[DE: Alberto Luque]
La última comunicación de
Josep Maria Viola me ha parecido extraordinariamente precisa, profunda,
exhaustiva y franca… y sobre todo incitadora a profundizar aún más en ideas
importantes que por lo general se encuentran apantalladas por las ideologías
mendaces que dominan el mediocre panorama político. El de Josep Maria ha sido
un ejercicio verdaderamente (= filosóficamente) impío, que me
compromete por lo menos a insistir en su misma línea. Hay que vencer toda esa
timidez que nos impide a tantos hablar alto y claro, porque tememos quizá que
nuestras palabras chirriarán en los delicados oídos de la estulta masa y los
paladines de la izquierda exquisita.
(Un buen método —pero del
que quizá sería inadecuado abusar— es el del poner cuestiones muy provocadoras,
no sólo por su contenido, sino por el estilo, por el enfoque. Por ejemplo,
rescatar a Lenin del submundo de las sombras ideológicas de la estulticia
burguesa. O incluso a Stalin, como ha hecho Losurdo —y entre nosotros, por su
mediación, el propio Josep Maria. Yo ya me atreví a rescatar a Robespierre. El
caso de Stalin es más espinoso, porque representa casi todo aquello que
todo movimiento de emancipación verdaderamente socialista debería evitar, pero
también hay que reivindicarlo en parte para la teoría de la emancipación
comunista. Desde luego que Robespierre no es comparable a Stalin, sino mucho
más precisamente a Lenin —y el propio Trotski sugería esta comparación cuando
calificaba el stalinismo de “reacción termidoriana”. En todo caso, la cuestión de
ser “provocador” es un tanto falsa: ¿qué verdad puede dejar de ser provocadora
en un mundo, por decirlo en términos bíblicos, gobernado por el “espíritu de la
mentira”? )
Aquí se han juntado —y no
por puro azar— varios asuntos cruciales:
(1) el
idealismo burgués en la concepción del Estado (con toda la metafísica de los
derechos “universales”, etc.);
(2) el nacionalismo, que
ha infestado a la izquierda oficial, contradiciendo sus principios más
racionales y volviéndola aún más inocua;
(3) el 15-M, y la actitud
burocrática de la izquierda oficial, negándole el pan y la sal;
(4) el tema del poder y
la violencia.
Se trataría de ir
desgranando una a una estas cuestiones interrelacionadas.
Josep Maria ha planteado
estas cuestiones de un modo tan diáfano, riguroso y exhaustivo, que incluso si
no estuviera de acuerdo con alguno de sus puntos de vista, no podría ser más
feliz que viéndome llevado a discutir en esos términos tan inteligentes.
“Desgraciadamente” no puedo “discutirlos”, y apenas me queda otra cosa que
adherirme sin reservas. Pero como unas ideas realmente bien formuladas suscitan
siempre otras concomitantes, me esforzaré en ampliarlas (un trabajo
constructivo mucho más difícil, para mí, que el destructivo de “discutir”
aquello que me resulta incoherente en algo ya formulado).
El tema del Estado no
sólo como instrumento generado para consolidar los privilegios
de clase, sino como institución generadora de esas
diferencias, es interesante y complicado. Sobre todo porque se trata de una
cuestión de reconstrucción histórica, o incluso antropológica; la cuestión del
“origen del Estado” me parece difícil de elucidar científicamente sobre todo
por el hecho de que no ayuda gran cosa a esa elucidación el examen de lo que
los Estados han devenido. Actualmente el Estado sigue
siendo un instrumento de dominación de clase, pero al mismo tiempo es
un complejísimo aparato incapaz de funcionar como una máquina perfecta de
dominación para convertirse, en parte, casi en su contrario, en un instrumento
para resistir la dominación de clase, o incluso para servir a la lucha por la
extinción de las clases. El Estado puede transformarse en socialista sin
ser destruido —como fantasearon siempre los anarquistas—, sino
sólo modificado, haciendo que sea dirigido por los trabajadores en
lugar de por los capitalistas.
A estas alturas, y por
haber dejado pasar demasiados días para proseguir nuestros debates, he
acumulado tal cantidad de anotaciones que no me va a ser posible plantearlas con
claridad si antes no procedo a diseccionarlas según sus “junturas naturales”,
como diría Platón.
Propongo, por tanto, los
siguientes campos de discusión:
(1) El tema del poder y
del Estado, de la violencia, de la dictadura de clase, etc.
(2) El tema del nacionalismo.
(3) El tema del resurgir
de unos movimientos de resistencia (tipo 15-M, o más
vertebradamente, el del Frente de Izquierda de Jean-Paul Mélenchon en Francia,
amén de los movimientos izquierdistas triunfantes de Hispanoamérica). (Por
cierto, en el mitin celebrado por el FG en Toulouse el pasado día 5 se reunió a
60.00 personas; semanas antes se habían reunido más de 100.00 en París, y masas
similares en Marsella y otros lugares; el grito de orden era “Résistance!”.
Rufino Fernández me telefoneó, emocionado, desde Toulouse en el momento del
mitin, y pude escuchar a través de las ondas electromagnéticas el estentóreo
canto de “La Internacional”, que sonaba tan poderoso como se “siente” en un
filme mudo de Eisenstein. Sería interesante discutir los planteamientos de este
resurgente Frente de Izquierdas, que apela directamente a la “revolución
ciudadana” liderada por Correa en Ecuador —y sobre sobre la que, por cierto,
recuerdo que Víctor Bretón me habló en términos decepcionantes—; yo habría
preferido una apelación al movimiento bolivarista de Chávez… pero en el fondo
esto es muy secundario; el propio Mélenchon ha hecho explícita su mayor
simpatía con Correa y Kirchner que con Chávez…)
Y como método para
abordar todos ellos —pero sobre todo el (1)— propongo discutir una
cuestión lingüística, pero que dista mucho de ser un mero
entretenimiento filológico, sino un problema de primer orden político: el del
uso corrompido, irritante, irracional, que se viene haciendo desde hace mucho
tiempo de términos como “democracia”, “dictadura”, “violencia”, “poder”,
“explotación”, “orden”, etc.
[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario