6 de diciembre de 2014

El círculo, la elipse y el regulador: En defensa de Podemos

Alberto Luque

Pierre Gassendi decía que uno debía guardar lo que ha escrito durante 30 años antes de ofrecerlo a la opinión pública, tras haberlo meditado y madurado. Él mismo no pudo cumplir su propio precepto, que quizá sólo era una forma de expresar, exageradamente, su acuerdo con Epicuro en llevar una vida clandestina. Yo también soy partidario de la vida latente epicúrea, sin exagerar. Es bueno pensar antes de hablar, pero no cuando esto significa cobardía, sino cuando significa honestidad intelectual, serenidad y temple. Lamentablemente, hoy en nuestro país nadie practica esta modalidad de la prudencia; lejos de meditarlo durante 30 años, se escupe lo que se siente en menos de 30 segundos. De modo que no existe ni verdadera reflexión ni verdadero diálogo. Este apremio indica un alineamiento perentorio, un estado de emergencia, de combate, y el lado positivo consiste en que revela una dilucidación de posiciones. Se está inmediatamente, incondicionalmente, enérgica y decididamente a favor o en contra de algo, lo que significa que ese algo no nos deja indiferentes. En este caso, ese algo entusiasmador es el «fenómeno» Podemos. El revuelo y la precipitación con que este partido es atacado es, pues, odioso intelectualmente, pero a la vez estimulante: nos empuja a tomar partido, nos obliga a escoger, y seguro que, bajo apremios tan rabiosos, muchos escogerán lo que más les perjudica. Hagámoslo, pues, sin demora, pero reflexivamente.
Hace un par de semanas, en un debate entre historiadores del arte e ingenieros, sobre asuntos de ahorro energético y nuevas arquitecturas, hice la siguiente observación acerca de lo que entendemos por economizar: es indudable que una nueva tecnología que permita ahorrar energía puede resultar más costosa que otra tecnología energéticamente menos eficiente, porque requiera más inversión de capital o más trabajo, reorganización, etc.; y peor aún, incluso si la rentabilidad estricta en términos contables acaba resultando alta, pero no hace posible un gran negocio privado, sino que simplemente acarrea un beneficio social, público, entonces tampoco es viable bajo el régimen capitalista; esto es una circunstancia histórica, social, pero no un argumento absoluto de imposibilidad, puesto que los criterios serán distintos, opuestos, en una economía socialista, y ésta puede ser implantada por un movimiento social emancipador. Mi observación no pretendía llevar la discusión a un terreno sociológico, sino simplemente advertir contra la falacia de pretender siempre circunscribir el sentido de lo práctico y lo posible a los estrechos criterios liberales, como si fueran criterios absolutos, eternos, naturales e indiscutibles. Lo que ocurrió a continuación fue en cierto modo sorprendente, pero en realidad un síntoma claro de lo que está empezando a cambiar en nuestro país. Uno de los conferenciantes se sintió emocionalmente obligado a declarar su ideario liberal y protestar contra la idea de una economía socialista, a la que asociaba con el autoritarismo y la pobreza, como en Cuba, Venezuela, etc., donde la mayoría vive en la miseria mientras que unos cuantos tienen toda la riqueza. Interrumpí jocosamente para decir: «¡Pero, señor mío, eso es justamente lo que sucede aquí, en España!», y por cierto, disfruté del momento porque el auditorio me secundó con una convencida carcajada. Y además, si es cierto que hay algunos países socialistas entre los del Tercer Mundo, la mayoría de éstos, y sobre todo aquellos donde la desigualdad y la miseria sobrepasa lo humanamente imaginable, se guían por los principios depredadores del libre mercado. Por otro lado, decir que, por ejemplo, la Unión Soviética era un régimen donde el nivel de consumo de las masas estaba por debajo del que gozaban en los países capitalistas industrializados no es falso, pero oculta que la economía socialista convirtió al país más atrasado de Europa en una superpotencia mundial, y lo mismo cabe decir de China; y oculta también que los aumentos salariales en Occidente fueron fruto de encarnizadas luchas sindicales de orientación comunista. Por lo demás, lo deseable es la economía socialista, redistributiva, igualitaria, y no la degeneración burocrática que histórica y concretamente puedan sufrir las estructuras gubernamentales de un tal régimen. Al fin y al cabo, los defensores del liberalismo pretenden que les concedamos sus buenas intenciones, y lo que en teoría, según ellos, aporta el libre mercado, a saber, prosperidad económica para todos, y que no les echemos en cara el hecho de que en la práctica el capitalismo produce destrucción, pobreza y desigualdad más allá de todo límite humanamente admisible. Del mismo modo, no reprochamos a un católico su sincera adhesión a los principios evangélicos, que son buenos, por el hecho de que la Iglesia se corrompa y los falsifique.
Admitamos y supongamos por un momento —lo cual es cierto en la mayoría de los casos— que no tenemos una verdadera experiencia de lo que ocurre o ha ocurrido en países que intentan conducirse por objetivos socialistas en la economía, ni tenemos garantía fiable alguna de que lo que cuentan sus enemigos sea verdadero —sino más bien al revés: como mínimo es sospechoso, porque coincide con los deseos e intereses exclusivos de los ricos, no con los de la mayoría de los trabajadores. De lo que no podemos dudar es de que existe esa guerra declarada de los capitalistas contra el socialismo. Yo sé, por otro lado, que el gran capital financiero no es mi amigo, sino mi enemigo, y por supuesto el enemigo objetivo de todos los trabajadores, e incluso de la clase media y gran parte de los empresarios. Y entonces me parece muy prudente, como en la fábula del perro y el cocodrilo, guiarme por la inteligente, franca y elogiosa observación de éste: «¡Oh, qué docto perro viejo!/ Yo venero tu sentir/ en esto de no seguir/ del enemigo el consejo.» La «casta» es, en efecto, el enemigo objetivo de la mayoría, incluyendo a la mayoría de los que la defienden, porque esa defensa no es más que el producto de un adoctrinamiento, de un lavado de cerebros que la propia casta ha podido realizar mediante un sinfín de aparatos ideológicos que forman parte de sus propios medios de poder. Los intelectuales orgánicos del capital son lacayos, perros de guardia, como los llamaba Paul Nizan en 1932. Y sólo a un iluso o a un cínico se le ocurre que los amos son amigos de sus lacayos. Lo que es bueno para mi enemigo no puede ser bueno para mí, y viceversa, y recíprocamente… No opino que haya prueba racional ni real alguna de que la economía socialista es inviable, utópica o indeseable para los trabajadores; lo que sí es seguro es que la economía capitalista produce, reproduce e incrementa a cada minuto la miseria social e individual, material y espiritual, más lacerante.
Los enemigos del socialismo esgrimen el fantasma de la expropiación, y claman al cielo contra la negación de la propiedad privada que según ellos significa el socialismo. En cierto sentido, muy concreto, llevan razón: el socialismo niega la propiedad privada, pero sólo la de los capitalistas, mientras que, recíprocamente, el capitalismo es el régimen de producción que niega la propiedad a la mayoría para facilitársela sólo a una minoría. Negación por negación, prefiero la socialista. Pero hay que deshacer un elemental sofisma que se esconde en esas protestas: lo que niega el socialismo no es la propiedad privada, sino la propiedad privada de los medios de producción. Digamos que, salvo para unos pocos idealistas, todo el mundo considera «inalienable», «sagrado», «natural», «bueno», «racional», «indiscutible», o como se nos antoje aquilatar, el derecho a la propiedad. Lo que es de uno es de uno; si uno trabaja el doble para obtener el doble, nadie tiene derecho a censurárselo, y lo mismo si acumula más bienes porque ahorra en lugar de dilapidarlos, etc. Pero se trata aquí de lo que obtiene por su propio trabajo, no de lo que se apropia del trabajo ajeno. Ahora bien, si uno posee no ya mercancías que ha obtenido con su propio trabajo, sino una clase muy especial de mercancías que consiste en los medios de producción, en los instrumentos para trabajar, de los que están desposeídos los propios trabajadores, entonces lo que ocurre es que se adueña del trabajo mismo de éstos (o sea de la plusvalía); lo que ocurre es que los trabajadores son de hecho, aunque no de derecho, sus esclavos. En términos algo más abstractos y técnicos, pero también más filosóficos, más precisos y esclarecedores, en el capitalismo se da una contradicción fundamental, de la que deriva en última instancia la miríada de insufribles contradicciones de todo orden: se trata de la contradicción que media entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación. Lo que hace el socialismo es resolver esa contradicción; el capitalismo ha procedido históricamente a la expropiación de la mayoría; es el capitalismo el que verdaderamente niega la propiedad, salvo para unos pocos. Y aun así, nadie discute, en ningún país capitalista, ciertos límites más o menos precisos a la mercantilización y la propiedad privada: por ejemplo, no se concede el derecho inalienable e ilimitado a poseer y traficar con estupefacientes, con armas o con esclavos sexuales… Lo que hace el socialismo es extender el derecho de lo individual burgués a lo social, sin suprimir el derecho individual; y eso exige extender la limitación de la propiedad a otras mercancías además de los estupefacientes o las armas, a los medios de producción, pero jamás a bienes de consumo legítimamente adquiridos con el propio trabajo.
¿A qué obedece entonces ese escándalo moral que suscita la negación socialista de la propiedad privada (de medios de producción, insistamos en la precisión)? Al fin y al cabo, la comunista no es una moral moderna, digamos de la época de la Revolución francesa, sino, como mínimo, de la época de los primeros cristianos, una moral evangélica. Sólo un enfermo mental puede concebir que Jesucristo Nuestro Señor está al lado de los ricos. Como decía esa lengua viperina de Léon Bloy, para saber qué opinión tiene Dios del dinero, sólo hay que ver a quién se lo da. De modo que lo que debería ser un escándalo moral es la defensa del capitalismo.
A menudo, en otras ocasiones, y también en un contexto académico, he hecho observaciones del mismo tenor, sin que jamás fueran contestadas de ese modo, digamos, tan temperamental. ¿Cómo se explica esto? Podría conjeturarse que en todas esas ocasiones, casualmente, no se hallaba entre los presentes ningún liberal, pero esto es altamente improbable. La explicación es otra, y muy sencilla, por cierto: en esas otras ocasiones ese juicio sociológico no pasaba de ser una inocua opinión teórica. Pero ahora las cosas han cambiado, fulminantemente: ahora la reorganización de la resistencia ciudadana al capitalismo ha dejado de ser un fenómeno puramente contestatario e imbele, una simple expresión anárquica de malestar. La fecunda, aunque errática e invertebrada experiencia del 15-M ha acabado por engendrar una nueva fuerza consciente y políticamente organizada, un verdadero partido político, una alternativa de poder preparada para asaltar el cielo, para tomar las riendas del Estafo: Podemos. Así de simple. Ya desde el primer momento, incluso el espontáneo y escasamente articulado movimiento 15-M fue el blanco principal de los ataques ideológicos de la burguesía, hostilidad contagiada incluso a una gran cantidad de votantes de la izquierda tradicional. Pero la única posibilidad de desintegrar una sublevación semejante era poner freno a la escandalosa depredación capitalista, cosa que no está en manos de los propios capitalistas, ni tampoco de la falsa izquierda institucionalizada, convertida en un apéndice más —y muchas veces más eficaz que la derecha— del aparato al servicio del gran capital. Es una hipótesis muy plausible, compartida por la mayoría de los historiadores y sociólogos verdaderamente científicos, que el llamado —y ahora ya perdido— «Estado del bienestar» sólo fue posible como inteligente reacción o acomodación del imperialismo a las condiciones de la guerra fría: la única manera de evitar la extensión de la revolución comunista a toda Europa, salvo alguna maniobra de fuerza oportunista, era ceder ante las demandas de protección social de los trabajadores, o en otras palabras, permitir que una política fiscal que gravase fuertemente los gigantescos beneficios capitalistas se emplease en garantizar un nivel de vida elevado para las masas, una redistribución mínima de la riqueza, una contención del desequilibrio económico. Una vez caído el régimen soviético —que a pesar de su corrupción y burocratización, fruto también de la insoportable presión imperialista, podía dar ejemplo al mundo de los inmensos beneficios sociales y culturales del socialismo— la burguesía mundial pudo dar rienda suelta a su instinto básico, sin restricciones. Es un espejismo eso de la sociedad post-industrial, porque ahora el capitalismo se manifiesta con una pureza jamás experimentada, sin necesidad de amalgamarse con fórmulas salvadoras de corte socialista. Lo que tantos hombres de izquierda de la pasada generación, cayendo ellos mismos en la claudicación más vergonzosa, llamaban lastimosamente una «despolitización» o un «desencanto» de la juventud era en realidad otra cosa: por un lado, era el producto culpable de la propia impotencia de quienes así se lamentaban, por otra parte era el resultado natural que la burguesía pretendía obtener de su propio «sacrificio» al tolerar el Estado de bienestar, y por una tercera parte era sólo, como ahora podemos comprobar, una fase transitoria en la lucha de clases. Esa generación de jóvenes que perdió a sus padres ideológicos, quienes fracasaron en la tarea de instruirles y comunicarles las ricas enseñanzas políticas acumuladas durante más de un siglo —y encima con la odiosa y senil costumbre de reprochar a sus hijos esa falta que en realidad era suya—, esa misma generación huérfana es la que por sí sola, con su sola fuerza y entusiasmo, a partir de su pobre experiencia, ha logrado superar las deficiencias de su triste legado. Eso es Podemos: el rescate de los ideales sociales igualitarios y de la inteligencia y el instinto de clase, por una generación ideológicamente huérfana, pero con hermanos mayores.
