la perspectiva marxista— empuja hacia el comunismo/igualitarismo. También Gramsci opinaba que el Código Penal refleja, en cada momento histórico, una moral ideal superior a la moral real (a la conducta real) el hombre medio de su época.

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    3. Me parecen esclarecedoras y muy justas las observaciones que ha hecho Saúl acerca del falsamente atribuido dogmatismo a la teoría marxista, que por lo demás es tan rica como para ofrecer en su seno una enorme cantidad de asuntos controvertidos, tanto en lo político como en lo filosófico. Y me permito enjuiciar estas observaciones de Saúl en un sentido recíproco respecto al materialismo filosófico de Gustavo Bueno. A menudo se conduce respecto al marxismo como si éste fuese una filosofía relativamente fosilizada, y no viva aún. En parte tiene razón, porque es cierto que ninguna filosofía puede estar realmente viva si no cuenta con un imperio al que represente, todo lo compleja y hasta contradictoriamente que se quiera. En el caso del marxismo, ese imperio era la URSS, ya desaparecida; en el caso del catolicismo, lo es la Iglesia; en el caso del liberalismo, lo son los aún existentes imperios capitalistas; en el caso del islamismo, los Estados árabes, &c. Al desaparecer el principal sostén real del marxismo, o sea la URSS, es lógico que se debilite su fuerza social, no sólo la de aquellas tendencias del marxismo que seguían ortodoxamente los criterios soviéticos, sino también aquellas otras tendencias que eran críticas respecto al stalinismo y su derivados. (El caso de China es de índole muy diferente.) El marxismo sólo se mantiene vivo bajo mínimos en el mundo académico y en algunas corrientes políticas, amén del relativamente importante impulso que tiene en la Venezuela de Chávez, con su efecto en toda Hispanoamérica. Pero aun bajo mínimos no ha dejado el marxismo de ser una filosofía viva, polémica y continuamente reactualizada, de manera que no es justo, en general, el trato que le da el materialismo filosófico como si éste representase el único resguardo eficaz del materialismo después del marxismo. En este sentido creo que lleva razón Carlos Fernández Liria en algunas de las críticas que dirige al dogmatismo (no en el buen sentido de la escolástica, sino en el sentido común, como estenosis) bueniano, en la cita que nos ha reproducido Josep Maria Cuenca para aquilatar las razones de su hostilidad a Bueno. Yo no estoy nada persuadido de que el lenguaje (eso sí, tremendamente riguroso, claro y exhaustivo) que forjó Bueno para categorizar lo más escolásticamente posible el razonamiento filosófico, sea en realidad ni muy necesario ni muy eficaz. No lo deploro, porque reconozco que a sus adeptos les hace un buen servicio, y en definitiva es, como ha dicho Josep Maria Viola, tan propio de cualquier filósofo forjar un lenguaje especial, cuando considera que debe recortar los conceptos con un utillaje semántico que no se preste a equívocos o confusiones que él considera muy relevantes. Otros, en cambio, confían mucho más en la versatilidad de un lenguaje común, realizando recortes semánticos menos exhaustivos, y sólo se ponen quisquillosos en casos muy especiales. Pero si también se hace, como creo que verdaderamente se hace, un uso fascinador (autofascinador) de ese vocabulario bueniano para creer, a veces, que se ha descubierto el Mediterráneo, sólo porque se le ha rebautizado, entonces el peligro de la esclerosis intelectual y del dogmatismo se introduce fácilmente en la filosofía de Bueno, y no por su culpa, sino a pesar de su esfuerzo. El propio Bueno demuestra siempre, con su titánica erudición, de dónde procede el núcleo de sus ideas, desde Platón en adelante; es decir que no se trata, en la mayoría de los casos, de ningún descubrimiento filosófico, sino de una forma más precisa, más clara y —para su conveniencia— mejor categorizada, de ideas que han sido meditadas antes en otros lenguajes, incluso los del idealismo.

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    4. El 'Estado de bienestar' no implica el principio del comunismo, pues este es formalmente vacío. La prueba es que ya se presupone saber lo que cada cual necesita. A cada cual su necesidad, vale, pero ¿quién determina cual es mi necesidad? La pluralidad de necesidades irreductibles entre sí implica la imposilidad de agruparlas bajo un único principio. Lo que el 'Estado de bienestar' hace es distribuir los bienes y servicios producidos en un Estado mediante su capacidad organizadora y distributiva. Es decir, mediante el ejercicio de la propiedad efectiva que tiene o que potencialmente puede tener, sobre todo lo que se produce y existe en el territorio que ha acotado.

      Esa distribución, por supuesto, no es fruto de una voluntad fantástica -ya sea de un gobierno o de una nación- sino la resultante de diversos vectores, es decir, de la resultante de los grupos y clases sociales que pugnan por llevarse parte del pastel. Es la lucha de clases clásica del marxismo. El 'Estado de bienestar' implica, por consiguiente, no el principio del comunismo sino el principio efectivo del socialismo: en tanto socialismo genérico, la crítica a la subjetividad, es decir a lo subjetivo como el reino superior ontológico de la realidad y en tanto socialismo específico, la crítica a la propiedad privada como algo inherente al individuo y desconectado con el Estado. Dada que la propiedad sólo es propiedad a través de la normatividad estatal, la redistribución que realiza el Estado del bienestar lo que hace no es otorgar a cada cual según su necesidad sino determinar él mismo las necesidades de los sujetos. Tengo necesidad de leer un libro porque el Estado ha universalizado la educación y con ello la capacidad de leer de sus ciudadanos. Si no, "a cada cual su necesidad" implicaría o bien el conservadurismo -dejar a cual con las necesidades que ya tengan- o el individualismo liberal, presuponiendo que las necesidades brotaran de la subjetividad sublime de cada cual.

      En cuanto al dogmatismo del marxismo remarco lo que quiero decir cuando hablo de dogmatismo: el control del propio marxismo sobre sus propias afirmaciones y la implicación de las ideas y nociones que está aplicando. El marxismo tiene una tendencia casi innata a usar metáforas sobre las que luego discutir eternamente precisamente porque al ser metáforas son en buena medida oscuras (Base y Superestructura, última instancia, alienación, etc). No digo que no signifiquen nada, digo que su oscuridad provoca precisamente la confusión constante de planos y de conceptualizaciones. Un ejemplo claro me lo acabas de poner. La definición del Derecho como "voluntad de la clase dominante convertida en ley" y decirme que es evidente "que así es". De evidente no tiene nada. De hecho, un materialista debe comenzar por negar que la voluntad sea un atributo que no se aplique a sujetos corpóreos. Y una clase dominante no es un cuerpo, sino un conjunto de cuerpos. Dicho en castizo: las clases, como los grupos sociales, no tienen voluntad ninguna. La tendran sus miembros, pero los grupos sociales carecen de voluntad. Lo que se llama "voluntad general" o voluntad de una clase es la resultante de las interacciones de los miembros de ese grupo que, actuando ciertamente de un modo social y no como mónadas, van conformando acciones que forman una resultante y esa resultante es a lo que se viene a llamar voluntad. Con un ejemplo práctico: la acción de la CEOE. Su acción sólo metafóricamente puede decirse que es la voluntad de la gran patronal. Las decisiones de la CEOE son el resultado de las propias luchas internas y resultantes producidas en un grupo donde ciertamente se comparten objetivos generales pero cuyo marco de acción debe determinarse en cada caso. Igual ocurre con las elecciones. Lo que se recoge no es "la voluntad del pueblo" sino, para decirlo con Gramsci, la capacidad de cada partido por ejercer la hegemonia sobre los ciudadanos electores.

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    5. Por lo demás, el libro de Timpamaro -poco leído me parece a mí- es fundamental e imprescindible, sin duda, para recuperar el 'lado pasivo' del materialismo. Timpamaro acertó de lleno en el diagnóstico de una filosofía marxista centrada en la praxis subjetiva que enmascara un espiritualismo más o menos manifiesto.

      A riesgo de pasar por pedante, recomiendo mi artículo en El Catoblepas sobre la base y superestructura en el materialismo dialéctico para que se vea que no tengo al marxismo por cosa insignificante y que reclamo el buen marxismo que es capaz de medir el alcance de lo que está diciendo frente a los que repiten mantras sin saber lo que dicen. De estos últimos también hay en el materialismo filosófico y creo, que en casi todo sistema más o menos popular. Lo gigantesco del marxismo sigue siendo, en mi humilde opinión, su Economía política. La Teoría del valor-trabajo es una enjundia que muy pocos alcanzan a ver.

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    6. Coincidimos, de modo inmediato, en el juicio sobre el libro de Timpanaro: en efecto, es uno de los más conspicuos ensayos para tratar de rescatar la base pasiva de las determinaciones naturales, el carácter pasivo y determinador de la naturaleza (principalmente biológica) en “el hombre”, tanto individualmente como colectivamente, tanto en el poco o mucho gobierno que adquiera sobre su fisiología como sobre el modo en que colectivamente construye unas estructuras terciarias, culturales. Y cuando uno lo medita bien, no se sorprende de lo que debió incluso la catástrofe nazi (en el terreno filosófico, por ejemplo, la filosofía de Heidegger, más incluso que el organicismo culturalista de Frobenius) al abandono de este determinismo naturalista por parte de los materialismos (y de los idealismos) más o menos “activistas” o “voluntaristas” (esto es tema digno de desarrollarse en otra ocasión). Y también coincidimos en el fondo de lo que significa el juicio social sobre la distribución de la riqueza, como facultad del Estado y como suma vectorial de los distintos impulsos o intereses (no coincido, en cambio, con la tesis de que carece de sentido la idea de un “interés de clase”, colectivo; lo explicaré más abajo). Pero déjame tomar este mismo ejemplo como prueba relativa de lo que decía antes sobre el error de confundir un instrumental semántico-formal (el del materialismo filosófico) con un medio infalible de garantizar que se ha comprendido todo, o peor aún, con una ilusión de haber descubierto el Mediterráneo, un poco como la impresión que le produce a muchos lectores la pedantería de Rico, en su magnífica edición del Quijote, como si hubiese pretendido ser el primero y el único en haber comprendido la obra cervantina. Y permíteme también justificar con este ejemplo mi inclinación a conceder gran parte de razón a lo que Fernández Liria decía del dogmatismo bueniano.

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    7. “El ‘Estado de bienestar’ no implica el principio del comunismo, pues éste es formalmente vacío.” La expresión “formalmente vacío” es una de esas figuras, en rigor una metáfora, brumosa y oscura, que cualquiera puede manejar como se le antoje, mucho peor que esas otras metáforas clásicas del marxismo a que te has referido (base y superestructura, última instancia, alienación, &c.). Porque estas metáforas del marxismo son sustantivas, y no “formales”, justamente; podría parecer que una categorización formal (o mejor, de “lo formal”, o mejor, basada en lo formal; en el materialismo filosófico domina la metáfora geométrica sobre la metáfora de inspiración botánica u orgánica, más común en otros vocabularios filosófico) es más útil, rigurosa, clara e inequívoca, aunque materialmente sea también metafórica, de lo que puedan ser lo que llamo metáforas sustantivas. Y es así muchas veces; el lenguaje de la lógica y el de las matemáticas, en efecto, es originariamente, inevitablemente metafórico, y sin embargo su rigor, el rigor de los mecanismos posibles, el modo en que no hay apenas lugar a equívoco entre la determinación de lo que es un procedimiento correcto y lo que es incorrecto, disipa enseguida toda posible servidumbre al capricho fantasioso que toda metáfora sustantiva tiende a crear en nuestras poéticas o irracionales cabezas. (El tema es muy interesante, porque si leemos un libro tan maravilloso como el de Lakatos, Pruebas y refutaciones, comprenderemos que no todo el camino recorrido por el pensamiento matemático puede describirse de ese modo tan inequívoco, tan apodíctico, como llega a ser una teoría matemática una vez construida y cerrada.) Y ¿qué ocurre entonces cuando, como creo que es el caso muchísimas veces —y en particular con el aparato semántico del materialismo filosófico—, qué ocurre, digo, cuando unas categorías metafóricas no sustantivas, sino formales, como esa de “vaciedad formal” [nada pinta aquí la casual redundancia], que se creen a salvo de la oscuridad a que conduce la fantasía —y se creen a salvo de esto sólo en virtud de su misma naturaleza formal—, qué ocurre, vuelvo a decir, cuando a pesar de todo esas expresiones fracasan en su eficacia semántica presuntamente garantizada por el rigor de un sistema clasificatorio inyectivo y exhaustivo? Y fracasar no quiere decir otra cosa sino resultar ambiguas al fin y al cabo, poder ser utilizadas también para decir lo contrario, o poder ser indistintamente cambiadas con otras expresiones semánticamente muy distintas e igualmente metafóricas. (Veo apuntarse una sonrisa irónica en tu rostro, al sentir que puedes recordarme que, al fin y al cabo, yo mismo reconozco que ese sistema semántico es aproximadamente inyectivo y exhaustivo respecto al conjunto de categorías que pretende sistematizar y que necesita, y que al estar sus términos bien definidos en su significado especial, no puede dar lugar a ninguna confusión, salvo que ilegítimamente uno tome un término de ese sistema y le aplique un significado que no tiene en ese sistema; pero la cuestión es otra, a saber: no que sea ilegítimo darles un significado distinto al declarado por quien construye ese sistema, sino que baste definir inequívocamente el significado de cada término para garantizar que su simple uso conduce a la comprensión, al juicio infalible; quedará esto para esclarecer más adelante.) Lo mostraré, aunque en cierto modo me disguste mucho —porque es, lo confieso, prolijo y necesariamente retórico, quiero decir una cuestión de retórica, no una ejercitación retórica—, lo mostraré con un ejemplo de reconstrucción semántica de la misma idea que defiendes y con la que no puedo discrepar.

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    8. Volvamos para ello al principio: “El ‘Estado de bienestar’ no implica el principio del comunismo, pues éste es formalmente vacío.” Un individuo común, ante esta proposición, puede —debe— preguntar primero: ¿Qué es eso de que el comunismo es “formalmente vacío”? ¿Acaso que carece de significado (o sea que es, no formalmente, sino sustantivamente vacío)? ¿Acaso que la idea o pseudo-idea que parece encerrar tiene relación con una “forma” (de organización, de distribución, de ordenación…) y que esa relación sólo es aparente e ilusoria?… Luego podría —debería— objetar eso de que la “prueba” de su “vaciedad formal” (suponiendo disuelta la ambigüedad u oscuridad de esta fórmula, que a lo mejor venía a ser una “vaciedad semántica”), que la prueba de esto es que el comunismo “presupone saber lo que cada cual necesita.” La “propiedad efectiva”, la facultad del Estado para distribuir, es en verdad lo que llamamos necesidad (socialmente, históricamente determinada) de cada cual. A nadie se le debe ocurrir que tratamos de caprichos, deseos o fantasías individuales. Cuando el Estado determina que debe haber subsidios de desempleo, está ejercitando esa facultad de distribución (de la riqueza), que no puede ser entendida sino como consenso social (o como imposición de un criterio-interés hegemónico por cualquier motivo). Lo mismo si se llega a la conclusión, hegemónicamente defendida, de que no debe proporcionar tales subsidios. Tanto para lo uno como para lo otro habrá razones, no importa ahora categorizarlas como objetivas o subjetivas, y generalmente habrá razones encontradas. Cada una de tales decisiones corresponde en efecto a un punto de vista o a un interés [después volveré al carácter colectivo de este interés], y aquí entra en juego la lucha de clases. Ni más ni menos que en el tema de los salarios. La plusvalía del capitalista no es justa ni injusta, no se dirime moralmente, sino en virtud de la correlación de fuerzas entre trabajadores (sindicatos) y empresarios (patronal), con o sin la intervención del Estado, según el caso. Es el resultado material, real, efectivo, de esa correlación de fuerzas. Pero esto no significa que sea absurdo, que carezca de sentido juzgar el tema de la distribución en términos morales: la manera en que cada uno piensa que es “justo” o “injusto” un determinado reparto de la riqueza es ya, de suyo, una moral, lo que no desmiente que la moral misma sea la expresión subjetiva, formal, de un interés material. Decirle a un capitalista, o a un obrero, que carece de sentido decir que es justa su pretensión sobre la parte de la producción que quiere apropiarse, no le va a conmover en absoluto: él (ellos, uno y otro) usará la palabra “justicia” como sinónimo etic de eso que tú le explicas, que se reduce a su interés y su fuerza, y es aquí irrelevante que también esté usando la palabra “justicia” como sinónimo emic de cierto ilusorio, ideal sentimiento o concepto del “mérito”. El modo en que cada grupo social, y cada individuo, usa las palabras da sentido real a esas palabras, por más que el filósofo pueda, en rigor, distinguir en ese uso unos rasgos racionales e irracionales, objetivos y subjetivos, &c.

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    9. Esto responde parcialmente a la provocadora (= interesante) pregunta: “¿Quién determina cuál es mi necesidad [o incluso tu necesidad…]? Es el resultado, en efecto, la suma vectorial de esa “pluralidad de necesidades” [te hago notar lo incoherente —para un rigorista, no para mí— que resulta basarse en una “pluralidad de necesidades” justo después de impugnar la misma razón de ser de una necesidad cualquiera, individual]. Pero es erróneo lo que añades: “irreducibles entre sí”; todo lo contrario, la suma vectorial es, formalmente, la reducción entre sí de todos sus componentes; y esto no implica, pues, “la imposibilidad de agruparlas bajo un único principio”; el único principio es de facto esa suma vectorial a que en efecto se reducen; si quieres, esto es ya (parte de) la “razón de Estado” —cuyos criterios dominantes pueden ser democráticos o aristocráticos, &c.

      Y finalmente: la idea de un “interés de clase” es una abstracción, desde luego, pero ni más ni menos que la idea de “rico”, la de “pobre” y la de “clase”. No carece de sentido, como afirmas. Porque lo que le da sentido, y del real-material, no del meramente conceptual, es ese mismo mecanismo que hemos señalado para dar sentido a la idea de necesidades determinadas por el Estado, como “suma vectorial” de todos los intereses encontrados con sus distintas direcciones y módulos. Los “intereses de clase” son suma vectorial de un mejor o peor definido conjunto de intereses individuales, de individuos coaligados, orgánicamente vinculados contra los intereses de otros conjuntos (= clases). (Con todo, hay también mucho que discutir sobre esta metáfora, cara a Engels —y también a mí— de la “suma vectorial”, como sobre la, también para mí muy importante, idea del “hombre medio” de Halbwachs…)

      Ese individuo hipotético que podría —debería— responder poco más o menos lo que he dicho a tu primera proposición, habría realizado, quién puede negarlo, un ejercicio muy retórico, incluso sofístico, si me apuras. Pero creo que todas sus proposiciones tendrían sentido, todas estarían lógicamente encadenadas, y lo que es peor, habría afirmado lo mismo que afirmas tú, aun contradiciéndote en algunos términos. Lo que he hecho parecerá un ejercicio ingenioso, o incluso cómico-grotesco, de retórica, porque lo es, y sin embargo tiene sentido, y muestra un poco que las categorías —no todas, por supuesto, ni siquiera la mayoría— del materialismo filosófico pueden ser prescindibles, y hasta confusas en la práctica. ¿Qué he querido demostrar con este pobre ejercicio socrático? Pues esa relativa debilidad o inocuidad de un determinado estilo semántico, de una determinada forma de describir y recortar conceptualmente, que es propia del materialismo filosófico. Y sin embargo son los análisis, las fecundas y precisas ideas pacientemente construidas por Bueno las que (me) interesan y las que considero, en lo fundamental, acertadas, aun si pueden ser expuestas en lenguajes más eficaces.

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    10. Así que, y ahora sí voy a una conclusión seria, no retórica, no socrático-sofística, yo afirmo todo lo contrario que tú respecto a la idea de comunismo: es la idea del comunismo lo único que tiene sentido aquí, sentido material, práctico, enjuiciador, comparativo, extensivo e intensivo, &c., por más que se refiera a un estadio ideal e inexistente —ni más ni menos que tiene sentido la idea vacía, absoluta e indeterminada de “conjunto vacío” [el hecho, instintivamente chocante, de que sólo exista, en rigor, un único conjunto vacío; de manera que es lo mismo formalmente carecer de trabajo siendo médico que carecer de trabajo siendo ingeniero, pero no como si fuese lo mismo realmente que un ingeniero no obtenga trabajo de ingeniero y que un médico tampoco obtenga trabajo de ingeniero]. Y ¿qué importancia tiene esto, si en realidad lo que tanto Saúl como yo llamamos “comunismo” posee esas propiedades que tú exiges para la categoría de “socialismo”: crítica de la subjetividad, del individualismo (apropiación individual, supeditación al interés o deseo individual, &c.) y facultad exclusiva del Estado de determinar las “necesidades”, &c. La descripción que ha hecho Saúl del Estado de bienestar como fundado en un principio comunista significa, repitámoslo, el principio de la redistribución de la riqueza, del impuesto progresivo y del socorro a los más “necesitados”; replicar que hay que definir lo que significa “necesitados” y “necesidad”, y concluir que esto lo determina el Estado mismo, ya estaba implícito: el comunismo no es el principio de lo subjetivo y lo individual, mal que te empeñes en definirlo de ese modo [aquí hay como una rebelión del lenguaje mismo contra el principio de arbitrariedad semántica que en parte también le define], sino todo lo contrario. Insisto, comunismo es (en esta tercera acepción que Saúl introdujo ayer), lo opuesto a individualismo; por tanto, en esta tercera acepción es un perfecto sinónimo de socialismo; por tanto, para este viaje no necesitábamos alforjas. ¿Cómo hay que enjuiciar entonces la eficacia filosófica de una doctrina que nos pone en riesgo constante de presentar como objeciones lo que sólo son pseudoproblemas semánticos? Es a esto, me parece, a lo que se refería también Fernández Liria.

