5 de octubre de 2017

Secesionismo: La persistencia de la ficción

El Criticón

«Fem història». I tant que heu fet història…!, la que os ha dado la gana, por cierto. Pero, sinceramente, tampoco creo que deba llevarse a asombro nadie de los que aún tengan dos dedos de frente —esos pocos, estadísticamente hablando, a quienes el incesante bombardeo propagandístico no les ha dejado hecho polvo el cerebro—, ya que este fenómeno, el de la manipulación histórica por parte de los nacionalismos, como bien es sabido, no es en absoluto novedoso. Y tampoco es este vídeo un caso excepcional, muy al contrario.

El vídeo al que se hace referencia puede verse aquí.

Del todo punto inútil, o imposible, sería poner aquí por escrito una refutación suficiente de las incalculables sandeces que se dicen en este vídeo. Lejos de mí tal pretensión; menos aún tratar de convencer o persuadir a nadie, pues esa forma de interacción tan sólo es válida ante dos opiniones divergentes que partan de hechos objetivos y verificables. Y no es este el caso.
Mi empresa es más humilde. Tan sólo quisiera trazar los límites de la insensatez, según lo que he podido llagar a comprender, y para ello me gustaría empezar con un libro que se halla muy a trasmano de las demás obras de G. Orwell, prácticamente olvidado en la actualidad: Anotaciones sobre el nacionalismo (1945). Entre sus líneas podemos hallar ya no solo interesantes reflexiones sobre la férrea rigidez mental, garante de la obturación del conocimiento y de la desconexión con la realidad, propias del fervor nacionalista, sino también su auténtica obsesión por alterar el pasado. El libro merecería una reseña dilatada, pero bastará que extraiga de él algunas citas ilustrativas, como esta: «Se pasa [el nacionalista] parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas ocurren como deberían… y trasferirá fragmentos de este mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que pueda».
Pero si en la actualidad los ideólogos y promotores del secesionismo, en su absurda estrategia de extravagante fundamentación jurídica, no dejan de repetir hasta la extenuación el consabido sonsonete del «derecho a la autodeterminación» de Cataluña —recordemos, sólo válido para territorios coloniales y oprimidos—, ¿qué otra opción les queda a esas mentes borborígmicas que echar mano de la historia y forzarla a realizar una pseudometamorfosis, es decir, a hacer de Cataluña una colonia, sometida, a lo largo de los tiempos, a la subyugación, a la explotación y a la dominación «extranjera» (española)?
Lejos de todo este palmarés fantástico, gracias al cual la mentira ha sido conducida hasta sus linderos extremos, la realidad histórica es que jamás existió un «Reino de Cataluña», ni siquiera una «Confederación catalano-aragonesa», y menos aún una «Corona catalano-aragonesa», términos inventados por Antonio de Bofarull y que llevan el marchamo inequívoco de la historiografía de la Renaixença; y lo mismo cabe decir sobre los «Países Catalanes», resultado de la desbocada inventiva de Joan Fuster. Sin embargo, todos ellos son términos manidos del independentismo, que todo hijo de vecino ha leído en los libros de texto de primaria y secundaria o ha oído de boca de más de un profesor.
Y es que de igual modo que el populus romanum, formado por las gens, remontaba sus orígenes hasta el fundador mítico de Roma, el «pueblo» catalán hace lo propio con su Ramón Berenguer IV y con esa época nimbada de romanticismo. La ubicación en el futuro del anhelo de un pasado glorioso no deja de responder a las proyecciones retroactivas insertas en el latifundio romántico: «Origen es destino». Escribe Orwell en otra parte del mismo libro: «El objetivo primario de la propaganda [nacionalista] es, por supuesto, influenciar la opinión contemporánea, pero aquellos que reescriben la historia probablemente creen en una parte de sí mismos que están realmente armando los hechos hacia el pasado.» Si en el ámbito del subjetivismo psicológico la mejor ficción es un recuerdo adulterado, ¿qué puede llegar a ser la historia sumida en el sueño mistificador de una sociedad de consumo, post-histórica —Fukuyama tenía razón—, amnésica y abocada a la inmediatez? Simplemente, nada. Material manipulable.
Al principio, es cierto, en plena crisis económica, fueron precisamente tesis economicistas las que se arguyeron a favor de la secesión. Fueron estas pequeñas chispas las que encendieron larvadamente la hoguera de la crispación; mas no era suficiente; el vil oportunismo de las élites políticas y económicas catalanas dio pie a una enfermedad intercurrente, al flatus vocis del epos heroico nacional: el «regreso a Ítaca». Repetido incansablemente este nóstos una vez tras otra —relato hecho a la medida de las tragaderas del común de los catalanes y que tan bien casa con la alicorta perspectiva del universo actual del discurso público—, empezó a insuflarse, desde el «partido de vanguardia», a través de muy distintos medios institucionales, a la masa heterogénea, estulta y semianalfabeta, a la que se alfabetizó con un pequeño acopio de ideas fijas, esperanzas de la más diversa índole, falsas promesas y fantasías, abominables y seductoras a un tiempo, fundamentadas en un pasado quimérico, capaces de justificarlo todo. Aunque cabe reconocer que los utopistas de hogaño, a diferencia de los de antaño, ni tan siquiera se han esforzado en indicar, en determinar, qué pasos pueden llevar a esa nonada, quiero decir, a la utopía en la que jamás han creído.