Desde una postura casi irremediablemente escéptica, muchos ciudadanos que desean una sociedad más igualitaria y bien ordenada, pueden plantearse qué motivos tenemos para adherir ahora al proyecto de Podemos: total, es otro partido, aunque nuevo, y los viejos no sirven a esa esperanza; siguiendo el proverbio pesimista, «más vale malo conocido»… Pero es a todas luces evidente que Podemos no es un partido semejante a esos podridos e imbeles aparatos burocráticos que hasta el momento conocemos bajo ese concepto. Podemos es la consecuencia del desarrollo dialéctico de un movimiento ciudadano de resistencia al gran capital, el 15-M, que a pesar de su carácter espontáneo, invertebrado y políticamente amorfo se convirtió desde su misma aparición en el nuevo fantasma que recorre el mundo amenazando los privilegios de los ricos. Millones de trabajadores que han venido tradicionalmente votando al PSOE o a IU, en la ya vana confianza de que realmente encabezasen un liderazgo eficaz en defensa de los intereses de la mayoría, han podido experimentar a su alrededor cómo había que perder toda esperanza en ese sentido, han visto cómo cientos de miles de sus conciudadanos han salido a la palestra a posicionarse con toda independencia contra la gran burguesía. Y en ese gran movimiento de resistencia, mediante la discusión y la experiencia colectiva, se ha ido imponiendo con irresistible fuerza la necesidad de dotarse de una organización sólida y eficaz, de un partido, de un programa a defender monolíticamente. Que ese programa se vuelva más o menos radical o más o menos reformista, es cosa que no se puede determinar en la pura especulación, es cosa de la praxis, de la estrategia y la táctica, de las correlaciones de fuerzas, de múltiples factores objetivos y subjetivos. Hace cien años ninguna mente políticamente clarividente podía dudar de que el partido para la emancipación social debía ser liderado por ese sujeto histórico universal al que entonces se llamaba «proletariado», y que en su mayor parte se componía de los trabajadores industriales —aunque la mitad de sus líderes procedían de la burguesía intelectual, cosa que demostraba a fortiori la descomposición del régimen burgués. Hoy ese sector ni representa a la mayoría ni posee la misma cohesión moral, los mismos ideales socialistas, sino que está ideológicamente muy embrutecido por la cultura burguesa. Por otro lado, el capitalismo proletariza a muchos otros sectores, incluyendo lo que brumosamente llamamos «clase media»; más precisamente, a la mayoría de los asalariados. Si bien hay diferencias importantes en el reparto de la riqueza de estas «clases populares», en conjunto forman una mayoría explotada.
Algunos observadores neutrales, politólogos expertos en analizar y describir las tendencias generales de ese sujeto borroso que llamamos «opinión pública», destacan que formalmente el discurso de Podemos es amalgamador, focalizado en recoger aspiraciones compartidas por muchos sectores sociales, por ejemplo reblandeciendo o mitigando la tradicional oposición derecha/izquierda y sustituyéndola por la de ricos/pobres o los de arriba/los de abajo, etc. En ese sentido superficial, de las puras apariencias, Podemos no inauguraría esa táctica «populista», sino que entraría como nueva formación política en el mismo juego ideológico de los partidos tradicionales, que formalmente no se presentan como partidos de clase, sino reguladores de intereses interclasistas, generales y, digámoslo claramente, irenistas, o sea negadores de la lucha de clases. Fácilmente se ve la falsedad de esta descripción superficial. Tanto Podemos como cualquier otro partido representa intereses de clase, si bien el concepto de clases sociales no es unívoco, y cabe recortarlo en cada circunstancia, para cada estrategia y cada experiencia, de manera distinta. Por ejemplo, es innegable que trabajadores y empresarios son clases opuestas, con interess contrarios en el reparto de la plusvalía; pero al mismo tiempo, tanto los trabajadores como los empresarios —que no sean al mismo tiempo financieros— tienen intereses comunes, en conjunto opuestos a los de rentistas y capitalistas financieros. De ahí la opción keynesiana, o mejor la polanyiniana, intermedia entre el capitalismo y el socialismo, porque admite la libre empresa y la propiedad privada de medios de producción, pero suprime del ámbito mercantilista el dinero, es decir que reclama la eliminación del capital financiero, y su sustitución por una banca pública como servicio a los intereses de la economía productiva.
Esta vía intermedia, de amalgama de socialismo y capitalismo, no deja de ser una posición de clase, sólo que se decide por reunir los intereses objetivos de varias clases en contra de una clase muy especial, el gran capital financiero, que es quien realmente dicta la política económica actual, dictado al que se han plegado tanto el PP como el PSOE.
Pero entonces ¿por qué la derecha tradicional sigue arremetiendo contra Podemos —como antes contra el 15–M o la PAH— insistiendo en que se trata de los comunistas de siempre? Es muy sencillo: porque la derecha tradicional sigue siendo esencialmente el vocero del gran capital financiero, por más que incorpore a su discurso ideológico toda suerte de elementos culturales de un orden interclasista, ni más ni menos que la izquierda tradicional. Pero esa deriva culturalista (populista) de la política, que ha acabado haciendo creer a casi todos que ser de izquierdas consiste en simpatizar con los movimientos de gais y lesbianas, aprobar el matrimonio homosexual, ser feminista, ecologista, adherir el derecho al aborto o rechazar la pena de muerte… esa deriva culturalista que ha querido disipar del horizonte moral, del terreno de la razón práctica, los principios de clase (la conciencia socialista, el internacionalismo, la democratización real del Estado, la primacía de la política fiscal, etc.), esa deriva culturalista acaba por producir, dialécticamente, la diafanización de lo que se proponía difuminar. Pues es inevitable llegar a una contradicción cuando se parte de una falsificación: resulta que los votantes del PP pueden ser feministas y contrarios a la penalización del aborto (he ahí el fiasco del ex ministro de Justicia Gallardón), o partidarios del derecho de los homosexuales a casarse (de hecho, hay tantos homosexuales de derechas como de izquierdas, porque la biología no determina la posición de clase), o contra la pena de muerte (y recíprocamente, un comunista puede aprobar la pena de muerte o la limitación del derecho al aborto o al matrimonio homosexual, dependiendo de una infinidad de circunstancias culturales). Lo que tradicionalmente distingue a la derecha de la izquierda es el carácter de clase de esta división ideológica; en última instancia, ser de izquierdas significa defender los intereses de los trabajadores, y ser de derechas, defender los de los capitalistas. El culturalismo ha enmascarado esta significación de clase de los conceptos «izquierda» y «derecha», pero no hasta el punto de hacerla desaparecer; en el ejercicio de esa falacia culturalista, simplemente se ha intensificado la confusión ideológica, pero esta confusión se convierte en manifiesta contradicción y acaba así por esclarecerse. En el colmo del populismo culturalista abanderado por el PP y el PSOE, aquél pudo llegar a beneficiarse del acuerdo de los líderes de éste en que «bajar los impuestos es de izquierdas»; como siempre, la confusión ideológica es una debilidad que sólo padece la izquierda; los líderes políticos de la burguesía jamás se engañan a sí mismos, tienen un olfato infalible, una verdadera inteligencia social real-material, o de otro modo no duraría mucho su hegemonía. Los trabajadores sólo tienen que aprender de ellos, y no de sus imbeles líderes burócratas: con la misma clarividencia que lleva a la derecha a procurar la disminución de los impuestos y el desmantelamiento del Estado —salvo en aquellos sectores que se ponen directamente al servicio del gran capital—, con esa misma resolución los trabajadores deben procurar justo lo opuesto: subir los impuestos a los ricos y fortalecer el Estado como conjunto de servicios públicos y garante de la redistribución de la riqueza. Pero hay que advertir aquí otra interesada ocultación: no se trata ya solamente de imponer el impuesto progresivo, que es de indiscutible justicia, sino también y especialmente de abolir los impuestos indirectos, intrínsecamente injustos. Porque unos pocos ricachones viajen en automóviles de lujo que consumen mucho carburante, o aplaquen su apetito en restoranes carísimos, es claro que no pagarán gran cosa más que los pobres, que también tienen que consumir alimentos y gasolina. Así, la sustitución de los impuestos directos y justos por los indirectos e injustos se convierte en un mecanismo camuflado de extracción de plusvalía para los ricos.
Por otro lado, es también innegable que la inversión de esta fiscalidad, como la propone Podemos, aun siendo de carácter socialista, no perjudica a la economía capitalista, sino al contrario, la rescata del colapso al que la conduce la extrema codicia depredadora del gran capital financiero; en otras palabras, el mecanismo fiscal de redistribución de la riqueza garantiza una mayor vida al propio capitalismo, porque asegura la elevación del consumo, mientras que la especulación financiera es un mecanismo vampírico que estrangula el propio mercado capitalista. De aquí que la oposición entre el capital financiero y el resto de los agentes económicos (empresarios y trabajadores) adquiera más intensidad que la oposición general entre poseedores y desposeídos. Dicho con otras palabras: a la oposición general entre poseedores y desposeídos se superpone otra, cada vez más aguda, entre grandísimos poseedores parasitarios (gran capital financiero) y el resto (poseedores de capital productivo y trabajadores). De ahí también esa revelación de Podemos cuando rechaza la oposición aparente derecha/izquierda, que tanto escandaliza a la izquierda exquisita del PSOE, para elaborar un mensaje relativamente interclasista contra el gran capital.
Pero volvamos a la cuestión que líneas arriba he planteado: ¿Se confunde la derecha al describir Podemos como un típico partido comunista? Sí y no. Sí, porque la vanguardia de las masas que ha constituido Podemos no entronca directamente con la experiencia comunista, y porque la orientación y el programa a medio pergeñar de este movimiento no es verdaderamente socialista, sino keynesiano, y porque esos objetivos reformistas son adheridos de manera natural por capas sociales que no están ni objetiva ni subjetivamente interesadas en una transformación comunista. Todo esto es muy evidente para muchos. Pero en el fondo no se engañan los voceros de la gran burguesía; su instinto es infalible. Para el gran capital financiero, cualquier empresario, incluso un gran empresario, es un comunista, puesto que le discute su derecho a enriquecerse con la especulación, a apropiarse cada vez una mayor parte de la plusvalía general, ni más ni menos que los trabajadores aspiran a aumentar su salario y reducir la jornada laboral. O sea, para cada cual «comunismo» significa el reparto de la riqueza, y entonces son «comunistas» todos aquellos que tienen menos. Pero entonces la estrategia del gran capital financiero se parece a la de Podemos: procura involucrar a todos los empresarios en la defensa de sus propios intereses, bajo la amenaza falaz, ilusoria, fetichista, de que el dinero —el medio del que ellos se han apoderado— dejaría de afluir si se les suprimiera como clase, y también bajo la amenaza, más grosera, de que una alianza con los trabajadores conduciría al comunismo (aquí entran en juego poderosos factores psicológicos, prejuicios tenazmente arraigados a través de siglos de adoctrinamiento clasista, pero no vamos a entrar en este tema, que nos retardaría mucho en nuestra discusión).
Visto así, la derecha no se engaña, como no se engañan en el fondo las masas que adhieren a Podemos. La aparente contradicción, pues, se resuelve fácilmente así:
(a) Los objetivos de Podemos no son comunistas, ni apenas son plenamente socialistas; requieren la adhesión de una mayoría social que incluye a pequeños, medianos, y hasta grandes empresarios, y se dirigen exclusivamente contra el gran capital financiero. Vienen a ser una reedición del fallido propósito, en los años 70, del «compromiso histórico» propugnado por el eurocomunista Enrico Berlinguer, que amenazó durante un momento con ser adherida por la Democracia Cristiana y acabó con el sospechoso asesinato de Aldo Moro; era la época en que se fundaba la Trilateral, demostrando una extraordinaria capacidad de maniobra política del capital monopolista mundial para evitar la revolución socialista en Europa. Hoy las cosas son muy diferentes, porque (1) esa nueva estrategia frentepopulista surge como reacción casi espontánea e ideológicamente no determinada de una resistencia popular, o sea desde abajo, desde el movimiento ciudadano que se dota de nuevos líderes, y no de los dirigentes tradicionales, y (2) esa nueva estrategia no requiere ahora una unión de partidos tradicionales, sino que se vertebra en una única plataforma, Podemos, que deja fuera de juego a los inservibles y obsoletos partidos tradicionales.
Significa esto que Podemos es un partido interclasista, si no por su composición actual, sí por la índole de su programa político.
(b) Ahora bien, entre los líderes de Podemos se encuentran, en cierta proporción, auténticos marxistas; el carácter interclasista de esta formación no significa una homogeneidad de criterios y objetivos, sino una unidad orgánica de compromiso ciudadano: no es que todos los militantes y simpatizantes de Podemos tengan los mismos ideales sociales —porque el espectro de tales ideales puede ir desde el keynesianismo al bolchevismo—, sino que todos acuerdan un programa de mínimos.

