2 de mayo de 2013

Notas acerca de Gabriel Tarde: En torno al capitalismo tardío

Alfonso Claudiano

Gabriel Tarde (1843-1904)
La recuperación de las teorías de Gabriel Tarde, corriente en los últimos tiempos bautizada como tardomanía, lejos de responder a un capricho extravagante, ofrece orientaciones fecundas para la comprensión de los mecanismos sociales que operan en el contexto del capitalismo tardío —el que hubiese correspondido al quinto ciclo de Kondratieff. Tarde cimienta las variaciones objetivas del valor en las fluctuaciones infinitesimales del campo intersubjetivo de los deseos y las creencias. El valor «consiste en el acuerdo de los juicios colectivos que hacemos sobre la aptitud de los objetos a ser más o menos, y por un mayor o menor número de personas, creídos, deseados o probados»[1]. De manera que la medición del valor abstrae una medida común, desde la aritmética política hasta los métodos más sofisticados de análisis de datos, reduciendo a magnitudes manejables determinados factores de los procesos afectivos,[2] que en su conjunto constituyen las fuerzas vivas de un espacio social a escala dividual.
Esto es, a escala de procesos sociales susceptibles de ser reunidos, según un grupo de determinaciones externas (geográficas, demográficas, psicográficas &c.), en segmentos de mercado. Tal operación, como se sabe, no es privativa de los esfuerzos orientados al mercadeo, sino que encuentra su mayor aplicación en las técnicas de gestión política de las sociedades. Cabe precisar que las diferencias de grado representadas por la medida común, esto es, la cantidad o valencia social, están determinadas necesariamente por el código axiológico imperante en un campo social. Para definir, en líneas generales, la distribución topológica del espacio social capitalista me remito a la brillante síntesis de Pierre Bourdieu; en sus palabras,
la forma que reviste, a cada momento, en cada campo social, el conjunto de distribuciones de las diferentes especies de capital (incorporado o materializado), como instrumentos de apropiación del producto objetivado de trabajo social acumulado, define el estado de relaciones de fuerza institucionalizadas dentro de los status sociales durables, socialmente reconocidos o jurídicamente garantizados, entre agentes objetivamente definidos por su posición en esas relaciones; ella determina los poderes actuales o potenciales dentro de los diferentes campos y las probabilidades de acceso a los beneficios específicos que ellos procuran.[3]
No obstante, sin negar el condicionamiento inherente a las acumulaciones de las especies del valor objetivado, ni su composición histórica, ni su evidencia en los desarrollos jurídicos, creemos que tras esta suerte de efectos gravitacionales debidos a la acumulación del capital se oculta, valga la analogía física, el movimiento browniano del deseo y las leyes que orientan sus tendencias colectivas. Tarde, a lo largo de sus obras, fiel al espíritu científico de su época, propondrá tres categorías generales y profundas que dan cuenta de las dinámicas propias del campo social en su detalle —i.e. en su realidad infinitesimal o molecular—; a estas categorías se ajustan las leyes de repetición, de oposición y de adaptación. Basta fijarse en fenómenos tales como las burbujas especulativas, la influencia de ciertas noticias en el comportamiento de los mercados financieros o el endeudamiento de los Estados para advertir hasta qué punto
el valor, cuya moneda no es más que el símbolo, no es nada, absolutamente nada, si no fuera una combinación de cosas muy subjetivas, de creencias y deseos, de ideas y voluntades, y que las alzas y las bajas de los valores de la Bolsa, a diferencia de las oscilaciones del barómetro, no podrían explicarse de ningún modo sin la consideración de sus causas psicológicas, acceso de esperanza o desaliento del público, propagación de una buena o de una mala noticia a sensación en el espíritu de los especuladores.[4]
Cuando hablamos de deseo, observamos cierta trampa ideológica que se desprende de la neutralidad del término, por ello es imprescindible no perder de vista la diferencia básica entre la frivolidad del capricho y el carácter homeostático de la necesidad humana. Algo similar ocurre con abstracciones de uso común, en muchas ocasiones sustancializadas, como pueden ser el público, el consumariado, el pueblo, entre otras tantas, que no son sino el resultado de segmentaciones de baja resolución y, por tanto, de gran alcance, cuya heterogeneidad interna no está de más recordar; pues estas distinciones superficiales nos podrían llevar a generalizaciones abusivas —incluso totalmente ilusorias— y asimismo a disfrazar distinciones fundamentales.