El «pueblo» catalán, se dice, está llamado a hacer grandes cosas (como cree todo aquel que sufre el «síndrome del pueblo elegido»). Si no ha sido capaz de hacerlas en el pasado, se debe, nos asegura la propaganda secesionista, a esa España que no ha superado aún el estadio morganiano de la barbarie y que ha imposibilitado, de forma obsesiva, que el genuino «pueblo» catalán —«cívico», «muy avanzado» y, ¡cómo no!, «demócrata» (sic)— acometiera la empresa a la que había sido llamado por Dios, por la historia o por no se sabe qué; en resumidas cuentas, como diría el edecán de Cucurull, ese pseudo-historiador de la ANC y del INH, la historia del «pueblo» catalán no es sino la historia de una desgraciada enajenación milenaria de la que ahora hemos comenzado a despertar —¿habría sido la historia heterónoma hasta la actualidad un «ardid de la razón» en clave hegeliana?—, de un esclavismo colonial por parte de esa malhadada España «autoritaria», «franquista», «antidemocrática», etc., y de la Leyenda Negra que la circunda aún hoy, tras haber pasado no pocos siglos desde su invención; «leyenda negra» que, en verdad, sólo existe en las propias mientes de los nacionalistas, en su victimismo endémico, en su narcisismo patológico, en su megalomanía, en definitiva, en la falsa conciencia llamada «ideología».
Dicho relato nacional popular, que ahora es presentado sin complejos bajo la luz del almo día como la verdadera historia de Cataluña, es además tan simplista que ni siquiera es capaz de hacer distinción entre clases económicas determinadas, ya que todas ellas son subsumidas, fagocitadas, sus antinomias armonizadas, por la inconcreción del término «pueblo», no en cuanto que universal concreto —el pueblo pobre y trabajador, p. ej.—, sino en cuanto que universal abstracto. De vuelta a los tiempos del Sturm und Drang, del pietismo hamanniano que dio a luz al Volksgeist herderiano, fichteano y hegeliano: de ese espíritu nacional que insufla su hálito en el «pueblo», cuya unidad metafísica, al ser entendido sustancialmente, queda garantizada frente a sus formas accidentales que se inhieren a través de los tiempos. En otras palabras, aquí no se está aludiendo al pueblo entendido como masas populares —masas trabajadoras: campesinado, proletariado—, sino al pueblo entendido como «unión cultural», idea oscura y extemporánea surgida durante el romanticismo y que sigue llenando como una densa bruma nuestra atmósfera civil. Llegados a este punto, formulo la siguiente pregunta: ¿Qué es, pues, la «cultura» en la que se fundamenta esa «unión cultural» catalana? ¿Realmente se conocen las distintas respuestas dadas por parte de muy distintos antropólogos —p. ej., Tylor, Kroeber, Morgan, Boas, Malinowsky, White, Geertz, etc.— cuando invocamos la dignidad de ciertas palabras con las que nos llenamos la boca a diario, las cuales, a fuerza de significarlo todo en nuestros eructos verbales, dejan de significar nada en la realidad? Tres cuartos de lo mismo podría decirse de tantos otros términos, elegidos por su fuerza, por el copetudo prestigio que los acompaña y, sobre todo, por la nada que designan: «nación», «país», «democracia», «libertad», «derecho a autodeterminación»…
Sea como fuere, lo cierto es que se ha conseguido, al fin, crear una particular Welstanchauung, como dirían los alemanes, una «visión del mundo» hecha a medida del «pueblo» catalán. Y digo bien, «visión», porque el homo videns ve, pero no piensa. El verbum se ha vuelto subsidiario de la imago. La palabra no es sino el envoltorio de la mercancía a la que el mundo, objetos y habitantes, han sido reducidos. Y la hipotética República catalana no es más que el vano nombre de ese ruido crotorado en la televisión catalana, en la propaganda, en las calles, a todas horas.
Entre los grupúsculos de izquierdas, mayoritariamente anarquistas —sean o no conscientes de ello—, e incluso entre los votantes de algún partido de izquierdas, también se hallan presentes los «tontos útiles» de siempre, quienes además escenifican grotescamente toda clase de aspavientos para demostrar o demostrarse su distanciamiento del nacionalismo. Por lo pronto, quienes los apoyan son meros instrumentos que creen luchar por sus ideales, cuando inadvertidamente lo están haciendo por los intereses de determinados partidos políticos para quienes no son más que material desechable. Son precisamente estos que enarbolaban la bandera de la auténtica y genuina democracia, como enarbolaban los albigenses y luteranos la de la auténtica fe al tenerse por auténticos cristianos, quienes chorrean hiel contra España, pues son víctimas de un maniqueísmo elemental que les escurre las seseras. Son más franquistas que Franco, puesto que empiezan a contar la historia de España a partir de Franco: la bandera española es de Franco, simplemente porque se la arrogó, e ignoran que ya estaba presente en la Primera República y durante Carlos III; el himno español también es franquista, claro, porque todo lo que se remonta más allá de los años de la dictadura franquista es el pasado remoto e ignoto; y el PP, como es hijo de Alianza Popular, es franquista-fascista también, y Ciudadanos y el PSOE, y todo lo que no encaje con su rudimentario esquema mental. A este nivel de simplismo y paranoia han llegado, viendo fantasmas que no existen más que en su imaginación y apelando contumazmente al franquismo. Pareciera como si todavía no hubieran podido deglutir la muerte de Franco, pues su espiritualismo simplón les lleva a temblar como azogados ante la presencia del espíritu del dictador que, no se sabe cómo, sobrevivió a la muerte corporal y cuya presencia amenaza incesantemente a España. Y tampoco podían faltar a este festín esperpéntico los polieznyi que brindan apoyo al secesionismo desde otras autonomías y desde el otro lado de las fronteras españolas, y a quienes no se sabe por qué se les supone libres de intereses y se les otorga mayor grado de objetividad.
