[DE: Alberto Luque]
El destino señalado a los
parias de Europa, ya lo podemos contemplar en Grecia, donde el sueldo de
profesor de secundaria oscilaba entre 600 y 1200 euros, antes de aprobar las
crueles medidas de austeridad que ahora se le dictan desde el Cuarto Reich:
reducción de los presupuestos para enseñanza en un 60%, despido de 150.000
funcionarios, reducción del salario mínimo en un 20%… El Frente de Izquierdas
en Francia se opone frontalmente a esta “austeridad para los pobres”, correlato
lógico de la lujuria para los ricos: exige el impuesto progresivo, elevar el
salario mínimo a 1.700 euros, prohibir el despido en las empresas que tengan
beneficios, imponer tanto un salario máximo (del orden de 20 veces el salario
medio) como uno mínimo, y asimismo una renta máxima, etc. En fin, oponerse sin
complejos a esa farsa de la templanza para los pobres y la voracidad para los
ricos…
¿Acaso hay algo nuevo en
todo esto? ¿No nos llega al alma el lamento del Eclesiastés: Nihil
novum sub sole? Es la enésima repetición de las invariables consecuencias
de la “economía lúgubre” manchesteriana. El Gobierno de la Generalitat se
propone implantar el próximo curso la jornada intensiva en colegios e
institutos al objeto de ahorrar (15.000 millones de euros).
Pero ¿qué es lo que se ahorra con medidas así? Los servicios
públicos, lo que el Estado está obligado a garantizar a los ciudadanos. Y con
toda desfachatez, unos ignaros “economistas” del tres al cuarto, que sin
entender ni palotada del funcionamiento real de la economía capitalista pasan
por “expertos” porque conocen las “recetas técnicas” para impedir que el gran
capital financiero se derrumbe, nos dicen que es “lógico” ahorrar “cuando se ha
gastado demasiado”. Esto será muy “lógico” para una racional economía
doméstica: uno no puede gastar mucho más de lo que ingresa, a menos que se le
amplíen los límites del crédito; pero ¿qué subnormal puede pensar que la
economía del Estado se ha de basar en la misma “lógica” que la de un
trabajador? Aquí es al revés: el Estado no puede ingresar menos de
lo que necesita gastar; si se necesita más dinero para, digamos,
policía, o escuelas, u hospitales, o jueces, o lo que sea que se considere
bueno y deseable, entonces debe subir los impuestos hasta recaudar la cantidad
justa. Pero los muy ricos, que pagaban entre el 55 y el 75% de su renta hasta
los años 70, ahora apenas pagan un 12%-15% (sin contar con las amnistías a los
más delincuentes). El “uno por ciento” al que a menudo se ha referido Stiglitz
es dueño del 90% de la riqueza, y resulta que el Estado debe contentarse con
recaudar sus fondos del restante 10% que poseen los más pobres. No hace falta
ser ni muy espabilado, ni muy experto, sino sólo saber contar con los dedos,
para comprender la tomadura de pelo.
Así que el gobierno va a
“ahorrarnos” esos servicios que se nos deben, y se supone que, al oírles hablar
de este modo, debemos aplaudir su prudencia y su previsión, que debemos
alegrarnos de que ya no se despilfarre el dinero en nosotros, los pobres, que
no sabemos cómo usarlo sensatamente, sino que se lo dejemos todo a los ricos,
que, como decía de sí mismo Sir Humphrey Pengallan (Charles Laughton) en La
Posada de Jamaica, de Hitchcock, son los únicos que realmente saben cómo
gastarlo. Y aun así, supongamos que fuese razonable tolerar esos recortes
—quizá porque los pobres debamos tener más sentido de la responsabilidad y
estemos mejor entrenados para la austeridad—, supongamos que fuese sensato ser
tan generosos con los ricos, que tanta necesidad tienen de ganar más y de
“ahorrarnos” el disfrute de nuestras necesidades, porque así, se nos dice,
ayudamos a mitigar la “crisis económica” —un curioso eufemismo para nombrar a
una bacanal romana. ¿En qué partidas se “ahorra”, por ejemplo, al practicar la
jornada intensiva en los colegios? En transportes escolares, comedores y
calefacción, básicamente. Pero entonces, ¿de qué vivirán los autobuseros, los
cocineros y los trabajadores de la industria eléctrica y de hidrocarburos?
Cualquier niño es capaz de contemplar el ciclo vicioso que se desarrolla a
partir de una situación semejante en una economía liberal: más desempleo —
menos consumo — menos oportunidades de negocio — más desempleo. Un círculo
maravilloso de retroalimentasión positiva, como una bomba de fisión.
Así está el tema…
[…]
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