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    11. [Es la primera vez que la feracidad de un debate en Constelación nos hace sobrepasar las 50 páginas de comentarios, hasta el punto incluso de generar el desarrollo de una protuberancia o “hilo” incrustado. Me refiero a este debate parcial sobre la idea de comunismo entre Saúl Colombo, José Ramón Esquinas y yo mismo, que me parece que puede ser fácilmente desapercibido, por su incardinación material en un lugar central de esta larga columna de comentarios. Traigo esto a colación porque a mí me parece irritante que un el desarrollo de debate vaya transcribiéndose en una geometría arborífera, en lugar de una lineal, cumulativa, como un libro. Es esto a lo que nos conduce el “hipertexto”, pero aún sigo dudando de su eficacia. Más bien me parece un estorbo a la inteligencia. En primer lugar por lo que ya he mencionado: ese debate no es fácilmente percibido porque no se materializa visualmente en el extremo de la columna, sino en un punto ya alejado (es como si cada comentario que un reseñador tuviese que hacer a un libro se colocase en la página correspondiente al pasaje comentado, en lugar de escribirlo todo seguido, como un prólogo o un posfacio). Y en segundo lugar porque soy de la impresión de que el orden, la reorganización conceptual la debe hacer cada cual en su cabeza, sin pretender un morfismo (un isomorfismo) con su expresión material. Pero quizá me equivoque y todos los demás consideréis más cómodo y eficaz desarrollar esos hilos en lugar; yo mismo me estoy acostumbrando; pero si no es así, propondría la recomendación de seguir la tradicional acumulación lineal de comentarios, aunque los temas se diversifiquen.]

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    12. La contraargumentación de Alberto Luque me parece muy interesante y me gustaría responder con más calma, aunque coincido con él en que el formato de la discusión no es adecuado. Como ha señalado, la no linealidad, el límite de caracteres, etc. Uno de los problemas generales que tiene el comentario es que no permite realizar todas las matizaciones necesarias de cada término que utilizamos. No creo que las discusiones semánticas carezcan de importancia y de seguro, al modo socrático-platónico, conforme se va argumentando y contraargumentando se van precisando más las ideas y con ello la posibilidad de acuerdos o de aclarar con precisión dónde están los desacuerdos. Personalmente me parece muy interesante toda esta discusión y pienso que se debería buscar algún formato alternativo. Tal vez entradas al blog con unas normas básicas para que los temas no se vayan por la tangente pues otro de los problemas de estas discusiones es que se saben dónde empiezan pero no cómo acaban.

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    13. Coincidimos, como has dicho, con Timpanaro. Yo rescataría su reivindicación del lado pasivo del materialismo -la determinación biológica- también para lo social. Existe una tendencia a considerar lo social como 'reino de la libertad' y por ello fácilmente cambiable al gusto. Marx fue, según interpreto, un implacable crítico a esta idea de que lo social se puede cambiar a voluntad. Si tanto intelectual cree que por 'repensar' la familia, el Estado, o lo que le venga en gana, ya lo comienza a transformar es porque no entiende que tales cosas con instituciones reales efectivas con anclaje en el la producción y reproducción social y que no basta con repensarlas o ni siquiera querer cambiarlas para que de hecho puedan cambiar. El libro de Timpanaro es muy recomendable para discutir todos estos asuntos y nunca está de más reivindicarlo.

      También coincidimos en el tema de la distribución de la riqueza y me parece que también coincidimos, aunque a tí te parezca que no, en el asunto del 'interés de clase'. Yo no digo que no exista un 'interés de clase'. Afirmo que no existe la voluntad de clase si por ello se entiende que la clase sea algo que tenga una voluntad unitaria. Las clases económicas están definidas por determinadas relaciones en el sistema de producción. Los individuos insertos en estas relaciones de producción conforman totalidades ciertamente definidas que son las clases. Como tales tienen determinados intereses económicos de clase. Ahora bien, los individuos no sólo están inmersos en relaciones económicas sino que están en muchas instituciones sociales y traban entre sí múltiples relaciones sociales. Así, como asalariado puedo tener un interés, como miembro de un club de futbol tengo otro, como miembro de una iglesia tengo otro, etc. Estos intereses a veces se solapan y otras no. La institución que es capaz de fusionar tales intereses económicos es, en la tradición marxista, el sindicato. Pero como tales intereses suponen una toma de postura ante el Estado, su ordenamiento jurídico, sus fuerzas armadas, etc., el sindicato es incapaz de trascender, generalmente, la lucha económica y aquí entra el Partido como institución. Hasta aquí es todo marxismo clásico.

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    14. Lo que yo mantendría es que ese 'interés de clase' al estar definido como una relación objetiva al margen de la voluntad de los actores económicos ("clase en sí" en jerga hegeliana) carece de potencialidad efectiva para la transformación política si no es mediante instituciones que agrupen mediante un programa y una organización, a la pluralidad distributiva de individuos que componen la clase para formar una unidada atributiva. El resultado no es tanto la "voluntad de la clase" como una resultante de un partido al ejercer la hegemonía siendo capaz o no de aglutinar a un sector social bajo su programa político.

      Pero el asalariado no sólo tiene un interés como sujeto económico, tiene múltiples intereses. Si es católico querrá que se enseñe la doctrina católica en las escuelas ya que de ello depende la salvación de sus hijos. Si es nacionalista independentista querrá separarse en un Estado propio al margen de otros obreros del Estado al que pertenece y así en una múltiplicidad abundante de intereses contrapuestos.

      No creo que estemos en desacuerdo sobre mucho de lo que he dicho. Lo que quería llamar la atención, en este punto es sobre la tendencia -no digo que sea tu caso, pero es lo que me encuentro a mi alrededor- a hacer "psicoanálisis" del proletariado como si ya se supiera loq ue el obrero necesita o cuales son sus intereses. Sus intereses son muy plurales, lo que no quita que objetivamente alguno de ellos estén equivocados o sean censurables y combatibles. Si se habla desde las coordenadas de la Economía política marxista, entonces está meridianamente claro lo que significa ese interés de clase. Pero esto es sólo en ese nivel. Cuando nos salimos de este nivel, la pluralidad sociológica se multiplica. Es por lo que en las pasadas elecciones gallegas y antes en las generales tuve que soportar a muchos marxistas que no comprendían por qué la clase obrera votaba al PP. Mi tesis sobre esto es fuerte: si lo votan es porque, a cierto nivel, el PP satisfacía sus intereses o lo que ellos creían que eran sus intereses. Ya sean como católicos, como nacionalistas españoles, como anti-progres, como liberales... es decir, que tenían intereses objetivos para votarlos sin perjuicio de que eso por lo que lo votaran estuviera en contradicción con sus intereses económicos objetivos según su puesto en el sistema productivo. Si no se recae en una especie de "todos son totos" que se repite en la calle y en la red y se es incapaz de explicar nada. "Es por la propaganda", también se escucha. Claro, pero la propaganda no sólo influye "subjetivamente" sino que conforma a los individuos, los moldea y los dota de unos intereses particulares que por más que no nos gusten ahí están.

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    15. Continúo respondiendo a la objeción a mi fórmula "formalismo vacío". Entiendo que siendo materialista se niega la existencia de formas separadas y por tanto vacías. Pero entonces, la forma tiene que ver con las relaciones que se establecen entre las partes de determinadas materialidades. Si estas partes fueran finitas y clausuradas, la relación formal nos remitiría a los vínculos que todas y cada una de las partes mantienen entre sí. Pero si postulamos la inagotabilidad de la materia, es decir, que la materia no se resuelve en un número concreto de partes ni la forma en una única relación de esas partes entre sí. Entonces tenemos que la forma y la materia, aunque relacionadas dialécticamente, no son idénticas, y de hecho este es el fundamento para que se distinga. Dicho en términos del Diamat: la forma no siempre coincide con el contenido. Por eso, un principio como el comunista, en la medida en que pretende establecer determinados vínculos formales, puede carecer de significado aunque materialmente en su ejercicio sí lo tenga. Es decir, está 'formalmente vacío' pero mantiene algún fulcro con la realidad porque siendo materialista no podemos mantener la existencia de 'formas puras'. Es decir, que esté "formalmente vacío" ese principio no supone, al menos desde mis coordenadas, que esté "materialmente vacío". De hecho, es lo que yo reexponía al interpretarlo desde mis particulares posiciones socialistas: mostrar el componente material, el contenido real, de ese principio comunista. Ahora bien, la discusión no es gratuita porque los términos tienen su tradición semántica y su significado político. Por eso, a un nivel académico más 'técnico' o preciso, en IH nos negamos a definirnos como comunistas. El comunismo ha tenido, desde sus inicios anteriores a Marx, el fin del Estado como objetivo. Si se le quiere dar otro significado estaré encantado por ello, pero a mi modo de ver genera confusión, aunque esto reconozco que pueda ser una apreciación subjetiva. El Estado vendría a ser como la rueda o el fuego: son históricos, no son eternos, pero una vez que los hombres lo incorporan a su cultura ya no pueden dejar de utilizarlos salvo, claro está, que el hombre desaparezca o se produzca algún tipo de regresión a la prehistoria. No tengo que esto tenga nada de reaccionario porque, por supuesto, las ruedas se pueden utilizar para aplastar a no sólo a obreros sino también a capitalistas y el fuego se puede dejar de utilizar para chamuscar a plebeyos y comenzar a chamuscar reyes.

      Y lo dejo aquí por ahora que ya son las tantas de la madrugada. Mañana continuaré mi respuesta. Salud y gracias a los que estáis aguantando semejantes ladrillos.

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  24. Me sorprende y me resulta tristemente irónico que se me atribuyan cosas que no he dicho o se me interprete de un modo erróneo. Tengo la impresión de que nunca antes había sucedido en “Constelación”. Ni conmigo ni con ningún otro colaborador.

    Yo no he sugerido a nadie que se muerda la lengua, sino tan sólo que se debería respetar a quien objetivamente lo merece. Por ejemplo, Tony Judt, a quien Luque ha retratado como si fuera Henry Kissinger. Judt simplemente no fue nunca comunista. Creo que habría que preguntarse en qué fundamenta Alberto su desprecio por el autor de “El refugio de la memoria”. ¿Tal vez en el hecho de que efectivamente nunca fue comunista? Su oposición al comunismo se dio únicamente en el terreno de las ideas y en términos muy “judtianos”, es decir, con los argumentos y la templanza de los que muchos otros, por desgracia, carecen.

    Puestos a soñar, Judt hubiese sido un dignísimo miembro de cualquier Frente Cívico, y hubiera merecido un inmaculado respeto no por ninguna razón táctica en aras del crecimiento orgánico, sino meramente por ser quien era. Y, en fin, tras quedar “clarísimo” que, de ser posible, Judt debería agradecer a Luque las descalificaciones de éste, me gustaría asimismo aclarar que en ningún momento he dicho que ningún dirigente verdaderamente socialdemócrata no quiera otra cosa que no sea que “la vida siga igual” (sugiero ser releído). Por tanto, difícilmente he recurrido a ninguna lógica contradictoria al respecto.

    Sobre mis 7 puntos acerca de Bueno (podrían haber sido 53), sabido es que Luque considera al padre del materialismo filosófico “imbatible” (por dejar de matizar de vez en cuando no pasa nada). En tales circunstancias, bien difícil puede resultar debatir con ambos. Sin embargo, a efectos informativos, debo añadir que he leído a Bueno cuando trata los 7 puntos en cuestión y que, con mi comentario, lo único que pretendía era manifestar mi discrepancia en términos “aforísticos”. Que es, por otra parte, lo que poco más o menos hemos venido haciendo hasta hoy todos los que hemos intervenido aquí. Espero que ahora no se me exijan tesis doctorales complementarias a mis observaciones. De manera que una vez más detecto un exceso de inflamación tonal en algunas de las palabras de Alberto. Confieso que no sé a cuento de qué me dice (a propósito de mi impugnación a algunas ideas de Bueno): “¿Qué debemos hacer? ¿Decir que no merecen ser discutidas, que son “derechistas”? Esto, y no lo de Bueno, es lo que a mí me parece intelectualmente intolerable”. La misma absurdidad podría yo oponerle a Luque con respecto a Judt, con la adición para mí favorable de que al menos yo enuncio la idea que impugno y explícita o implícitamente dejo clara mi posición, mientras que a Luque aún le queda por exponer (aunque sólo sea de un modo sucinto) algo concreto sobre el furibundo anticomunismo de Judt.

    (Continúa en el comentario siguiente.)

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  25. Dice Alberto: “Lo de rasgarse las vestiduras porque alguien “desprecia una lengua” es algo muy ofuscado”. Es posible. Pero si lo es, lo es bastante menos que la habitual actitud de Gustavo Bueno cuando alguien habla mal de España en su presencia: insultar. Actitud, por lo demás, de la que el filósofo se suele jactar (y preciso: para mí no es una cuestión de formas, sino de fondo). ¿También en esto le parece a Luque “imbatible” el profesor Bueno? Hasta cierto punto la pregunta es retórica (véase el debate que propició la entrada “Manifiesto federalista” del pasado 18 de octubre en este blog).

    Particularmente desinformada (y, por el tono, alucinante) me parece la exclamación de Luque: “¡Vamos, hombre, si algo hay de verdaderamente admirable en los defensores de la doctrina del materialismo filosófico es su permanente disposición a discutirlo todo, absolutamente todo!”. Muchas personas (seguramente los tontos que ve por doquier el maestro Bueno) que han intentado discutir con algunos de ellos por escrito o en coloquio presencial no dudarían en sustituir el verbo “discutir” por “descalificar”. Con veinte minutitos de navegación internáutica puede bastar para saber a qué me refiero. El propio Bueno lo ha dicho en alguna entrevista: que, a partir de cierto momento, los argumentos deben dar paso a los insultos.

    Nada más lejos de mi intención pretender impresionarte, Alberto, con eso que denominas “táctica (...) ad hominem”. (Más bien el impresionado soy yo ante el desprecio con que te diriges a mí, después de treinta años de amistad. Qué triste). Y una vez más compruebo que me has leído con el culo, quizá cegado por ese desprecio tuyo al que aludo, por ese profundo desdén que destilan desde hace mucho tiempo algunas de tus opiniones. Por decirlo de modo breve y simple: Sánchez Dragó y Pío Moa no son elogiados por la FAES, etcétera: son la FAES, etcétera. ¿Puedes advertir la diferencia y, en tal caso (si no es mucho pedir), ahorrarte el desprecio expresivo y la referencia a táctica alguna que yo traduzco por una penosa atribución de mala fe? Mi juicio, que reafirmo, respecto a Sánchez Dragó y Pío Moa es ideológico, puesto que no tengo el gusto de conocerles personalmente y, por tanto, nada descarto acerca de su simpatía o su inteligencia a tiempo parcial. Tú sabrás qué te parecen (y en qué plano), y si los has leído o no. En caso de que sea que sí me sorprendería mucho lo que dices. Así como me sorprende que puedas esperar que quienes razonen como Moa puedan acabar en un movimiento emancipatorio. Para moderar mi asombro, prefiero pensar que no los has leído.

    (Continúa en el siguiente comentario.)

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  26. No quiero cerrar el asunto Bueno sin antes ofrecer una pequeña antología de perlas “buenísimas” que, por supuesto, me resultan antipáticas pero que al mismo tiempo me parecen un buen complemento al debate y que, en mi opinión, deberían funcionar para algunos a modo de ansiolítico (si bien tengo escasa esperanza de que así vaya a ser). En fin, ahí va, Gustavo Bueno en estado puro:

    - “La República fue algo que no llegó a cuajar, no una cosa idílica. Franco frenó la tendencia hacia la instauración de un estado libertario mediante una guerra donde le correspondió el trabajo sucio de acumulación capitalista. Puso a España en el décimo puesto del mundo y el mismo Churchill reconoció que con Franco se vivía mejor y con muchas más libertades que en Polonia”. (Club de Prensa Asturiana, 2006).

    - ¿Tiene usted pistola?
    - Tuve una pistola del 9 largo al terminar la guerra, a los 23 años. La vendí enseguida por veinte pesetas, porque sabía que, si me la quedaba, acabaría usándola.
    - Aplaudo su prudencia. Hizo bien.
    - La verdad es que durante estos años la hubiese usado en tres o cuatro ocasiones. (Entrevista en “La Vanguardia”, 16 de julio de 1999).
    - “Hay que decir que, tratándose de Gustavo Bueno, su crítica es casi un elogio. Me he tronchado de risa leyendo las críticas demoledoras que hace a los otros tres libros, el de la editorial Edebé, el de Santillana y, sobre todo, el de Jose Antonio Marina. De este último viene a decir que si es más tonto no nace. Del de Santillana dice que más vale ni hablar. Cuando le toca el turno a nuestro libro dice que “es enteramente otra cosa”, que con nosotros sí que merece la pena discutir y que, de hecho, para criticarnos con seriedad haría falta mucho más espacio del que tiene en su artículo. Luego pasa a llamarnos idealistas y metafísicos, como era de esperar. Esto no tiene nada de sorprendente. Bueno piensa que el materialismo es algo de lo que él compró el copyright hace mucho tiempo y que, sin su autorización, nadie tiene derecho a ser materialista. Considera que es idealista hacer cualquier distinción que a él no le convenga hacer. Si defines un concepto que a él no le venga bien, eres un idealista. Si intentas aislar una determinación para distinguirla de las demás es que estás “abstrayendo”, “idealizando”, sustituyendo la realidad por una “silueta formal”. Eso, naturalmente, cada vez que a Bueno no le interesa o no le conviene que se haga esa distinción. Así pues, el materialismo consiste todo el tiempo en remitir a lo concreto de una sopa originaria, de un fondo real y material en el que todos los gatos son pardos, todos, por supuesto, excepto los que a Bueno le interesa en cada momento resaltar. Mediante este tipo de increíble dogmatismo prepotente ha ido arrinconándose en un discurso político de extrema derecha que resulta sobrecogedor. (Palabras de Carlos Fernández Liria acerca de las palabras de Gustavo Bueno sobre el libro de aquél (y otros) “Educación para la ciudadanía”, 2007)”.
    - “Una Constitución que ha abolido la pena de muerte y que no tiene posibilidad de fusilar a Ibarretxe es muy difícil que se mantenga.” (Declaraciones al diario “La Nueva España”, 2005).
    Con este extenso comentario concluyo mi colaboración en este debate y en “Constelación”. No porque me niegue a discutir (sostener semejante afirmación significaría ignorar de un modo indisculpable cuál ha sido mi implicación y mi participación aquí), sino porque considero que es lo más conveniente. Dicho de otro modo: no me siento lo suficientemente cómodo. Adiós y suerte a todos.

    PS: Nada puedo decir sobre el comentario de Esquinas, pero sí algo sobre el de Saúl. La alusión mía a que se refiere quizá sea superficial y todo lo que a él buenamente le parezca, por supuesto, pero carecía por completo de intención irónica.

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  27. [Acababa de escribir lo que sigue cuando me he encontrado los últimos comentarios de Josep Maria Cuenca. Le pido disculpas, pues, por si hay en mi texto alguna cosa que ya ha sido aclarada por él en sus, al parecer, definitivas contribuciones en este blog. Me embarga (de nuevo) un sentimiento desagradable y, aunque me temo no va a servir de nada, quería pedirle que lo reconsidere. A mí, particularmente, me ha sorprendido este arrebato “antibuenista” de hoy; de todos modos, no creo que le sea tan insoportable, irritante y horroroso (no debería, pienso yo) como para sentirse incómodo hasta llegar a tal punto de abandonar este espacio].

    El debate que aquí se ha abierto, y en especial las intervenciones de Josep Maria Cuenca, me incitan a exponer sucintamente (como siempre la dichosa falta de tiempo) mi postura sobre el asunto. De algún modo, indirectamente, me he dado por aludido, pues debo confesar públicamente que recae sobre mí no sólo el pecado que constituye la adhesión al materialismo filosófico de Gustavo Bueno, sino también el pecado de formar parte en breve de esa misma “izquierda adjetivada nacionalmente” a la que pertenece, entre otros, José Ramón Esquinas. Antes de nada, quiero dejar claro (aunque creo que no haría falta) que mi oposición a Josep Maria en estas cuestiones no quebranta en absoluto la admiración y el respeto que le profeso; para mí, no compartir algunos de sus puntos de vista (sus ideas) no implica en ningún caso un perjuicio en la relación que yo pueda mantener con él (la persona); por lo menos así lo entiendo yo y desearía que así lo entendiera él.