Círculo y elipse

Entonces, para precisar la metáfora geométrica, los «círculos» de Podemos son, en el caso general, más bien «elipses». El círculo posee un único centro; la elipse, dos (focos); ésta viene a ser un círculo estirado, en el que el centro de escinde en dos focos, más o menos alejados. Esos dos focos que definen solidariamente, por su tensión cohesiva, la nueva formación política, son, dicho muy sintéticamente, el reformismo keynesiano y el socialismo, que obedecen objetivamente a los intereses de la clase media y los empresarios, por un lado, y los trabajadores asalariados (los que no tienen salarios superelevados, por supuesto). (El logotipo de Podemos no es una elipse, pero tampoco un perfecto círculo, sino una pluralidad de ellos: tres círculos no concéntricos, pero con sus centros cercanos; sugiere muy bien la idea de confluencia democrática entre sectores distintos de la ciudadanía, pero lo suficientemente solidarios como para oponerse a un único común enemigo.) Seguramente que esta elipse la habría debido conformar la socialdemocracia, apoyada por la izquierda comunista, pero los partidos de la izquierda tradicional, sencillamente, se han convertido en aparatos burocráticos incapaces de liderar una revuelta de la mayoría contra el gran capital, o más crudamente, al servicio directo, desvergonzado y cobarde del gran capital. A todas luces es evidente —porque lo prueban las encuestas— que el grueso de los simpatizantes y militantes de Podemos proviene de quienes hasta ahora han apoyado al PSOE o a IU, y que han llegado por su propia experiencia a la conclusión de que esas opciones están obsoletas y corrompidas. Esto es tan evidente que explica a la perfección las nerviosas posiciones zigzagueantes de Pedro Sánchez y sus acólitos: intenta un día aprovechar el viejo y repugnante lenguaje burgués que acusa a Podemos de populistas; al día siguiente comprueba la carcajada que esas palabras produce en los ciudadanos a quienes iban dirigidas, ni más ni menos que sus propios antiguos votantes que, como los pastores del cuento, ya no confían en Pedro, que tanto miente; entonces se decide a incorporar en su discurso exactamente las mismas propuestas de Podemos, aunque cobardemente maquilladas (ya se sabe, quien ha hecho de la prudencia mal entendida una ley superior, se convierte en un lacayo del miedo); se arriesga incluso a ofender a sus próceres declarando que quiere «rectificar» (no se atreve a decir «derogar», ni a pensarlo) el art. 135 de la Constitución, con el que blindaban los intereses del gran capital declarando la deuda soberana; aunque cree todavía en salvar el cuello con el cuento de que eso fue un error bienintencionado de su partido, mintiendo al ocultar que él mismo estuvo entre sus principales propugnadores, y acusando al PP de haber hecho un uso torticero del artículo; pero, ¡señor mío!, ¿qué uso va a hacer un gobierno de una ley que le obliga a pagar incondicionalmente la deuda nacional por encima de cualquier otro interés nacional, sino el de precisamente pagar la deuda nacional a expensas de cualquier otro interés nacional y ciudadano? Le duele, en fin, que los líderes de Podemos acaben incorporando el primer término sociopolítico clásico en su lenguaje, al decir que su programa es netamente socialdemócrata. Y se atreve todavía a jugar con la retórica repitiendo de nuevo que Posemos «no se sabe lo que es», porque dice que no es de derechas ni de izquierdas, y luego dice que es socialdemócrata, etc. Pero toda esta palabrería sigue jugando en su contra, y ya hemos pasado la línea de retorno; ahora sólo le quedan dos cartas: (1) aliarse con el PP para seguir haciendo lo que siempre ha hecho, defender a la gran burguesía, o (2) dar su apoyo a Podemos incondicionalmente. La opción (1) habría prosperado hace unos años, sin gran erosión, pero hoy equivale a firmar su propia acta de defunción, a acelerar el trasvase de sus propias filas hacia Podemos; la opción (2) equivale a lo mismo, pero es menos violenta y más decente; personalmente, estoy convencido de que gran parte de los dirigentes del PSOE optarán de nuevo cobardemente por la primera; pero no importa; lo que importa ahora es el curso irreversible de una clamorosa protesta ciudadana que empieza a demostrar que no es una quimera dejar de confiar en los gobernantes que hemos padecido y empezar a depositar nuestras esperanzas en que es posible empezar a construir un mundo nuevo, más justo e igualitario, más ordenado y pacificado, democratizado, donde el destino social se elabore amistosamente entre todos los grupos que forman la mayoría —es decir, excluyendo a los millonarios depredadores, enemigos de la mismísima humanidad.
Una vez consumada la transformación social que ahora abandera Podemos no nos hallaremos aún en el socialismo, sino sólo en una sociedad de clases con sus antagonismos suavizados, políticamente regulados: una sociedad no amenazada permanentemente por la criminal codicia imperialista del gran capital financiero, y por tanto relativamente protegida contra desequilibrios tan deletéreos como los actuales, una sociedad pacificada, donde la política no se supedite a los intereses de la banca internacional, sino al revés, toda la economía se supedite a la política, al acuerdo ciudadano. Puesto que seguirá habiendo diferencias de clase, seguirá en consecuencia existiendo división de intereses y lucha de clases, pero la violencia social se habrá reducido un grado. No sabemos si, como esperaban los marxistas, una inteligencia social llevará a hacer coincidir los intereses subjetivos con los objetivos; de ser así, la transformación paulatina de esa sociedad democrática conduciría muy pacíficamente al socialismo; pero también puede suceder que, por múltiples y complejos factores culturales y de todo orden, la mayoría de esa población de trabajadores consintiera en una u otra forma de delegación y jerarquía política y social, que la mayoría de trabajadores consintieran, por comodidad o por cualquier otro tipo de ventaja, en la tutela de los empresarios, en que éstos o una casta de expertos capitaneasen la economía, siempre bajo límites democráticamente acordados. La organización comunista sólo sería un modelo entre otros, con sus partidarios y sus detractores, y nada nos garantiza que llegase a triunfar, ni tampoco que fracasaría. En todo caso, una sociedad democrática que imponga límites estrictos a la especulación financiera y a la explotación despiadada, donde las estructuras del Estado estén realmente democratizadas, bajo el control de la ciudadanía (por ejemplo, donde todos los cargos políticos sean revocables en todo momento, y estén obligados a dar cuenta de su gestión a la asamblea que directamente los eligió, y donde los delitos de malversación pública, soborno, etc. sean durísimamente castigados) será una sociedad donde la mayoría quede protegida del acoso desleal de los bribones, una sociedad lo suficientemente pacificada y próspera como para que toda transformación de sus instituciones y costumbres se lleve a cabo sin violencias.
Por supuesto, no es ése el caso actual: esa mínima transformación de las estructuras políticas y económicas en beneficio de la seguridad y la paz social es un proyecto que se enfrenta hoy a la previsible reacción brutal de todos los grandes capitalistas no sólo de un país, sino de todo el orbe, porque todos ellos son hermanos. La virulencia de esos combates se deja ya entrever en el modo rabioso y grosero con el que los perros guardianes de la derecha escupen sus calumnias contra Podemos.
Y, como dice el Eclesiastés, la calumnia conturba incluso al sabio. Félix de Azúa, por ejemplo, ha arremetido hace unos días contra los «profesores» de Podemos [«Un partido de profesores», en El País, 1º de diciembre de 2014]: se pregunta el académico jubilado por qué Podemos no dice nada acerca del, según él, podrido (endogámico, etc.) sistema universitario. Pero hay muchísimos otros asuntos para los que este partido aún no ha diseñado una política, y el ciudadano común dudosamente tendrá la reforma universitaria como una prioridad nacional; en todo caso, entra dentro de la política general de aumento de gasto público la gratuidad de la enseñanza y acabar con los recortes; pero a Azúa esto le trae sin cuidado: lo de que «la universidad ha de estar al servicio de los pobres» le parece a Azúa una «vaguedad idealista», pero a mí me parece de lo más concreto y materialista; de lo que se queja Azúa, de un modo retórico y vacío, es de la falta de calidad científica y de verdadera meritocracia en la Universidad española; no digo yo que no haya de eso, pero sin duda se trata de suspicacias y de malestar entre una parte del profesorado universitario, con juicios subjetivos siempre, aunque a veces acertados. Azúa se suma a la indignación generada por el presunto incumplimiento de contrato de Íñigo Errejón con la Universidad de Málaga, sólo que pretende dar a su queja un alcance más elevado, y en su ínfula metafísica acaba advirtiendo a la ciudadanía de lo nefasto que sería ser gobernados por profesores de universidad. Todo eso es absurdo: hay profesores en todos los partidos políticos, no en mayor ni menor proporción que en Podemos, y cuando un científico se decide a expresar sus opiniones políticas lo hace con la misma impureza práctica que un pescador, un ama de casa, un militar, un jubilado o un banquero, lo hace como ciudadano, escogiendo el bando que más cree que le conviene, según Dios le dé a entender. Pero ¿acaso piensa Azúa que sus motivos de indignación profesional pueden pasar por una verdadera y sensata crítica a Podemos? Ni siquiera tiene la templanza necesaria para huir de las tonterías acusatorias de la burguesía, y no lo piensa antes de dejar caer la bobada de que los líderes de Podemos «carecen de ideología, salvo un sumario castrismo-leninismo». He aquí un síntoma claro de la enfermedad senil del falso inconformismo burgués… Azúa, egregio profesor de Universidad que aparentemente se rebela contra su propia podrida —según él mismo— institución, sale a la palestra para atacar personalmente a otro profesor porque al parecer participa del corrompido sistema, beneficiándose de becas sin rendir lo que se le pide. Según Azúa, esa arbitrariedad no es excepcional, sino la norma; en tal caso, los ciudadanos que no forman parte del sistema académico se han de preguntar por qué se inicia un proceso contra uno solo de esos profesores, que casualmente lidera un partido que amenaza con cambiar el mundo de base, como dice un verso de «La Internacional», por qué los ataques de la derecha ignoran el conjunto de esa presunta corrupción de la universidad que denuncia Azúa. Yo, por cierto, también soy profesor de universidad, cosa que normalmente decido obviar, por lo que ya he manifestado: mi interés o desinterés, mi satisfacción o disgusto profesional no tienen mucho que ver con los problemas políticos generales, y le importan a otros trabajadores lo mismo que a mí el protocolo de revisión técnica de las calderas eléctricas o cualquier otro asunto profesional de otros, o sea un comino. Sin embargo, sería sospechoso que no mencionase ahora esta circunstancia personal, porque parecería que estoy disimulando. Mi impresión subjetiva sobre el rendimiento de los académicos en los poquísimos proyectos de investigación subvencionados es a veces coincidente con la de Azúa, y también sobre eso de la meritocracia: en mi inmodesta opinión, hay honores académicos que se otorgan a cretinos, mientras que hay brillantísimos profesores que no ascienden en el escalafón, pero también hay valiosos científicos a quienes se les reconocen institucionalmente sus méritos, y también hay pésimos profesores que no reciben premios inmerecidos. Pero todo esto ¿tiene algo que ver con la postura que cada cual adopte respecto a Podemos? No. Si algún profesor u otro trabajador que milite en Podemos tiene que rendir cuentas en su trabajo, es algo que no me incumbe a mí, sino a las respectivas instituciones de control laboral. Yo jamás apoyaré a los nacionalistas ni al PP, por ejemplo, aunque todos y cada uno de sus líderes fuesen profesionalmente intachables. Que el PP o el PSOE estén plagados de delincuentes es algo escandaloso, desde luego, pero seguirían obedeciendo los mandatos de la gran burguesía aunque todos sus afiliados respetasen rigurosamente la ley. Ahora bien, es descabellado tomar cualquiera de esos casos personales, ciertos o falsos, de conducta profesionalmente censurable para acabar concluyendo, como lo hace Azúa, que debemos evitar que gobierne Podemos porque es «un partido de profesores» —lo cual es falso— y porque los profesores son unos irresponsables y delirantes —lo cual es menos cierto aún. Además, esa crítica es tanto más extravagante por provenir de otro profesor… salvo que quizás Azúa confía en una suspensión voluntaria de nuestra incredulidad, creyendo que tenemos motivos para pensar que él mismo perteneció a otra clase distinta de profesores inmaculados. Es lo que pasa con los argumentos ad personam, que al final a nadie le interesan ni aprovechan.
La propia Universidad de Málaga juzgará si los resultados del grupo de investigación al que pertenece Errejón (sobre sociología de la vivienda) son o no satisfactorios cuando los presente a final de este curso (a menos, claro está, que quienes han orquestado el ataque prefieran la vía menos constructiva de no esperar a que Errejón acabe el trabajo comprometido). Y si entre las comisiones que deben juzgarlo hay profesores de esa clase irresponsable de los que habla Azúa, es también otro asunto que la propia comunidad científica puede corregir, si se le dan medios políticos. Azúa tendría entonces razón en pedir a un gobierno de Podemos que facilite tales medios, aunque ahora se centre en problemas más acuciantes. Si la crítica de Azúa no tiene este tono constructivo es porque libremente se alinea con los enemigos de Podemos. Yo libremente me adhiero a su proyecto. (Incidentalmente, no puedo evitar comentar una graciosa paradoja lingüística de las noticias de los últimos días sobre el caso Errejón: el director de su equipo de investigación, Alberto Montero, le dio permiso verbalmente para que realizara su trabajo sin tener que desplazarse a la Universidad, como exigía su contrato, pero, dicen sus acusadores, no hay constancia escrita de tal cosa. Un «pero» muy absurdo, ¿no? O sea que no se puede probar que hubo esta autorización verbal porque ¡no fue escrita! Pero basta para probarlo el hecho simple de que quien dio esa autorización sepa que la dio, y lo declare, y que quien la recibió también sepa que la recibió, y lo declare. Desde luego que la ley garantiza el valor de la palabra dada, pero eso no impide a los acusadores usar deslealmente esas falacias verbalistas.)
Hay, sin embargo, un aspecto en el que creo que Podemos debería aprender de la crítica del autor de la Historia de un idiota contada por él mismo: su ejemplar y demoledor rechazo del nacionalismo, otro asunto en el que Podemos tampoco se ha posicionado, aunque sí algunos de sus líderes, a título personal, y entre ellos el mismo Errejón, erróneamente indulgente con la monserga del «derecho a decidir».
Otro destacado sabio español, Fernando Savater, tan preciso y técnicamente riguroso en cuestiones de ética general y abstracta, y, como Azúa, igualmente crítico con las falacias y aberraciones morales e intelectuales del nacionalismo, también se ha sumado a la legión de los enemigos de Podemos, diciendo que se trata de un partido fraguado en las tertulias televisivas y que predica el catecismo de la revancha. No puedo estar más en desacuerdo. (1) Podemos no surge como un residuo ocasional de la publicidad «tertuliana», sino como resultado necesario de la experiencia y vertebración política del movimiento de resistencia ciudadana que cristalizó en el 15-M; su aparición mediática en los debates televisivos es posterior, una vez formado embrionariamente como partido y después de su inesperado éxito en las elecciones al Parlamento europeo; de ningún modo está su raíz en la televisión, sino en la maduración de las condiciones, objetivas y subjetivas, socialmente críticas por las que atraviesa el país. (2) Podemos no predica la venganza, como han dicho algunos destacados derechistas, sino la inversión de la dirección político-económica del país, y más concreta y primordialmente la inversión de la fiscalidad. Ahora bien, no carece de sentido que muchos llamen a esto «revanchismo»; al fin y al cabo, los adjetivos están para adornar el pensamiento de quien los utiliza, de modo que dicen más de su propia ideología que de los rasgos verídicos de lo que tales adjetivos fingen describir. Cuando la gran burguesía y sus perros de guardia dicen que los «comunistas» de Podemos (y entonces sí les atribuyen una «ideología») quieren venganza, es sin duda porque en las telas de sus mentes se proyectan motivos de venganza, es decir porque piensan en que hay algo de lo que podemos vengarnos. Y llevan razón; por supuesto que hay algo de lo que vengarse: de toda la infamante cadena de inmorales abusos capitalistas, legales o ilegales, que conducen a la miseria de millones de personas, llevándolas en ocasiones incluso al suicidio. Pero esta venganza justiciera que sentimentalmente puede representar Podemos para muchos, nada tiene que ver con una inclinación revanchista, como han asegurado algunos infames e infamantes charlatanes profesionales. Ese personaje absurdo que se llama Eduardo Inda, por ejemplo, no se muerde la lengua al vociferar que «éstos», los «marxistas-leninistas» de Podemos, son los que, «si estuviéramos en 1936, nos matarían», y otras lindezas del mismo tenor delirante. Cuando dice «nos», imagino que —emic— se señala a sí propio y a un indefinido conjunto de prudentes ciudadanos de alguna calaña; desde luego que yo mismo no me siento amenazado por esa calumniosa sospecha. Cuando ocasionalmente —cada día con mayor frecuencia— me topo con personas que hablan de «cortar el gaznate» a algunos bribones, se trata de personas que no me inspiran ningún miedo, y comprendo que es una forma exagerada de expresar su legítima indignación; ese simpático director de cine, Pedro Almodóvar, se ha expresado así públicamente, y, con franqueza, creo que si alguien se ha escandalizado por ese exabrupto, es justamente de esa persona de quien tenemos que guardarnos.
Este mismo Inda mostraba a qué escala microbiana pertenece su moral y su inteligencia cuando reprochaba insidiosamente al catedrático de economía aplicada Juan Torres —que al alimón con Vicenç Navarro es autor del documento de bases para la política económica de Podemos—, le reprochaba, digo, que llamase «terroristas» a los banqueros; según Inda, esto es una calumnia, una falsedad, porque «terroristas» significa «que matan», y los banqueros no han matado a nadie —siempre según Inda. (¿No es sospechosa la indignación contra el odio a los banqueros?) No es ninguna extravagancia, sino una formulación racional, política y ética muy coherente, la noción sociológica de «crímenes económicos contra la humanidad». Cuando cientos de personas son conducidas al suicidio por arrebatárseles la vivienda y los medios de subsistencia mínimos, o cuando una especulación supermillonaria en los mercados mundiales provoca una hambruna en África en la que perecen millones de personas, eso es un crimen económico contra la humanidad, eso es terrorismo capitalista. Juan Torres replicó que Su Santidad el papa Francisco ha dicho exactamente lo mismo.
Lo que tenemos aquí es una peligrosa falacia verbalista, mediante la cual los perros guardianes del capitalismo crean la ficción de que el socialismo obedece a una inclinación criminal, a una sed de sangre, cuando simplemente el socialismo pretende pacificar el mundo mediante una redistribución de la riqueza; al mismo tiempo, esos perros guardianes trabajan para disimular el verdadero odio homicida de la burguesía, para ocultar que la miseria, la opresión y el insulto no provienen de quienes desean acabar con las desigualdades, sino de quienes actualmente dirigen los destinos de las naciones capitalistas.
Así que eso del afán de revancha del que habla Savater es una apreciación absurda. Yo mismo, aunque soy burgués y apacible en mis hábitos, comodón y epicúreo, me gusta la amable conversación y hasta tengo en gran estima a algunos significados pensadores ultraconservadores, y por tanto no puedo más que simpatizar con las buenas intenciones de todo hombre moderado, con las llamadas a la amistad y el entendimiento, no me siento capaz de llevar mi dulzura al extremo de la hipocresía: simplemente, me parece que todo tiene su límite, y por supuesto también la paciencia, y que ahora ha llegado el momento en que apelar a la indulgencia con los poderosos es una infame burla, una actitud hipócrita que sólo pueden sostener los amigos del comercio y de la servidumbre. Claro que deseo la concordia social y la serenidad democrática, pero justamente eso es imposible mientras no sean los representantes de los intereses de los trabajadores quienes por millones asuman el poder político, organicen todos los sectores del Estado y subordinen toda la economía a esos intereses de la mayoría. Y siendo los trabajadores una amplísima clase social, no homogénea, es decir, formando en realidad un montoncito de clases, es inevitable que los acuerdos sean de compromiso y amistosos. Pero en esa amistad, en esa concordia, en esa inteligencia social no hay sitio para el gran capital financiero, porque éste es enemigo de toda concordia, de toda prudencia, de toda virtud. Ésta es mi opinión: el único resguardo posible de la paz social es el socialismo. Si a ese verdadero nuevo orden que consiste en un régimen más igualitario se lo quiere llamar «revanchista», no seré yo quien se moleste por los adjetivos, con tal de que nadie se engañe: cada cual ha de tomar su partido, y yo me decido por el de la emancipación social. No reprocho a ningún capitalista ni a ningún derechista, ni a ningún intelectual orgánico de la burguesía, ya sea profesor, novelista o abogado, que él también escoja libremente defender a los poderosos, ni que utilice la retórica embellecedora que le venga en gana; simplemente, yo —que también conozco una semántica para llamar a las cosas por el nombre que tienen en mi idioma— defiendo a Podemos —sabiendo, insisto, que este partido debe liderar los intereses del conjunto mayoritario y heterogéneo de la ciudadanía.
Uno de los más estúpidos errores en que ha caído la izquierda institucionalizada es el irenismo burgués, la ficción de que se ha de gobernar para todos, en beneficio de todos. La realidad es muy distinta a esta ilusión. Ni siquiera el despotismo ilustrado caía en esa falacia: pretendía gobernar sin el pueblo, pero para el pueblo (y «pueblo» significaba la mayoría desposeída, por oposición a la minoría de privilegiados). Hoy, bajo la retórica engañosa del democratismo, se gobierna sin el pueblo y contra el pueblo.