Ciertamente el mercadeo, la econometría, y en fin, las técnicas de revelado de las tendencias, parten de una selección de los rasgos pertinentes a los fines circunstanciales que animan los análisis; aquellos que dentro de la maraña de influencias concurran en el segmento de interés. Por ello, estas técnicas de representación, que configuran en gran medida la imagen del pensamiento del último siglo, siempre tratan con dividuos en distintos planos de agregación. Pero, por supuesto, a estos modos de representación les corresponden otros tantos de intervención; es en el plano compuesto por las técnicas de representación y de intervención en el que se deciden las posiciones, en gran medida intercambiables, de los seductores y los seducidos. De hecho, estas formas dividuales llegan a instituirse como juego de identidades parciales, dentro del cual se desempeñan un conjunto de roles distintivos[5] según la especificidad del segmento y la variedad del mercado, sea laboral, de talentos, de parejas, de ideas, &c. Por ejemplo, los instrumentos de representación macroeconómica del «progreso» a escalas nacionales tienden cada día más a incorporar rasgos de los factores afectivos que su abstracción oculta. Así lo manifiesta el llamado Índice de Progreso Genuino (distribución de la renta, degradación del medioambiente, trabajo y tiempo libre, &c.) y sus inquietantes ampliaciones (v.gr. Felicidad Nacional Bruta), que vendrían a completar, o a substituir, el Índice de Desarrollo Humano (PIB per cápita, tasa de alfabetización y esperanza de vida). En consonancia con las aspiraciones igualitarias en el acceso al bienestar, aunque se trate de una ecualización en tanto que dividuos sumergidos en la inmanencia del poder adquisitivo —de actualización de cantidades sociales—, se pasa del IDH al IPG, del PIB per cápita a la distribución de la renta &c. Esta maniobra internacional indica la estructura multinivel de la aldea global que distribuye el acceso a las distintas plantas de confort, reconocimiento y lujo según el poder adquisitivo. En este contexto resulta pertinente la prospección de Sloterdijk sobre la marcha hacia el eco-capitalismo, conforme a las transvaloraciones del llamado «capitalismo con rostro humano».
En tanto en la era posfósil permanecen vigentes las demandas que ha despertado el principio de sobreabundancia en la época industrial, la investigación técnica tiene que preocuparse de las fuentes para un derroche alternativo. En las experiencias de sobreabundancia del futuro se hará valer inevitablemente una traslación del acento a corrientes inmateriales, dado que motivos eco-sistémicos prohíben un «crecimiento» continuo en el ámbito material. Probablemente se llegará a una disminución dramática de los flujos materiales, y con ello a una revitalización de las economías regionales. Bajo estas condiciones podría irrumpir el tiempo de la acreditación de los hoy por hoy aún precipitados discursos sobre la «sociedad global de la información o del conocimiento». Entonces, las sobreabundancias decisivas se percibirán, sobre todo, en el ámbito de los flujos casi inmateriales de datos. Sólo a ellos corresponderá auténticamente la característica globalidad.