De todos modos, ya no se trata de legalidad o de legitimidad —embrollo de ideas del que tanto se habla curiosamente en nuestros días tras las supuestas dos legalidades y dos legitimidades—, ya que España es precisamente una democracia liberal con una Constitución refrendada; tampoco se trata de la historia que se nos vende de Cataluña desde Cataluña, en la cual se afirma que esta habría sido un Estado puntero, en terminología aristotélica, «en potencia» —¡como si pudieran existir Estados en acto y en potencia!—, a cuya actualización se opuso enfermizamente una España «semita» que, curiosamente, le iba a la zaga en todos los aspectos; tampoco de economía —¿quién no recuerda el famoso «Madrid/España nos roba», repetido 15 veces al día cada uno de los 365 días del año?—; ni siquiera, de las demás mentiras políticas —de si se ha suspendido la autonomía, de si hay un estado de excepción, de si existen presos políticos, de si se vota para defender la democracia—; sino del «ciudadano», en este caso, catalán, es decir, del consumidor frente al libre mercado universal, de si quiere o no quiere, de si sí o si no, tan sencillo como eso, puesto que él tiene la «capacidad de decidir», y con su elección se pretende culminar el plan de derogación de la Constitución.
El irrestricto y ubicuo bombardeo propagandístico al que diariamente nos vemos expuestos en Cataluña, y en base al cual no pocos determinarán finalmente su «consumo», esto es, su elección, el «lo quiero» o «no lo quiero», es, simplemente, psicotécnica moderna. El resultado: quinceañeros reclamando el «derecho» a voto —la reflexión ha cedido ante el verbum desiderativum— y niños pegando propaganda por las paredes, afirmando que «independencia» significa no ser manipulado por otro. «El nacionalismo no solo no desaprueba las atrocidades cometidas por su propio bando, sino que además tiene una notable capacidad para ni siquiera enterarse de ellas», escribía Orwell.
El mismo espacio urbano se ha convertido en un gran panel publicitario, como diría Karl Kraus, donde se le da la bienvenida a la República que no será y se saluda a la Unión Europea que, de todos modos, no la reconocería. No iba a haber referendo el día 1 de octubre, si acaso un gesto simbólico, en otras palabras, inútil, cuando mucho una oportunidad para que los individuos descargasen un quantum de sobreexcitación y pudieran desinhibirse festivamente —¿qué otra cosa, si no, es una fiesta?—; en caso de que ganase el «sí», no iba a haber proclamación de la República catalana, como ya sabía todo el mundo y como ya había empezado a reconocer sin ambages el PDeCAT; a lo sumo, iba a ver lo que ya estamos viendo, una dilación continua, al día siguiente, no, mañana, en 48 horas, no, el fin de semana, no, el lunes, dicho, sí, definitivo, el lunes, no, mejor la víspera del 12 de Octubre… Salvo que se tratase de los aventureros descerebrados que aparentan ser, la cosa no podía ocurrir de otro modo: empezar a cantar la palinodia… aunque no faltarán los que, ¡de perdidos al río!, tiren hasta el final y la proclamen de verdad… tanto peor para ellos.
Lo que ya antes del 1-O esperamos muchos es que el presidente de la Generalidad no se retracte ni vacile tanto, precisamente ahora, pidiendo diálogo e intermediadores para evitar hacer lo que no se atreve a hacer y está ya comprometido a hacer, esperamos que no dé un cobarde paso atrás, después de habernos llevado a este punto de no retorno, después de haber llevado tan lejos una broma aciaga de un gusto tan reprobable, que no defraude en el último momento al «pueblo» al que se debe, al electorado al que representa… en otras palabras, que no deserte, que vaya hasta el final del asunto y que asuma todas y cada una de las consecuencias de sus actos. Y si no puede, si no es capaz de cumplir un programa electoral donde se proponía un imposible, es muy sencillo, que convoque elecciones anticipadas —suponiendo que ya no se haya rebasado, en su propio milieu, el margen posible para tal cosa. Es cuanto cabe decir. Pero ¿qué más da? «Algunos nacionalistas», decía Orwell, «están no muy lejos de la esquizofrenia, viviendo muy felices entre sueños de poder y conquista que no guardan conexión alguna con el mundo real». La cuestión es que el «pueblo», a día 30 de septiembre, seguía queriendo votar, porque eso es lo que le habían metido en la cabeza —«todo objeto es movido por otro»—; y lo peor de todo, ahora sigue pretendiendo que el 1-O ya votó y sentenció definitivamente su libre y autodeterminado futuro republicano, y punto, que no es cosa ya de distinguir entre realidad y fantasía, esas categorías de los sabios de antaño que ya no significan nada en el feraz bosque del voluntarismo postmoderno.
Comoquiera que sea, la costra idealista, la metafísica del pueblo, que se ha formado a lo largo de estos años, y que hunde sus raíces en un pasado oscuro, frenológico y racista del que al parecer nadie quiere acordarse ya —que va desde el famoso libro de Pere Mártir Rosell i Vilar (diputado de ERC), Diferéncies entre catalans i castellans: Les mentalitats especifiques, hasta Pujol—, sirve para cubrir todas las heridas de la realidad de los individuos, para restañar su insulsa vida diaria y hasta, si se quiere, el tedium vitæ, prometiéndoles que participarán de un momento trascendental, que serán causa agente y final de la Historia de una pequeña e insignificante región del mundo llamada Cataluña.