Regulador centrífugo

Permitidme aquí introducir otra metáfora, también de orden geométrico-mecánico: la del regulador centrífugo que Watt introdujo en su maravillosa máquina de vapor. Se trata de un mecanismo sencillo pero ingeniosísimo que asegura un comportamiento regular, moderado, continuamente reequilibrante o, como también se dice, de retroalimentación negativa: el aumento de la velocidad angular provocado por el aumento de la presión eleva los contrapesos, aumentando el momento de inercia, tendiendo a contrarrestar esa presión y cerrando la válvula; inversamente, cuando la presión disminuye, los brazos giratorios pierden inercia y bajan, abriendo de nuevo la válvula para recuperar la presión. Pues bien, lo mismo ocurre con el sistema fiscal: si los impuestos no son progresivos, funciona por retroalimentación positiva, como una reacción nuclear en cadena, continuamente desequilibrante (haciendo a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada día más pobres), hasta la explosión; si, por el contrario, los impuestos son progresivos y directos, el sistema funciona por retroalimentación negativa, reequilibrante, compensatoria… es lo que llamamos redistribución de la riqueza. El plan económico de Podemos es tan simple como ese regulador, dejando a un lado la cuestión técnico-práctica de los valores exactos a determinar para la distribución de la presión fiscal.