De qué modo la posfosilidad caracterizará los conceptos actuales de empresariado y libertad de expresión es algo que por ahora sólo puede preverse vagamente. Es probable que el romanticismo de la explosión —dicho con mayor generalidad: los derivados psíquicos, estéticos y políticos de la liberación repentina de energía— se juzgado retrospectivamente, desde las «suaves» tecnologías solares futuras, como mundo expresivo de un fascismo energético, globalizado en la cultura de masas. […]
Tras las últimas cadencias del régimen fósil-energético podría consumarse de facto lo que geopolíticos del presente han designado como shift del espacio atlántico al pacífico. Este giro pondría en funcionamiento, ante todo, el paso del ritmo de las explosiones al de las regeneraciones. El estilo pacífico tendría que desarrollar los derivados culturales de la transición al régimen de energía tecnosolar. Si esto cumplirá, a la vez, las expectativas puestas en procesos de paz mundiales, en el equilibrio planetario de la riqueza y en la superación del apartheid global, es algo que encubre el futuro.[6]
Cada campo social funciona a la manera de un mercado —o, mejor dicho, es la concreción operativa de un mercado— en el que las existencias dividuales desempeñan roles según la cantidad social de la que dispongan puntualmente, con arreglo a la jerarquía de valores propia de ese campo —dinero, prestigio, audacia, credibilidad, &c.—, así como a los rituales de reconocimiento y de circulación, hacia el desempeño perfectivo de las funciones que vertebran la cadena de valor; digamos hacia una autorreferencia que garantice la continuidad organizativa del campo. Bajo estas condiciones, que varían superficialmente a velocidades endiabladas y demandan una adaptación constante a las condiciones variables del contorno, la fugacidad de la moda se erige como forma ejemplar de la repetición social al amparo de una rabiosa actualidad que marca el ritmo de rotación. Se impone la disyuntiva de estar al día, en reciclaje permanente, o caer en la obsolescencia laboral, estética, sexual, cultural, etc. (lo que de ordinario se entiende por «estar fuera del mercado»). La moda se puede considerar como una manifestación de los ciclos de Kitchin aplicados a valores no pecuniarios. Aunque las determinaciones estructurales del campo social se perciben como altamente volátiles, dado que los valores y los rituales asociados se modulan continuamente obedeciendo a la creciente histerización de los actores económicos, no hay que confundir elasticidad con evanescencia. Tales modulaciones continuas de los deseos y las creencias —a decir de E.P. Thompson, expectativas y conceptos organizadores—, corresponden a «la tendencia a propagarse en progresión geométrica de un ejemplo una vez indicado a un grupo social, [sin embargo] la traba mayor que detiene la expansión de una innovación social y su consolidación en costumbre tradicional, es alguna otra innovación también expansiva que la encuentra en su camino, y para emplear una metáfora física, interfiere con ella»[7]; en otras palabras, a irradiaciones imitativas. Lo que de manera confusa se suele denominar flujo de información no es otra cosa que la irradiación imitativa. Los medios de comunicación de masas son los focos de irradiación de ejemplos que se irán propagando con una eficacia inusitada gracias a los nuevos dispositivos de comunicación que ostentan los dividuos, en este caso como vectores de propagación. La proliferación de focos de irradiación imitativa, con las interferencias y resonancias que se dan entre sus influjos, configuran la trama de la Actualidad, que subsume una proporción importante de las comunicaciones casuales y sirve así de restricción que marca el ritmo de los acontecimientos; siendo a su vez el ciclo más corto de la moda —también imagen perfecta de la democracia de los objetos, recipiente vacío del nihilismo cool. En efecto, tales dinámicas miméticas, en las que René Girard profundizó con cierta solvencia a fin de construir su teoría mimética, reproducen las condiciones de producción, puesto que son sus condiciones de adaptación, si bien el deseo y las creencias, desde la perspectiva de Tarde o como se desprende de la teoría oréctica de Wukmir, son absolutamente inmanentes a toda distinción general —incluida la del poder adquisitivo.
Cada individuo social —la persona en nuestras culturas— repite los esquemas adquiridos en su trayectoria inercial, incorporando nuevos modelos a imitar por la fuerza de una autoridad suficiente, de manera extra-lógica o irreflexiva. Será al poner en duda y sopesar los caracteres intrínsecos al modelo que se le ofrece donde hallaremos la oposición social elemental.