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  28. Teníamos pendiente una discusión similar sobre Bueno para más adelante, pero parece que hemos roto aguas y ha nacido “el niño”, quizá prematuramente. Calificar a Bueno de “derechista” es un ‘lugar común’ entre muchas personas poco formadas en asuntos filosóficos o políticos, pero también entre intelectuales “de talla” (¡Cuántos libros y, sobre todo, artículos le han dedicado al filósofo únicamente para criticar sus tesis, cuando no a él mismo!). Los primeros tienen un pase, pues es algo incluso normal que un ciudadano “de a pie” (uso esta expresión sin mala fe; no es que los demás volemos) al escuchar palabras como las de “Imperio”, “Hispanidad” o “Catolicismo” tengan a bien llamarle “fascista”. Los segundos, en muchas ocasiones, o lo desacreditan también por pura ignorancia o por mala fe (aunque yo en esto soy platónico: “la malicia es la ignorancia…”). En ambos casos creo que el problema lo tienen los receptores del mensaje y no el propio Bueno. Desde una visión superficial (desde la mera “apariencia”) uno puede apreciarle como derechista, pero personalmente tengo serias dudas de que esta apreciación sea correcta: no creo que sea derechista (ni desde el plano ‘emic’ ni desde el plano ‘etic’, por usar la famosa distinción de Pike), como tampoco creo que sea izquierdista. Resulta que ahora, para la “izquierda oficial” (y gran parte de la “no oficial”) si una persona defiende la Nación española es un fascista de mucho cuidado. En este sentido, a mí —que puedo asegurar que no soy de derechas (y menos aún del PP)— nada me impide disfrutar de algunos debates televisados en ese abominable canal del infierno más infernal llamado ‘Intereconomía’ (a mí y a otros nos gusta llamarlo ‘Interlobotomía’; pero algo se podrá salvar, ¡hombres de poca fe!, aunque sea lo mismo que se puede salvar en TV3; es decir, muy poca cosa); disfrutar de los espléndidos programas que presentaba Sánchez Dragó (sobre todo por los invitados que traía a plató, ya que no tengo prácticamente nada en común con ese señor que siempre intenta hablar tan bien, tan poético…) o saber apreciar lo inteligente de muchos comentarios de Vidal Quadras, que ahora le hace la competencia (o mejor, el relieve) a Esperanza Aguirre, y contra el cual todos los nacionalistas catalanes pueden dirigir sus habituales calambres, sus frustraciones colectivas y sus complejos de catetos. Asimismo no me disgustan tanto como a Josep Maria los objetivos de DENAES (¡Será porque no hay izquierda alguna —más que la “adjetivada”— que defienda la unidad de España sin ambages ni cortapisas!). Ya se ha comentado en este blog en más de una ocasión: es lamentable que algunos de nosotros tengamos que suscribir íntegramente el discurso del PP en lo que respecta a la cuestión nacional (española) porque no hay nada mejor (bueno, sí, Ciutadans y UPyD, pero al margen de la cuestión nacionalista… ¿qué tendrán que ver estos partidos europeístas y “progres” con la izquierda…?).

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  29. Ahora escuchaba a Pere Navarro, con ese tono de cura conciliador (de “cumbayá”) criticando al Partido Popular haberse erigido como “una factoría de independentistas” por su discurso intransigente. No lo comparto en absoluto: ¿Qué debe hacer el PP? ¿Medir sus palabras para tener contentos a los separatistas? No. El PP, sobre esta cuestión, dice y hace lo que tiene que decir y hacer de un modo responsable y contundente. Es como si a un matemático que expone una defensa del pensamiento lógico le criticásemos porque con este comportamiento suyo está creando una “fábrica de irracionalistas creyentes en la numerología y la astrología…”; y sé bien que una postura política no es una verdad matemática, lógica, “cerrada”, apodíctica… pero dentro de todos los discursos “geopolíticos”, la de partidos como el PP —y algunos otros— me parece la postura que más se acerca a la ‘Realpolitk’, al racionalismo político o, simplemente, al sentido común…. En este asunto, y desde mi punto de vista, no hay nada que criticar al PP, los únicos fanáticos y culpables de fomentar el odio y el egoísmo son los nacionalistas; lo demás son subterfugios y excusas baratas de federalistas en una deriva sin rumbo.

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  30. Sobre los siete asuntos enumerados por Josep Maria Cuenca (¡Cómo los siete pecados capitales! Menos mal que no creo en cábalas) suscribo lo dicho por Alberto Luque: “son perfectamente discutibles, amén de filosóficamente defendibles.” Pero además, si no conociese un poco la gran inteligencia que posee Cuenca, me daría la impresión de que esta “escandalosa lista” de “intolerancias” y “desbarres” del anciano filósofo de Oviedo las ha redactado alguien basándose únicamente en unos cuantos vídeos “salseros” en que participó Bueno, así como cuatro titulares de alguna entrevista realizada al mismo. Yo creo que incluso cuando salta a la “arena política” sus juicios y sus textos tienen mucha más profundidad de lo que puede dar a entender la sintética enumeración de Cuenca. El tema del aborto resulta algo sumamente complejo y la Fundación Gustavo Bueno ha dedicado días y días, horas y horas, libros y libros, artículos y artículos, &c., a tratar este tema con precisión quirúrgica; con una profundidad filosófica, e incluso científica, que aun estando en contra de tales tesis no habría que despacharlas a la ligera como un asunto de “derechistas” o “de curas”… También el tema de la pena de muerte (o lo que él llama “eutanasia procesal”) resulta ser un tema filosófico, político y social de primer orden. Nadie debiera horrorizarse ante este asunto. Muchos personajes —y algunos muy cercanos en el tiempo histórico— han defendido la pena de muerte: grandes filósofos de la Antigüedad, Kant, Marx o el propio Lenin, tan apreciado por Cuenca y Luque (y, desde luego, también por mí); ¿los desacreditamos sin más como a Gustavo Bueno? Al tema de la enseñanza del catolicismo (artículo el mío sobre dicha Institución que parece no haberle gustado demasiado a Josep Maria) en las escuelas tampoco tendríamos que darle la espalda sin entablar una larga y tendida discusión intelectual (sobre el carácter público o privado de la religión… o de qué modo se enseñaría el catolicismo —en el hipotético caso—; ¿como un dogma de fe o como una disciplina más sobre algo que pertenece a nuestra cultura, tal y como se puede enseñar la cultura y el arte del Siglo de Oro español? &c.). En fin, sigo pensando que todos estos temas —también el del nacionalismo esencialista que se le atribuye a Bueno— habrán de hablarse, si Josep Maria y los demás lo desean, más tranquilamente en otra ocasión, como teníamos acordado.

    Quería reflexionar sobre otro asunto: Josep Maria Cuenca ha hecho referencia a la “implacable crítica” que el filósofo dedica a ese simpático y entrañable personaje —que, como Bambi, parece sacado de los dibujos animados de Disney— llamado Zapatero. En primer lugar, habría que decir que la crítica no se dirige tanto al expresidente del Gobierno sino a la filosofía/ideología que va implícita en su doctrina y en sus actuaciones públicas (lo que no quita, y desde luego nunca lo ha disimulado, que Zapatero le merezca el mismo respeto que una mierda clavada en un palo; en eso tiene toda la razón Cuenca). Se me ocurre que quizá Gustavo Bueno frecuenta (o es elogiado) con más asiduidad ambientes “derechistas” porque desde “la izquierda” siempre le han censurado —personas e instituciones—, empezando por periódicos nacionales como ‘El País’. Si yo me encontrara en esta tesitura y medios o instituciones derechistas como Intereconomía o DENAES me ofreciesen absoluta libertad (por el interés que les trae a ellos también, bien que lo sé… todo tiene sus contrapartidas en esta vida) para pronunciarme, que nadie dude de que allí estaría sin ningún tipo de pudor; más que nada porque como ya he dicho en más de una ocasión, no tengo pajolera idea de quiénes son de derechas y quiénes son de izquierdas, porque la derecha, actualmente, en muchos asuntos, hace políticas de izquierdas y las izquierdas de derechas (es para volverse “izquierdofrénico”); incluso parece (y digo “parece”) que hoy en día existe más “libertad de expresión” y menos mojigatería en medios de comunicación de derechas que de izquierdas.

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  31. Josep Maria dice: “Muy lejos de las fascinantes y vertiginosas arquitecturas hegelianas buenistas está Žižek, y alguno más (no muchos, por desgracia) que con reflexiones parciales pero inteligibles, amenas y operativas a efectos de hacer entender y descodificar las perversidades del presente ha sido capaz de represtigiar modestamente la idea del comunismo en términos universalistas y ha logrado ser leído y escuchado en casi todos los continentes.” Con el paso del tiempo observo en Cuenca la misma admiración hacia Žižek que yo —o Saúl Colombo o Alberto Luque— puedo sentir hacia Bueno. Por cierto, en muchas ocasiones resulta igual de provocador e impertinente que Bueno, pero como es un hombre “simpático” y “payasete” que se va sacando chistes de chistera, no resulta tan repulsivo como Gustavo Bueno, un “rígido estalinista escolático” que, como buen seguidor de Platón, jamás se ríe en exceso. ¿O no es este señor [Žižek] el que duerme con una foto del mismísimo “hombre de acero” —no de hierro— en la cabecera de su cama? ¿Y no es el mismo que predica para la izquierda incorporar elementos del fascismo o del estalinismo como la férrea disciplina militar? ¿No es además el mismo que crítica con la misma voracidad que Bueno la democracia realmente existente, el multiculturalismo o el panfilismo? Y me gustaría saber qué opina sobre la pena de muerte. En definitiva, para mí Slavoj Žižek es un autor de referencia; tiene análisis realmente admirables y, además, comparto gran parte de sus opiniones sobre diversos temas. Ahora bien, no comparto tu opinión de que sus reflexiones son “inteligibles, amenas y operativas a efectos de hacer entender y descodificar las perversidades del presente”; por lo menos no lo son más que las de Bueno. Y si a Bueno hay que achacarle cierta dificultad para comprender su sistema y el vocabulario que ha forjado [nada complicado si uno le pone un mínimo de interés y se familiariza con él], también hay que hacer lo propio con Žižek. Quizá sea por mi ignorancia, pero he leído cosas del autor esloveno que me han parecido infumables, incomprensibles para mí y supongo que también para la gran masa social. Es cierto que es encomiable su tarea de recuperar lo mejor de Lacan —lo más “racional”, según dice— y hacerlo más accesible; sin embargo, no está del todo libre de caer en un cierto “cripticismo”, “asistematismo” y hasta posmodernismo.

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  32. Acabo ya por hoy (es muy tarde). Sé que después de leer lo antedicho muchos verán plasmadas y corroboradas sus sospechas creyendo que me he afanado a defender a Gustavo Bueno, poniendo así de manifiesto el dogmatismo que caracteriza a sus seguidores. No es eso: como decía José Ramón Esquinas, para mí el materialismo filosófico tampoco es un dogma de fe; ni un credo al que adscribirse. Tampoco se piense que los seguidores de dicho sistema constituyen una clase homogénea y armónica; hay diversos grupos con interpretaciones y posiciones encontradas; y, efectivamente, los hay exageradamente dogmáticos y despóticos, incluso netamente fascistas, diría yo. No es mi caso. Tampoco creo que nadie pretenda convertir esto en una “franquicia de entusiastas seguidores del filósofo”; sino un lugar en el que cada cual exponga sus puntos de vista y sus argumentos para ser discutidos. Como a Alberto, me encantaría que este blog se saturara de materialistas filosóficos, pero también de antimaterialistas filosóficos, de idealistas, de burgueses, de psicoanalistas, de artistas, de nacionalistas, de chiflados supersticiosos, de ecologistas, de jugadores de ajedrez, de músicos, de panaderos… Que mis entradas en particular posean un aire “buenista” (en ocasiones —lo reconozco— más que un aire es un huracán) no debería incomodar ni resultarle ingrato a Josep Maria en absoluto. Yo no soy ‘Constelación’, luego ‘Constelación’ no será una franquicia mía, ni de los que piensan como yo. Particularmente, jamás me ofendería por el hecho de que casual y temporalmente participase en el blog un grupo hegemónico de personas contrario a mis ideas (que por cierto, no es el caso, porque como ha señalado Alberto los que hemos defendido a Bueno no sumamos más de tres).

    Sigo manteniendo la necesidad de realizar un largo debate sobre Bueno y su obra; eso sí, con tiempo y con tranquilidad para poder desarrollar a fondo todos nuestros argumentos, a favor y en contra, porque está visto… ¡Cada vez y en cualquier lugar que se nombre al innombrable se monta un alboroto monumental!

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  33. Tengo la impresión, que me atrevo a conjeturar que será compartida por otros muchos seguidores de este precioso blog, de que los últimos y penúltimos comentarios de Josep Maria Cuenca son una absurda salida de tono, un incomprensible ataque de cólera. Quiero decir que es intelectualmente incomprensible, como lo son en rigor la mayoría de las conductas emocionales y vehementes. Y no sé si es un ataque descalificatorio —y, en verdad, sin verdaderos argumentos intelectualmente sólidos— contra Gustavo Bueno, o contra Alberto Luque, o contra ambos, pues incluso ha llegado a identificarlos de un modo muy personal, cuando dice que “bien difícil puede resultar debatir con ambos”; al parecer, porque, según dice, “es sabido” que Luque considera a Bueno “imbatible”. Pero ese juicio de Luque, si acaso, será conocido por quienes hayan tenido el placer de oírselo de su boca. Yo no le conozco personalmente, sino por lo que ha escrito aquí, algunos artículos y su libro sobre el esoterismo del arte moderno, amén de una no muy extensa comunicación epistolar por correo-e. Pero, claro, Josep Maria le conoce mejor, desde hace treinta años, según dice, y si el propio Luque no lo desmiente, hay que concederle que nos ha transmitido una verdad, a saber, que Luque considera a Bueno imbatible, pero amalgamada con una mentira, a saber, que eso es “sabido” (o sea públicamente manifiesto). Todo esto no tiene para mí ninguna importancia filosófica ni de ningún tipo. Bien se aprecia que se trata de una animadversión personal, que me es indiferente, pero que repudio justamente porque es indiferente a cualquiera que quiera debatir ideas, y no “tonos”. Otra cosa para mí sorprendente es que Cuenca impute a Luque “el desprecio con que [se] dirige a [él], después de treinta años de amistad”; es posible que también aquí esté proyectando Cuenca cosas privadas, algún desprecio que Luque le ha dirigido personalmente, pero desde luego ningún desprecio, sino todo lo contrario, es lo que se deduce del modo en que Luque se ha expresado públicamente en este blog. Hasta donde alcanza mi juicio, la única, inexplicable y sorprendente, intervención maliciosa, infundada, superficial y furibunda manifestación ha sido la de Cuenca. Y desearía que, del mismo modo en que he apreciado su inteligencia y cordura en otras ocasiones, tomase esta crítica mía como lo que es, la expresión sincera de mis desinteresados y personalmente neutrales juicios; si tengo razón, es un motivo para que reflexione y se corrija; y si no la tengo, es también motivo para que me replique, pero, ¡por Dios!, que sea impersonalmente (por cierto, también creo que tiene Luque razón cuando califica sus argumentos como falacias ad hominem, y siento que Cuenca no se dé cuenta de que así es). También me sorprende que reproche a Luque: “una vez más compruebo que me has leído con el culo, quizá cegado por ese desprecio tuyo al que aludo, por ese profundo desdén que destilan desde hace mucho tiempo algunas de tus opiniones”. ¡Que lo entienda quien sepa! Pero como esas efusiones de Cuenca van extrañamente acompañadas de breves y crípticas, pero suficientes, alusiones a ideas, voy a referirme a esta parte que, con una prudente cirugía filosófica, podemos extirpar del irracional amasijo de su comentarios.

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  34. En primer lugar, está esa pequeña colección de “perlas buenísimas” que retratan, según Cuenca, a Bueno “en estado puro”. En primer lugar, son una colecioncilla de recortes sin contexto, que me hacen pensar en que la sospecha que Josep Maria Viola ha descartado —por conocer “un poco la gran inteligencia que posee Cuenca”—, a saber, la de que aquella primera “escandalosa lista” de “intolerancias” y “desbarres” de Bueno «las ha redactado alguien basándose únicamente en unos cuantos vídeos “salseros” en que participó Bueno, así como cuatro titulares de alguna entrevista realizada al mismo», me hacen pensar, insisto, en que Cuenca no tiene de Bueno más que ese conocimiento superficial que Viola, cortésmente, ha descartado. Dice Cuenca: “Con veinte minutitos de navegación internáutica puede bastar para saber a qué me refiero”. Señor mío, esos veinte minutitos es lo que “bastan” a cualquiera para hacerse una idea falsa y superficial de sus argumentos. Quizá esto le parezca a Cuenca un insulto, pero no lo es; quiero decir lo siguiente: o realmente desconoce el materialismo filosófico, o bien no lo desconoce, pero todo cuanto ha dicho sobre él es superficial, lo mismo que habría dicho alguien que hubiese “navegado internáuticamente” durante el agotador lapso de 20 minutos.

    En segundo lugar, sólo un necio podría deducir algo “escandaloso” de esas “perlas” que Josep Maria nos ha orecido. (1) Su juicio sobre la II República y sobre el hecho, reconocido por Churchill, de que el franquismo logró la recuperación de la economía española, es innegable (ni más ni menos que si se tratase de reconocer los logros económicos de Alemania durante el III Reich); eso no lo convierte en un franquista, del mismo modo que quienes reconocen los logros sociales o militares o económicos o intelectuales de la URSS no se convierten automáticamente en comunistas. (2) La anécdota de la pistola… pues, ¿qué decir? Supongo que Josep Maria sugiere que Bueno es un homicida en potencia, pero de lo que se trata es de otra cosa; llevar pistola en tiempos revueltos, llenos de bandidos, es algo muy racional —como en los westerns; el gobierno español daba licencia de armas a los ciudadanos amenazados por ETA, además de ofrecerles guardaespaldas, y ¿qué hombre sensato podría discutir que, dada la ocasión, lo mejor habría sido usar esas armas? (3) La tercera “perla” es una crítica de Fernández Liria, por lo que no sirve como autorretrato o “Bueno en estado puro”; será, en todo caso, un punto de vista que a Cuenca le convence y que no considera necesario contrastar y discutir, pero no es eso lo que le ha de parecer a cualquiera. (4) Lo de la pena de muerte, la Constitución y fusilar a Ibarretxe quizá sea una boutade, reconozco que impolítica, pero no es inteligente tomarlo como excusa para negarse a discutir el problema (filosófico y social, como ha dicho Josep Maria Viola) de la pena de muerte.

    Sobre la posibilidad de que un individuo cambie de ideas, de ideología, que pase de la derecha a la izquierda o viceversa, opino lo mismo que Luque. Yo mismo conozco personalmente más de una docena de casos. Si Cuenca no cree que alguien que razona hoy como Moa pueda mañana militar en un frente comunista, e incluso deduce del hecho de que Luque sí lo crea que éste no ha leído a aquél, me parece que tiene un concepto muy pobre de lo que es la proteica experiencia humana.

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  35. Tampoco creo que Luque haya tratado a Judt como si fuese Kissinger. Es más, creo que aunque es juicio se hubiese referido a Kissinger, su sentido no tiene nada que ver con un desprecio, sino de un juicio teórico. Dice Cuenca que “a Luque aún le queda por exponer (aunque sólo sea de un modo sucinto) algo concreto sobre el furibundo anticomunismo de Judt”. Bueno, a mí me parece que ya expuso algo concreto sobre ese irracional anticomunismo: que Judt no concibe más comunista bueno que el comunista arrepentido, que despachó a Althusser abusando maliciosamente de su paranoia y su trágica experiencia, que opinaba falsamente que la conquista de derechos sociales no debe nada al comunismo, que es ese anticomunismo lo que le lleva a juzgar a Hobsbawm un mandarín y un provinciano, por no juntarse con los enemigos de la URSS… Por el modo en que reacciona Ud. ante las críticas de Luque, se diría que para Ud. Judt es un intocable. Luque, además, ha explicado que el anticomunismo de Judt constituye algo así como un prejuicio, una ofuscación ideológica que le impide ser realmente objetivo y crítico, pero que al mismo tiempo ese prejuicio no le desacredita como intelectual ni como historiador.

    Y por fin, está ese momento cumbre en el que Cuenca dice que la siguiente exclamación de Luque es, “por el tono, alucinante”: “¡Vamos, hombre, si algo hay de verdaderamente admirable en los defensores de la doctrina del materialismo filosófico es su permanente disposición a discutirlo todo, absolutamente todo!” Cuenca cree poder contradecir este juicio aludiendo a los “insultos” con que Bueno concluye muchas discusiones. Pero sobre esto yo estoy de acuerdo con el breve pero preciso análisis que hizo Luque a este propósito en la discusión de la entrada “Manifiesto federalista”: la descalificación no es, en Bueno, el juicio inicial, sino el juicio final. Cualquiera que frecuente algún clan de buenistas más de esos 20 minutos que Ud. recomienda dedicar a viejo filósofo, percibirá que lo que ha dicho Luque no es “alucinante” —ni por el tono, ni por el contenido—, sino simplemente cierto: esté o no de acuerdo uno con ellos, lo que no puede negar es que están siempre dispuestos a discutirlo todo.

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  36. Hay varias otras ideas dispersas en sus comentarios que podrían ser rescatadas para un debate racional, aunque sean tan aforísticas y superficiales y aunque se hayan presentado envueltas en ese discurso tan irracional, pero pecaría quizá de quisquilloso si yo les concediera más importancia que Ud. mismo (es decir, muy poca, a juzgar por la escasa argumentación lógica que las acompaña). Sólo una cosa tendría que añadir, en la línea de lo expresado ya por Josep Maria Viola: que sería una pena dejar de contar con sus colaboraciones. Ahora bien, no le concedo que sea falso que Ud. se niega a discutir. Dice Ud.: “sostener semejante afirmación significaría ignorar de un modo indisculpable cuál ha sido mi implicación y mi participación aquí”; pero no puede Ud. presumir tanto de haber contribuido mucho a este blog, que sigo desde hace meses con interés: llevo la cuenta, y ha publicado en Ud. en él tres artículos “quemados” de La Lamentable, un comentario sobre lo de la “eficacia comunicativa” —que, por lo que se ve aquí, es realmente un tremendo problema, no sólo para Ud.— y una nota sobre un grupo musical. Pero aunque hubiesen sido cientos las entradas con que Ud. hubiese colaborad, eso no serviría para justificar que aquí y ahora su abandono es, simplemente, una renuncia a discutir (al menos a discutir en términos racionales, y no en esos términos, ya le digo, llenos de animadversión personal e incomprensibles para los lectores). Si Ud. concluye de esta experiencia que su abandono es “lo más conveniente”, porque no se siente “lo suficientemente cómodo”, es algo que ni yo ni nadie puede discutir, porque es una decisión personal que a nadie más que a Ud. le interesa (y por tanto era sobrante en este foro). Si yo sigo interesado en este blog, será porque en él se debatan ideas, y se rechacen siempre los argumentos ad hominem. Recordará Ud. que hace unas semanas defendí, contra la postura de Cosma Bryson, que su manera de razonar en el asunto de las declaraciones de Wert no constituían un argumentum ad Hitlerium, sino más bien una forma razonable de contestar a la práctica de ese argumento por parte de los nacionalistas. Con la misma convicción le digo que ahora sí ha caído Ud. en la forma más irracional y personalista de conducirse en un debate.