Argumentum ad ignorantiam

Parte del desconcierto que provocan las proclamas de Podemos, sobre todo entre los retardados intelectuales de la izquierda exquisita, se debe a la casi inevitable ambigüedad que deriva del uso de un lenguaje político corrompido por décadas de analfabetismo filosófico y sociológico. Pero también en este terreno lingüístico se ha llegado a la masa crítica de contradicciones que exige una nueva clarificación (una clarificación que, por cierto, consiste mucho más en recuperar las lecciones del marxismo que en incorporar nuevos conceptos). Y de nuevo, quien más está ayudando a la recuperación de ese instrumental conceptual y analítico es la derecha. Entre las armas arrojadizas que la burguesía más reaccionaria considera todavía insultos útiles, se hallan palabras como «marxismo-leninismo», «comunismo», «socialismo», «abolición de la propiedad privada», «centralismo democrático», etc.
Es evidente que quienes usan como anatemas todas estas palabras no tienen ni pajotera idea de lo que significan; son meros irritantes del lenguaje de los charlatanes anticomunistas. Pero corren el peligro de llevar a muchos curiosos a leer el Manifiesto comunista o las Tesis de abril y enterarse de lo que verdaderamente significan. Como de momento son poquísimos los que han estudiado el marxismo, es imposible que los dirigentes de Podemos, ni siquiera los que entre ellos son comunistas, utilicen ese lenguaje científico. Tienen que proceder exactamente igual que los corifeos de la burguesía, argumentar ad ignorantiam, remitiéndose al paupérrimo vocabulario institucional, y recuperando, antes que una semántica más eficaz, un sentimiento, una moral democrática.
Lo primero que observa perplejo un ciudadano común sin cultura histórica y filosófica es lo siguiente: todas esas palabras brillan por su ausencia en los discursos públicos de los dirigentes de Podemos, y en sus documentos; sólo los utilizan sus enemigos. Ahora bien, si éstos los sacan de nuevo a relucir es porque los consideran oprobiosos, acusatorios, es decir porque confían en la eficacia de los viejos prejuicios que la moral burguesa ha inculcado en las masas. Pero es fácil advertir que esos anatemas, amenazas, acusaciones y discursos engañosos son armas muy gastadas que se están resquebrajando: millones de ciudadanos que hasta ahora se han conducido en virtud de la boetiana servidumbre voluntaria, abrumados por ese bombardeo ideológico anticomunista, se sonríen ahora ante tanta desfachatez. Son esos ciudadanos simples que, frente a la amenaza de que un aumento del gasto público y de los salarios hundirá la economía, responden: «¿Qué economía? ¿La de los banqueros? Pues que se hunda; la nuestra ya lo está; lo malo conocido ya no me satisface…» Algunos economistas sinceramente liberales y no deshonestos siguen afirmando el dogma de que la disminución de los salarios «debería» haber producido una recuperación económica, y ante la evidencia de que no ha sido así, sino al revés, responden que no saben explicarlo; al menos reconocen los hechos y su ignorancia; en cambio, los perros guardianes no reconocen ni los unos ni la otra, y practican el viejo y sencillo truco de la mentira podrida, afirmando, contra toda evidencia, que la economía se está recuperando (de nuevo porque confunden la economía con la economía de los ricos). También acuden precipitadamente a medidas de urgencia para salvar momentáneamente su mala imagen, como por ejemplo negociar con los sindicatos una ayuda económica de 400 € para los desempleados de larga duración, de la que se beneficiarían 300.000 personas. Aunque la maniobra es abyectamente oportunista e insultantemente paliativa, nos indica la fuerza que está adquiriendo la oposición de Podemos; resulta ahora que sí hay dinero para medidas de protección, resulta que eso que exige Podemos sí es viable, y se prestan a conceder con cuentagotas esas miserables ayudas, y ¡sin subir los impuestos a los ricos! Pues entonces, señores, la situación puede mejorar mucho si se suben los impuestos a los ricos…
Cuando Podemos obtuvo 5 diputados en el Parlamento europeo, sus propuestas parecían muy radicales, pero tampoco eran del todo socialistas, sino plenamente compatibles con lo que defenderían economistas como Keynes o Galbraith. La burguesía se escandaliza, diciendo que eran «utópicas», pero el celo que pone en denunciar esa presunta ilusión nos demuestra que se trata de algo posible, pues de otro modo no les parecería temible a los magnates. Ahora Podemos ha rebajado sensiblemente el programa de mínimos, hasta convertirlo en un plan de extrema urgencia, de rescate imperioso de la miseria generada, posponiendo las más ambiciosas medidas tendentes a un régimen de plena protección social. Pero aun esto sigue inquietando a los poderosos. Desde mi punto de vista, no tengo nada que reprochar a esta minimización de los objetivos a corto plazo, porque unos objetivos más plenamente socialistas requieren de un nivel de educación política e implicación de las masas que sería ingenuo suponer que hemos alcanzado. Si así fuese, las amenazas fantasmales de la derecha, con su batería de anatemas sostenidos en fuertes prejuicios, no tendría ningún efecto, y por desgracia creo que aún se puede seguir engañando a la población con el cuento de una «fuga de capitales» y otras monsergas del mismo cariz. «¿Quién va a pagar toda esa inversión pública que pretende Podemos?», repiten a coro, «¿de dónde va a salir todo ese dinero?» Pues muy sencillo, señores: de donde está, en los bolsillos de los millonarios. La evasión de capitales es un delito, que bajo un gobierno popular puede castigarse con toda severidad. Ahora bien, esto no será posible si la mayoría de la población no está suficientemente persuadida y preparada para enfrentarse al gran capital internacional. Y no creo que lo esté, de momento. Pero el triunfo de Podemos ayudará a prepararse para esta batalla social, aunque sólo sea al mínimo nivel de renegociar la deuda, elevar razonablemente los impuestos a las grandes empresas y nacionalizar la banca. A los grandes inversores se les dará a escoger entre marcharse a explotar otros mercados, si es que encuentran alguno que no hayan ya hundido, o continuar con sus inversiones aquí, pero dejando a la nación una parte razonable de sus astronómicos beneficios. Un poco como resultó del New Deal: ganar menos a corto plazo, para ganar más a largo plazo. Otra opción es continuar con su codicia insaciable, hasta que no quede nada ni nadie a quien explotar.

26 comentarios:

  1. LO SUBJETIVO Y LO OBJETIVO (1)
    Comparto punto por punto todo lo que Alberto Luque ha expuesto sobre la manera tanto objetiva (sociológico-política) como subjetiva de enjuiciar el «fenómeno Podemos», y me gustaría aportar algo en la discusión de esta dialéctica entre lo subjetivo (lo emocional, el entusiasmo) y lo objetivo (los apremios económicos, básicamente).
    Cualquiera de nosotros puede dar fe del entusiasmo que genera Podemos, por las reacciones de simpatía que despierta entre muchas personas a nuestro alrededor. A esta expresión general de adhesión ciudadana casi espontánea no son insensibles los propios líderes de la derecha, y justamente por eso contratacan. Si sólo se tratase de esta percepción mundana y subjetiva, tendría muy poco valor político. Pero sabemos, por las encuestas del CIS y otras, que se trata de un fenómeno general y cierto. Ahora bien, aunque una expresión pública y notoria de malestar o de entusiasmo sea innegable, no es jamás el propio contenido emocional de esa reacción, aunque sea compartida por millones de personas, lo que garantiza su fuerza, su coherencia, su necesidad histórica, su continuidad. España es un país en el que los calambres públicos duran pocas semanas —salvo la peste del nacionalismo—, y la convicción conservadora de que existe una pauta permanente, según la cual el PP no ha de temer la desafección de la mayoría, es «verdadera mientras dura», o sea que puede seguir siendo verdadera… o puede también dejar de serlo en cualquier momento, quizá ahora mismo. Tengo amigos que continúan siendo tan conservadoramente escépticos como siempre, y que no perciben en absoluto que exista ninguna inquietud en las filas de la burguesía, del PP, por la posibilidad de que Podemos arrastre incluso a sus votantes tradicionales, sino sólo a los del PSOE; es decir, ellos sólo perciben esta inquietud en las filas de la socialdemocracia. Yo no soy de esa opinión, sino que comparto la percepción de un temor y un contrataque en toda regla por parte de la derecha, un furibundo cerrar filas contra Podemos. Evidentemente que también es lógico el temor del PSOE: al fin y al cabo, los datos objetivos de las encuestas revelan que quienes votarán a Podemos son principalmente quienes hasta ahora han votado al PSOE. Pero eso es una preocupación que sólo atañe a los dirigentes de este partido; al resto nos trae sin cuidado; al PP también le trae sin cuidado; es una deserción lógica, es el fin de la inservible, engañosa ilusión de la confianza en esa burocracia de izquierda, de ese PSOE que tantas veces ha defraudado a los trabajadores y que puede ya aspirar a un puesto de honor en la historia universal de la infamia y la traición.

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  2. LO SUBJETIVO Y LO OBJETIVO (2)
    Pero la inquietud y el ataque de la derecha es algo más serio, más importante, más significativo: revela que ahora sí saben que tienen frente a sí a un verdadero y peligroso enemigo. El PSOE es inocuo para la gran burguesía (porque de hecho es también un instrumento político a su servicio, como también lo ha sido muchas veces IU); en cambio Podemos, aun contando con el apoyo de los mismos que antes han secundado al PSOE, no es en absoluto un puñado de mindunguis con los que se pueda llegar a acuerdos o a los que se pueda amilanar.
    Como yo misma ansío la victoria de Podemos, es evidente que corro el riesgo de confundir la realidad, las posibilidades reales, con mis propios deseos. Y es aquí, a este problema de la subjetividad y la objetividad, a donde quiero conducir mis preocupaciones.
    Marx decía que es muy ingenuo creer que la conducta de una persona se explica por la opinión que ella se forma de sí misma. El soldado que corre contra el enemigo en el campo de batalla, el guerrero que acude a una cruzada armado de coraje o agobiado de terror, pueden pensar que les mueve un sentimiento de venganza, de honor, de patriotismo, de cobardía, de piedad, de egoísmo, o cualquier otra motivación emocional, subjetiva, pero ninguna de esas interpretaciones de la propia conducta es la que explica que él mismo se encuentre en ese momento y en ese lugar arriesgando su vida o intentando desertar o lo que sea; los historiadores saben que en el siglo XII se dan condiciones histórico-sociales que explican la conducta de los hombres con independencia de sus propias opiniones —más aún, que son esas condiciones objetivas las que explican que los hombres tengan tales opiniones—, y que esas mismas condiciones no se repiten en el siglo XV ni en ningún otro momento de la historia. Por más que los sentimientos de los hombres del siglo XVIII puedan parecerse a los de los hombres del siglo XII en muchos aspectos, resulta imposible que en el XVIII se produzca de nuevo un fenómeno como las Cruzadas.
    Y sin embargo es cierto e innegable que lo «real», «verdadero» y «sensible» es lo que ocurre en el corazón de los hombres, lo que ellos piensan y sienten, tanto si coincide con lo que objetivamente ocurre como si no. De entre los millones de ciudadanos que según todos los pronósticos votarán a Podemos, los hay en efecto de muy diversas condiciones sociales y mentalidades, incluyendo muchas personas que han votado tradicionalmente a la derecha. La misma diversidad se hallará posiblemente entre sus militantes y hasta entre sus cuadros. A todos ellos les une el deseo de que Podemos gobierne nuestra nación, y quizá también la impresión de certeza, de posibilidad real de que así será. Pero aun el modo en que cada cual siente este impulso subjetivo es tan diverso como sus heterogéneas experiencias y mentalidades. Algunos desearán una prudente inversión paulatina de la marcha de la economía, y otros pueden soñar con una transformación universal a semejanza de la Revolución francesa o la rusa.

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  3. LO SUBJETIVO Y LO OBJETIVO (3)
    El caso es que (1) objetivamente este cambio de las estructuras del Estado puede producirse, y (2) el desarrollo ulterior de la transformación va a depender de una infinidad de factores imprevisibles, y puede ser tenue o radical; tanto en un caso como en otro, los acontecimientos coincidirán con los deseos de la mayoría, y serán contrarios a los de la minoría, pero va a depender de factores objetivos el que unos y otros adopten sus posiciones. Estoy de acuerdo, pues, en que la orientación general de la evolución social y política que se inaugurará con el triunfo de Podemos no puede adivinarse. ¿Habría que extender esta incertidumbre a la misma posibilidad real de que Podemos gane las próximas elecciones generales, y de que también progrese este ejemplo en Grecia, en Francia y en otros países? Siendo razonables, creo que no tenemos ningún motivo para descartar la posibilidad de que siga ganando el PP, o incluso el PSOE, para continuar con las mismas pautas. Ahora bien, me parece innegable que la destructiva crisis económica se va a seguir acentuando hasta niveles francamente violentos si no se imponen las medidas de rescate social que propugna Podemos, en cuyo caso el escenario será el de un encarnizamiento aún mayor de las luchas sociales. Lo que en el pasado ha sido la única vía de escape a la crisis mundial del capitalismo, a saber, la guerra, sigue siendo una posibilidad no descartable, pero también hay factores que la vuelven menos plausible que en el pasado. Cierto que el malestar social ha sido capitalizado por la extrema derecha en Francia con cierto éxito —y en Grecia sin verdadera fuerza—, como lo fue en Italia, Alemania, Portugal o España en el segundo cuarto del siglo pasado. Pero no creo posible que esto pueda ocurrir en España, sobre todo por un motivo muy simple: aquí la extrema derecha ya gobierna, dirigiendo un partido que consigue las adhesiones de una mayoría simplemente conservadora. El posible resquebrajamiento del PP con la separación de sus sectores de extrema derecha es una jugada absurda, sin interés para la burguesía. El descontento popular podrá estar emocionalmente infestado con la misma clase de prejuicios y actitudes irracionales que llevan a muchos trabajadores franceses a adherir a la extrema derecha, pero aquí ese malestar sólo puede suscitar las esperanzas en un gobierno democrático y socialista.