Los economistas han hecho un señalado servicio a la ciencia social, al substituir la guerra como palanca sociológica, por la competencia, una especie de guerra atenuada, pero mucho más general. Finalmente, si se adopta nuestra manera de pensar, una reunión de deseos y creencias que es preciso considerar en el seno de lo que los economistas llaman concurrencia de los consumidores, o la de co-productores y, generalizado esta lucha, al extenderse a todos los órdenes lingüísticos, políticos, artísticos, morales, como también los industriales, de la vida social, se verá que la verdadera oposición social elemental debe buscarse en el seno de cada individuo social, tantas veces como vacile al adoptar o desechar un modelo nuevo que le ofrecen, una nueva locución, un nuevo rito, una nueva idea, una nueva escuela de arte, una nueva conducta.[8]
Clasifica las oposiciones en tres tipos: de serie, de grado y de signo. Las oposiciones de serie serían las que se dan entre los estados de un proceso teóricamente reversible. Las de grado son aquellas que se dan según se incremente o disminuya una misma magnitud. Por último, las de signo son oposiciones vectoriales. Prosigue distinguiendo ahora según los términos entre los que tenga lugar la oposición,
sea entre un mismo ser (una misma molécula, un mismo organismo, un mismo yo) ya entre dos seres diferentes (dos moléculas o dos masas, dos organismos, dos conciencias humanas). Pero es muy importante distinguir estos dos casos. Importa en primer lugar, desde el punto de vista de una distinción no menos esencial y que consiste en no confundir el caso en que los términos son simultáneos y en el que son sucesivos. En el primer caso hay choque, lucha, equilibrio; en el segundo alternativas, ritmo. En el primer caso hay siempre destrucción y pérdida de fuerza; en el segundo, no. Según esto, cuando se producen en el seno de dos seres diferentes […] pueden ser simultáneas o sucesivas, luchas o ritmos; pero cuando sus términos pertenecen a un mismo ser, […] si son de serie o de grado serán obligatoriamente sucesivas, mientras que las oposiciones de signo pueden ser simultáneas]. Por ejemplo, no es posible que la velocidad comunicada a un móvil que marcha en una misma dirección, aumente y disminuya a la vez; pero sí es posible que este móvil esté animado a la vez de dos tendencias a marchar en otros tantos sentidos contrarios: de aquí el equilibrio, simbolizado frecuentemente por la simetría de formas opuestas, especialmente en los cristales. Del mismo modo el amor de un hombre hacia una mujer no puede al mismo tiempo estar dispuesto a aumentar y disminuir; esto sólo es posible alternativamente, pero sí puede amar y odiar al propio tiempo a esta misma mujer, antinomia del corazón realizada por tantos crímenes pasionales.[9]
Éstas son las características principales de su modelo dialéctico. Pero éste no explica el itinerario, sino los pasos de un proceso; para abordar el problema de los fines recurriremos a las leyes de adaptación. Tarde concibe la adaptación como un equilibrio móvil, circulación de acciones que se repiten con variaciones, pero manteniendo la consistencia del conjunto. Hoy diríamos equilibrio metaestable de los sistemas en acoplamiento estructural con el entorno, o algo por el estilo. El paralelismo de esta concepción de la adaptación con la teleonomía de Monod es evidente, aunque sus rendimientos sean diametralmente opuestos. Su resistencia al darvinismo social de Spencer es notable; a este respecto escribe:
No es que niegue la existencia entre las diversas y multiformes evoluciones históricas de los pueblos, que corren como un río por su cauce, algunos puntos comunes; y sé que si varios de estos arroyos o ríos desaparecen durante su curso, los otros, por una serie de afluentes y a través de mil obstáculos, acaban de confundirse en una corriente general que, a pesar de su división en brazos diversos, no parece destinada a fraccionarse en múltiples desembocaduras. Pero al propio tiempo veo que la verdadera causa de este último río al que han dado origen sus afluentes, de esta preponderancia final de una evolución social (la de los pueblos llamados históricos entre los demás), es la serie de descubrimientos de