19 comentarios:

  1. Nuestros propios fanáticos nos van a convertir en unos doctores en nacionalismo; ríete tú de Strauss y de Renan, de Rosa Luxemburg, Lenin o Stalin, de Hobsbawm o Gellner… A ver qué país del mundo se ha tenido que enfrentar —incluyendo a los alemanes de la era hitleriana— a una experiencia más intensa y dilatada en superstición nacionalista que nosotros los españoles, especialmente los que viven o tienen familia en Cataluña. Bien lejos estoy de dar un valor cualquiera a lo emocional, salvo como expresión real de lo irracional, y por tanto eficiente, muchas veces indomeñable, pero que tarde o temprano también acaba disolviéndose, más o menos por la vía semirracional y verídica de la tragedia. El desprecio dialéctico, racional, estoico, al sentimentalismo o el voluntarismo está más que justificado, pues se demuestra que siempre, siempre, acaba en abyecta desmoralización. O sea que llega un momento en que esos vapores mentales se disipan con una buena dosis de jarabe de palo, como el que el Ejército Rojo acabó proporcionando a las fogosas huestes de Hitler… Voy a justificar entonces lo que parecería a simple vista una caída en ese sentimentalismo que firmemente aborrezco, ni más ni menos que Criticón. Hoy me ha proporcionado la familia de un querido amigo un terrible precipitado, cristalino y puro, de lo que significa la profunda, inequívoca y dramática sinceridad de quienes creen la falsedad de lo que creen. No es cosa que ignorara, pero no es lo mismo tratar el asunto científicamente, académicamente, que sentirlo en carne viva. Cuando uno distingue entre la masa de iluminados irracionalistas a unos cuantos que no son hipócritas, sino firmemente convencidos de sus ilusiones, como las juventudes hitlerianas, entusiastas capaces de ignorar hasta el dolor que su gozosa ideología causa en sus propias madres, cuando uno observa la inconmovible entrega de estos sinceros fanáticos a su ‘causa’, por fuerza tiene que pararse, por lo menos, a meditar. Y no conviene que nuestra reflexión sea abstracta, del tipo de esas especulaciones, sin duda certeras y racionales, sobre el fanatismo en general o la insectolatría en general (aquel «espíritu de la colmena» que tan poética y escrupulosamente describió el místico Maurice Maeterlinck…). No, no nos importa la insania en abstracto y en general, sino esta nuestra, esta particular e intestina, esta tan cargada de patetismo e infamia, en una palabra: el odio a España. ¿Quiénes, cuándo, dónde, cómo, por qué, para qué… han vertido este veneno en las cabezas de tantos niños? Bien sé que todas estas preguntas no son más que erotemas para los eruditos, pero no las dirijo a los eruditos (ya conocemos sus justas respuestas, que más de una vez se han vertido en este mismo foro), sino a los ingenuos o ignorantes, a quienes no tienen otra guía que sus bien cultivados y bien regados sentimientos. Mi múltiple pregunta está retóricamente dirigida a ellos, claro está, pues es improbable que asomen por aquí su cabeza, pero de todos modos nos sirve, creo yo, para reflexionar nosotros.

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  2. Esta es la cosa familiar del amigo a que me refería: una sobrina suya, buena chica, criada en una familia burguesa y próspera, educada en valores de lo más granado y tradicional (‘cristianos’, los llaman, porque en verdad son algo indefinidos y carecen del vigor moral y la ciencia que nos lleva a otros, que incluso llegamos a ser ateos, a proclamarnos ‘católicos’, es decir romanos, antiluteranos, &c.), en fin, en una de esas afortunadas familias con la gracia de poder ejercitar un verdadero epicureísmo burgués, ajenos a toda inquietud sociológica, en dos palabras, nacidos con el gen del ‘seny’… ese gen se lo ha bebido de un solo trago, y ahora de todas esas agradables costumbres burguesas no le queda ni el recuerdo, sino que vive orgiásticamente entregada a la sublime emoción del separatismo. Hasta aquí, nada de particular: fractura social, dicen, ¡que levanten la mano los presentes que vivan o tengan familia en Cataluña y no se hayan acalorado nunca con algún pariente a causa del odio a España! Nada de particular, digo; lo interesante es lo que sigue: esta muchacha, que sin el menor pudor ni prurito alguno de reflexión opinaba, a los 10 minutos de acabado el discurso del Rey del pasado día 3, que el monarca es poco menos que un imbécil… esta misma joven coloca en su FB el día siguiente unos versos de San Francisco con la letanía del amor, la esperanza, el perdón, la luz, la vida eterna y demás monserga archiconocida. ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Cómo es posible que esas santas palabras de concordia le parezcan a esta niña una buena justificación de su odio a España? ¿No se han topado nunca esos curas fanáticos catalanistas con esta hermosa frase del profeta Oseas (8.7): «Pues que viento siembran, segarán tempestad»? Y yo y mi amigo, que creíamos que Voltaire, y hasta Paul Lafargue, estaban superados…
    No hay gente más peligrosa que los irenistas, los idiotas, los entusiastas.

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  3. Conclusión (a lo de Victorio): el que discute con un idiota es más idiota todavía. Ya sé que, como decía Cafrune, «la sangre tiene razones que hacen engordar las venas»; pero es un altísimo deber de primer orden para los racionalistas abstenerse de dialogar con fanáticos. Total, esos ilusos se enfrentan al Leviatán sin armas, allá los infelices… Los ciudadanos con sentido cívico no somos quienes debemos enfrentarnos a la turba de chiflados; para eso está el Estado, o el proletariado armado, como le gusta decir a un amigo mío para referirse a lo que otros llaman Guardia Civil, Policía y Ejército.

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  4. Os doy toda la razón. Como Victorio, que nos ha ahorrado repetir la parte científica o política del asunto, que Criticón ha esbozado y que todos conocemos aquí, opino que también hay que prestar atención a ese tema de la fanática convicción o sinceridad de los catalanistas. Uno prefiere el diálogo con un hipócrita inteligente, o preferiblemente con un cínico de cualquier clase, a perder el tiempo con un prosélito entusiasta, entre otras cosas por la sencilla razón de que solo con el primero puede en verdad dialogar, nunca con el segundo. Y aquí está el tema: no debemos contribuir en modo alguno a contestar, discutir o dialogar nada con los sentimentales. ¿Acaso no es esta la sublime lección filosófica que nos dan los más altos responsables del Estado? El chiflado de Puigdemont, que va dilatando todo lo que puede ese desafío chulesco que lleva meses anunciando, pidiendo «diálogo» al Leviatán que está despertando, recibe la indiferencia por respuesta; y el hombre sigue posponiéndolo, como esperando que le echen un cable que le permita salir dignamente de la chulería y no tener que lanzarse de barriga al precipicio. ¿Por qué habría de «dialogar» un Estado todopoderoso con una pandilla de delincuentes? Se entiende que no tenga más remedio que dialogar con otro imperio, pero no con un puñado de iluminados aventureros. Esto recuerda aquella conocida anécdota de Stalin, que durante la firma del tratado franco-soviético de 1935 había preguntado al ministro de asuntos exteriores francés, Pierre Laval, cuántas divisiones tenía el ejército francés, y luego, cuando Laval le sugirió aligerar la presión sobre los católicos rusos para mejorar las relaciones con el Papa, le preguntó: «¡Ah, el Papa! ¿Cuántas divisiones tiene el papa?»