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  4. LO SUBJETIVO Y LO OBJETIVO (4)
    Alberto Luque se ha referido a la subjetividad en el caso de los irritados enjuiciamientos de Félix de Azúa sobre la presunta corrupción de las universidades españolas, según éste muy alejadas de una ideal meritocracia. Y me parece que este asunto debe vincularse también con el pensamiento conservador y las estrategias propagandísticas del PP. Es un tema que está sólo insinuado o implícito en los argumentos de Luque.
    Ciertamente la publicidad sobre Podemos ha recalcado un llamativo aspecto cultural, justamente ese aspecto que ha motivado la airada reacción de Azúa: que se trata de una organización política dirigida por «profesores». Evidentemente, esto es absurdo, como ha explicado Luque: todos los partidos tienen sus doctores, como la Iglesia. Quizá lo único singular, distintivo respecto a los otros partidos, es simplemente que los profesores de Podemos aún siguen ejerciendo de profesores, es decir que aún no son, en masa, políticos profesionales, con abandono de sus puestos académicos; pero es evidente que las tareas de dirección política, sobre todo cuando este partido obtenga representación parlamentaria, exigirán una dedicación completa, como en el resto. Esto quita importancia a esa diferencia solamente aparente y transitoria. Ahora bien, la importancia que esta apariencia tiene aquí y ahora procede justamente de la incomodidad con que la derecha ha percibido este rasgo intelectual de Podemos, que también ha sido percibido por la ciudadanía en general y destacado por otros observadores políticos. El argumento subyacente, aunque en rigor falso, es muy operativo en la forma siguiente: hasta ahora los defensores del gran capital han pretendido basarse en el dictamen de los «expertos» en economía —reputando por tales a los expertos en defender la economía que interesa sólo a los capitalistas—, y ahora resulta notorio que un programa para iniciar una transformación en beneficio de los trabajadores está avalado por una pléyade de científicos sociales. Se desmorona así una falacia ideológica, un prejuicio astutamente inculcado en la opinión pública. El error consistiría en pasar ahora a creer que son los partidarios del socialismo los que poseen la verdad científica: la única verdad aquí es que cada clase social argumenta en favor de sus intereses, y el triunfo de una política socialista no tiene otra base que el interés de la mayoría, o sea la auténtica democracia en lo que tiene no de ideal, sino de fuerza objetiva y material. No se niega con esto la importancia decisiva de lo ideológico, lo moral, lo ideal: de suyo se comprende la necesidad de la propaganda y la educación política para contrarrestar ese arma poderosa de la burguesía que constituyen sus propios aparatos ideológicos y propagandísticas.

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  5. LA MORAL BURGUESA Y LA MORAL DE LOS TRABAJADORES
    Es inmoral, por definición, todo aquello que va contra la costumbre. No niega este relativismo histórico-antropológico el hecho de que la costumbre también incluye un sublimado de ideas generales que aparecen como postulados cuasi-universales o cuasi-unánimes, que no se justifican cruda o cínicamente de modo fáctico, sino mediante sentimientos y argumentos de un orden más ideal. Con todo, seguirá habiendo no una, absoluta moral, sino varias, si lo que ayuda a conseguir la felicidad de unos es distinto a lo que desean naturalmente otros; por ejemplo, no puede haber acuerdo moral entre quienes encuentran legítimo acaparar los medios de vida de todos y quienes desean la distribución de la riqueza para garantizar el derecho a vivir de todos; tampoco entre quienes propugnan la claudicación frente a un agresor y quienes optan por la legítima defensa; tampoco entre quienes predican la resistencia a una ley que les perjudica y quienes reclaman la obediencia incondicional (entre los tímidos que, con Kant, dicen «piensa como quieras, pero obedece», los críticos que lo dicen al revés, «obedece, pero piensa como quieras», y los valientes que dicen «no obedezcas las leyes de tus enemigos»), y así los casos, incluso sin salirse del plano de lo muy general, podrían multiplicarse indefinidamente. Pongamos uno de ejemplo, muy cercano y concreto: los hipócritas defensores del régimen actual opinan que son defraudadores inmorales los ciudadanos que pagan y cobran en dinero negro, digamos, cuando compran o venden sin facturas, sin recaudar el IVA; pero un impuesto indirecto tan abusivo como el IVA es tan horrible como aquel impuesto de puertas y ventanas que el gobierno francés impuso en tiempos de Victor Hugo, quien lo interpretaba justamente como la negación del derecho a respirar; frente a estas materiales agresiones, es lógica la resistencia a la ley, en defensa propia. ¿Acaso puede compararse al hecho de que las multinacionales y otros grandes negocios sólo paguen el 1% de sus beneficios, y que esto además sea legal?
    Tengo amigos que han fingido indignarse porque, según ciertas noticias calumniosas, también los dirigentes de Podemos están corruptos, porque pagan o cobran en dinero negro. Estos mismos amigos han pagado en negro muchos servicios de carpinteros, fontaneros y mecánicos, y son capaces de admitir que eso ya les desacredita a ellos mismos y les vuelve por tanto indignos de gobernar. Lo que vienen a sugerir es que la ciudadanía no tiene ningún derecho a desear la sustitución de nuestros actuales gobernantes, porque todos son igual de inmorales. Yo soy partidaria del castigo severo a todo delito contra el bien público, tanto como los que se perpetran para dañar a los individuos. No admito el cinismo que consiste en tolerar a un gobierno de delincuentes por el hecho de que supuestamente los gobernados tienen la misma falta de ética. Porque aun si fuera cierto que la corrupción es universal y consiste en que hay individuos desleales en todos los partidos, eso sólo querría decir que necesitamos hacer eficaces los mecanismos de vigilancia y castigo personales, pero de ese modo no se justifican ni se refutan los programas políticos. Aunque todos y cada uno de los banqueros o de sus lacayos en el gobierno cumpliesen religiosamente con las leyes, tenemos motivos para desear que no sigan gobernando, porque de hecho tenemos motivos para que las leyes a respetar sean otras distintas: leyes hechas po los trabajadores en beneficio de los trabajadores.

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  6. En efecto, todos los bandos, los partidos, los clubes, las clases… tienen sus profesores. La inteligencia se reparte en masa (en media) por igual entre todas las razas y profesiones. A lo sumo podríamos admitir la diferencia cuantitativa derivada de la edad, de la acumulación de experiencias, pero es claro que esto no afecta a las clases en conjunto, que se componen de individuos de todas las edades. El hecho de que la instrucción de las clases dominantes sea superior a la de los trabajadores tampoco afecta gran cosa a la inteligencia de clase en sí: (1) porque la conciencia de clase no se altera por la acumulación de ciencia, ya que consiste fundamentalmente en un interés inmediato y objetivo, y (2) porque gran cantidad de intelectuales de la clase dominante se pasan al bando de los trabajadores; en todo caso, el control ideológico corrompe y debilita la conciencia de clase. Gramsci explicó muy bien la dialéctica del intelectual orgánico. Si un doctor defiende al gran capital con argumentos sesudos, técnicos, con una dialéctica que abruma a un trabajador comunista con escasa instrucción, éste no tiene más que responderle que en su partido hay otros doctores que podrán refutarle de un modo mucho más eficaz; y recíprocamente, cuando un intelectual comunista apabulla intelectualmente a un burgués ignorante, éste no se deja intimidar, porque sabe que cuenta con sus propios doctores para combatirle en el plano dialéctico. No podemos caer en la ingenuidad de atribuir estupidez a quienes nos gobiernan ahora; no porque no seas cierto que muchos de ellos son tontos, en el sentido académico (o sea que sacarían muy mala nota en un examen de historia, de filosofía, de literatura o de química), sino porque, además de contar con otros correligionarios que sí son listos en sentido académico, ninguno de ellos se engaña en lo tocante a los intereses políticos y económicos de su clase.
    No faltarán durante mucho tiempo ejemplos de ignorancia, estupidez y mendacidad en los dirigentes del PP para servir a la comicidad, por ejemplo para ocupar muchos programas de «El Intermedio» (programa de La Sexta); pero en conjunto esa crítica que se centra en sus torpezas intelectuales o morales es una crítica inocua, una crítica no crítica, porque hasta los más tontos de esa clase son listos para defender el orden actual. También las actitudes irracionales tienen un signo de clase, y pueden por tanto ser eficaces o ineficaces. Muchas veces queda sin efecto un argumento impecable, simplemente porque no convence al adversario, que con buen instinto se obstina en mantener sus propios intereses. (O sea que es absurdo comportarse racionalmente en un contexto irracional.) Unos conmovedores versos de Machado dicen: «La verdad es la verdad,/ dígala Agamenón o su porquero./ Agamenón: “Estoy de acuerdo”./ Su porquero: “No me convence”.» Que los muy ricos deban pagar más impuestos no es ninguna verdad moral absoluta, porque no es una verdad aceptable para los propios ricos, sino sólo para los pobres. Sólo desde el punto de vista del interés de clase, por ejemplo de los trabajadores, se puede «discutir» el derecho a enriquecerse sin límites; del mismo modo que un chino o un guaraní pueden «discutir» la belleza pretendidamente absoluta de la Venus de Milo, que a Turguéniev le parecía «más indiscutible que los principios e 1789»…
    Raquel ha insinuado algo fundamental que debía ser recuperado por el movimiento de resistencia de los trabajadores, además de unos nuevos líderes orgánica, ideológica y sentimentalmente vinculados a sus intereses: negarse a dialogar con el gran capital. He aquí una guía segura para el triunfo de Podemos.

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  7. Hola, soy Joaquin, como te prometí me he leído el articulo sobre Podemos.
    Me quiero centrar en una cuestión, la tirria que les tienen desde las formaciones de lo que ellos denominan "casta".
    Creo que te comenté que milito en política, ahora solo por cuestiones de amistad, lo de la ideologia hace mucho que ya no tiene nada que ver lo que pienso con lo que dice el partido. De los que en las juventudes eramos dirigentes allà en los 80's, el único que no tiene cargo político - o ha tenido - soy yo, tengo la muy mala costumbre de decir lo que pienso - eso me pasa con todo absolutamente, es más si no lo hago me pongo enfermo, hasta locuras he llegado ha hacer por querer ser políticamente correcto, con los amigos p.ej. -. Pues bien, basándome en mi experiència y en como funcionanlos que, como persones, son mis amigos del partido, ahora dirigentes te tengo que decir que todo es mucho más mezquino ¿o humano? de lo que dices, se trata de la supervivència, del mantenimiento de un status quo personal, simplemente poder manteneer a la família, en mi opinión por eso, por el temor de quedarse en el paro personas que solo han hecho de políticos desde los 20 i pocos años, incluso estudiando empezaron, nunca han hecho otra cosa que de políticos y Podemos amenaza en dejarlos en el paro. En mi opinión està es la causa principal del rechazoa a Podemos desde todos los lados, porque esta cuestión es la misma para todos.
    Bueno parece que este partido se està infiltrando muy bien en la Sociedad, un sobrino de mi cuñado es militante, si conoces a un militante de un partido es señal de que este es importante

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  8. Me lo dejaba en el tintero.
    Me quiero referir a lo que dices sobre las generaciones más jóvenes que la nuestra, o las nuestras, mejor.
    He tenido y tengo estrechas relaciones con los chicos, lo cierto es que nadie que se acerque a la trentena ha madurado, alguna excepción hay, però no en la uni, alguno va para adolescente perpetuo.
    Miedo mucho miedo es lo que hay, miedo a que se sepa de ellos, lo que hacen, lo que piensan, a la responsabilidad, a casi todo; lo disfrazan de prudència, de ser reservados, però es simple miedo, entonces es muy normal que no hablen y menos actuen en política ni nada que sea más o menos público, por este hecho por ser público. Quizás hable desde la desilusión que da darte cuenta de esto. Además son enormement conservadores en su vida, lo que alguno dice y lo que hace es una absoluta contradicción, desvinculando la supuesta ideologia, que sí es más o menos progressista, de la realidad, de como viven se contradice absolutamente