la ciencia y los inventos de la industria que han ido acumulándose sin cesar, utilizándose recíprocamente, formando sistema de conjunto, y cuyo efectivo encadenamiento dialéctico, tampoco sin sinuosidades, parece reflejarse vagamente en el de los pueblos que han contribuido a producirlo. Y si pretendemos llegar a la verdadera fuente origen de esta gran corriente científica e industrial, la encontramos en cada uno de los cerebros, vulgares o privilegiados, que han contribuido con una verdad o un medio de acción nuevos al secular legado de la humanidad, y que con haber aportado estos bienes han hecho más armoniosas las relaciones de los hombres al desarrollar la comunión de sus pensamientos y la colaboración de sus esfuerzos. A la inversa de los filósofos de los que acabo de hablar [Spencer y Comte], compruebo que el detalle de los hechos humanos sólo encierra adaptaciones sorprendentes, que allí está el principio de las armonías, menos perceptibles en un dominio más vasto, y que cuanto más se eleva uno de un grupo social pequeño y muy unido, de una familia, escuela, taller, iglesia, convento o regimiento, a la ciudad, a la provincia, a la nación, la solidaridad es menos perfecta y sorprendente. Generalmente hay más lógica en una frase que en un discurso, y que en una serie o un grupo de ellos, en un rito especial que en todo un credo; en un artículo de una ley que en todo un código; en una teoría científica particular que en todo un sistema de ciencia; en cada trabajo ejecutado por un obrero que en el conjunto de su conducta.[10]
Sin embargo, el optimismo tecno-científico de Tarde, que se plasma en su monadología particular, resulta desatinado y hasta vergonzoso a estas alturas de la historia. Las resonancias con el héroe hiperbólico de Carlyle son inevitables —últimamente, héroe conquistador de espacios y atención mediática. No obstante, advirtamos el carácter conciliador y no excluyente de la capacidad de transformación del presente, las fuerzas activas en oposición a las reactivas, que describe Tarde en el párrafo anterior. Sería un error compararlo con la delirante figura del narcisismo emprendedor, asediado por ladrones, que se desarrolla a lo largo de la literatura épica de Ayn Rand. Por cierto, un heroísmo omnipresente en la actualidad cuyas floraciones nos sorprenden cada día con insólitos colores.
Sin lugar a duda, la exposición sumaria de algunas ideas de este genio extraordinario que fue Gabriel Tarde ha resultado bastante superficial. Con todo, espero que se extraigan materiales útiles para la crítica del presente.


[1] Gabriel Tarde, Psychologie économique, París, Félix Alcan, 1902, t. i, p. 63.
[2] Si se desea profundizar en el funcionamiento del proceso afectivo, desde la óptica de la endoantropología elemental, se recomienda la lectura de Emoción y sufrimiento, de V.J. Wukmir (Vladimir Velmar-Jankovič).
[3] Pierre Bourdieu, «Espace social et genèse des “clases”», en Actes de la Recherche en Sciences Sociales, núm. 52-53, 1984, p. 5.
[4] Gabriel Tarde, op. cit., p. 109.
[5] Similar a la noción de roles múltiples en las teorías de Robert K. Merton.
[6] Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital: Para una teoría filosófica de la globalización (2005), Madrid, Siruela, 2007, pp. 276 y s.
[7] Gabriel Tarde, Les lois sociales, París, Félix Alcan, 1898, pp. 53 y s.
[8] Ibíd., p. 68.
[9] Ibíd., pp. 75 y s.
[10] Ibíd., pp. 126 y s.

5 comentarios:

  1. La doctrina de Tarde es para mí un tanto difícil de abordar, y pido disculpas de antemano por no saber colocarme en una perspectiva lo suficientemente común. Y es que lo que a mí me atrae de Tarde no es seguirle en sus tesis, ni aprovecharlas, sino tomarlas como ejemplo de elaboración reaccionaria, como muestra de que la burguesía puede disponer de eficaces e impagables intelectuales orgánicos que la defiendan, sin necesidad de reclutarlos sistemáticamente. Tarde reacciona contra el socialismo con toda espontaneidad y libertad personal, porque comparte tanto los ideales como los temores de cualquier capitalista, de acuerdo a su moral, su sensibilidad y su educación, y no porque forme parte activa del ejército de intelectuales mercenarios al servicio de la defensa del statu quo.