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  37. Estoy de acuerdo con lo que tanto Viola como Saul han expresado aquí sobre la extemporánea respuesta de Cuenca al comentario de Alberto. Creo que los argumentos que muestra no están a la altura del caletre de quien ha mostrado en otras ocasiones ser capaz de diseccionar, con la habilidad de un cirujano de las ideas, juicios sobre asuntos de gran calado.

    Estoy aún sorprendido porque en un blog que pretende ser pista de aterrizaje para el pensamiento interesante y diverso, alguien cuestione que se puedan defender personas o ideas. Creía que precisamente se trataba de argumentar y contra argumentar anteponiendo el uso de la razón a esos calambres que aquejan a algunos.

    Quiero seguir disfrutando de los artículos y los comentarios que susciten.

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  38. Me da la impresión de que las intervenciones de Cuenca no deberían ser definidas como un “irracional amasijo” de “furibundos” ataques personales. Voy a poner algunos ejemplos de lecturas defectuosas de sus textos para darme a entender.
    Cuenca no pide una suerte de prudencia verbal, un morderse la lengua a la hora de “no ahuyentar a posibles compañeros de viaje”. Su frase está inserta en un contexto distinto: él pretende que no olvidemos que Tony Judt sería un buen compañero de viaje y que no es producente descalificarlo por lo que pensaba del comunismo ni de los comunistas; yo también lo pienso. Creo que es mejor dedicarnos a hablar de su idea de la Posguerra antes que sacarlo a la palestra por una razón menor. Sobre Judt ya he formulado mi opinión personal. Sólo creo que Luque fue algo reductivo al emitir el juicio sobre Judt refiriéndose al texto de Sobre el olvidado siglo XX en el que habla de Hobsbawn. En ese texto Judt (por cierto, después de alabar y reconocer la labor y la escritura de Hobsbawn) termina llamando “romántico” a Hobsbawn, por el hecho de que los crímenes estalinistas no oscurecieron su idea de la URSS. Bien, no veo nada malo en eso. Para mí el asunto Judt puede cerrarse muy fácilmente, dadas las proporciones que ha adquirido: reconociendo que es una figura que habría que respetar mucho intelectualmente y emplazándonos a crear un nuevo debate que no se base en si le gustaban los comunistas o no, o en el grado de dureza física y moral de los militantes comparado con el del historiador.

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  39. Hay otro detalle: Luque afirma que un comentario de Cuenca le parece “muy ofuscado”. Creo que la respuesta de Cuenca se ha interpretado mal y eso puede haber contaminado gran parte del discurso, dada la contigüidad semántica que se le atribuye al vocablo “ofuscado” con el de “poco claro, visceral”, y por tanto, “irracional”. En ningún momento Cuenca desecha la posibilidad de haberse “ofuscado”; es más, lo reconoce como una posibilidad (y no veo sombra de ironía en esa afirmación, todo lo cual convierte su respuesta inmediata en algo muy “racional”). Su argumento general va en otra dirección: el desdén que manifiesta Bueno en sus afirmaciones públicas, lo cual permitiría atribuirle también un buen grado de “ofuscación”. Es ese desdén el que puede hacerse evidente si se invierten esos veinte minutos de marras en leer entrevistas o ver tramos de conferencias (Cuenca no dice en ningún momento que con veinte minutos se pueda conocer a Bueno; de hecho me consta que ha dedicado el tiempo necesario para leer varias de sus obras y que conoce el materialismo filosófico; de hecho, habla de algo totalmente distinto; si uno lee atentamente nos ahorraremos malentendidos desagradables); creo que es innegable que Bueno es un hombre apasionado y vehemente en sus afirmaciones públicas, que habitualmente terminan en discusión. Cito a Cuenca, una frase que ninguno de vosotros ha destacado: “Mi admiración por el filósofo y profesor de filosofía es considerable y escucharle como tal es un placer para la inteligencia, pero su concurrencia a la arena política me parece nefasta en la forma y en el fondo, y no sólo nula sino incluso radicalmente contraproducente a efectos de aportar algo a la reconstrucción de una izquierda mínimamente presentable”. Los así llamados vídeos salseros son documentos de conferencias, entrevistas y comentarios (apologéticos y no) a su filosofía, documentos que forman parte, también, de la órbita pública del pensamiento de Bueno. En mi opinión Bueno es un sujeto notablemente ansioso e irascible. Y a lo que se refiere Cuenca es a la imposibilidad de que Bueno se convierta en referente público de una izquierda seria; a lo que añade que ciertas actitudes de Bueno encajan muy bien con las posiciones de la derecha actual. Y eso es algo que no deja de llamar la atención. O por lo menos muestra la dificultad de mantener un mismo nivel de “racionalidad” en los planos discursivo, ético, metodológico y estilístico. Al fin y al cabo los individuos, como átomos del magma social, son hijos y parte de la historia, y todas las ciencias sin excepción pasan por ellos, por lo que no es prudente olvidar la dimensión ética de un personaje público: la coherencia de sus argumentos y sus acciones (por muy profunda o superficial que sea la relación entre ambos). Por otro lado el mismo Bueno no puede escapar a esa determinación. El sólo hecho de que se haya visto en la tesitura de tener que definirse de forma algo heterodoxa (ateo católico, marxista heterodoxo, tomista no creyente) señala también la necesidad de afirmar una diferencia respecto de los demás. Y según creo yo, de forma algo contorsionada (pero esto no tiene por qué constituir una crítica).

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  40. Más allá de esto, considero que Cuenca establece otra línea de debate que sería estupendo desarrollar. Cuando Cuenca habla de taxonomía museística está utilizando una metáfora con el segundo término (cuyo grado de literalidad habría que discernir), pero quizás no con el primero. El mito de la izquierda (ruego de antemano que si alguno cree que lo que voy a decir no es aplicable a toda la obra de Bueno que me lo indique y me indique asimismo el porqué) responde a una metodología muy estricta en la que a veces da la impresión de que los conceptos han sido definidos a priori (en el sentido kantiano de los juicios analíticos a priori), para luego subornidar los datos de la realidad a esas ideas preconcebidas. Creo que esa forma de trabajar, amén de ser totalmente legítima, es profundamente idealista, o por lo menos deja ver muy oscuramente las supuestas raíces empíricas del texto. No hay momento en el libro en el que un acontecimiento histórico tenga sentido por sí mismo, si no se lo han dado previamente los conceptos ordenadores que Bueno establece como axiomáticos. Por decirlo de alguna manera, no hay respiración (y eso constituye un estilo). Mi impresión, totalmente subjetiva en este caso, y por ello mismo quizá sin interés, es que el método de Bueno, el conocido por mí, falla en su captación e interpretración de los datos reales por exceso de categorización (cuantitativa y cualitativamente hablando), por un obsesivo celo de clasificación: es eso a lo que creo que se refiere Cuenca cuando habla de taxonomía y de “grotesca pérdida de realidad”. Y no hablo sólo de la necesidad de la ciencia histórica de articular una “trama” para hacerse historia verdadera, como habría dicho Paul Ricoeur. El problema quizá sea filosófico o esté hundido bajo el tronco del saber de Gustavo Bueno, en su manera de hacer ciencia (no existiría la filosofía de la ciencia si no hubiera diversas formas de practicarla). Este sería también un buen tema de debate. Pero hay otro detalle. Me ha parecido que en ese discurso tan tendente a la categorización fría y analítica Bueno introduce ciertas salidas de tono sólo atribuibles a una necesidad personal de expresión no contenida, como cuando juzga “ridículos” los símbolos utilizados en el período revolucionario francés, como los gorros frigios, llamándoles, en mi opinión tautológicamente, “irracionales”, palabra que en boca de Bueno adquiere un resabio de desprecio. Y eso nos devuelve al problema de las formas. Seguramente no será tan poco importante si pueden señalarse algunos argumentos que lo corroboran como tal. Más allá de Bueno, no creáis que no sería interesante hablar de cómo la ciencia puede o debe integrar a la vida individual y social; y para imaginar algo más extenso: de cómo en todo momento (y eso lo hemos demostrado todos en este blog) es dificultoso contener la actitud fundamental que condiciona nuestra forma de ver las cosas, heredada o adquirida, lo cual se traduce muy a menudo en la expresión de emociones. Yo no le veo nada de malo.

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  41. Detecto algunos errores de lectura que me es imposible enumerar aquí exhaustivamente. Comienzo por el siguiente, referente al juicio que hace Bueno sobre el franquismo. Claro que no se puede negar que durante el franquismo la economía española repuntó; ¡faltaría más que no lo hubiera hecho! Cuando Cuenca habla de esta cuestión lo hace en otro sentido. Una cosa es afirmar que durante el franquismo repuntó la economía española y otra muy diferente (por tono, actitud y significado) decir que Franco “tomó sobre sus espaldas” la introducción del capital en este país. ¿NO lo hubieran hecho los republicanos de haber ganado la guerra sin los comunistas, o incluso con ellos? ¡Pues claro! ¿Para qué hay que santificar a Franco, convirtiéndolo en un Atlas de la economía española? Si lo que Bueno pretende es desmitificar el antifranquismo, lo cual me parece una actividad sumamente loable, tiene recursos de sobras para centrarse en él sin hacer referencias al dictador. Ahí es donde yo veo que la retórica (1) hace decir a Bueno cosas que no quiere decir, o (2) le ayuda a decir lo que quiere decir, pero no es buena amiga suya, porque le hace ser impreciso e incluso injusto. Me da la impresión de que la suya es una mente poco hecha para la retórica y que cuando echa mano de ella deja traslucir una debilidad interna constitutiva. Otra cosa: ¿”racional”, llevar y usar la pistola? Estamos hablando de tiempos de paz (“al terminar la guerra”) y de que Bueno “la hubiese usado tres o cuatro veces”. Muy bien, habría que ver si la zona donde vivía Bueno en aquellos años era o no era el Far West, pero incluso así, no creo que sea “racional” llevar la pistola, o no más que el hecho de no llevarla por decisión propia; a lo sumo, prudente o práctico. Y la declaración sobre la pena de muerte me parece muy poco destinada a crear un debate público fructífero y participativo. Sobre los cambios de bando, creo que habéis dado precisamente con un personaje que difícilmente será visto en el entorno de un grupo de izquierdas (Pío Moa). Y no es una crítica, pero no veo precisamente a ese autor lo suficientemente dispuesto a escuchar argumentos opuestos al suyo. Es como pretender que a lo largo del tiempo Artur Mas se haga amigo de las familias gitanas de Sant Cosme y las llegue a definir como la quintaesencia de la catalanidad.

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  42. Hay dos temas aún: la enseñanza del catolicismo en las escuelas y la sospecha de un esencialismo españolista detrás de la vindicación bueniana de la Nación Política española. Sobre el catolicismo… Entiendo y comparto lo que dice Viola sobre una enseñanza “racional” (¡de nuevo este amplísimo término!) del catolicismo en las escuelas, pero, dependiendo de lo que Bueno estuviera diciendo en realidad me quedo con la opinión de Cuenca. Si Bueno se refiere a enseñarlo junto con todas las demás religiones en una narrativa común, me parece bien; cualquier forma de prestigiarlo aislándolo de su desarrollo paralelo con otras corrientes ideológicas de la historia, o cualquier forma de justificar nuestra pertenencia a una tradición, la rechazo. Respecto de la Nación Política: conceder que la razón holística haya jugado un papel importante en la formación de las sociedades modernas desde la Revolución Francesa no implica desdeñar la implicación profunda de múltiples dimensiones materiales en ese mismo desarrollo, como el arte, el comercio, la tecnología, la industria, la cultura popular, sectores que no siempre se han movido en la misma dirección que una razón científica; e incluso la propia razón científica no siempre tiene como supremo interés la sabiduría y el cultivo del género humano. Leer a Álvarez Junco (Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Taurus) me fue muy útil para obtener un panorama amplio de todas estas cuestiones en la época de la formación moderna de España como nación política. No me convence el argumento de que España no necesita nacionalistas. Creo que un nuevo debate podría versar sobre si algunas manifestaciones culturales pueden o no ser consideradas “nacionalismo”. De todos modos, no me parece honesto blindar a la nación política de críticas, a no ser que estemos blindando sólo un concepto, lo cual hace que el debate pierda para mí todo el interés. Pero creo que Cuenca acierta al percibir un asomo de esencialismo en ese blindaje. En todo caso, deberíamos invitarle, antes que reprocharle nada, a extenderse más en ese tema.
    Por otro lado detecto tonalidades que para mí no son adecuadas. Saúl dice: “Le conoce mucho mejor, desde hace treinta años, según dice”… Creo que ese es un giro que no está sometido a ponderación. ¿Por qué ironizar (o recurrir a la ambigüedad) acerca de un dato que es perfectamente corroborable y del cual a nadie le interesa dudar, un dato que Luque, por otro lado, no tiene ninguna obligación de verificar o desmentir? Bastaba con prescindir del “según dice”… Si ha habido alusiones personales que rebasan el ámbito de discusión intelectual (lo cual me parece natural tras treinta años de amistad), dejémoslas en eso, en exclusivamente personales. Si a alguien no le interesa lo más mínimo la parte de una conversación filosóficamente poco interesante, no tiene más que obviarla por completo; el hecho de no hacerlo convierte su intervención en un “tono”; los temas que escogemos nos definen; lo que los antiguos retóricos llamaban la inventio no es nunca una operación desinteresada ni inocente.
    Termino con un alineamiento en la opinión de Josep Maria Viola de que Josep Maria Cuenca podría reconsiderar su vinculación a este blog. Saúl le ha reprochado que hable de sus colaboraciones cuando sólo ha publicado tres artículos (me sobra de nuevo la referencia al hecho de que esos artículos habían sido previamente publicados en La Lamentable: ¿en qué rebaja eso su valor participativo en Constelación? Eso vuelve "personalista" la crítica). Pero las intervenciones de Cuenca han sido por lo general largas e inteligentes; a mí, estas últimas intervenciones suyas no me lo parecen menos. Es más, ha obligado a todos a un posicionamiento moral e intelectual que no considero un mal ejercicio ni para el presente ni para el futuro. Ahora bien, entenderé y respetaré que su decisión sea definitiva e inapelable.

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  43. Lamento haber provocado la impresión de una odiosa ironía al añadir “según dice” a la información de Cuenca sobre sus 30 años de amistad con Luque, y pido perdón por ello. Si realmente yo hubiese querido ser irónico, me lo reprocharía también “en conciencia” y diría que tiene Ud. todo el derecho a recriminarme, porque me lo merecería. Es más, me lo merezco, insisto, aunque no fuese ésa mi intención. Cuando lo escribí pensaba en su sentido neutro, como indicación —bien veo que ociosa— de un evidente origen. Dejémoslo con esta disculpa; es un lamentable motivo para la suspicacia. En cambio, no puede avergonzarme de mi juicio sobre el peso de la colaboración de Cuenca en Constelación, porque éste es una crítica que yo hacía al exagerado aquilatamiento de esa labor suya, hecha por él mismo en su propia alabanza. Yo no le reprocho que sólo haya expuesto tres artículos “quemados”, ni tampoco niego su valor intrínseco, sino que le desalabo su presunción, su ególatra exhibición de eso como un gran esfuerzo. Que fuesen publicados antes en La Lamentable no les resta valor por sus ideas, sino que desmiente su pretensión de haber dedicado algún esfuerzo adicional a este blog. Todo eso no merecería ser tenido en cuenta aquí, si no fuese porque él tampoco debería haberlo traído a colación como una —falsa, insisto— justificación de su abandono.

    Es muy sensata y ponderada “por el tono” su vindicación de la actitud de Cuenca, y sobre todo venero su sentir en esto de quitarle hierro a las suspicacias y en defender a un amigo. Pero opino que el modo en que lo hace tiene mucho de negación, de desmentido. Coincido con Rufino Fernández en que resulta manifiesto que Cuenca ha desbarrado por completo. Ud. cree que hemos malinterpretado las palabras de Cuenca (como yo he hecho la misma interpretación que Luque, me siento aludido entre quienes le han “leído con el culo” —y ¡por Dios!, no sabe cuánto detesto tener que repetir expresiones que me harán parecer de nuevo un sarcástico; no es eso, lo aseguro, mi ánimo hacia las expresiones vehementes es siempre, lo juro, de puro desdén). Admito que pueda haberle malinterpretado, pero tras sus explicaciones sigo viéndolo del mismo modo. Una vez dicho esto (o sea que la “ofuscación”, la irritación o como quiera llamarla, de Cuenca no se borra con su simpática defensa), vayamos a lo que de verdad importa aquí, que son las ideas.

    No creo que haya seguido Ud. una trayectoria mental correcta cuando vuelve a juzgar la crítica de Luque a Judt. Dice Ud.: “él [Cuenca] pretende que no olvidemos que Tony Judt sería un buen compañero de viaje y que no es producente [énfasis mío] descalificarlo por lo que pensaba del comunismo ni de los comunistas”. Pero ¿qué significa que no es “producente”? ¿Que no se le debe “descalificar” por esto? Vamos a ver: Luque —ni yo, por cierto— no niega que los socialdemócratas sinceros como Judt sean personas que colaborarían con comunistas en la lucha por el socialismo o por una “economía mixta”. Pero si considera (consideramos) que su anticomunismo está plagado de prejuicios y parcialidades torticeras, ¿por qué no lo ha (hemos) de decir? ¿Por qué va a ser eso “contraproducente”? Por qué más “contraproducente” que el furibundo anticomunismo de Judt? Esa opinión tiene que expresarse con toda franqueza; y por cierto, la adherirán los comunistas y aquéllos a quienes éstos convenzan, y la querrán refutar los socialdemócratas. Pues nada, que cada cual adopte el punto de vista que considere más razonable, pero que no se rasgue las vestiduras porque esa crítica le escuece y la encuentra “contraproducente”; o mejor, que sí se rasgue las vestiduras y haga ese reproche (al fin y al cabo tiene mucho sentido práctico, político, aunque no filosófico), pero que esté dispuesto también a recibir la respuesta (de los comunistas) de que eso a ellos sí les parece importante decir y demostrar, porque para ellos también tiene el sentido práctico de conducir a los demás a sus propias conclusiones.

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  44. Yo hago la misma lectura de Judt que ha hecho Luque. Es cierto que Judt, como no podía ser menos, reconoce el talento y la buena escritura de Hobsbawm, pero como simple estrategia, jesuítica, para disimular su prejuicio, para aparentar ecuanimidad al pasar enseguida a basar toda su crítica en el hecho de que Hobsbawm “siguiese siendo comunista” sin denunciar las atrocidades stalinistas. No hace falta saber leer entre líneas para advertir esta manida estrategia retórica. Pero si despojamos toda la argumentación de Judt de estos trucos argumentales, lo que queda es, creo yo, la siguiente tesis: que el comunismo, como el fascismo, es una anomalía de la evolución política, porque su índole es la rabia homicida, el crimen. Judt no la expresa tan claramente, pero yo la interpreto así, y aún más: le concedería un alto valor filosófico, o problemático, si la hubiese esclarecido en estos términos (los términos en que lo hace son ambiguos y oscuros, brumosos, indefinidos, retóricos, moralizantes). Porque yo no rechazo de antemano semejante juicio, así esclarecido, sino que —a pesar de compartir, como Luque, el ideario bolchevique— me permito como mínimo dudar de que no sea así. Para el caso del nazismo me cuesta incluso dudarlo (los otros fascismos, el italiano y el español, me parece que encajan sin chirriar en los esquemas clásicos, seculares, de represión brutal por intereses claros, de clase, “racionales” o bien motivados). Pero la carnicería del Holocausto sobrepasa toda imaginación y desafía cualquier intento de hallar causas lógicas, sociológicas: la hipótesis de una perturbación psiquiátrica colectiva, por más irrazonable o inverosímil que pueda parecer —porque queda sociológicamente suspensa, inaprensible, indescifrable—, tiene para mí un alto grado de credibilidad y es preferible a cualquier otra. Credo quia absurdum. Respecto al terror stalinista, en cambio, no estoy tan seguro de que no se trate de la clásica motivación sociológicamente explicable, en términos de lucha de clases, pese al mórbido carácter de muchos de sus episodios, como los juicios de Moscú, sin ir más lejos. El modo en que se obligaba a los condenados a confesar delitos que no habían cometido es realmente alucinógeno. Pero no me siento inclinado a exagerar esta nota, porque esos modos conspicuos de falsificación pueden ser “racionales” en el sentido de que estén políticamente decididos y motivados, como en el modelo clásico o universal de represión, y no sean producto de fantasías o paranoias —como en los nazis— (i.e. que los propios verdugos no se los creyesen; o bien, si llegaban en algún caso a dar crédito a alguna parte de esas absurdas sospechas y acusaciones, no tuviesen escrúpulos en añadir cualquier mentira consciente con un claro propósito político de defensa de sus intereses y eliminación de adversarios peligrosos). En todo caso, si esa represión la hubiese ejercido un gobierno obrero verdaderamente democrático, como en el caso del Terror de 1793, no tendría que haber procedido a ninguna falsificación: se trataría de exterminar a enemigos ciertos, convictos y confesos, del nuevo régimen democrático. Tendría que extenderme más para no dar lugar a deducciones que no sugiero; pero ya lo haré, si hace falta, más adelante (el tema está ya muy claro en Lenin, que rechaza el terrorismo como acción anárquica o individualista, pero que concibe, como cualquier gobernante de cualquier signo, que el terror debe ser sabiamente administrado por el Estado; El Príncipe de Maquiavelo…). Lo que simplemente quiero recalcar aquí es que el horror de Judt a la violencia carece de la más mínima comprensión sociológica, y no es más que pura moralina edificante, y esto es lo que ha dicho explícitamente Luque. Su crítica, por tanto, tiene un valor filosófico, sea o no “producente” desde el punto de vista práctico que se quiera.