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  9. No me atrevo a negar nada de lo que dices. Si yo me refiero a esos aspectos más mundanos, más «mezquinos», como dices, es porque en la perspectiva que adopto son muy secundarios. Aunque no lo parezca cuando escribo, y sobre todo no cuando he escrito algo bajo el entusiástico estado de ánimo que suscita el avance de Podemos, yo también me siento muy pesimista y como asqueado, como los antiguos cínicos, respecto al valor moral del ciudadano medio. Todos sabemos que existe la cobardía, el egoísmo, la estupidez, el servilismo, el rencor, y cuantas lacras morales podamos nombrar; lo sabemos, sobre todo, porque existen esas mismas palabras que las nombran (yo una vez, de niño, me sorprendí leyendo un diccionario de psicología, cuando me topé con la palabra “menofagia”, no porque hasta entonces no la conociera, sino porque hasta entonces no había en mi mente nada que pudiera merecer tal nombre). Pero la cuestión importante no es que esa debilidad humana exista, sino: (1) en qué proporción existe (¿son todos, o la mayoría, o muchos, o unos pocos quienes se conducen tan mezquinamente… y quiénes?), y (2) nuestro estado de ánimo (si nos asusta o no, si lo encontramos inevitable o no, si creemos que vale la pena cambiarlo o no, etc.). Y esto depende de muchísimos factores, algunos realmente imponderables. Yo he dado por garantizado que todo el mundo percibe un hecho objetivamente, con independencia de que lo juzgue deseable o indeseable: que Podemos está contagiando la esperanza de cambio radical en millones de personas, y que “sí se puede”, el grito colectivo de sus concentraciones, suena ya como las trompetas de Jericó. Y entonces el miedo importante es el de los magnates, no el de sus lacayos políticos.
    Te diré otra cosa. No sólo admito que sea una razón «mezquina» la que provoca el miedo de decenas de miles de personas que ocupan puestos políticos que ven peligrar con la victoria de Podemos, sino que tampoco me parece que en ese aspecto en sí mismo debamos censurarlos. Los que realizan tareas políticas, de representación popular y de decisión y responsabilidad a cualquier nivel, han de ser pagados como cualquier otro trabajador —no mucho más, ni tampoco mucho menos—; cuando sentimos repugnancia hacia los sueldos que reciben no es porque esas tareas no merezcan en nuestra opinión remunerarse, sino porque los políticos que actualmente deberían realizarlas realmente no las realizan, no hacen lo que los ciudadanos esperan de ellos, no necesitan ni formarse, ni estudiar, ni informarse, ni meditar, ni consultar, ni discutir… porque únicamente están para aprobar lo que aquellos otros poderosos, astuta y clandestinamente, les mandan.

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  10. Ya lo hablamos en persona el pasado Viernes, creo que viste mi punto de vista, se trata de una simple cuestión de supervivència personal

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  11. Quiero empezar con dos referencias periodísticas: (I) Una columna de Pilar Rahola publicada en ‘La Vanguardia’. Si no es por el rótulo de «¿Podemos?», al leer el primer parágrafo cualquiera hubiese creído que hablaba de Artur Mas. Reproduzco aquí algunas líneas: «Éramos pocos y ha llegado un salvapatrias. Y como todos los que salvan al pueblo de sí mismo, ha venido con la verdad del Mesías, repartiendo carnets a unos y enviando a otros al ostracismo». Aunque este párrafo me evocó ‘ipso facto’ aquella estampa del Mas —émulo de Moisés—abriendo los brazos de par en par bajo el lema «La voluntat del Poble», el texto hacía referencia a Pablo Iglesias. Supongamos —y ya es mucho suponer— que sea cierto lo que dice esta histriónica señora: ¿no siente la menor vergüenza al expresar públicamente esta doble moral? Parece que la tertuliana habitual de TV3 sólo vería la paja en el ojo ajeno.

    (II) Unos días antes, en el mismo periódico, el portavoz parlamentario del Partido Popular, Rafael Hernando, decía lo siguiente: «Los de Podemos se presentan como Don Limpio, pero cuando les pasas el algodón están llenos de suciedad, por no decir de caca». A renglón seguido sacaba a relucir el rastrero argumento de la ya famosa beca de Errejón, como si se tratase de un crimen de lesa humanidad. Resulta cuando menos irónico que los del PP tengan la desfachatez de hablar de «pruebas del algodón» y de «caca de la vaca» cuando ellos mismos están metidos en la mierda hasta el fondo. Y no me refiero únicamente a todas las corruptelas concretas a las que están suscritos —mucho más sonadas que el becario asunto—, sino a una corrupción inherente a su propia ideología político-económica que los convierte en cómplices del gran capital financiero europeo y mundial.

    He expuesto estos dos casos como ejemplos de lo que no son meras anécdotas. Ya desde que emergió el fenómeno del 15-M, pero sobretodo desde la aparición de Podemos como fuerza política «real», se observan dos tipos de reacciones: (a) Por un lado, el nerviosismo de aquellos que ven que la cosa ya no trata de unos simples perroflautas antisistema, sino de un movimiento que pretende tomar el poder para poner fin a sus privilegios burgueses, y (b) por otro lado —relacionado con el anterior— las diversas campañas de desprestigio orquestadas contra Podemos. Personalmente, he de confesar que algunas de las hilarantes y absurdas críticas que escucho incentivan aún más (así, sin más, fruto de un calentón) mis simpatías hacia este grupo político. Ahí tenemos como ejemplo a los (pseudo)intelectuales orgánicos o «perros guardianes de la derecha que escupen calumnias», que decía Alberto, entre los que se encuentran esos ridículos personajes llamados Eduardo Inda y Francisco Marhuenda. Pero también a un Salvador Cardús o un Josep Cuní en el bando del nacional-capitalismo catalán, que creen ver en Pablo Iglesias a una especie de Lerroux redivivo.

    Ahora bien, debemos ser prudentes a la hora de dejarnos cautivar por Podemos. Escribía Félix Ovejero hace unos días en una conversación informal en las redes sociales lo siguiente: «Yo tampoco me entusiasmaría mucho: la descalificación local de Podemos poco tiene que ver con su (inexistente) programa. Es simplemente reacción para que no les quiten el chiringuito otros (reacción de casta). Todas las vaguedades, cuando no contradicciones, de Pablo Iglesias, ayer y antes de ayer, son las de nuestros patriotas: país de países, la culpa es de España, derecho a decidir... (aquel vídeo de Monedero con los federalistas... era el ejemplo de ponerse en modo solemne para ocultar que no se quiere/tiene nada que decir). Podemos es una combinación curiosa: teoría política jurásica (y no por el marxismo, un respeto, sino por los Negri y cía) con astucia de mercado político de partido político (de la casta) de las democracias del siglo XXI (marketing político que tanto conocen los muchachos del PSC, PP y demás... en la trastienda teorema de Hotteling, Downs, Ricker... lo que no quiere decir que los hayan leído... ¿eh?)».

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  12. En efecto, el fenómeno Podemos es complejo de analizar. Quizá sea fruto de mi ignorancia o desconocimiento, pero hay varias cosas en Podemos que me parecen oscuras, poco claras. Posiblemente Alberto y otros podrían recriminarme que no es momento para encallarse en matices y disquisiciones teóricas; que, pese a ciertas contradicciones, es hora de pasar al terreno práctico de la acción. Sin embargo, lejos de ese espíritu político, estratégico, capaz de realizar un análisis concreto de la situación concreta y aprovecharlo —en ocasiones contradiciendo los propios principios— para alcanzar los fines deseados; lejos de ese espíritu, decía (y lo concibo más como un defecto que como una virtud mía), mi naturaleza siempre ha sido más bien “pasiva”, especulativa, epicúrea, filosófica… Mi posición, más que comprometida con una determinada opción política (me refiero de un partido político, pues todos tenemos, de modo más o menos borroso, una visión del mundo), siempre ha sido la de un mero observador analítico de la realidad. Reconozco que a veces esto puede conducir a una especie de idealismo formalista, abstracto; incluso a una “metafísica perfeccionista” a la cual le incomoda que cualquier elemento escape de su estructura lógica y de su coherencia interna. De este modo, puede uno acabar estancándose o caminando en un círculo que no le lleva a ninguna parte (y este “inmovilismo”, esta en principio inofensiva crítica que no trasciende lo teórico, lo contemplativo, puede incluso convertirle a uno en cómplice involuntario del mantenimiento del ‘statu quo’ político y socioeconómico realmente existente). En efecto, seguramente el salto cualitativo deberá tener lugar en la arena política, y antes que esperar resolver algunas contradicciones en el ámbito lógico-teórico, habrá que enfrentarse a ellas en el terreno dialéctico de la ontología, de la realidad, de la ‘praxis’, de la política, de la lucha de clases… Y aún así, compartiendo muchos de los fines sociales y políticos de Podemos, no puedo dejar de cuestionarme la oscuridad e indefinición de algunos otros, amén de la ambigüedad de los medios para alcanzarlos. En pocas palabras y parafraseando a Aristóteles: «Soy amigo de Podemos, pero más amigo de la verdad», y —añado— de la claridad (aunque, insisto, puede que dicha oscuridad sólo sea producto de mi propia ignorancia).

    Dicho lo anterior, no pueden negarse los méritos y los aciertos tácticos y estratégicos de Podemos. El Partido de Pablo Iglesias es recibido —y percibido— como un partido netamente de izquierdas pero que, a su vez, rechaza la disyuntiva izquierda/derecha (dicotomía «burguesa», según Lenin, Stalin o Mao) sustituyéndola por el binomio democracia (socialismo) y dictadura (capitalismo financiero). Así pues, resulta mucho más sencillo lograr una unidad transversal e interclasista que —sin abjurar del discurso de clase y de la defensa de los intereses de los trabajadores— aglutine a sectores productivos que no sean exclusivamente los del proletariado español.

    Otros aspectos de la ambigüedad que he mencionado anteriormente deben tener la misma motivación táctica y estratégica. Por ejemplo el hecho de no alinearse con el régimen venezolano de modo explícito para evitar perjuicios electorales, aunque sean a todas luces evidentes sus más que estrechas simpatías con el régimen del finado comandante Chávez. Otro ejemplo: el de no declararse explícitamente antieuropeístas, sino europeístas defensores de una Unión Europea alternativa a la de la Troika. Todos sabemos lo impopular que resulta declarase antieuropeísta, tanto entre la derecha liberal como entre el centro-izquierda españolas (europeísta es Felipe VI, Mariano Rajoy, Cayo Lara, Artur Mas, Pedro Sánchez, Arnaldo Otegui, etcétera).

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  13. Un último ejemplo para ir terminando, aunque se podrían aducir muchos más. La ambigüedad manifiesta en lo referente al asunto catalán. Pablo Iglesias y los suyos invocan y reivindican de vez en cuando el territorio común, excepto en Cataluña y el País Vasco, lugares hostiles a todo discurso que defienda de forma explícita la idea de España. Un discurso de esa naturaleza jamás les reportaría réditos electorales y eso lo saben muy bien. Hasta ahora, han recabado votos de unionistas, federalistas e independentistas porque el eje central discursivo de Podemos es la lucha contra “la casta”. Sin embargo, creo no errar al decir que, pese a todo, la “estrategia finalista” de Podemos es españolista, por así decir. Iglesias no es estúpido y sabe algo de geopolítica: sabe, efectivamente, que una hipotética secesión de Cataluña —o, en su caso, del País Vasco— sería perjudicial tanto para Cataluña como para España, para los intereses de los trabajadores de ambos territorios. No obstante, aún considerando acertada esta táctica para recabar votos entre los sectores independentistas, también debemos aceptar que todo acierto —en virtud de las “leyes” de la dialéctica— suele conllevar al mismo tiempo, en su seno, un error. Es peligrosa la ambigüedad y la contradicción de defender la unidad de España al mismo tiempo que se defiende el derecho de autodeterminación de algunas regiones, apelando o adhiriendo a esa ficción jurídica que es el federalismo. Hay que vigilar qué se dice y qué alianzas se forjan, porque llegados a ese punto sería difícil esclarecer los límites de decisión política de dichas “autodeterminaciones”, que conllevarían la balcanización de España. Si realmente Podemos no comulga con las tesis separatistas, lo más prudente y audaz políticamente quizá sería decirlo claramente, aunque eso pueda perjudicarles electoralmente. Un líder político como Pablo Iglesias no puede incurrir en contradicciones tan flagrantes como defender tesis socialistas sobre el bien común y dos días después declarar: «¿Quién soy yo para decir lo que han de ser los catalanes?». Por de pronto, el señor Iglesias es un ciudadano español que al no poder decidir sobre el futuro de una parte de su país se le estarían recortando derechos básicos al tiempo que se otorgarían privilegios a los secesionistas.