    En especial, me llama la atención la crítica de la teoría del valor que propone Tarde, no sólo contra Marx, sino contra Ricardo, una crítica que yo considero bastante absurda. Aunque Tarde comprende bien muchas de las tesis de Marx, no comprende lo esencial de ellas. En su Psychologie économique reprocha a Ricardo y a Marx el haber “sutilizado” la economía política al fundamentarla en “el lado objetivo de las cosas” (t. I, p. 129), o sea, en sus propias palabras, en “entidades que sustituyen a las verdaderas realidades” (entiéndase las realidades psicológicas). Presenta el análisis de Marx sobre la renta del suelo &c. como una suerte de complicación innecesaria, por otro lado “evidente” (p. 128), pero que según Tarde no demuestra, por ejemplo, la “ilicitud” de la ganancia de ciertos agricultores respecto a la de otros “industriales”. Pero Marx no trata de la licitud o ilicitud de la ganancia, ni en general de la apropiación (como Stirner, convencido moralmente de que “la propiedad es un robo”). El reparto de la riqueza obedece a leyes sociales-materiales, a correlaciones e poder, y lo que la legitima o deslegitima no es una moral transhistórica, sino unas leyes que reflejan esas correlaciones. Ahora bien, al desvelar justamente estas bases materiales e históricas de los mecanismos a apropiación, la consecuencia es una deslegitimación de cualquier tipo de justificación trascendente, psicológica o moral, que es el tipo de justificación que defiende Tarde (el mérito, el talento, la suerte, &c.). Tarde concluye que el análisis materialista que Marx hace del valor sólo es una manera sofística de explicar la “buena suerte” de unos (y mala, de otros). Habla del “riesgo” y de la bondad o necesidad de suprimirlo (mediante instituciones de seguridad social), pero no le parece bien “suprimir la suerte” —porque de otro modo “no valdría la pena vivir”. La cuestión importante para él es “—y esto es en el fondo la cuestión que se agita entre el socialismo y el individualismo liberal— si el progreso social consiste en aumentar sin cesar la parte de la seguridad disminuyendo la de la esperanza, o en sobreexcitar cada vez más la esperanza disminuyendo cada vez más la seguridad. Es en términos psicológicos que ha de ponerse el problema social.” (P. 131.)
    Ni Marx ni ningún materialista niega que la psicología sea una base real de la economía y en general de todo el orden social. Lo que niega es más ben la falacia de que la psicología, o la “naturaleza humana” sea algo independiente del modo de producción, y la misma, invariable, en toda circunstancia social e histórica. Si la psicología cambia es porque entra en colisión con formas de organización nuevas que la vuelven obsoleta. Así, por ejemplo, resulta que la dura moral de supervivencia que regía en sociedades tradicionales se vuelve incompatible con una sociedad consumista y productivista como la actual, y se impone la necesidad de transformarla en una moral científica (socialista).

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  2. Desde luego que las sutiles observaciones de Tarde —y de otros— sobre las dinámicas conductas de las masas son verdaderas, pero superficiales. Hay en efecto “oleadas”, como hay en efecto “imitación”, y hasta temblores de naturaleza más o menos estocástica (así se habla de las burbujas inmobiliarias, del “crack de 2006”, del caso ENRON en 2001, &c.; pero por más aleatorio que sea el momento y la magnitud de cada microcataclismo, es innegable el sentido global y la inexorabilidad del colapso global). La base “psicológica” de las reacciones de la ciudadanía en cada una de tales circunstancias es evidente y cierta, pero no es ni la raíz ni la causa, ni la explicación; se trata de fenómenos asociados, necesarios, a veces “epifenómenos” —pero como tales también inevitables—, de unos mecanismos intrínseca y globalmente contradictorios, como ya dije en un comentario a Joaquim Rius en la anterior entrada sobre el nacionalismo (23 de abril).
    La “psicología económica” de Tarde, con sus atrayentes y magníficas metáforas (como esa deliciosa del capital-germen y el capital-cotiledón, por ejemplo) no es menos vulgar que la absurda métrica del deseo que medio siglo después proponía un Ernest Dichter. Insisto, no es que sea ficticio todo ese “lado sentimental de la producción, del reparto, del consumo de riquezas” a que se refiere Tarde; es simplemente que no es ese aspecto emocional lo que explica los hechos. Vuelvo a la teoría del valor.