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  5. https://www.economiadigital.es/politica-y-sociedad/puigdemont-se-escuda-en-la-mediacion-para-evitar-el-abismo_511719_102.html

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  6. Quienes tienen el cerebro hecho papilla no están así quizá a causa de la propaganda, sino por carecer de una buena educación. Pero esto es también un interesante y complejo problema, directamente relacionado con ese que habéis planteado de la sincera convicción de los fanáticos. Claro que cumple también esa función de idiotización «el incesante bombardeo propagandístico»; no basta con dejar intelectualmente huérfanos a los hombres, negándoles una preparación racional, sino que luego hay que llenar sus espíritus de toda clase de ideas peregrinas para poder usarlos como trapos sucios, hacerlos consumir cualquier mercancía defectuosa, hacerlos desear irrefrenablemente cualquier fantasma vestido de felicidad o conducirlos como borregos a adherir cualquier negocio fraudulento…
    Recíprocamente, no basta con bombardear con la propaganda, pues ese bombardeo es inútil frente a una educación filosófica, crítica. Esto es como de manual, casi ingenuo. Ahora bien, la propaganda misma está sometida también a leyes genuinamente dialécticas (polémicas): la agitan habitualmente bandos contrarios, y asistimos al graciosísimo y maravilloso espectáculo de que sus mensajes solo afectan a los que han sido previamente adoctrinados; es tremendo: la propaganda no hace mella en los tontos del otro lado… que tienen un instinto infalible y un reflejo condicionado bien entrenado por la propaganda de su propio bando. Entonces, debemos buscar esquemas más dialécticos (insisto, no es que este tópicamente invocado por Criticón no tenga también su círculo de aplicación, pero es más estrecho). Por ejemplo, el que nos ofrece Gramsci, que es el que acabo de insinuar: la propaganda es imprescindible, tanto para quienes adhieren a una doctrina falsa como para quienes adoptan posturas racionalistas o críticas. Por muchas razones, entre ellas estas dos: (1) el bombardeo recíproco de propaganda es tan ineludible como el hostigamiento permanente en una guerra, hasta el armisticio o la claudicación; y (2) se dirige también a la gran parte de la ciudadanía que aún no ha tomado partido. Desde luego, cada clase, cada imperio, cada bando… se dota de sus «intelectuales orgánicos». Si creyésemos que estos son cualesquiera de los que, ejercitándose en cualquier profesión que signifique una trasmisión de ideas, comparecen a diario ante la opinión pública, no nos estaríamos haciendo una idea equivocada, pero tampoco del todo acertada. Lo engañoso del caso estará sobre todo en el hecho de que muchos de ellos son efectivamente ineficaces, torpes, zafios, ignorantes, &c., y ello nos llevará erróneamente a creer que el bando en que militan no aguantará gran cosa los embates dialécticos. No, ese bando tiene a otros muchos soldados intelectuales en muchísimos campos que no adquieren notoriedad pública: en hospitales, en comisarías, en la cámara de comercio, en las escuelas, en las parroquias, en las asociaciones vecinales, en los centros excursionistas, entre los deportistas, entre los músicos… cada rincón del mundo, hasta los más exquisitos clubs de individualistas, indiferentes o cínicos, forma parte de una perpetua y más o menos bulliciosa agitación propagandística…
    Todo esto no se nota habitualmente en tiempos de concordia civil, pero se vuelve violentamente manifiesto en tiempos de discordia, como ahora en Cataluña. Toda esa masa de necios que fueron los millones de hitlerianos que se enfervorizaron en la década de 1930 incluyó a muchos intelectuales orgánicos de tercera o cuarta fila de los que solo hoy nos podemos reír fácilmente, pero que entonces fueron más decisivos que todos los tanques y todos los coroneles.

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  7. Es muy buena también esta observación marginal de Criticón: «Fukuyama tenía razón.» La asumo en el modo relativo de que la historia ha quedado parcialmente desactivada en al menos dos sentidos: (1) puesto que se ignora y, lo que no es peor, pero igualmente lamentable, no se comprende filosóficamente, políticamente, es decir no se extraen de ella enseñanzas reales, sino que solo se utiliza para adornar tal o cual fantasía, tal o cual ocurrencia; de este modo, la historia ha llegado a su «fin» —al menos transitoriamente— como tarea científica, como esfuerzo por coherentizar nuestra comprensión de los factores objetivos, de la dialéctica del poder, la lucha de clases, la lucha de imperios, &c.; y (2) puesto que los acontecimientos políticos actuales parecen fruto del más errático capricho, del voluntarismo, &c., en fin, de todas esas fantasías irenistas o anarquistas que llevan a los pánfilos al fundamentalismo democrático, a creer en peregrinas ocurrencias como el «derecho a decidir», hermano menor tarado de la «libertad de elegir» de Milton Friedman, y otras alucinaciones diversas. Pero en este segundo sentido es todavía más transitorio ese hipotético «fin» de la historia, que se imagina como una desactivación definitiva de la dialéctica real del poder real, de los aparatos coercitivos del Estado y todo eso, como un monumental truco de prestidigitación que hubiese hecho desaparecer a Leviatán. Para comprobar su maciza realidad, no tienen Puigdemont y los suyos más que desafiarlo, y ahí está toda la cuestión. Como dice el refrán inglés que tanto le gustaba a Marx: la prueba del pudín es comerlo.