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  45. Todas esas absurdas suspicacias de Cuenca, así como la prudente intervención de Xavi López pueden —deberían— dejar indiferentes a los lectores más racionalistas. Cualquier científico social las dejaría correr para centrarse en el análisis de hechos e ideas. Pero aquí se demuestra el espontáneo carácter filosófico de este debate: el filósofo, como el artista y a diferencia del científico, presta atención a lo contingente, a los matices, a los detalles, corriendo siempre el riesgo de magnificarlos como el paranoico. Hay en esto una interesante clase de inteligencia, que le encuentra sentido a todo, sin ser realmente paranoide. Y creo que esto lo debemos al catolicismo (guardaba estas reflexiones par el debate sobre la entrada de Josep Maria Viola, pero vienen muy a propósito aquí). El catolicismo nos obliga a justificar públicamente nuestra conducta, nos obliga a ser juzgados por nuestras obras, y no por nuestra “libre conciencia”. Y aquí nuestras obras son nuestras palabras. Si yo, por ejemplo, le he parecido irónico, y por tanto insultante, a Xavi López por mi expresión “según dice”, no puedo escurrir el bulto amparándome en la inocencia de mi conciencia, sino que he de aceptar el reproche de haber ofendido, aunque fuese sin intención, y debo justificarme, pedir perdón. El católico no cree que seamos libres de obrar según nuestra conciencia; se nos pide que obremos “en conciencia”, pero sin que eso significa una carta blanca, una disculpa de dar explicaciones, un derecho a no ser juzgados. Y del mismo modo que me lo aplico a mí mismo, por ser católico (y ateo), se lo aplico a cualquiera, y en particular, aquí, a Cuenca, con más razón por cuanto sus comentarios están plagados de frases llenas de un explícito insultante sentido de “ofendido y humillado”, es decir que contienen la acusación implícita de mala fe y de inepcia por haberle “leído con el culo”, y llenas también de una soberbia inmodestia al exigir que le releamos en lugar de aquilatar y volver a replicar, de ir “a las cosas mismas”, como exige la filosofía. Porque no hemos dicho que “así no se puede discutir con él” o cosa semejante —como cree Cuenca a propósito de Bueno y de Luque—, sino que creemos que ha desbarrado, y que debemos aclarar lo que no hayamos comprendido.

    He dicho suficiente. Dejo ahora que otros se pronuncien sobre la racionalidad o irracionalidad de lo de llevar pistola o adherir la pena de muerte, en un debate fecundo y quizá interminable.

    Sólo una cosita más —que quizá volvería a surgir tarde o temprano. Es muy inteligente, e irónica en el sentido mejor y más simpático de la palabra, esa alusión de Xavi López a lo irrelevante que resulta el tema de “la dureza física y moral de los militantes [comunistas]” que ha introducido Luque. Para mí ese tema es tan ridículo como fascinante, y tan irracional como filosóficamente crucial, o sea intrínsecamente contradictorio. Creo que Luque debe de haber pensado en su lado trascendente, y no en su lado ridículo; Xavi López lo ha hecho al revés, sólo ha pensado en su lado ridículo. Hay algo entre tremendamente filosófico y tremendamente poético-irracional en ese tema, que ya sacó a colación Luque hace meses, al hablar de Robespierre en términos que eran mezcla de política y de poesía. Dejémoslo, de momento, en que hay un componente estético que sólo tiene que ver con la emoción que a uno le embargue ante lo que yo llamaría “la tragedia de la virtud”, y que —pese a que también Žižek le ha dado relieve— carece ahora de importancia política.

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  46. Quería añadir, de momento (la falta de tiempo, como siempre, no me da para más), unos breves comentarios al interesante párrafo de Xavi López en el que habla de la obra “El mito de la izquierda” de Gustavo Bueno. Para ello voy a transcribir —previo permiso— lo que ha escrito José Ramón Esquinas en otro lugar (respecto al mismo texto de Xavi López) porque me parece que, de algún modo, le responde.

    “La impresión de apriorismo tiene que ver con el carácter sistemático de la obra de Bueno. Es decir, cuando Bueno escribe ‘El mito de la Izquierda’ lo hace ya desde un sistema filosófico cuyas coordenadas más importantes están ya definidas y ordenadas. Esto hace que no se mencionen los presupuestos del sistema sencillamente porque cualquiera puede conocerlos por vía de internet, por ejemplo. Ocurre con cualquier sistema. El tomista no tiene que reexponer su filosofía en cada obra que escribe al igual que el marxista no tiene que volver a discutir sobre qué entiende por plusvalía en cada publicación. Por otro lado, la metodología de Bueno no es nada a priori, sino todo lo contrario. Lo que hace es clasificar las distintas formas o modos de entender la idea de Izquierda, descartar los que le parecen erróneos y luego tomar partido por una acepción histórica, en la que las distintas generaciones de izquierdas se van sucediendo. Y lo hace con un método que es casi calcado al que utiliza Marx al hablar del Dinero y la Moneda en el Capital o Engels en el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: detecta el núcleo que va a generar las distintas corrientes de izquierdas y a partir de ahí estudia su despliegue a grandes rasgos. Esto posibilita que pueda diferenciarse las izquierdas definidas y las indefinidas, porque si no tenemos como parámetro el Estado y la primera generación de izquierdas, sería pura metafísica saber si el aborto es de izquierdas o no. Pongo el aborto como otros ejemplos. Creo que la intervención de Xavier López peca de "historicismo empirista" por el que se intenta criticar el enfoque lógico-histórico mediante una exposición histórica pormenorizada que sin duda es verdad, pero en la que todo puede confundirse.”

    PS. Agradezco a Saúl el comentario que tenía preparado para mi entrada sobre el Catolicismo y que al final ha convenido en ponerlo aquí, para el caso es lo mismo. Lo suscribo e intentaré decir algo mas más adelante. Espero rascar algo de tiempo para contestar debidamente los interesantes e incitantes comentarios de Xavi y Rufino a mi artículo; así como poder iniciar en algún momento un discusión sobre “la racionalidad o irracionalidad de lo de llevar pistola o adherir la pena de muerte, en un debate fecundo y quizá interminable”, que sugería Saúl.

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  47. [Gracias, Saúl, por advertir ese lado ridículo-grotesco de lo que, me parece que muy atinadamente, has descrito como “la tragedia de la virtud”, y por tanto de ayudar a los lectores a no dejarse fascinar por esos ramalazos míos de poeticismo “terrorista”. Me has hecho pensar en que este tema tengo que introducirlo en mis clases sobre la Poética de Aristóteles: a la oposición entre lo trágico/serio y lo cómico/banal, se yuxtapone parcialmente la de lo tremebundo trágico, inevitablemente ridículo por lo exagerado, junto con lo exagerado cómico-grotesco, a lo verdaderamente serio, como “mediocridad”, como virtud que está en la mitad, como los jueves (casi diría, como templanza, o parsimonia, burguesa); y también: la tragedia presenta a los hombres mejores de lo que son, y la comedia peores de lo que son, luego queda el término medio, el realismo, o el naturalismo, que los presenta tales como son…]

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  48. Ahora quiero contribuir un poco a la discusión de ese tópico crítico del “historicismo empirista” que Esquinas, en la cita que nos ha proporcionado Josep Maria Viola, ha lanzado contra una parte de la argumentación de Xavi López. Y es que también a mí me produjo inmediatamente un respingo una sola frase de Xavi, ésta a propósito de El mito de la izquierda: “No hay momento en el libro en el que un acontecimiento histórico tenga sentido por sí mismo, si no se lo han dado previamente los conceptos ordenadores que Bueno establece como axiomáticos.” Eso es, condensado, el “historicismo empirista” a que se refiere Esquinas con razón. Es pura metafísica, como lo ha sido, la mayor parte de las veces, el empirismo (salvo en la fase en que constituyó algo así como un germen inicial del materialismo, para pasar luego por ciertas formas de materialismo vergonzante, y descubrir su ímpetu irremediablemente idealista con Berkeley…). Pero no voy a explayarme en los recovecos filosóficos de la cuestión. Me limitaré a explicar algo que me parece metodológicamente sencillo, incluso para quienes ignoren lo fundamental del desarrollo de la filosofía moderna. La historia, y menos aún “un acontecimiento histórico”, un “hecho”, no podrá jamás tener “sentido por sí mismo”; ningún fenómeno tiene “sentido por sí mismo”, sino sólo sentido para nosotros, sentido por, o en virtud de, un pensamiento, un juicio, un punto de vista, una categorización, &c. Esto no conduce de ningún modo a negar la “objetividad” del hecho en sí, ni tampoco la gradación entre objetividad y subjetividad de cada “sentido” que otorgamos a los hechos. Ése es otro tema. Se trata simplemente de que los hechos no se presentan ante nosotros declarándonos su sentido objetivo, con una etiqueta que dice, por ejemplo, “yo soy el hecho objetivo de la promiscuidad”, “yo soy el hecho objetivo de la heterosis”, “yo soy el hecho objetivo de la pintura barroca”… Esto recuerda aquella anécdota explicada por Gustavo Bueno de una señora que era guiada por profesores eméritos en una visita al Museo de Ciencias Naturales, y al final del paseo exclamó algo así: “Lo que más me admira de la inteligencia de todos estos científicos es que no sólo han conseguido recomponer el esqueleto, sino que incluso han podido recuperar el verdadero nombre de estos bichos.” Sé que Xavi no ha querido decir algo así, porque, dicho así, es evidentemente ridículo, por exagerado. Pero pensémoslo bien, y descubriremos el camino que vincula la idea, aparentemente sensata, de la objetividad del hecho (histórico) y esa absurda mistificación de la señora del museo. Todo hecho, insisto, carece de sentido si no es como prueba para la respuesta a una pregunta, y la pregunta a hacer no la dicta el hecho mismo —cuyos posibles sentidos son inagotables y objetivamente indeterminados—, sino nosotros mismos. El mismo “hecho” tiene un sentido para uno, y otro sentido para otro, tiene un sentido ahora y otro distinto mañana, etc. A ese metafísico “empirismo histórico” hay que contraponer el “relativismo histórico” —que es la fórmula en que me gusta encuadrar al materialismo histórico (y ruego a Esquinas que me permita esta licencia con el vocabulario, porque presiento que a él le repugnará el término “relativismo”, y nos cansaríamos de discutir inútilmente sobre la palabra más adecuada). Fue justamente el desprecio por la teoría, por la dialéctica, como explicaba Engels, lo que condujo del empirismo al lodazal del espiritismo; o lo que, en palabras de Aníbal Ponce, condujo a la mera “hechología”. (Existe, claro está, también el peligro opuesto, el del exceso de dialéctica que conduce al más absoluto idealismo.)

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  49. [Por cierto, ¿algún lector no se ha percatado del desarrollo de un hilo de este debate, entre Esquinas, Colombo y yo mismo, que se extiende en el centro de esta ya enorme columna de comentarios, y no en su extremo?]

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  50. Asumo plenamente la contradicción en que incurro regresando aquí después de haberme despedido. Pero las intervenciones de Viola y Colombo posteriores a mi adiós me empujan, sin poderlo evitar, a no callarme. Desde mi discrepancia profunda y general con respecto a ambas intervenciones, quiero precisar que me parecería muy poco educado por mi parte no responder a Viola tras haber discrepado de mí en unos términos contundentes pero exquisitos en la forma (para mí la cuestión de las formas -insisto- también es una cuestión de fondo) y que me parecería estar perpetrando una concesión excesiva a un Colombo que ha decidido cambiar el tono de sus comentarios y, sin duda, empeorarlo hasta el punto de parecer que la cortesía le incomoda (a pesar de que él mismo la haya practicado a su manera con Esquinas con ese “José Ramón, ¿no?” henchido de buen rollete).

    En primer lugar quiero recordar que he sido yo quien ha abierto el debate sobre el señor Bueno, y que he sido yo quien ha propuesto aquí debatir a fondo “España no es un mito”. Lo evoco porque me parece mezquino que, a pesar de ello y de todos mis artículos y comentarios (por cierto, defectuosamente contabilizados por Colombo), se me haya imputado que me niego a discutir.

    En segundo lugar quiero decir que me he leído la mayoría de libros que Bueno ha escrito es la última década, que estoy algo más que mínimamente familiarizado con el materialismo filosófico y que, asimismo, no veo qué problema hay en recurrir a Internet para documentarse. ¿Acaso algunos creen que para que una cita sea válida es imprescindible ir a la hemeroteca a localizarla? ¿Acaso los numerosos vídeos (algunos de larga duración) en que aparece Bueno en Youtube y otros lugares de la red no son de Bueno y corresponden en realidad a un suplantador que se le parece mucho? ¿Acaso no hemos llegado todos a “Constelación” a través de nuestros ordenadores? Veinte minutos o un año de navegación internáutica pueden ser muy provechosos. Dependerá de su uso. Se trata de un instrumento (en mi opinión, excelente y comodísimo); pero, por lo que veo, puede convertirse también en una prueba incriminatoria. Está muy bien enterarse de “nuevas aplicaciones tecnológicas”, aunque también estaría muy bien ser un poco más rigurosos a la hora de hablar. Por otra parte, cuando Viola invitó a los lectores de “Constelación” a ver el truncado debate sobre “España nación de naciones” celebrado en la Universidad de Oviedo a algunos les pareció maravilloso. ¿No será que la única manera de validar un vídeo salsero de Bueno es aplaudirlo, pero en ningún caso criticarlo?

    (Continúa)

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  51. En tercer lugar, quiero precisar otra cosa: el cruce de comentarios (yo no tengo la impresión de haber asistido a ningún debate de confrontación de ideas, con excepción de lo expuesto por Viola y no mucho más) en que andamos metidos aquí, viene a cuento de lo que denominé de modo genérico “la concurrencia a la arena política” de Bueno, en ningún caso a cuento de su condición de filósofo o profesor de filosofía. Condición por la que siento un notable respeto, como ya he dicho en alguna otra ocasión.

    En términos generales, creo que los argumentos de Viola y Colombo adolecen de un defecto que expresaré parafraseando a Max Weber: están presentados con sólida racionalidad formal, pero con escasa racionalidad sustantiva. Lo cual considero que es un defecto asimismo general entre demasiados buenistas, frecuentemente más preocupados en disputas conceptuales “indoor” que en disputas propiamente racionales llevadas a cabo al aire libre.

    Viola se ha referido más de una vez a la supuesta superficialidad de quienes perciben a Bueno como un derechista. Quizá yo sea uno de esos superficiales, pues considero a Bueno un derechista: en apariencia y en esencia. Y ni mucho menos porque defienda España como nación, sino por cómo la defiende y por sus argumentos al respecto. Planteado en los términos de Josep Maria (“es lamentable que algunos de nosotros tengamos que suscribir íntegramente el discurso del PP en lo que respecta a la cuestión nacional (española) porque no hay nada mejor (bueno, sí, Ciutadans y UPyD, pero al margen de la cuestión nacionalista… ¿qué tendrán que ver estos partidos europeístas y “progres” con la izquierda…?”), claro está que Bueno no ha de ser necesariamente considerado un derechista. El problema es que yo, a diferencia de Viola, no veo por ninguna parte la necesidad de suscribir ni mucho ni poco el discurso del PP. No entiendo, en fin, porque la cuestión de la independencia de Cataluña sí puede ser analizada en términos marxistas, materialistas, de clase... y en cambio el de la posición nacionalista del PP no. Me resulta fascinante. Claro que para hacerlo hay que empezar por impugnar el axioma buenista de que no existe el nacionalismo español. He aquí otro buen ejemplo de la limitación que implica todo debate estrictamente terminológico, antárticamente conceptual. Por supuesto que no se puede ser nacionalista español si se entiende por éste un proyecto de construcción nacional; pero se puede ser ideológica, esencialista y etnicistamente nacionalista español, alemán, italiano o francés. ¿O acaso no fueron ideológicamente ultranacionalistas el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o la derecha anterior a la Segunda Guerra Mundial? ¿O no lo han sido y siguen siendo los Estados Unidos? Por no hablar de la estaliniana idea del socialismo en un solo país, que no es sino una modalidad más de nacionalismo. La primacía ideológica de la nación puede darse tanto sin nación como con ella.

    La defensa del PP de la unidad de España no es neutra, “desinteresada”, del mismo modo que no lo es la defensa de la construcción nacional vasca o catalana. Sin embargo, en el último caso se impugna el nacionalismo y en el primero, según Viola, no queda más remedio que suscribir la posición del PP. Pues va a ser que no, al menos por mi parte. El PP, como todo quisque, defiende una España muy, pero que muy concreta que, en su caso, no es otra que la de la perpetuación del estado de cosas presente: que los privilegiados sigan siéndolo, que los pringaos sociales sigan pringando, etcétera. A juzgar por sus políticas, a los mandamases del PP les importa una mierda el territorio y la cultura de su país y la inmensa mayoría de sus habitantes. En semejantes condiciones, su defensa de la unidad de España no creo yo que pueda responder a nada noble.

    (Continúa)

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  52. Y es en este marco en el que se mueve DENAES, que tan cándidamente no disgusta a Viola. Me pregunto por qué Gustavo Bueno no defiende en su seno una España basada en principios de igualdad y de justicia sociales, por qué no opone un españolismo civil y no esencialista a los derechistas que la capitanean. Lejos de limitarse a no hacer lo ahora dicho, se suma fervientemente a los “neutrales” postulados de la patria y tiene por costumbre insultar a quien habla mal de España (actitud, por cierto, sobre la que nadie se ha pronunciado aquí todavía, así como nadie se ha pronunciado sobre muchos otros asuntos que he sacado a colación y que constituyen algo así como los curiosos silencios de Bueno y sus entusiastas seguidores).

    Josep Maria, como tú, yo también veo Intereconomía sin padecer paradas cardíacas, e incluso recuerdo algunas intervenciones de Vidal Quadras en el Parlament como las más brillantes e inteligentes que jamás han tenido lugar en esa sede. Y, como tú, he disfrutado de las entrevistas que hacía Sánchez Dragó (pero el goce, maticemos, procedía de los entrevistados, no del entrevistador, que por otra parte tenía la delicadeza de mojarse muy poco, tal vez para compensar lo mucho que se ha empapado en otros espacios televisivos y en sus libros). Y más aún: entre algunos de mis escritores preferidos figuran no pocos conspicuos derechistas. ¿Y?

    Me resulta muy llamativo que gente de cuya inteligencia no tengo ninguna duda, como Luque, Viola o Colombo, no vean ni admitan la correspondencia milimétrica que existe entre muchos de los temas tratados en los últimos años por Bueno y las prioridades programáticas concretas del PP: el aborto, la ideología zapateril, la enseñanza del catolicismo en la escuela, el acoso y derribo a la así llamada educación para la ciudadanía... ¿Pura contingencia? Seamos un poco serios. Se admita o no, las elecciones temáticas de Bueno no son nada inocentes. Ni intelectualmente honestas. Ya que no Bueno, al menos los buenistas deberían tomar notar de los temas que aborda un pensador considerado “de derechas” como Pascal Bruckner, a quien leo con gusto y provecho. La honestidad, la pertinencia, la urgencia, la utilidad... son variables analizables y mesurables bastante objetivamente, y comparables entre autores. En todas ellas Bruckner está muy por encima de Bueno. Por una sencilla razón: Bruckner no está al servicio de nadie.

    (Continúa)

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  53. Personalmente, me importan escasamente las cuestiones metafísicas acerca de si un embrión de seis semanas es ya un ser humano o no, o aclarar la obviedad de que el asunto del aborto no debe juzgarse como de derechas o de izquierdas, pero me parece muy bien que unos cuantos individuos pasen horas y semanas discurriendo sobre el particular. Lo que sí me preocupa es que alguien desde el ámbito público diga que habría que multar a quien abortase. Es decir, me preocupa que una medida socialmente necesaria y moderna, con independencia de otras consideraciones, pueda ser restringida o suprimida. Dicho de otro modo: Luque y Viola presuponen cosas que yo no he dicho. Porque yo no he dicho que los temas buenianos en cuestión carezcan de interés objetivo o que no sean dignos de ser estudiados desde la filosofía o la ciencia (por otra parte, ¿qué tema no lo es?). Yo lo que digo es que las conclusiones ideológicas a las que llega Bueno siempre se decantan, mira por dónde, en favor de posiciones que satisfacen ideológicamente a la derecha y a la ultraderecha. Y eso es un hecho, cómo decirlo... ¿imbatible?