    Tarde no comprende lo fundamental de la teoría del valor de Ricardo, ni de la de Marx, que deriva de aquélla. La llama “simplista” por ser meramente cuantitativa, por basarse en la “duración”. Pero no es así en absoluto. Marx habla del “tiempo de trabajo socialmente necesario”, o sea de trabajo medio (con una pericia media, una intensidad media, &c.); y en el valor de cada trabajo se incorpora cada parte alícuota del capital (producto de un trabajo anterior) invertido en la formación del propio trabajador. El trabajo medio es cualitativa y cuantitativamente distinto de una especie a otra: el trabajo del ingeniero es más valioso que el del peón; ¿por qué?; pues porque en la formación del ingeniero se han invertido muchos más recursos, más tiempo, &c.; el ingeniero es más insustituible que el peón. Tarde habla de lo justo o injusto de repartirse tal parte de la plusvalía; pero Marx no habla de eso, sino que analiza objetivamente la procedencia y la circulación de cada parte de la plusvalía. Tarde, como otros idealistas, pretende que deben valorarse el ingenio, las ideas, &c., como si no fuesen también un trabajo —y uno igualmente medido en términos de productividad media—, y como si no procediesen también de la cooperación, como si fuesen exclusivamente virtudes individuales. Pero ¿de dónde proviene la capacidad del artista, del médico, del ingeniero… sino del trabajo (o capital previo) invertido en su educación, en su alimentación, &c.? Esto no excluye la medida de su propio esfuerzo personal, pero justamente el valor de éste no puede ser medido sino en relación al desarrollo del conjunto de las fueras productivas, que es también justamente su propia base.

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  3. También observa Tarde, sin contradecir a Marx, que el crédito acelera los ciclos de producción y de circulación del capital, porque permite a los empresarios volver a producir antes de haber vendido sus productos anteriores, i.e. antes de realizar la plusvalía. Lo que no advierte es que precisamente esta aceleración intensifica y adelanta también el colapso global del régimen de producción capitalista, pues éste es ineludible, y deriva de la contradicción fundamental entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación; con la intervención, cada vez más decisiva, del gran capital financiero, parasitario, no sólo se aceleran los ciclos de crecimiento económico, sino que se vuelven brutalmente más catastróficos los períodos de colapso. También en una sociedad socialista será necesario y útil el crédito, pero al estar limitadas las posibilidades de apropiarse incrementalmente del trabajo ajeno, no se dará lugar a crisis en que la riqueza esté acumulada en tan pocas manos que sea del todo punto imposible proseguir un ciclo de producción-consumo.
    Ni que decir tiene, la lógica, implacable pero abstracta, de estas inexorables consecuencias del modo de producción capitalista no excluyen las oleadas, las burbujas, las sacudidas irracionales, la movilización anárquica, &c. Esto dependerá del grado de maduración política de las masas y de la existencia o inexistencia de organizaciones revolucionarias dirigidas con criterios racionales. Pero si el momento dialéctico puede ser, como en la coyuntura actual, de movimiento errático, nada excluye que pueda transformarse en un proceso de transformación bien dirigido hacia un orden socialista.
    Por último, es también muy cierto que la ciencia debe conducir a hacer más “armoniosas las relaciones de los hombres al desarrollar la comunión de sus pensamientos y la colaboración de sus esfuerzos”, como dice Tarde. Hay aquí una admisión implícita de los principios del socialismo, y habría que preguntarse a qué se debe la ofuscación mental, el temor al comunismo que conduce a tantos brillantes intelectuales a no percatarse de que el régimen capitalista significa la negación suprema de ese destino armonioso, de esa comunión universal de todos los hombres en el esfuerzo por construir un Edén en la Tierra; cómo es posible que no se percaten de que la propiedad privada de los medios de producción no puede acarrear sino la subordinación de los trabajadores al diabólico lucro de unos pocos, la deshumanización del trabajo y de todas las relaciones humanas, mercantilizadas hasta la náusea, el sacrificio de millones de seres cuando ni siquiera su explotación directa sirve a los intereses de los capitalistas…

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  4. Alfonso Claudiano8 de mayo de 2013, 19:13