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  8. «ANC y CUP preparan cordones humanos en las calles y huelga general indefinida»
    https://newsstand.google.com/articles/CAIiEMkM1BKrkePaB06fLX9oiYEqFwgEKg8IACoHCAow8abfAzC1phwwj6oo

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  9. Los que creen que pueden poner freno y marcha atrás:
    LA VANGUARDIA: «La DUI sería un tremendo error»
    http://www.lavanguardia.com/opinion/20171005/431798242166/la-dui-seria-un-tremendo-error.html

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  11. ¡Qué magníficas lecciones de dialéctica da la realidad, esas que le proporcionan al más tonto un verdadero atajo a las profusas y difíciles páginas de un Hegel, un Engels, un Lefebvre, un Eli de Gortari…! Lo que decía Saúl acerca del bombardeo de propaganda de uno y otro lado, por ejemplo, donde se usa todo, lo verdadero y lo falso, lo contundente y lo inocuo… (Yo mismo he compilado algunos de esos mensajes mentirosos en mi FB, por puro placer surrealista, lo confieso; o mejor dicho, sin saber si eran ciertos o falsos, sabiendo que podían ser lo uno o lo otro, sin garantías; una buena y disolvente lección contra la ingenuidad, ¿no creéis? Lo más gamberro de todo es esto, descojonante: que paralelamente circulan los desmentidos, las noticias que afirman que tal otra noticia es un bulo, y entonces ¿qué es lo que demuestra que esa no lo es? Si alguno tiene inclinación a la Shadenfreude nihilista, se estará tronchando de risa.) También ese batiburrillo de «opiniones», de los «opinadores» de toda laya, que proyectan sus deseos piadosos o victoriosos, &c. Dante-Fachín, por ejemplo, ese inefable ignorante argentino que dirige Podemos en Cataluña, «opina» como esa ignara jovencita de que nos ha hablado Victorio: que el Rey «no pinta nada» (el Rey «Felipe IV», por cierto, dice este que está ahora estudiando los números romanos). Y ¿por qué pinta tan poco el Rey, según Fachín? Pues porque «la única voz con autoridad es la del pueblo». Tronchante. Claro que en esos medios analfabetos le dan a cualquier tunante carta de creencia con solo que diga que es ateo y republicano… Cree el infeliz que el Jefe del Estado gana ni pierde autoridad por ser rey, o por llamarse Felipe… Ignora que su autoridad no es personal, sino institucional; ignora, en fin, el verdadero nombre del Leviatán.
    Como Hobbes o Marx son demasiado indelicados para sus seráficos sentimientos, podriamos recomendar a Fachín que al menos aprenda de esos 70 profesores mojigatos que procuran suavizar esas irrefutables lecciones, según recoge ’El País‘: «”El mantenimiento de nuestro orden constitucional y de nuestros derechos requiere el uso de la fuerza“, reconocen, pero se muestran preocupados porque ”se olvide que la proporcionalidad en el uso de la fuerza es una exigencia ética y jurídica“» («Más de 70 filósofos del Derecho tildan la secesión unilateral de “golpe de Estado”»,
    https://politica.elpais.com/politica/2017/10/06/actualidad/1507300316_636464.html).

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  12. Que Millo pide disculpas por la dureza de las cargas policiales, otro insignificante árbol que no deja ver los árboles… Allá se calcinen los sesos los sutiles interpretadores: que si debilidad del Estado, que si astucia para descargar la irritante presión de la prensa hipócrita extranjera, que si esto que si lo otro… Más de lo mismo a lo que apuntaba Saúl: el bombardeo propagandístico, la diplomacia, la táctica, el uso, en fin, de todos los medios, de la naturaleza que sean, dirigidos contra puntos precisos del enemigo, por irrelevantes que sean. No vale la pena perder ni un minuto en dilucidar el aspecto puramente instrumental de todas esas cosillas. Vayamos a lo grueso. Creo poder ahorrarme mucha tinta si pongo otro simple ejemplo, que casualmente acaba de aparecer ante mis ojos: el bando militar que el ejército, al mando de Franco, enviado por el gobierno, dirigió a los obreros comunistas y socialistas que se alzaron en la llamada Revolución de Asturias en 1934, al mismo tiempo que el facineroso Companys en Barcelona, recién reducido por el general Batet (por cierto, uno de los primeros generales leales a la República que Franco fusiló tras su posterior alzamiento). Decía así:
    «REBELDES DE ASTURIAS, ¡RENDÍOS! Es la única manera de salvar vuestras vidas, la rendición sin condiciones y la entrega de las armas antes de 24 horas. España entera, con todas sus fuerzas, va contra vosotros dispuesta a aplastaros sin piedad, como justo castigo a vuestra criminal locura. La Generalidad de Cataluña se rindió a las tropas españolas en la madrugada del domingo. Companys y sus cómplices esperan en la cárcel el fallo de la justicia. No queda una huelga en toda España. Estáis solos y vais a ser las víctimas de la revolución vencida y fracasada. Todo el daño que os han hecho los bombardeos del aire y les armas de las tropas son nada más que un simple aviso del que recibiréis implacablemente, si antes de ponerse el sol no habéis depuesto la rebeldía y entregado las armas. Después iremos contra vosotros hasta destruiros, sin tregua ni perdón. ¡RENDÍOS AL GOBIERNO DE ESPAÑA! ¡VIVA LA REPÚBLICA!»