    En cuanto al esencialismo nacionalista de Bueno, sin duda lo idóneo sería haber llevado a cabo el debate monográfico sobre “España no es un mito” que Viola y yo propusimos no hace mucho. Sin embargo, dadas las circunstancias, me veo en la obligación de simplificar muy a mi pesar. En mi opinión, el discurso y la promoción conceptual de Bueno están fuera de la realidad. Hasta cierto punto puedo admitir como loables algunas precisiones historiográficas de Bueno, pero su traslación a la arena política o pública me parecen de un idealismo sectario que condena a quien las defienda a no poder salir de su ermita. Resucitar el catolicismo etiquetándolo de “progresista” (como se ha hecho aquí), así como la idea de imperio, para incorporarlas a un programa ideológico presente no difiere cualitativamente lo más mínimo de la vindicación nacionalista catalana de las supuestas bondades de las instituciones “democráticas” medievales en Barcelona o de la figura de Guifré el Pilós. Por otra parte, insisto en que la distinción entre imperios depredadores y generadores puede aportar algún matiz apreciable al conocimiento de la historia, pero formulada en forma de etiqueta incuestionable e incluso ambicionable políticamente es ridícula. Por lo demás, todos los imperios han sido depredadores y generadores simultánea e inseparablemente. Y luego está la observación que tanto ha molestado a algunos (lo de “nacionalmente adjetivado” aplicado a IH), es decir, la subordinación de lo izquierdoso a lo nacional, eso que tanto criticamos a los nacionalistas catalanes o vascos, con el argumento sin matices de que el marco de referencia político es el Estado, lo cual no impide una explícita apología del panhispanismo. Todo ello vinculado a una negación de Europa aceptable en términos de impugnación de lo que es hoy (el euro, la primacía de la mafia financiera, el friedmanismo programático...), pero insostenible en cuanto a cómo vaya a ser el porvenir. Porque si bien, por supuesto, el Estado (la nación política “España”) es marco de referencia político, no lo es menos la pertenencia a la Unión Europea (sin ignorar a la OTAN, que dudo mucho que se quedara de brazos cruzados si en un único país europeo las cosas se pusieran feas para los defensores del “statu quo” actual). El internacionalismo no sólo es un principio básico de cualquier posición de izquierdas mínimamente rigurosa, sino también una necesidad estratégica para lograr cualquier cambio social decente en los tiempos presentes. Así las cosas, España debe mirar a América, desde luego, pero en lo políticamente inmediato sobre todo a Europa. Sin una coordinación política de las izquierdas de los estados miembros de la UE dudo mucho que algo pueda moverse a mejor.

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  54. Quiero dejar bien claro, por otra parte, que en ningún momento he querido ser irrespetuoso con IH, contrariamente a lo que algunos han interpretado de forma no poco torticera. Lo único que quise decir es lo que dije, ni más ni menos: por un lado, que lo supuestamente izquierdoso de Bueno ha llevado a la constitución de una izquierda nacionalmente adjetivada, y que eso, al menos a mí, me supone considerar inoperante ese colectivo. De ahí a ironizar... Y, por otro lado, lo de que IH “reproduce literalmente hasta la saciedad la doctrina de la fe buenista”, lo mantengo. Basta visitar la web de este colectivo (¿ésta es salsera o no?) para comprobarlo. Si se accede a la sección “¿Quiénes somos? se verá hasta qué punto el pensamiento de Bueno ha sido allí volcado con toda legitimidad del mundo por parte de quien lo haya hecho, del mismo modo que yo ejerzo mi legitimidad de no querer tener nada que ver con los planteamientos en cuestión. Citaré tres párrafos de la sección aludida:

    - “(...) hay modelos de socialismo muy variados, enfrentados incluso entre sí a muerte, por lo que la lucha contra otros modelos socialistas, inevitablemente, debía ser tanto o más radical que contra el capitalismo de mercado pletórico.”

    ¿Se puede discrepar del ardor guerrero y de la mentalidad implícita en estas palabras sin ser tildado de tonto? Lo que yo entiendo que hoy son las prioridades políticas de un posible Frente Cívico no pasan precisamente por invertir demasiado tiempo en combatir los modelos de socialismo que no sean el propio.

    - La defensa de la Hispanidad, entendida esta como el conjunto de personas que en el mundo hablan español y portugués. La defensa de la unidad e integridad territorial de todas y cada una de las naciones políticas que hablan estas lenguas (desde España hasta Bolivia, desde Brasil hasta Argentina, desde Timor Oriental hasta México), y la necesidad imperiosa de articular una unidad económica, institucional e, incluso, política, de toda la Hispanidad, en razón de convertirla en un epicentro mundial de la política, la economía y la cultura en todo el planeta, cuya influencia sea decisiva en el caminar del mundo.

    ¿Qué diferencias cualitativas hay en los argumentos de este párrafo con respecto a los de los defensores dels Països Catalans y l’Alguer o de Euskal Herria sólo que con la escala cambiada? ¿Acaso no se trata de la idea buenista de imperio, o es que de nuevo mi irremediable superficialidad me está jugando una mala pasada? ¿Qué lugar se reserva en este ambicioso proyecto a las lenguas españolas así llamadas catalán, vasco y gallego (en este último caso, si se considera portugués, asunto resuelto)? ¿De qué manera se puede convencer de su idoneidad a quienes tienen dichas lenguas por maternas, son de izquierdas y no son nacionalistas? ¿No hay aquí esencialismo y del bueno (mejor dicho: del Bueno)?

    - La adhesión y defensa del Materialismo Filosófico, el sistema filosófico creado por Gustavo Bueno, como la herramienta analítica más poderosa del presente a día de hoy, y la pretensión de extender su uso e influencia en las sociedades políticas de lengua española y portuguesa (y otras, por qué no). Gustavo Bueno es el nuevo Marx, y negarlo o ridiculizarlo supone, a nuestro juicio, una autolimitación por parte de cualquier persona en el camino a la revolución.

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  55. Creo que el párrafo se comenta por sí solo. Pero debo decir algo para no ser acusado de no querer discutir (si bien nada de lo que diga me garantizará nada). En mi opinión, IH sólo tendrá futuro si le es posible sumarse a un movimiento político mucho más amplio y si rebaja sus maximalismos. Pero, en fin, sus miembros son quienes han de decidir cómo enfocar el asunto.

    Sigo.

    Žižek para mí, Josep Maria, es sólo un autor interesante que considero que debe ser leído. Y, hombre, más simpático que Bueno lo es. Creo que confundes el haberlo citado varias veces con la admiración ilimitada. Porque mi admiración hacia él nada tiene que ver con la tuya por Bueno. Yo no he escrito ni un sólo párrafo que pueda se considerado digamos žižekiano, y en cambio tú -estoy seguro de que no me lo negarás porque eres sin duda una persona honrada- recurres bastante a menudo a la reproducción literal de las posiciones de Bueno. Por decirlo de modo simple y claro, Žižek no figura entre mis autores predilectos (Camus, Orwell, Benjamin...; ya lo ves: gente sin sistema). Y no voy a negarte que el esloveno a veces se pone oscuro y estupendo (yo siempre digo que sus libros tienen ineludiblemente unas 25 páginas de ida de olla lacaniana), pero raramente cuando está en la arena pública, que es a lo que yo me quería referir y gracias a tu comentario puedo ahora precisar un poco más.

    En cuanto a lo que dices de Stalin y Žižek, el uso que hace éste de la imagen de aquél (que no está encima de su cama, sino a la entrada de su casa) es el de un recurso argumental y el de una provocación (estilo muy žižekiano). No será fácil que encuentres un pasaje de Žižek en que se muestre ideológicamente estalinista, y, a diferencia de Bueno, será imposible que encuentres un pasaje en que confiese sentir veneración por el dirigente soviético. Por tanto, tu equiparación es bastante imprecisa, como también lo es tu erotema: “¿Y no es el mismo que predica para la izquierda incorporar elementos del fascismo o del estalinismo como la férrea disciplina militar?”. En absoluto Žižek predica lo que tú dices, sino que dice una cosa muy distinta, a saber: que algunos rasgos (disciplina, sobriedad...) supuestamente fascistas no lo son inherentemente sino que han sido apropiados por el fascismo, ante lo cual Žižek propone (que no predica: en cuanto a predicar, Žižek predica poco) su reapropiación. Y en cuanto a la pena de muerte, me limité a aludir a las “peculiares y castrenses reflexiones [de Bueno[ sobre la defensa de la pena de muerte, rematadas con una conclusión idealista y disparatada: la autoejecución del condenado;
    en modo alguno pretendí negar la relevancia (filosófica, jurídica...) del asunto, sino que mi intención era subrayar el carácter idealista y disparatado de la conclusión en cuestión.

    Por otra parte, Josep Maria, es significativo el dato que ofreces acerca de que entre los seguidores del materialismo filosófico hay algunos fascistas. Me pregunto si habrá fascistas entre los seguidores de Tony Judt, de Richard Sennett, de George Orwell o de Walter Benjamin.

    Tras todo lo dicho aquí, y tras todo lo que habrás dicho y escuchado fuera de aquí, sigue pareciéndote superficial y tópico tildar de derechista a Gustavo Bueno. Tú sabrás. Yo lo que lamento es que tu inteligencia, que considero muy notable (y no es reciprocidad, ni cortesía ni nada por el estilo: es lo que pienso) casi siempre esté puesta, al menos aquí, al servicio de la mera defensa ortodoxa, literal, del pensamiento de Bueno. Y si en lugar del de Bueno ese pensamiento fuera el de otro filósofo, te diría exactamente lo mismo.

    (Continúa)

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  56. Sigo.

    Me imputa Colombo conductas emocionales y vehementes. No sé si le decepcionaré (más de lo que ya lo he hecho), pero he de decir que no tengo nada contra la vehemencia o lo emocional, e incluso no tengo problemas para aceptar que algunos de mis comentarios que han provocado este largo cruce de comentarios fueron vehementes y emocionales. Para algunos puede resultar algo imperdonable, yo, en cambio, lo asumo. Lo que sí me parece mal es la mala educación en algunos de sus comentarios sobre mí y el papismo transpapal de los que él ha hecho gala. Pero, en fin... Ahora bien, en materia de vehemencias depuradas, yo soy un neófito al lado de Colombo, sin ir más lejos, y de algunas otras intervenciones consteladas a las que nadie ha hecho alusión.

    La sólida racionalidad formal de Colombo (y lo digo sin un ápice de ironía) parece no bastar para que lea correctamente algunos comentarios míos y de otros en “Constelación”. Dice Colombo que, según yo, es sabido que Luque considera a Bueno imbatible (en algunos aspectos, todo hay que decirlo). Pues hombre, no lo digo yo, lo dice Luque. Dada la arrebatada pasión intelectual que invierte Saúl en defender a Luque cabría pensar que aquél se ha leído con suma atención todo lo que éste ha escrito aquí. Pero parece que no es así. Porque ha sido en “Constelación” donde Luque ha dicho lo de imbatible. Pero como Colombo dice muy sosegadamente que soy un mentiroso, si yo fuera él no me fiaría de mí. Tampoco soy yo quien dice que sea amigo de Luque desde hace treinta años; lo dicen los años en cuestión (si se me permite la licencia poética, puesto que temo que se me acuse de atribuir al tiempo la facultad de hablar y, por ello, de ser tonto). Menos mal que “todo esto no tiene para mí ninguna importancia filosófica ni de ningún tipo”, dice Colombo. Y, en fin, para qué seguir con los piropos científicos, racionalistas y sin duda incontestables que Colombo me dedica en el primer párrafo de su réplica.

    Mi conocimiento de Bueno puede que sea muy superficial pero las “perlas” buenianas que expuse no son fruto de mi superficial conocimiento de Bueno, sino que son del propio Bueno, “tout court”. Y quizá Saúl debería justificarlas con más rigor del que lo hace en lugar de especular gratuitamente acerca de mis conocimientos sobre el materialismo filosófico, del cual no se ha discutido aquí propiamente en ningún momento.

    A(Continúa)

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  57. A juzgar por la definición que Colombo ofrece de lo que es un necio (asociada a las perlas buenianas), no tengo más remedio que sospechar que en España hay muchos más necios de los no precisamente pocos que creen los buenistas que hay. El rigor mostrado por Saúl comentando, debidamente numeradas, las perlas en cuestión no deja dudas acerca de la naturaleza de su rigor analítico y de su habilidad (muy buenista) para dejar de tratar lo que no interesa. Sobre la perla 1 Saúl pasa por alto que Bueno viene a decir que fue preferible el franquismo a un “estado libertario” y considera destacable que en la España franquista hubiera más libertad que en ¡Polonia! Prodigioso. Es algo así como decir que un enfermo terminal en coma está mucho más vivo que un cadáver. Sobre la perla 2 Saúl vuelve a dar muestras de su templanza científica y racional y me atribuye algo que ni digo ni insinúo: que Bueno sea un homicida en potencia. No hombre, no, soy mucho más consciente de mis limitaciones que eso: sólo quería decir que me parecen vergonzosas las declaraciones de Bueno, y no más vergonzosas que justificarlas. Sobre la perla 3 es obvio que se trata de una valoración de Fernández Liria sobre Bueno que comparto, claro está, pero no es menos obvio que en ese texto podemos saber que Bueno, para variar, insulta ingeniosamente a José Antonio Marina. Y sobre el punto 4 me resulta muy triste ver de qué modo Colombo intenta disculpar lo indisculpable, al tiempo que vuelve a dirigirme su ferocidad diciendo que me excuso en una “boutade” (barbaridad también empieza por “b” y parece una palabra más adecuada para calificar la cosa) para evitar discutir un tema que no estaba en el tapete (véase unas líneas más arriba lo que digo a Viola).

    Para hablar de Judt hay que leerlo. Yo no sé quien lo ha leído y quién no, y no voy a emular a otros haciendo insinuaciones gratuitas y muy malintencionadas acerca del asunto. Sólo puedo decir que yo lo he leído bastante y que en otros comentarios míos ha quedado suficientemente claro que para mí no es intocable, como sugiere Colombo en su enésima suposición infundada. Tengo para mí que lo que a Luque le irrita de Judt es simplemente que haga críticas a los comunistas (o al comunismo, como se prefiera); tan sólo eso. Pero es obvio que criticar a los comunistas no necesariamente convierte a quien lo hace en un anticomunista; si así fuera, algunos comunistas serían anticomunistas. Aunque creo que esto sólo lo pienso yo y cuatro gatos. Puesto a concretar, el propio Colombo acaba haciendo una defensa de Luque con efecto “boomerang” cuando dice eso de que Luque “ha explicado que el anticomunismo de Judt constituye algo así como un prejuicio, una ofuscación ideológica”. Me parece un razonamiento definitivo.

    (Continúa)

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  58. En cuanto al irracionalismo que Colombo me atribuye, después de todo lo escrito aquí, no me veo con fuerzas de rebatir esa descalificación. Descalificación, por otra parte, muy frecuente en “Constelación” y, como en el caso de Colombo respecto a mí, a veces nulamente razonada.

    La guinda de las lindezas que Saúl me dedica la constituye la suposición (otra más) de que dije lo que dije sobre que no me niego a discutir recurriendo a presumir (“en mi propia alabanza”, “presunción, “ególatra” veo que ha añadido Saúl en un comentario posterior a los que ahora estoy contestando) de mis colaboraciones en “Constelación”. Aunque considero inútil seguir diciendo nada a Saúl (y por ello no voy a detenerme en comentar lo último que ha escrito y a lo que acabo de aludir), quiero repetir que mi participación en “Constelación”, no sólo con artículos sino también con no pocos comentarios (por no contar algunas participaciones que hice en el embrión de “Constelación”: una lista de correo en la que participamos algunos de los que han seguido haciéndolo aquí) debería bastar para tener el decoro de no acusarme de negarme a debatir. De modo que los alardes y la arrogancia, Saúl, están una vez más únicamente en tu implacable imaginación.

    Agradezco muy especialmente a Viola y a López que me pidan que reconsidere mi decisión de dejar de participar en “Constelación”, pero aunque valoro mucho sus palabras y pienso que merecen ser tenidas muy en cuenta no me veo con fuerzas ni motivos para permanecer aquí. También agradezco la sorprendente petición en el mismo sentido de Saúl, pero la percibo cualitativamente distinta a las de Viola y López. En su caso, ignoro el motivo de su petición, porque no lo ha expuesto. Por si acaso, quiero dejar claro que carezco por completo de vocación de esparrin.

    Ahora sí, definitivamente: suerte a todos y adiós.

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  59. Hace bien Alberto en indicar “aquí abajo” el debate entre Esquinas, Colombo y él mismo que se está gestando en el centro de esta “columna de comentarios”; por su gran interés intelectual, sería una lástima que a alguien le pasara desapercibido. A mí también me irrita bastante esta “geometría arborífica”, por lo que incluso sugeriría continuar la discusión aquí (en el extremo) o hasta en una nueva entrada (de todos modos, los interesados ya estamos pendientes, sea cual sea el lugar).

    Personalmente adhiero a los argumentos de Esquinas y Luque ante ese “historicismo empirista” que, conciente o inconcientemente, parece adoptar Xavi López. En efecto, los acontecimientos históricos son objetivos, pero no tienen “sentido por sí mismos” (como apuntaba Alberto); el sentido les es dado “a posteriori” (justamente al revés de lo que insinuaba Xavi), mediante la capacidad de categorización del intelecto: ahí es donde aparece lo que Esquinas ha llamado el “enfoque lógico-histórico”. Entraríamos en un terreno sobre el cual no tengo tiempo suficiente —y quizá tampoco el conocimiento— para desplazarme: me refiero a la lógica de la historia. A este respecto, recuerdo vagamente una conversación que mantuve con Alberto tomando un café, ya hace algún tiempo (le pido disculpas de antemano por si tomo sus palabras de un modo erróneo o poco adecuado en este contexto). Me recomendó leer el relato 'Mientras agonizo', de Faulkner. Así lo hice. He de confesar que al principio no la entendía muy bien, incluso se me hacía cansino; poco a poco, no obstante, me fue “enganchando”. El caso es que ahí se narra una misma historia vivida (experimentada) por distintos personajes: cada uno de ellos describe su visión particular de las cosas basándose en sus propias 'sensaciones' (enfatizo esta palabra) y percepciones. Pongamos por caso (escribo de memoria): está el personaje que narra los elementos sustanciales, “gruesos”, importantes de lo que en esa historia acaece, pero en el otro extremo de los personajes está el “tonto”, el “loco” y el “distraído” que, pese a estar observando lo mismo que el primero, nos describe detalles insustanciales y matices contingentes, prescindibles, anodinos…. Quiero decir con ello que ambas versiones son igualmente reales, objetivas y empíricas, pero que el historiador debe usar el raciocinio (la lógica) para discernir en unos acontecimientos históricos los elementos (las causas y las consecuencias) realmente significativos. Kant, en este sentido —y en contra de Hume— tenía razón: los datos empíricos son imprescindibles, pero por si solos pueden no decirnos demasiado; se requiere una “dialéctica”, una simbiosis, entre lo sensible y lo racional. Se trataría —como un matemático—, de un ejercicio de simplificación (en la medida de lo posible) para diferenciar lo fundamental de lo accidental; un ejercicio de claridad. Esto es lo que hace, me parece, Gustavo Bueno en sus taxonomías “lógico-históricas” de ‘El mito de la izquierda’, amén de tantas otras obras suyas.


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  60. [Después de pinchar a “enviar” para publicar mi comentario se ha actualizado la página y he visto el larguísimo texto de Josep Maria Cuenca, que todavía no he leído. Siento poner ahora estos comentarios míos, pues podrá parecer todo muy inconexo, pero estoy seguro de que los lectores harán un esfuerzo para seguir este ovillo tan enredado]

    Quería compartir el comentario de mi compañero Sergio Vicente, por la alusión a Xavi López y porque así me lo ha propuesto también él mismo: “En el Mito de la Izquierda se ofrecen dos clasificaciones: una en el capítulo 1, y otra en el 3. En la primera clasificación se usan criterios ‘etic’, tomados de la lógica aristotélico-escolástica, articulados en torno a las distinciones Accidente/esencia - Universal/particular y género/especie. De esta manera se construye una tabla de 8 modelos de teorías sobre las izquierdas. Se trata por tanto en el capítulo 1 de clasificar de la manera más exhaustiva las diferentes doctrinas disponibles sobre las izquierdas y, en principio, todas las doctrinas sobre las izquierdas deberán integrarse en uno de estos modelos. Se usa este criterio ‘etic’ de la lógica aristotélica, como digo, pero no es un criterio gratuito, porque se dan las razones en el propio texto. ¿Qué criterios usar? el que los tenga que los ofrezca. Gustavo Bueno invalida los criterios ‘emic’, por ser una labor infinita (habría que meter en el saco a todos los que auto-proclamasen de izquierdas), tampoco sirve el criterio alfabético (sería meramente doxográfico y no crítico-filosófico) etc., etc. Al final el criterio más útil (a mí me lo parece, no conozco otro más potente; que Xavi lo ofrezca si lo tiene) a la hora de clasificar las izquierdas es el ofrecido por Bueno. En cuanto al capítulo 3 me remito a grandes rasgos a lo que ha dicho Esquinas.”

    Voy a hacer publicidad: Sergio Vicente dirige y organiza, con otra gente, unos seminarios sobre materialismo filosófico en la Universidad Complutense de Madrid, en los cuales se leen y se discuten diversos escritos de Gustavo Bueno. Ahora mismo están precisamente con ‘El mito de la izquierda’ y, posteriormente, harán lo propio con ‘El mito de la derecha’. De todos modos, para no ejercer siempre de mensajero, les animo a que participen en el blog y nos brinden sus interesantes reflexiones —como hace desde hace poco José Ramón Esquinas.