    Estas precisiones sobre la teoría del valor-trabajo, en contraste con las opiniones de Tarde, resultan muy oportunas y creo que resaltan su individualismo burgués. Está claro que el valor en las condiciones actuales representa poder adquisitivo, cuantía de propiedad, de acceso excluyente sobre los bienes, que sin una estructura de Estado no podría realizarse. No sé si concebir la teoría del valor que propone Tarde como un esquema general en el que encajaría la teoría del valor-trabajo como un caso particular, eso sí, con una capacidad de crítica frontal al capitalismo, sería acertado. De hecho, también había observado esa falta de atención a lo institucional en Tarde que, si no me equivoco, señala Alberto; aunque, tal vez, se pudiese explicar como una condensación histórica del principio de autoridad –i.e. el sistema de dominación– conectando así con las leyes sociales. Pues sin la sumisión acrítica, o la aceptación crítica, de una cantidad suficiente de individuos al marco jurídico existente, empezando por las fuerzas del orden, la administración de la paz en el escenario de una guerra atenuada (la economía de mercado) sería imposible. Así que no veo ninguna incompatibilidad insalvable con la teoría marxista, no me parecen teorías excluyentes sino complementarias en lo esencial. No cabe duda del papel que desempeñan las instituciones políticas en la preservación y fundamentación de las condiciones objetivas de explotación en misión capitalista, tal y como ponen de manifiesto las cláusulas económicas de la Constitución centradas en la economía de mercado. Siendo que la planificación queda supeditada a la libertad de empresa, pues rige el principio supremo de actuación libre de injerencias estatales. No queda otra que “ganarse la vida” en el mercado y en esto consiste la “dignidad” reconocida institucionalmente. La fundamentación de estos desarrollos del derecho se encuentra en principios supremos de valoración y concepción de “estilos de vida”, homólogos a la pursuit of happiness norteamericana. Desde la tradición humanista continental encontramos su justificación en el ideal de la dignidad humana y, por extensión, la vida digna. Podemos recordar la influencia decisiva de la propaganda televisada en el proceso que culminó con la caída del muro de Berlín.

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  5. Alfonso Claudiano8 de mayo de 2013, 19:14

    Por otra parte, la desconexión ligeramente disimulada entre las necesidades sociales objetivas y la producción es un hecho evidente; pero que esto conduzca inexorablemente, según el pesimismo de Ricardo (si no recuerdo mal), al colapso del capitalismo es cuestionable por varios motivos. (1) los circuitos de producción y de consumo no necesitan compensarse en el interior de una misma nación, habida cuenta de la deslocalización (se conoce que hay indicios de una contracción hacia el ámbito local...) y las dependencias exteriores en materias de importación de bienes manufacturados, energía, y demás. Cuanto mayor sea el desequilibrio que se explote mayor será el beneficio. (2) la incompatibilidad a largo plazo entre el agotamiento de recursos finitos y la tendencia al crecimiento infinito puede sostenerse decantando el crecimiento hacia lo “inmaterial”, tal y como lo expresa Sloterdijk; puesto que lo principal es mantener la sobreabundancia relativa. No creo que el capital legalmente emancipado, y en sí mismo como factor productivo, vaya a desaparecer al alcanzar un límite ecológico. En todo caso cambiará la forma de enajenación. (3) las mismas infraestructuras técnicas y las mismas condiciones de pobreza no implican necesariamente una ideología socialista, pero son una buena base. Un caso clarísimo lo tenemos en EEUU, donde se asume con toda naturalidad la brecha, cada día más profunda, entre ricos y pobres. También observamos regiones en las que se dan condiciones miserables de vida, hambre y precariedad en muchos sentidos, que de ningún modo combaten las condiciones objetivas de dominación que les arruinan la vida. (4) sociedades continentales con tradiciones socialistas que, ante un empobrecimiento descarado de gran parte de la población, articulan protestas contra esta situación puntual –derivada de las mismas condiciones de dominación que operaban en la “prosperidad” relativa, aunque esto al parecer se obvia– y demandas de soluciones encaminadas a aliviar efectos tan terribles. Pero de ningún modo se atacan las causas de tales efectos devastadores (no se asumen las consecuencias consustanciales al modo de organización que velada o abiertamente se defiende); ya que uno debe ser “realista”, se nos dice.

    En conclusión, la teoría marxista es una herramienta análisis socioeconómico en plena vigencia y absolutamente necesaria. No obstante, considero que las leyes sociales de Tarde sirven para analizar la cara íntima del capitalismo que fundamenta y sostiene el sistema de dominación actual. También es patente que los grandes relatos de emancipación se han visto eclipsados por las fantasías del rey consumidor, ahora consumidor responsable que clama por un buen gobierno que restituya su capacidad de compra y, por supuesto, de venta incluso de su cuerpo en tanto que "propiedad privadísima": la autonomía de la moneda viviente.

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