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  13. Pues bien, este bando es compartido en el FB de «Marxismo Crítico», ¿con qué propósito? Agárrate los machos (para no descojonarte): Este es el bando de la CEDA contra los revolucionarios asturianos. Para quienes se sorprendan del carácter montaraz de la derecha española.» Enternecedor… tan enternecedor como ridículo y deshonroso para aquellos gloriosos y valientes comunistas, a quienes nadie habría oído jamás unas lamentaciones tan monjiles. Que exactamente igual se condujeron Lenin y Stalin, es lo que olvidan estos marxistas de cafetín (descafeinados, además). Ya en 1905, es decir sin tener aún el poder, Lenin respondía al Zar: «Todo es ilusión, salvo el poder»; es decir, que Lenin hablaba el mismo lenguaje que el Zar, el lenguaje de lo real; un pelín claudicante, el monarca ruso había exhortado a los obreros insurrectos: «Pedidme lo que sea, os lo concederé todo, salvo el poder», y los revolucionarios contestaban con la misma inapelable lógica: «No queremos nada, salvo el poder». Hace unos años, en un diálogo sobre la II República entre Gustavo Bueno y Santiago Carrillo, el primero contestó a la indefinida manera de expresarse del segundo cuando hablaba de la ilegitimidad del golpe de Estado de Franco: es que golpes de Estado contra la República hubo docenas, y sobre todo por parte de la izquierda, como ese de Asturias. Carrillo se ofendió de la comparación, pero no tenía derecho: una cosa es que los propósitos fuesen opuestos, y otra cosa es el,
    hecho de que el procedimiento era el mismo en ambos casos. Cuando hago el romántico ejercicio de imaginarme en Asturias en aquel momento, me veo participando en la insurrección junto a los mineros; al mismo tiempo, me veo luego ejercitando aquella cosa de los bolcheviques que llamaban «autocrítica», o también «análisis concreto de la situación concreta», que no es sino la cristalina forma política de la dialéctica. Pero el sentimentalismo imbécil de la izquierda ha olvidado a los apóstoles del proletariado, verdaderos filósofos, y ha ido a buscar su banal retórica en las hipocresías monjiles de los cuatro rincones del mundo. En términos absoluta,ente materialistas y dialécticos, la República merecía perder la guerra, puesto que de hecho la perdió, y Franco merecía ganarla, puesto que en efecto la ganó. Pero en lugar de hacer autocrítica como los bolcheviques, la izquierda española prefirió hundirse en la apestosa idiotez de las letanías seráficas y las lamentaciones imbeles, fabricarse su propio opio, a falta de religión verdadera, y dormir el masturbatorio sueño de los mitos compensatorios. Ni siquiera comprenden el más grosero de los errores de la República, antes del alzamiento: su anticlericalismo y su consentimiento del separatismo.

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  14. Solo una cosa más, para no hacerme prolijo. Desobedeciendo a medias el sabio consejo que ayer nos daba Raquel (discutir con sentimentales es de idiotas), hoy he tenido dos cuasi-conversaciones con amigos que se inclinan a conceder algo al separatismo. En el primer caso, he preguntado cuáles son las consecuencias más predecibles e inevitables, o con un altísimo grado de probabilidad, de una DUI; me ha reconocido lo obvio: el aplastamiento inmediato, posiblemente con el ejército, ni más ni menos que cuando Batet. Un minuto después, mi amigo quería volver a introducir de matute lo que no le entra que no es ningún argumento, a saber, que «ya veremos», que «no puede ser» y que «eso es inadmisible», &c. Por supuesto, yo no le he seguido el juego de los deseos y las fantasías: ¿en qué quedamos, será aplastada o no será aplastada esa insurrección? Pues ya está; que tú, ni yo, ni nadie lo considere feo o indeseable, no cuenta para nada. Mi otro amigo, por un miedo confundido con la prudencia, se inclinaba también a justificar la desobediencia y confiar en la omnipotencia del deseo y la maravillosa rendición del Estado a los tiernos encantos del trasgresor «dialogante» (cosa que a mi amigo no le parece un oxímoron); le he hablado más o menos en estos términos: «¿Sabes qué? Mira, por la amistad que nos une, te voy a acompañar al primer enfrentamiento que se convoque contra las fuerzas represoras; nos cogeremos bien fuerte del brazo, como dos buenos camaradas, y nos acercaremos al policía más robusto de la fila, con una flor si quieres, le reprocharemos su malicia y le diremos que no pensamos abandonar nuestro puesto. Tú ya sabes lo que pasará: primero me partirá los dientes a mí, que procuraré ponerme más cerca, y luego te los partirá a ti, que te tendré bien agarrado del brazo; luego iremos juntos al dentista, y también al traumatólogo, si por casualidad nuestro camarada el poli se hubiese puesto intenso, y ahí se habrá acabado mi lección; no sé lo que tú harás a continuación, pero sí te puedo avanzar lo que yo NO HARÉ: quejarme como un gallina, porque a eso íbamos, a que nos rompieran la cara…»

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  15. Pero, eso sí, no vayamos a caer en la ingenuidad de que las cosas y las personas ya están «definidas», como exigía Largo Caballero a quienes dilataban sus divagaciones hasta lo absurdo. Hay dos bandos, desde luego: España y los enemigos de España. Pero en cada uno de ellos hay una cierta gradación de posturas, de estrategias, de astucias, de vacilaciones, de pericias y de necedades. Ese editorial de ’La Vanguardia’, por ejemplo, clamando por evitar la DUI, es de las cosas más inteligentes que he podido apreciar entre los intelectuales orgánicos del bando de los antiespañoles: con toda franqueza y realismo llama a claudicar, nada de pedir estúpidamente el «diálogo», sino rendirse ahora para no perder cien veces más luego; otra cosa es que quienes deberían poner freno y marcha atrás vaya a aceptar eso, pues «de perdidos al río», en efecto, como sugiere Criticón; porque ellos irán a la cárcel, creo yo, aun si se rinden.