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  61. Josep Maria Cuenca replica a Colombo que he sido yo mismo quien públicamente he manifestado mi opinión de que Bueno (o su filosofía) es “imbatible”. Tiene razón Josep Maria y también la tiene Colombo. Yo no creo haber dicho —porque no lo he pensado— que Bueno sea imbatible (aunque a veces decimos también muchas cosas sin pensar, así que es posible que lo haya dicho o escrito, “sin pensarlo”, o sea sin que esté dispuesto a suscribirlo cinco minutos después de haberlo dicho). Lo único de cuanto he escrito que pueda justificar la opinión de que adhiero a Bueno incondicionalmente —un tema intrascendente, como casi todo cuanto es, más o menos explícitamente, argumento ad personam— es esta frase mía, en el debate sobre el “Manifiesto federalista”: “Los argumentos de Gustavo Bueno sobre el nacionalismo son filosóficos, y en mi opinión imbatibles.” Josep Maria, pues, tiene razón parcial —porque me atribuye esa incondicional adhesión a toda opinión de Bueno [«Luque considera al padre del materialismo filosófico “imbatible”»], cuando sólo me refería a su argumentación antinacionalista—, y Colombo tiene razón al haber desestimado esa casual y parcial adhesión como algo que pueda considerarse incapacidad para discutir a Bueno o a cualquier otro, y mucho menos como obstáculo insalvable para discutir con cualquiera. Lo importante, para mí, y en lo que le doy la razón a Saúl, es el error de Josep Maria al extraer de esto la siguiente conclusión: “En tales circunstancias, bien difícil puede resultar debatir con ambos.” Puede resultar difícil debatir con Bueno, conmigo o con cualquiera. Y también puede resultar fácil. Pero fácil o difícil, lo importante para mí, y para muchos, es si se quiere discutir o si no se quiere discutir, si se discute o si se abandona la discusión. Yo soy partidario de no abandonar la discusión, pero al mismo tiempo soy partidario de ir husserlianamente “a las cosas”, y huir de exageraciones, metáforas, personalismos y otros obstáculos. Por otro lado, estos obstáculos son también buenos para pensar y discutir, como tema de estudio, aunque su ejercicio sea lo contrario de una discusión racional.

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  62. Entre los argumentos que se han desarrollado en Constelación en discusiones anteriores sobre el nacionalismo, los hay más que suficientes para rechazar como errónea la comparación de Josep Maria Cuenca entre el “hispanismo” de IH y las ideologías nacionalistas vasca o catalana. Pregunta Josep Maria: “¿Qué diferencias cualitativas hay en los argumentos de este párrafo [de la página de IH] con respecto a los de los defensores dels Països Catalans y l’Alguer o de Euskal Herria sólo que con la escala cambiada?” Es una buena pregunta. No quiero abusar, para responderla, de la dialéctica hegeliana, de la ley de la conversión de la cantidad en calidad, aunque invito a meditarla un poco: la diferencia de “escala” puede ser decisiva, y volver los términos comparados efectivamente “inconmensurables”, “incomparables” justamente en sentido cualitativo: yo mismo puse hace unos días el ejemplo comparativo del parangón entre Bach y el maestro Guerrero que podría defender algún enamorado de la zarzuela —con todo derecho, en la medida en que se tratase de una cuestión de gustos, racionalmente irreducible, pero falsa etic. atendiendo a la complejidad y densidad expresiva de uno y otro. Las culturas pueden compararse, pero en ese ejercicio de paragone es imposible no jerarquizarlas: hay lo grande y lo pequeño, no sólo cuantitativamente (demográfica, económica o territorialmente), sino cualitativamente. Y si un territorio o una lengua son pequeños, es sencillamente improbable que genere una cultura más potente ni comparable a la que genera un imperio enorme. Hay excepciones, desde luego; nunca dejará de fascinarnos la fulgurante creación de la cultura griega clásica, en un régimen esclavista y en un territorio relativamente pequeño y sin organización imperial; pero nos fascina, sobre todo, por el hecho de ser una sorprendente excepción, una anomalía; lo normal es que una cultura —la clásica, en este caso— hubiese de contar con el soporte de un imperio —el romano, en este caso (y piénsese bien, desde el Renacimiento y antes, hasta Winckelmann y los arqueólogos filólogos del siglo XIX, lo que se tenía por —o conocía como— cultura clásica no era la griega, sino la romana, o greco-latina si se quiere).

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  63. Pero vayamos a algo más que las consecuencias cualitativas de la acumulación cuantitativa. El hispanismo, en particular el de IH, no puede ser equiparado al nacionalismo porque éste (vasco, catalán, andaluz, leonés o lo que sea) es separatista, destructor del Estado nacional, mientras que aquél equivale a la defensa del Estado español y de la unión, basada en el mutuo socorro, entre naciones hispanas. Esto será una simplificación y hasta un insufrible insulto para alguien empeñado en que Cataluña o las Vascongadas son “naciones”, y además enemigas de “España” —del resto de España, hay que entender, lo que es absurdo. Y puede que se empeñe en que también el hispanismo es un nacionalismo, “esencialista”, “etnicista”, &c., o sea indistinguible “salvo por la escala” de esos micronacionalismos depredadores. Será cuestión de ir argumentando y debatiéndolo más. De ningún modo me parece que la conclusión, aquí al menos, deba ser la de acabar como el rosario de Aurora, como en aquella antológica discusión de Oviedo entre Bueno y Beiras —y respecto a la cual Josep Maria Cuenca también estuvo de acuerdo en que “Bueno es el único que dice algo inteligente, sólido, argumentado y con sentido”; fueron sus palabras, seguidas de éstas: «Lo de Lascasta y Beiras es tristísimo: representan el modelo perfecto, cerrado (casi en el sentido buenista de “cierre”) de la inanidad “progre”, de su incultura, de su asidero acéfalo y mítico al antifranquismo, de su hablar de oídas, de su pedantería vacua, de su complejo de superioridad moral, de su falsísima modestia…» Aunque Josep Maria abandone la discusión porque, como ha explicado, se sienta incómodo y crea que debe dedicar su tiempo y su esfuerzo a cosas menos ingratas —a lo que tiene perfecto derecho, y que a nadie más le incumbe—, aquí “se sigue discutiendo” —lo que, bien mirado, también podría ser un motivo de reproche: yo conozco a personas muy razonables y queridas que en este punto dirían: “Que os la pique un pollo, ya estoy harto de discutir, me voy a fumar…”; lo podrían decir sin que fuese interpretable como un argumento crítico, pero también lo podrían decir exigiendo que se lo considerase como tal: “Me niego a seguir por ese camino, me niego a discutir esas bobadas, &c.”; esto sería una verdadera crítica filosófica, como cuando, hacia la época del humanismo, los sabios se negaban naturalmente a entrar en lo que bautizaron como “discusiones bizantinas”, caducas y carentes ya de sentido; por supuesto, yo no creo que sea éste el caso, aún, del nacionalismo.

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  64. Ofrezco aquí como cita, interesante para la terminología, la primera frase de la Historia de España de Antonio Ramos-Oliveira: “La Península Hispánica —nombre más propio que el de Ibérica*— está situada… [* Iberia es el nombre que dieron los griegos a la Península derivándolo de los iberos. Tiene, por tanto, acepción étnica. Así, aquellos geógrafos extendieron al territorio el nombre racial de una parte de la población, dado que los iberos no ocupaban toda la Península. Hispania, en cambio, es designación geográfica y, de consiguiente, la más adecuada en este caso. (…)] Ramos-Oliveira, por cierto, escribió un interesante ensayo sobre la cuestión nacional: La unidad nacional y los nacionalismos españoles (México, Grijalbo, 1970); puede hallase en la Red una reseña de Ramon Oltra en Papers (Revista de sociología), núm. 1 (1973).

    Apruebo el gesto de IH de incluir a toda la comunidad hispanoamericana, o sea también Portugal y Brasil, en la cuasi-koiné hispánica; ignoro si esta extensión fue explícita desde el inicio de ese grupo, o ha sido fruto de alguna discusión posterior (quizá Esquinas podría explicármelo, me interesa). Y la defensa de un imperio hispánico implica la protección de todas sus creaciones artísticas, literarias, jurídicas, económicas, científicas, sin olvidar las distintas lenguas locales (el quechua, el vasco, el catalán…), pero no la absurda pretensión de que estas lenguas locales suplanten al español… En mi opinión, la única garantía de supervivencia a largo plazo —y teniendo en cuenta que también las lenguas, incluso las imperiales, acaban desapareciendo, transformándose— de estas lenguas locales es justamente su protección, como peculiaridad cultural, dentro de un imperio. Pero claro, aquí toparemos una y otra vez con la mística de las palabras, y con los Irritantes terminológicos del nacionalismo. “Imperio”, “patriotismo”, “unidad nacional”, &c., &c., ¡bah! fetiches fachas, &c., &c. No importa; repito que hay que seguir discutiéndolo, que el tema no se agota porque hoy en Cataluña, por ejemplo, goce de predicamento el pertinaz odio a lo hispánico.

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  65. La inclusión de Portugal y Brasil estuvo desde el principo Alberto. Lo que hemos ideo perfilando es una concepción global de la Hispanidad que aunque, por razones históricas y de peso político, está centrada en Hispanoamérica, incluya también a hispanoáfrica -el Sáhara Occidental, Angola, &c.- e hispanoasia -Filipinas, Timor Or, y los sefardíes en Israel-. La hispano-antártida (territorios de Chile y Argentina) existe pero a nivel histórico no tiene mucha importancia salvo el carácter simbólico de saber que la plataforma hispánica está extendida por los cinco continentes.

    En nuestra concepción de la Hispanidad, América es el centro y el resto es la periferia, incluida España.

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  66. Al menos desde IH no defendemos la prohibición de dichas lenguas sino defensa de la lengua española y portuguesa como lenguas oficiales nacionales de obligado conocimiento entre los ciudadanos hispanos. ¿Es explotado un paraguayo porque se le obligue a saber español? Habría algún tipo de explotación si se le obligara a saber sólo español o se les prohibiera hablar el guaraní. Pero que el Estado garantice que ellos sepan español supone una ventaja para esos habitantes en tanto pueden comunicarse con el resto de iberoamericanos y acceden a un ámbito lingüístico más universal. Igual que no está explotado el catalán porque se le obligue a saber español. Reconozco que si se les prohibiera el uso del catalán sí que habría problemas de discriminación pero carece de sentido sorprenderse de que un Estado obligue a sus ciudadanos a compartir una lengua común.

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  67. Reconozco que en un primer momento pensé que se habían malinterpretado las palabras de Cuenca. Quise tratar de enmendar el asunto y posicionarme, tratando de mostrar las razones que me llevaban a pensar semejante cosa. Bien, soy un cerebro pensante, pero además de eso también siento y también me equivoco. Después de leer los comentarios que siguieron a mi intervención, pero sobre todo los que siguieron a la última intervención de Cuenca, no me queda más que considerar que absolutamente todos los comentarios, anteriores y posteriores, han sido deliberadamente elípticos, interesados, y algunos de ellos, llenos de una incomprensible mala fe. No se trata sólo de que en ningún momento se ha llegado a discutir el meollo de las cuestiones que planteábamos; es que han cerrado ustedes filas, en un gesto que a mí me parece lógica y moralmente infundado, alrededor de las posiciones buenistas. En mi opinión los argumentos en contra de Bueno expuestos aquí no sólo son válidos, sino incontestables: no lo quiero ni como amigo ni como guía. Porque bien poco puede aportar, en mi opinión, un pensador que afirma semejantes barbaridades y que esconde su tremenda intransigencia y su "grotesca pérdida de realidad" bajo un manto de cientifismo holístico y omnicomprensivo. Además del hecho, muy esclarecedor de por sí, de que parece que a sus seguidores no les interesa lo más mínimo balbucir un sólo elemento de crítica hacia su sistema; convendrán ustedes que eso es sospechoso, y si no, háganselo mirar. Nadie, absolutamente nadie, ha tenido la decencia de enumerar siquiera un elemento compremetedor, un resquicio, una grieta en el sistema buenista; acrítica y cándida postura que casa muy mal con la supuesta apertura de mente de unos materialistas filosóficos que están dispuestos a discutirlo absolutamente todo. Encuentro muchas contradicciones en los comentarios expuestos. Contradicciones, para mí, determinantes. Saúl se ha llenado la boca con sus invectivas contra los argumentos ad hominem, cuando ha sido él quien no ha parado de practicarlos desde que tomó la palabra para, más que criticar a Cuenca, defender a Luque. Viola, de quien es de agradecer su tono ponderado, ha errado el tiro al corregirme, citando un texto de Esquinas en el que se me acusa de historicista empírico. ¿Será eso un pecado? ¿Tendré que pedir perdón, o me perdonarán ustedes la vida con un enésimo argumento ad hominem (por ejemplo, que no he leído suficientemente al maestro, o quizás, que dado mi pasado deleuziano, es natural que incurra en tales "errores")? Luque, por su parte, me acusa de darme en exceso a la materialidad de los hechos; yo, Alberto, sé perfectamente qué significa la expresión "acontecimiento histórico", y sé que un "hecho" por sí solo no tiene un sentido verdaderamente relevante si no es incluido en un sistema. Pero, ¡ay!, resulta que, como era de esperar, yo hablaba de otra cosa. Quien haya leído a Hobsbawn sabrá qué significa que un acontecimiento histórico tenga sentido por sí mismo EN CUANTO QUE FORMA PARTE DE UNA NARRATIVA MÁS AMPLIA, COMPRENSIVA, QUE LO EXPLICA. A eso me refería yo. Si no, habría hablado de hechos, y no de acontecimientos históricos. La diferencia entre un sistema narrativo y una taxonomía no hará falta que la explique. Y qué decir de Esquinas, quien además de pontificar desde su púlpito ha sido el autor de ese calificativo que tan bien me define; quién sabe, quizás a partir de ahora lo use como carta de presentación.
    En fin, ya acabo, por ser breve. Sólo quería decirles que aquí termina mi participación en Constelación. Adiós, que les vaya bien.

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  68. Lo de llevar pistola (por la anécdota de Bueno), ¿puede ser una cuestión de racionalidad o irracionalidad? Comprendo que a Xavi López le haya sorprendido la afirmación de Colombo, y estoy convencido de que tanto las palabras de Bueno reproducidas como ese conato de explicación de Colombo deben haber provocado un natural escalofrío en muchos otros lectores. Sería inquietante que hubiese dejado fríos a la mayoría de ellos; y me pareció muy sensata la primera natural protesta de Xavi: que llevar pistola no puede ser en ningún caso racional, sino a lo sumo “prudente o práctico”. Dejando ahora el asunto estrictamente semántico de que Saúl, al decir “racional”, sugiere poco más o menos lo que Xavi al decir “prudente o práctico”, de lo que se trata aquí es de calibrar una sensibilidad (a los temas, a los estilos y formas, a las palabras mismas, a las posturas éticas), que, sea cual sea su contenido, puede ser herida, y que como parte material de las personas físicas debe ser respetada.

    Hace unos días leí las normas del foro de discusión de Izquierda Hispánica, que me parecieron un modelo de verdadera urbanidad —en un sentido más cercano a lo que en tiempos de Kant describía la palabra “humanidad” (Humanität). Allí se dice, por ejemplo: “Todo comportamiento racista, homófobo o despreciativo hacia personas por razón de su edad, raza, sexo o situación personal de salud o laboral conllevará la expulsión definitiva del foro.” O también: “El insulto a un miembro del foro conllevará la expulsión definitiva del mismo.” O también: “Estás de acuerdo en: —no publicar mensajes violentos, agresivos, difamatorios, obscenos, vulgares, de odio, amenazantes, sexuales o ningunos otros temas que de alguna forma viole las leyes vigentes.” De haber participado el mismísimo Gustavo Bueno en ese foro, habría sido inmediatamente expulsado, aplicándole alguna de estas cláusulas (y otras), si se condujese en su seno del modo tan grosero como lo ha hecho en todas esas ocasiones mencionadas y recogidas en “videos salseros”. Eso de fusilar a Ibarretxe, boutade o barbaridad o simple gilipollez, en un contexto serio es para no querer tener nada que ver con ese iracundo señor. Hay que reconocerlo, eso es herir la sensibilidad de muchos, o sea una descortesía, una inhumanidad, por la que yo también creo que se debe pedir perdón, o sea que Bueno sencillamente tendría que haberse disculpado —siguiendo la norma católica que Saúl ha explicado cuando él mismo la ha practicado al excusarse por haber herido la sensibilidad de Xavi López con la expresión “según dice”, que éste interpretó como ofensiva, y luego también Josep Maria Cuenca (éste de una forma muy descortés, siento decirlo, porque lo hizo después de que Saúl se hubiese disculpado). Y si es para mí la simple cortesía, como esto de pedir perdón por haber usado una expresión que suena mal en los oídos de otro, algo casi tan elevado como lo que llamo “racionalidad”, y si me parece, como a Colombo, que uno debe disculparse incluso cuando son los otros quienes le malinterpretan, diciendo, como ha hecho él mismo: “Pido disculpas, con esa expresión no quise ofender, &c.”, ¡con cuánto mayor motivo desaprobaré a Bueno, que, lejos de disculparse, se jacta y se justifica luego! No voy más allá; si tuviese trato frecuente con él, acabaría simplemente dejándole en paz, al viejo irritado y cascarrabias; pero esta antipatía natural hacia su conducta descortés no la extendería a su doctrina, ni aun a las ideas mismas por las que acaba insultando a los demás.

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  69. Estoy hablando de la descortesía, en todas sus formas y tonos, cuando se ejercita consciente y deliberadamente, y en contextos serios y públicamente muy formalizados, como éste. Irritaciones de las que luego me avergüenzo, las he tenido a menudo con mis propios parientes (creo que casi sólo con mis parientes). En un foro como éste hay que dar por supuesto que no debe haber animadversión personal, sino amistad, sin lo cual toda verdadera discusión y toda verdadera racionalidad estaría simplemente brillando por su ausencia. No digo que en una discusión seria no pueda haber acaloramiento, y llegarse a las palabras gruesas. Todo eso lo había en los debates entre bolcheviques, por ejemplo, y nada de ello impedía la constante renovación de las discusiones, la continuación de la crítica y de la autocrítica, porque aquellos hombres tenían propósitos que incumbían a la humanidad entera, y no llevaban consigo el saco de sus más o menos sagradas sensibilidades individuales para anteponerlo a aquellos propósitos. Ahora bien, cuando alguien empieza —o peor, cuando la continúa— una disputa basada en vindicar, más allá de una simple llamada de atención, su sensibilidad herida, basada en discutir matices verbales, interpretar si algo es o no es irónico (insistiendo más allá de la simple rectificación), si alguien —o su lenguaje— es tácita o implícita o latentemente desdeñoso o despreciativo, &c., &c. entonces este exceso de suspicacia le convierte a él mismo, a mis ojos, en un descortés. Yo lo que creo es esto: cada cual es aquí adulto y responsable, y tiene el cuero que tiene, grueso o delicado, y debajo de esa piel tiene su alma inmortal y su sensibilidad moral y lo que sea, y decide, con el poco o mucho juicio que Dios le haya dado, quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos, y quién le ofende y quién le quiere bien. Por nada del mundo querría entonces insistir en convencer a nadie de que adopte otra postura, porque confío en que todos aquí son seres pensantes y capaces de adoptar la que sea, y de arrepentirse luego si hace falta. Digo simplemente la mía, que es lo de Platón que ayer mismo me recordaba una querida amiga: la amistad es previa al diálogo, es condición de éste. El que se va irritado de una lista de discusión es que ha llegado a la conclusión de que sus contertulios no son sus amigos. Puede estar equivocado. Puede que luego lo medite mejor y se arrepienta. O puede que no, que jamás lo lamente. Aunque yo le censurase por ello, y protestase mi buena fe y mi deseo de convencerle y de que él desee lo mismo recíprocamente, está claro para mí que no adoptará ese punto de vista más que si siente que mi amistad es, realmente, previa a todo diálogo. Y en caso contrario, nada hay que decir.

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  70. He repasado, como Xavi, todos los comentarios intercambiados, y no he hallado, a diferencia suya, ningún motivo que justificase la actitud desabrida de Josep Maria Cuenca. A lo sumo, lo hallo para explicar la reacción de Viola y de Rufino a esa acidez, y el resto de las contestaciones va descendiendo por la pendiente abajo de la degeneradés, de la más estúpida suspicacia. Añado que tiene razón Xavi —y también Cuenca, por supuesto— al destacar que tales y tales otras declaraciones y actitudes de Bueno son injustificables, odiosas, contraproducentes y todo eso. Conozco a algunos buenistas verdaderamente grotescos, y no por falta de inteligencia, sino por falta de sensibilidad; y creo a Viola cando dice que hay buenistas fascistas. No es el caso de Izquierda Hispánica, cuyo ideario es comunista —digo yo en mi lenguaje, porque, como muy inteligentemente ha explicado aquí mismo José Ramón Esquinas, a eso hay que llamarlo socialismo. Más bien habría propuesto yo discutir las más vivas tesis de IH que la sesuda doctrina del Maestro. Y por supuesto, nada exige en Constelación compartir éste ni ningún otro ideario; aquí cualquiera pueden expresar y defender ideas anticomunistas, por ejemplo: le contradeciría yo mismo, pero no ninguna norma del blog.

    COLOMBO: «Supongo que Josep Maria sugiere que Bueno es un homicida en potencia, pero de lo que se trata es de otra cosa; llevar pistola en tiempos revueltos, llenos de bandidos, es algo muy racional —como en los westerns; el gobierno español daba licencia de armas a los ciudadanos amenazados por ETA, además de ofrecerles guardaespaldas, y ¿qué hombre sensato podría discutir que, dada la ocasión, lo mejor habría sido usar esas armas?»

    LÓPEZ: «¿“Racional”, llevar y usar la pistola? Estamos hablando de tiempos de paz (“al terminar la guerra”) y de que Bueno “la hubiese usado tres o cuatro veces”. Muy bien, habría que ver si la zona donde vivía Bueno en aquellos años era o no era el Far West, pero incluso así, no creo que sea “racional” llevar la pistola, o no más que el hecho de no llevarla por decisión propia; a lo sumo, prudente o práctico.»

    CUENCA: «Sobre la perla 2 Saúl vuelve a dar muestras de su templanza científica y racional y me atribuye algo que ni digo ni insinúo: que Bueno sea un homicida en potencia. No hombre, no, soy mucho más consciente de mis limitaciones que eso: sólo quería decir que me parecen vergonzosas las declaraciones de Bueno, y no más vergonzosas que justificarlas.»

    Cualquiera que, llegado súbitamente a este blog, pasase por encima de este intercambio de opiniones, creo que tendría la agradable sensación de que éste es un sitio donde cada uno dice lo que piensa y piensa lo que dice, aunque sea en fugaces fragmentos, y tendría también la sensación de que de ese modo puede uno recapacitar, buscar el pro y el contra, el sí y el no, y elaborar sus propias conclusiones. En fin, que a mí este espacio sigue pareciéndome, como creo que una vez dijo Cosma, inteligente, amistoso y maravilloso. Más allá de este espacio, cada quien es cada cual, y hace con su vida lo que puede.

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  71. Este debate empezó con la idea crítica de que el término “democracia” es usado en un sentido semánticamente muy rebajado —o políticamente debilitado—, cargándose en cambio de sentidos “irritantes”, emotivos. Eso pasa con otras palabras, como “cultura”, “terrorismo”, “ilusión”, “voluntad”… Xavi López habló del servicio que este debilitamiento semántico hace al capitalismo, insinuando que ya está agotándose, que la murga de la democracia liberal está gastada, y que quizá veremos en breve la suplantación de la “democracia” por otra palabra más útil (para el gran capital). Pero después Luque introdujo la crítica a la socialdemocracia, es decir al uso similarmente “irritante” de la idea de lo democrático, en el caso particular de la hostilidad de Judt al comunismo. Viola y Colombo han dicho también otras cosas en este sentido, más cercanas a las críticas del materialismo filosófico: que el democratismo de la izquierda se presenta como una cuestión de “talante”, identificándose con una suerte de exhibicionismo de la cordialidad y la actitud dialogante, un pacifismo abstracto, un rechazo igualmente abstracto de la “violencia”, un irenismo o armonismo enternecedores, &c. Yo creo que esta caracterización es correcta: esas ideas de la izquierda indefinida son monsergas edificantes. Pero recojo también el ímpetu y el espíritu de lo que protesta Josep Maria Cuenca, que es volver al principio: si los socialdemócratas tienen una idea imbele de lo democrático, eso les coloca, filosóficamente, en el mismo plano que a la derecha, que también habla de “concordia”, de “paz social”, de entente, de prudencia, de solidaridad, &c., del modo más hipócrita imaginable. Luque propuso hace meses esta cuestión de la recuperación del lenguaje común para los propósitos emancipadores y para la claridad crítica —en la entrada “Lenguaje (político)” y otras, y justamente siguiendo una sugerencia de Judt en su último libro, Algo va mal; un libro, por cierto, que a mí no me dice gran cosa. Cuenca siente una lógica rabia contra ese buenismo que se presenta tan crítico con la estupidez verbal de la izquierda, y en cambio no dice nada acerca de la corrupción del lenguaje en la derecha (y ahora no deseo provocar una nueva contestación de Viola defendiendo la crítica de Bueno sobre que los conceptos de derecha e izquierda ya no tienen sentido; no la niego, sino que me estoy refiriendo a las ideologías que defienden el capitalismo y las que defienden el socialismo); no sólo está el tono despectivo con que Bueno se refiere a “el Llamazares” —que no pinta gran cosa para el socialismo—, sino también los insultos que esos payasos buenistas dirigen a Sánchez Gordillo o a los políticamente desorientados pero valientes impulsores del 15M. Claro que se trata de advertir ambas falsificaciones, que son la misma. Hay que denunciar a cualquier apologista de la inteligencia bruta de los poderosos, de los Napoleones; eso lo hace el propio Bueno y algunos de sus adeptos, aunque no por ello se descalifican, sino que lo que dicen puede ser discutido; pero también hay que reconocer aquí que esas ilusiones hegelianas de los buenistas no caracterizan a Izquierda Hispánica. A lo sumo, de ésta se podrá decir que es un grupo minúsculo, sin proyección social, y con un discurso que, aunque en mi opinión es claro, parece muy utópico, porque (1) su idea del imperio socialista hispánico es hoy día un propósito singular, y (2) el camino para recuperar un lenguaje claro y revolucionario es, en el tramo actual, largo y empinado.

    PS. No sé si yo he dicho alguna vez eso de que Constelación es un espacio “inteligente, amistoso y maravilloso”, pero sí que lo pienso de ese modo; igual que hay cosas que se dicen sin pensar, hay cosas que se piensan aunque no se digan.

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  72. Por alusión, quiero responder algunos puntos de los comentarios de Josep Maria y Xavi. Otros muchos, aunque no los comparta, no entraré a discutirlos porque ambos ya se han despedido del blog y esto supondría una de dos: (1) jugaría con ventaja al decir la “última palabra”, a sabiendas de que no recibiré respuesta y dando la impresión —quizá injustamente— de que zanjo el tema llevándome toda la razón sobre el asunto. (2) Pudieran verse obligados a darme una réplica y tener que incurrir en una interminable situación de “despedidas” sin fin (al menos en lo que diera de sí el debate). Así pues, intentaré —en la medida de lo que pueda y aún a riesgo de dar la imagen de que quiero escurrir el bulto por falta de argumentos— no entrar en asuntos tan complejos como los del “nacionalismo esencialista” de Bueno o su “disparatada e idealista” concepción de la pena de muerte. Otras entradas, ya alejadas de este hilo, servirán para estos temas (e insisto: si algún día a mí o a cualquiera se nos ocurre tratar filosóficamente la “idea de España” en Gustavo Bueno, nada me haría más feliz que la participación —aunque fuera como una excepción— de Josep Maria Cuenca, pues como bien dice, la idea de este debate fue suya, a raíz de mis comentarios sobre ‘España no es un mito’).

    Es posible que algunas de mis expresiones fueran desafortunadas. Dice Josep Maria: “El problema es que yo, a diferencia de Viola, no veo por ninguna parte la necesidad de suscribir ni mucho ni poco el discurso del PP. No entiendo, en fin, porque la cuestión de la independencia de Cataluña sí puede ser analizada en términos marxistas, materialistas, de clase... y en cambio el de la posición nacionalista del PP no.” Quería referirme únicamente a mi coincidencia con el discurso antisecesionista del Partido Popular. De todos modos, si la situación llegase al extremo de una posible e inminente fragmentación de España, que nadie dude de que me alinearía con ese Partido si fuese la única opción con la fuerza real y suficiente para evitarlo. Mi alineamiento sería, claro está, «de urgencia», coyuntural, transitorio, provisional y estratégico (el «análisis concreto de la situación concreta», al que tantas veces se ha aludido en este blog —en relación al problema de apoyar o no a movimientos de emancipación como el 15-M y otros—, conlleva este tipo de contradicciones). Eso no significa que luego no hubiese que continuar nuestra batalla en el seno de la nación en contra de las políticas salvajes y neoliberales (redundancia al canto) de la derecha española. Pues yo coincido en esa parte del discurso del PP sobre la preservación de la nación política del mismo modo que coincidiré con falangistas o monárquicos o socialdemócratas patrioterios (como Bono); sin embargo, esa coincidencia no me convierte en un falangista, en un monárquico o un socialdemócrata españolista. Suscribir esa coincidencia con el PP (y constatar una realidad impepinable, a saber, que es prácticamente el único partido “de peso” que defiende sin tapujos dicha unidad nacional) no implica que suscriba su modelo político y económico.

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  73. Tiene toda la razón Josep Maria cuando dice que «el PP defiende una España muy, pero que muy concreta que, en su caso, no es otra que la de la perpetuación del estado de cosas presente: que los privilegiados sigan siéndolo, que los pringaos sociales sigan pringando, etcétera. A juzgar por sus políticas, a los mandamases del PP les importa una mierda el territorio y la cultura de su país y la inmensa mayoría de sus habitantes. En semejantes condiciones, su defensa de la unidad de España no creo yo que pueda responder a nada noble.» Yo defiendo esa unidad, y en ese sentido coincido con el PP, pero como he intentado explicar hace un momento mi coincidencia sólo llega hasta este punto. Por otro lado, yo jamás he pensado que únicamente el nacionalismo catalán pueda ser «analizado en términos marxistas, materialistas, de clase… y en cambio el de la posición nacionalista del PP no.» Siempre he criticado que el nacionalismo espiritualista, esencialista, organicista… ya se trate de un nacionalismo mitológico catalán, ya se trate de esa idea metafísica de España como “unidad de destino en lo Universal”. El PP o muchos de sus militantes y simpatizantes no se salvan de padecer, en ocasiones, este tipo de delirios esencialistas. Yo sí creo que puede criticarse desde el materialismo este tipo de nacionalismo español (i. e. no aquél que tiene que ver con un proceso de construcción nacional, cívico-jurídico y “racional-ilustrado”, sino el que es «ideológica, esencialista y etnicistamente nacionalista», como apuntaba Cuenca). Ese tipo de nacionalismo español “castizo”, identitario, étnico-lingüístico y cuasi místico-religioso constituye, a mi modo de ver, un factor tan regresivo y primitivo como el de los nacionalismos catalán y vasco. Ahora bien, dos cosas como mínimo habríamos de debatir a fondo: (a) Si la importancia y la magnitud de este tipo de nacionalismo español puede equipararse —proporcionalmente— a la importancia y la magnitud del fenómeno nacionalista en Cataluña; (b) Si el supuesto nacionalismo de Gustavo Bueno es de índole esencialista y metafísica. Como he dicho al principio, no me adentrare en estas cuestiones.

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  74. Respecto a que «las conclusiones ideológicas a las que llega Bueno siempre se decantan, mira por dónde, a favor de posiciones que satisfacen ideológicamente a la derecha y a la ultraderecha», no negaré que sea un hecho, pero un hecho parcial, porque también llega a conclusiones ideológicas que no coinciden o satisfacen a la derecha (pero estas se obvian). Tampoco creo que Bueno llegue a esas conclusiones para (o sólo para) satisfacer a la derecha; en todo caso habrá un poco de todo, pero no se puede, creo yo, despachar el asunto diciendo que Bueno es «en apariencia y en esencia» un derechista porque haya una «correspondencia milimétrica» en los temas tratados por Bueno y las prioridades programáticas del PP. No niego que en muchos puntos pueda existir una afinidad de intereses varios entre ambos, pero también pienso que Bueno seguiría manteniendo sus tesis se correspondiesen o no con cualquier tipo de programa electoral, de derechas o de izquierdas, porque sus argumentos tienen una fundamentación profundamente filosófica que está por encima (o por debajo) de cualquier programa o coyuntura política.

    Sobre el matiz a lo de Dragó, estoy completamente de acuerdo, de hecho lo maticé yo mismo en mi comentario: el goce procedía de los entrevistados, pero algo de mérito habrá que darle a él, pues imagino que era el que elegía a los contertulios. Tampoco has hecho, creo, ninguna alusión a lo que he dicho de la censura a la que han sido sometidos por medios de comunicación de izquierdas personas como Bueno o Puente Ojea, entre otros tantos, quedándoles como única salida —si querían hacerse escuchar— intervenir en programas “derechistas”. Algo así como cuando en tu bar habitual empiezan a tratarte mal y decides, aunque sólo sea “por despecho”, irte a la competencia… o algo así como ese también típico «me tratan mejor y con más consideración los de fuera que los de casa, que la propia familia…».

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  75. Sobre el análisis que Josep Maria realiza de la sección «¿Quiénes somos?» de la página de Izquierda Hispánica suscribo —y no añado nada más— lo dicho por Luque y Esquinas. Respecto a la opinión de Cuenca de que «IH sólo tendrá futuro si le es posible sumarse a un movimiento político mucho más amplio y si rebaja sus maximalismos» diré que me parece de lo más respetable y que se trata de algo que, efectivamente, puede —y debe— ser debatido tanto por los propios afiliados y simpatizantes de la asociación como por aquellos otros a los que les apetezca discutirlo.

    Por otra parte, acepto el error de interpretación que me atribuye Josep Maria al haber equiparado su interés por Žižek con mi “admiración” por Bueno. Como también reconozco sin problemas mi recurrencia a la «reproducción literal de las posiciones de Bueno». Asimismo, comparto contigo, Josep Maria, que Žižek es más simpático que Bueno; confieso que si tuviera que ir a tomarme unas cañas con uno de los dos elegiría al primero, no así para otras cosas (aunque esto último es trivial y no tiene interés alguno para el blog). Hubo una época en que yo mismo tenía a Camus como autor predilecto (‘El hombre rebelde’ tiene para mí una importancia personal que va más allá del contenido del libro) y, desde luego, el hecho de que muchos no tengan sistema propio (o prestado) no les resta valor alguno. En cuanto al tema de Žižek y Stalin (que, además de la imagen en la entrada de su casa, tiene otra —o será la misma haciendo “rotaciones”— encima de su cama-sofá como puede verse si se pone en 'google imágenes' «Žižek + Stalin»; de todos modos esto es una tontería sin importancia) creo que Bueno también participa de ese estilo provocativo que atribuyes a Žižek cuando saca a colación a Stalin, sin embargo no te negaré que en la cabeza (en las ideas) de Bueno no haya algo mucho más profundo —de admiración a lo que fue la estructura de la URSS, al modo de su admiración por la Iglesia Católica— que, evidentemente, no hallamos en Žižek.

    Respecto al párrafo en el que dices: «es significativo el dato que ofreces acerca de que entre los seguidores del materialismo filosófico hay algunos fascistas. Me pregunto si habrá fascistas entre los seguidores de Tony Judt, de Richard Sennett, de George Orwell o de Walter Benjamin.» No me dice gran cosa (no digo que carezca de sentido) porque el hecho de que algunos “fascistoides” hayan adherido a las ideas de Bueno [tergiversándolas a placer] no convierte a esas ideas en fascistas ni a Bueno en fascista. ¿O los hegelianos de izquierda convierten a Hegel en izquierdista y los hegelianos de derecha lo convierten en derechista? o ¿las interpretaciones anarquistas o fascistas de Nietzsche convierten a ese [y a sus ideas] en anarquista[s] o fascista[s]? Quiero decir que el hecho de que haya algunos fascistas extraviados nada dice de Bueno y de sus ideas; como nada dice de las ideas de Judt, Senté, Orwell o Benjamin el hecho de que no se encuentren fascistas entre sus seguidores. Hay que examinar las ideas y los autores en sí mismas, no juzgarlos por las personas que las adhieren o las que no. Y esto ya no lo digo por ti, pues es cierto que has expuesto un listado de ideas propias del materialismo filosófico criticándolas. Sería interesante, de todos modos, preguntarse si las ideas de Bueno contienen un “germen” que puede propiciar (si esa potencia se convierte en acto de un modo degenerado) ideas y proyectos políticos totalitarios, que supongo que es a lo que te referías cuando insinuabas que esto jamás podría suceder entre los seguidores de esos otros autores citados.

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  76. Dice Josep Maria en otro punto que «nadie se ha pronunciado aquí todavía» sobre el tema de la actitud de Gustavo Bueno [ahora ya sí: lo hizo hace poco Alberto Luque y no recuerdo con seguridad si también dijo algo al respecto Cosma]. Mi opinión sobre este asunto sobre el cual Cuenca nos pedía un pronunciamiento digo lo siguiente: el estilo de Gustavo Bueno no es el mío; raramente insultaré a nadie en un debate intelectual e intentaré mantener la compostura (lo que no impide la mordacidad irónica y otro tipo de “elegantes agresiones dialécticas”). Ahora bien, tengo que decir dos cosas: (1) Los insultos de Bueno hay que tomarlos muchas veces como una mera provocación, una incitación a la polémica e incluso el único modo de hacer reflexionar (y reaccionar) a la gente. En otro sentido, hay que tomarlos como parte del mecanismo que explico con precisión Alberto en la entrada del «Manifiesto federalista» (18 de Octubre); es decir, «la descalificación personal es justa sólo en una fase posterior del debate; a saber: cuando quienes sostienen las falsas ideas que se acaban de desacreditar racionalmente siguen tan pertinaces que ni proceden a contraargumentar, sino que, lejos de ello, se rasgan las vestiduras y protestan que la crítica que se les hace es ofensiva e intolerable.» (2) En otro sentido, y esto es una “opinión subjetiva” (de hecho, y de algún modo, todas las opiniones —‘doxai’— son subjetivas, puesto que si se tratase de conocimiento objetivo tendríamos que hablar, no ya de opinión, sino de conocimiento objetivo —‘episteme’) decidí no rasgarme las vestiduras por esa habitual tendencia iracunda de Bueno y su propensión a lanzar improperios a diestro y siniestro. Lo achaco a su forma de ser, a su carácter, y “le concedo esa licencia” que a mi modo de ver no ensucia en absoluto su trabajo (en ocasiones incluso me parece un “anciano entrañable”, cascarrabias y testarudo, sí, pero “entrañable”; no así algunos de sus más conspicuos discípulos que pretenden imitar a pies juntillas al maestro y, careciendo de toda la “gracia” que pudiera tener Bueno —si es que a veces la tiene— e insultan desagradablemente a todo quisque a la mínima de cambio). Como Alberto, «esta antipatía natural hacia su conducta descortés no la extendería a su doctrina, ni aun a las ideas mismas por las que acaba insultando a los demás.». Espero que a Josep Maria le sea suficiente mi pronunciamiento ante este asunto de la actitud de los buenistas y de la del propio Gustavo Bueno.

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  77. Respecto al comentario de Xavi: «Viola, de quien es de agradecer su tono ponderado, ha errado el tiro al corregirme, citando un texto de Esquinas en el que se me acusa de historicista empírico. ¿Será eso un pecado? ¿Tendré que pedir perdón, o me perdonarán ustedes la vida con un enésimo argumento ad hominem (por ejemplo, que no he leído suficientemente al maestro, o quizás, que dado mi pasado deleuziano, es natural que incurra en tales "errores")?» No creo que Esquinas haya usado el verbo «pecar» en el sentido ofensivo en que lo ha interpretado Xavi. Desde nuestro punto de vista, creemos que tus argumentos y críticas sobre ‘El mito de la izquierda’ «adolecen» (o «tienden a», o «se incardinan en», &c., &c.) de un «historicismo empirista», que desde nuestras coordenadas no compartimos, pero en ningún momento quiso plantearse como que tu postura fuese un «pecado imperdonable», un «error inconfesable» o un «delito»; es una postura completamente legítima e incluso defendible. Simplemente estábamos contrargumentando e intentando esclarecer el posicionamiento intelectual de nuestro interlocutor, al tiempo que nos posicionábamos nosotros mismos. Me da la sensación de que tu reacción ha sido algo “susceptible”, “a la defensiva”. No creo que Esquinas haya «pontificado desde ningún púlpito», y si a Xavi le parece desacertado el “calificativo” de «historicista empirista», lo suyo en un debate es ir argumentando y perfilando posturas; a veces incluso lo que parecían en un principio discrepancias insalvables acaban convirtiéndose en meros matices sin demasiada importancia. Insinuaba también Xavi López que alguien le pudiera llegar a acusar ‘ad hominem’ por su pasado deleuziano; no creo que esto sucediera. De hecho, en el debate iniciado a raíz de su interesante artículo «Pensar, crear, resistir: las armas de Deleuze» (8 de Octubre) se discutieron diversos puntos de vista filosóficos, siempre respetando que uno fuera deleuziano o dejara de serlo. Cosa que si he percibido en algunas ocasiones a la inversa; he visto aquí por momentos un desprecio poco razonado por aquello que adherimos al materialismo filosófico; simplemente porque Gustavo Bueno es un derechista que desbarra sobre la pena de muerte y dice «semejantes barbaridades.» Según Xavi «los argumentos contra Bueno aquí expuestos no son sólo válidos, sino incontestables»; pero yo no creo que sea así, serán válidos pero si son “contestables”, a menos que se caiga en lo mismo que se critica, es decir, hacer lo que hace Bueno: pegar una patada al diálogo y largarse. Xavi dice que no quiere a Gustavo Bueno «ni como amigo ni como guía»; nadie le obliga a ello. Cuando se empezó a hablar de un posible debate sobre la filosofía de Bueno creí que podríamos hablar sin las excitaciones, emociones y tensiones que todos hemos mostrado aquí en mayor o en menor medida; de algún modo ya me temía que podría suceder esto cuando escribí en otro hilo que este asunto sería como abrir una «caja de Pandora».

    De todos modos, a mí me parece como a Cosma y a Alberto (y supongo que también a otros que no participan tan asiduamente) que ‘Constelación’ es un espacio «inteligente, amistoso y maravilloso»; por lo menos yo no dejo de aprender en él, en todos los sentidos. Siento, de nuevo, la marcha de Josep Maria Cuenca y Xavi López, pues es su libre decisión, pero no quiero dejar pasar el darles mi agradecimiento por todo lo que me han hecho disfrutar con sus artículos y sus debates en este blog.

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