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  16. Encuentro este error en la exposición de Criticón: «Aunque cabe reconocer que los utopistas de hogaño, a diferencia de los de antaño, ni tan siquiera se han esforzado en indicar, en determinar, qué pasos pueden llevar a esa nonada, quiero decir, a la utopía en la que jamás han creído.» Dado el tono semi-polémico, semi-didáctico, y un tanto irónico de Criticón, es posible que la imprecisión sea deliberada o estimulante. En rigor, todas las utopías, por definición, de todos los tiempos, se caracterizan por lo que imputas solo a las recientes, como esta de la República catalana: describen, mal que bien, una sociedad hipotética, inexistente, desentendiéndose de sus posibilidades reales de llegar a existir (es decir, desentendiéndose incluso de justificarlas ni aun ’en potencia‘); son absurdas por inútiles, pero generalmente no son irracionales, e incluso puede admitirse que contienen múltiples juicios y observaciones parcialmente eficientes en la sociedad real (críticas al derecho, a la economía, a la educación, al urbanismo, &c.); también las hay que incluso en su libre e irrestricta irrealidad son de suyo insufribles, inconcebibles o indeseables… Pero es más, podría decirse —lo diría un separatista catalán— que pasa justo al revés de como tú dices: las utopías del pasado fueron efectivamente utópicas, mientras que la República catalana se puede concebir como el resultado de un proceso real y posible de secesión, como ha ocurrido realmente en otras naciones, Checoslovaquia, Yugoslavia o la URSS, sin ir más lejos. Esto solo sería un espejismo, y ahí sí te doy la razón: es de suyo utópica esa ilusión catalanista desde el momento en que se concibe a sí misma míticamente como ’nóstos‘, es decir que, al margen de que pueda vislumbrarse un proceso revolucionario que conduzca a la separación, la base ideológica de ese movimiento es ya pura fantasmagoría, mejor dicho, con tus propias palabras, «un pequeño acopio de ideas fijas, esperanzas de la más diversa índole, falsas promesas y fantasías, abominables y seductoras a un tiempo, fundamentadas en un pasado quimérico, capaces de justificarlo todo».
    Por otro lado, si has querido insinuar que entre las utopías clásicas había que incluir la del comunismo marxista, entonces hay al menos dos modos de enmendar o matizar ese juicio tuyo: (1) o bien negamos que el comunismo marxista (o marxista-leninista) sea propiamente una utopía —como lo negaban sus propios adeptos—, puesto que, lejos de preocuparse de describir con todo lujo de detalles cómo sería esa sociedad futura sin clases, se concentraba en la tarea práctica de organizar la conquista del Estado y su paulatina transformación (dictadura del proletariado) —y aquí cabe recordar la explícita renuncia de Marx (en la ’Crítica del Programa de Gotha‘) a la especulación sobre cómo podría o habría de ser la sociedad comunista—; (2) o bien aceptamos que ’también‘ el comunismo soviético fue ’utópico‘ por, digamos, apresurado, o condenado al fracaso, porque a pesar de haberse producido como resultado de una revolución real, el mundo no estuviese aún preparado ni genética ni moralmente para el comunismo; eso es lo que han opinado, por ejemplo, Sigmund Freud o Edward O. Wilson (’a wonderful idea for a wrong species‘).

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  17. Después de lectura tan sabia e intensa, queda poco por mi parte para introducir. Si acaso el deseo compartido con algunos de los participantes en ésta "tertulia" de que los golpistas y sediciosos no sean cobardes y vayan hasta el final. Mi interés es bastante egoísta; quisiera una rápida y exitosa intervención para que consejerías como "educación", "seguridad" y "medios" (además de economía ya intervenida), sean puestas inmediatamente bajo análisis y mejora. No digo nada nuevo si afirmo que lo que ha ocurrido en los colegios e institutos de secundaria es la muestra de la peligrosidad de continuar asistiendo impasibles al retorcimiento de la historia y al adoctrinamiento de los chavales en el odio a lo español. Sería cansino, quizás, explicar aquí los casos que he podido observar con motivo de las últimas algaradas estudiantiles en la calle. Lo oído en boca de esos niños e incluso lo escuchado en boca de los padres a sus niños. Produce indignación y sonrojo. Creo que es muy urgente y necesario revisar programas, evaluar actitudes y profesionalidad del profesorado (echar del funcionariado a quien no esté comprometido con la educación de los niños en vez del adoctrinamiento. Hay muchos buenos profesores en busca de plazas), revisar las actuaciones de los directores de los centros y "sanear" en suma y devolver al sistema educativo lo que es del sistema educativo: la enseñanza. Aún en el caso de que no se atrevan, al final, a llevar a cabo la DUI, debería hacerse igual. No cabe duda que, aunque la retrasen, no cejarán en su empeño de volver a asaltar la Constitución en el futuro. Es la esencia de los nacionalistas. Tanto Pla como Gaziel lo sabían muy bien.

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  18. Leer la opinión de Isabel Coixet. Uno de mis hijos me ha informado de su publicación hace unos días. Creo que vale la pena.

    https://elpais.com/elpais/2017/10/03/opinion/1507044965_792324.html

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  19. Lo que dice la Coixet lo saben millones de personas, y en su propia piel lo han sufrido miles como ella; es la típica lamentación beatífica e imbele a que se ha referido Alberto. No nos dice nada, en suma. Ella se siente realizada colocándose en su pseudoheroica «tierra de nadie», o sea la de los ‘equidistantes’. Una manera muy obtusa, pertinaz y cobarde de razonar. La de esos que se han reunido en la Plaza de San Jaime de Barcelona vestidos de fantasmas (de blanco) y enarbolando letreros donde se lee: «Parlem?» Los ha calado muy bien la catedrática de derecho constitucional Teresa Freixas, que escribe este comentario en su blog:
    «¿Alguien se cree que "espontáneamente" la calle se llena de blanco? A través de amigos y colegas de fuera sé que detrás de la iniciativa están Podemos y el colauismo. Los eternos "equidistantes", que equiparan víctimas y verdugos. Los que sitúan en el mismo plano a los golpistas que a los demócratas. Los que sólo aplican "las leyes que consideran correctas". Los que pretenden liquidar "el régimen del 78". Los que claman contra la corrupción cuando su mejor financiación proviene de las "mejores democracias del mundo". Los que confunden referéndums de iniciativa autonómica con referéndums de autodeterminación. Los que confunden la Ley de Seguridad Nacional con el estado de excepción. Los que liquidan la democracia en nombre de la democracia.»
    https://www.facebook.com/teresa.freixes.1/posts/484227485294727

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