    En esta misma línea, me pareció significativa una discusión entre Juan Carlos Monedero y Javier Nart (hasta hace poco podía verse el vídeo en ‘youtube’, pero lo han eliminado). En dicho debate, por llamarlo de algún modo, cuando Monedero apoyaba explícitamente el derecho a decidir de los catalanes, fue Nart quien le dio un repaso dialéctico con un discurso radicalmente de izquierdas, en el que expuso magistralmente las contradicciones manifiestas de defender unas tesis socialistas (internacionalistas) a la vez que se defiende el derecho de autodeterminación de regiones no oprimidas, siguiéndole el juego a la burguesía nacional-feudalista. Monedero, sin argumentos, únicamente replicaba constantemente, como un loro, que «Ciutadans era un partido de extrema derecha». Sin perjuicio de que en muchas ocasiones diga cosas interesantes y certeras, desde que le escuché decir eso pienso que Monedero es tonto del culo o un cínico de mucho cuidado… que era un poco freaky ya lo sabíamos desde hace tiempo, pero hombre, decir que C’s es la extrema derecha… y decirlo, además, seriamente… (no era una ‘boutade’).

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  14. Mientras Iglesias pedía ayer la “amnistía total” para los presos etarras (cada loco con su tema…), lleva meses ignorando al sector crítico de Podemos en Cataluña, cuyos nombres más conocidos son Martínez, Villarejo o Cutando. Iglesias ni siquiera se dignó a reunirse con ellos (¿hola?) durante su estancia en la ciudad condal. Si tuviese a bien escucharles un poco le dirían lo que vienen repitiendo desde hace tiempo, esto es, que sea consciente de la realidad de Podemos en Cataluña, cuyos militantes, a juicio de Enric Martínez, ya están hartos del debate identitario entre España y Cataluña y desean que se trabaje en políticas para los de abajo, para personas que sufren la precariedad económica. Pero Pablo Iglesias ya tiene candidata oficial: la independentista radical Gemma Ubasart. Además, quieren concurrir a las elecciones en coalición con ‘Guanyem’ —marca blanca de ICV, según la opinión de Martínez y que yo también secundo—, cuyo electorado es mayoritariamente filonacionalista, empezando por la propia Ada Colau.

    Me parece fundamental que desde una perspectiva socialista estas críticas a Podemos no deban pasarse por alto, por mucho que pueda entusiasmar el proyecto de Podemos en otros sentidos. Proyecto que, por otro lado, y como ha señalado Alberto en su excelente artículo, no es estrictamente socialista. La derecha española se arrastra por los platos televisivos anunciando el Apocalipsis. Iglesias, el anticristo, va a sembrar el comunismo —lo que para ellos es la miseria más absoluta— en España. Oigausté… ¡pues más quisiera yo! Lo del comunismo digo, no la miseria absoluta… Pero no, lo de Podemos es socialdemocracia de toda la vida (con cuatro adornos de Gramsci y Laclau) con un programa económico keynesiano (Keynes… que como decía Diego Guerrero era un liberal de tomo y lomo, y hoy en día la mayoría de los liberales son liberales y a la vez keynesianos, como el propio Keynes, por cierto [‘Economía no liberal para liberales y no liberales’, Edición electrónica, 2004, p. 20.]). Así pues, que estén tranquilos los perros guardianes… su viaje por período indefinido en el hotel Gulag lo dejamos para más adelante.

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  15. Josep María ha resumido magnífica y certerísimamente el tema de sólo algunas de las contradicciones de Podemos, porque hay muchas más, pero sin duda la más notoria y peligrosa es esta ambigüedad y empanada mental respecto al separatismo. Comparto punto por punto todo su análisis. Es más, admito que yo también he procedido guiado por una cautela más instintiva que racional al soslayar este asunto, al mencionarlo sólo de pasada como una torpe opinión de Errejón y otros. Examinémoslo más detenidamente, tanto en el terreno teórico como en lo que es ahora más decisivo, el de la praxis. Ninguna transformación social se efectúa sin contradicciones, pero no ya porque, por definición, la transformación es la resolución de unas contradicciones principales (que se resumen en la oposición de dos grupos sociales enfrentados irreconciliablemente en la lucha por la hegemonía), sino porque un sinfín de pequeñas y grandes contradicciones se acarrea dentro mismo de cada bando contendiente. Y es necesario clarificar y clarificarse, mediante la crítica y la autocrítica inmisericorde; si no para resolver maximalísticamente tales contradicciones, al menos para no autoengañarnos ignorándolas.
    He sospechado que la cúpula dirigente de Podemos pretende soslayar —como yo mismo he hecho— el problema del nacionalismo catalán, que quiere evitar pronunciarse de un modo claro, taxativo, inequívoco. Por eso me he referido a las declaraciones de algunos de sus dirigentes como si se tratase de opiniones personales, es decir que no son el fruto de una resolución tras un completo debate dentro de la organización. Es evidente para todos que, al menos en Cataluña, Podemos va a ser secundado por muchos antinacionalistas y también por muchos (con toda seguridad muchos menos) nacionalistas izquierdistas. Creo, además, que esta impresión es compartida también como un secreto a voces. Pero hay otra cosa interesante: quienes más creen en la seriedad o fuerza inercial del nacionalismo catalán son los que observan este fenómeno desde fuera de Cataluña. Cuando Pablo Iglesias dice esa tontería de «¿quién soy yo para decirles a los catalanes lo que deben ser»? comete el error de quien cree que puede mantenerse ajeno a los asuntos de sus vecinos, cuando estos asuntos no son en absoluto estéticos y estrictamente privados, sino públicos, prácticos y comunes. Es como decir: «¿quien soy yo, como español, para decidir sobre lo que haya de ser de España»? Y es también como la actitud de quien, frente a un país extranjero aún sometido a leyes y tradiciones tribales, ritos caníbales y supersticiones de todo orden, dijese: «¿quiénes somos nosotros para decirles a esos salvajes que es mejor para ellos que imiten nuestro sistema educativo, y que envíen a sus niños a aprender historia, física y matemáticas?» Es verdad que habrá muchos aspectos de esas otras culturas que no tengan consecuencias prácticas para nosotros, como las tradiciones en la forma de vestir, en el calendario festivo, en los giros idiomáticos, en el sentido del humor, en las costumbres sexuales, en el etiquetado de productos de consumo, qué sé yo. Pero incluso los aspectos más estéticos pueden dialécticamente convertirse en asuntos prácticos y entrar en violenta contradicción con los de un orden civil más perentoriamente práctico y común que no admita la diversidad. El caso es que, si bien el etnógrafo observador de las conductas de una tribu puede sentirse indiferente respecto al modo en que los individuos que contempla organizan su vida, estos mismos individuos sentirán todo lo contrario, que es vital para ellos defender sus propias tradiciones u oponerse a ellas, según la experiencia les dicte, según el grado de satisfacción o incomodidad que esas tradiciones les procuren.

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  16. Ningún antropólogo, por relativista que pretenda ser, llevará su indiferencia al extremo de consentir, pongamos por caso, los sacrificios humanos, porque ha de saber que entre los miembros de la tribu que los practica están quienes se resistirán, porque son víctimas, y ha de saber que él mismo se opondría, si formase parte de esa «cultura». Igualmente, no podría sino aprobar la introducción de la penicilina, pongamos por caso, aunque eso supusiera la extinción de sus prácticas curanderas completamente ineficaces. En cambio, podría seguir siendo del todo indiferente acerca de lo que fuman o del modo en que se quitan los mocos.
    Disculpadme lo extremo de esta comparación; teniendo en cuenta que toda exageración es una simplificación, me parece bueno empezar por exagerar lo esencial cuando la complejidad de lo que analizamos (en este caso el nacionalismo catalán) consiste en una miríada de singulares experiencias que impiden ver los factores fundamentales. Con estas comparaciones etnográficas pretendo contribuir a caracterizar la diferencia entre el modo de tratar el nacionalismo catalán incluso entre dos antinacionalistas, uno catalán y otro no catalán. Esta distinción me parece una fase primaria necesaria del análisis, justamente para poder llegar a demostrar que, racional y críticamente, es una falsa distinción, o mejor dicho, debe ser superada y suprimida, llegando a una misma conclusión lógica, idéntica para el catalán y el no catalán. Las estúpidas concesiones que Iglesias, Monedero o Errejón han hecho al absurdo lema del «derecho a decidir» llevan el signo de esa deferencia propia del que se siente completamente separado, ajeno al destino de la comunidad a la que juzga —o declina juzgar. Significa, simplemente: «¡allá ellos!». Pero para que esa postura sea lógica o sensata es necesario que realmente sean unos «ellos» el sujeto juzgado, y no un «nosotros». Si se trata de que yo juzgue los estatutos de un club de fumadores —si no soy fumador— o de un equipo de natación —si no soy nadador—, es lógico que me sienta indiferente, que los trate con deferencia, porque para mí son efectivamente unos «ellos», unos «otros». Pero no es el caso si, siendo yo gallego o aragonés, se trata de la secesión de Cataluña, porque en este caso los catalanes son para mí un «nosotros», los españoles.
    ¿No debería ser esto evidente, no ya para los dirigentes de Podemos, sino para cualquier español, sea cual sea su clase social, ideología o costumbres sexuales? «Debería», sin duda, como que no hay Dios. Pero no lo es. Aquí es donde radicalmente se separa, casi desde el principio de cualquier discusión, la teoría de la praxis, y hay que procurar volver a unirlas.

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  17. Pero esto de «volver a unirlas» parece todavía una tarea teórica, de esclarecimiento crítico y lógico, como plantea Josep María, aunque inevitablemente versa sobre un asunto práctico, estratégico y táctico, y perentorio por demás, cuya verdadera solución, como también apunta perspicazmente Josep Maria, tendrá que dirimirse en el escabroso, áspero, contradictorio y hasta irracional terreno de la acción social. No me temo nada de antemano: (1) puede suceder que a lo largo y ancho de 2015 el nacionalismo catalán, que está quemando sus últimos cartuchos, se quede definitivamente sin fuelle, se vaya en agua de borrajas, caiga «por su propio peso», sin necesidad de que los antinacionalistas orquestemos un ataque final en toda regla, porque simplemente la mayoría de los ciudadanos a los que han seducido hasta ahora se desentiendan de esas ilusiones engañosas y, por ejemplo, decidan sumarse a Podemos sin esperar que este nuevo partido se pronuncie sobre el asunto de la soberanía, sino que lo devuelva al suspenso en que históricamente ha estado siempre, al terreno de las ilusiones y la charlatanería inocua; (2) pero también puede ocurrir que esta última fase de virulencia nacionalista, que se apresura a quemar sus últimos cartuchos convocando elecciones «plebiscitarias» y preparando el terreno para la secesión violenta, la «declaración unilateral de independencia», logre de nuevo explotar las energías sociales desviando a los ciudadanos de la lucha de clases y del internacionalismo. La diferencia es en el fondo sutil, porque, sin ir más lejos, esta misma exposición que acabo de hacer no equivale a desentenderse del tema, como aquel anarquista contemplativo de Feliz acontecimiento de Slawomir Mrozek, dejando que el sistema se derrumbe por sí solo, sino que plantear las cosas con esta parsimonia analítica con que lo hacemos Josep Maria y yo mismo es ya contribuir públicamente en la batalla que debe presentarse al nacionalismo. La diferencia es sutil porque aquí y ahora parece adquirir relevancia el estilo y la técnica por encima del contenido: podría ser más eficaz negarse a tomar en serio las soflamas nacionalistas, ignorarlas en suma, negarse a, por ejemplo, discutir el asunto con ellos, pero seguir discutiéndolo seriamente sin ellos —así como una demencia la discuten seria y provechosamente los psiquiatras no con el demente, sino entre ellos mismos.

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  18. A mí me parece que C’s lleva razón en el único punto fundamental que le da su razón de ser político-histórica (o político-cultural, si se quiere): que es de vital urgencia para la ciudadanía catalana sacudirse de una vez por todas este incivil, deletéreo virus del catalanismo, y que por tanto hay que plantarle cara sin remilgos ni medias tintas. El problema es —o al menos uno de los problemas más serios— la tolerancia con que el separatismo es tratado fuera de Cataluña, donde se ignora que más de la mitad de los catalanes hemos de sufrir sus delirantes impertinencias. Esto nos lleva a la desconcertante división de sentimientos nacionalistas y antinacionalistas en el seno de Podemos en Cataluña. Mi impresión personal es que este debate dentro de las propias filas de Podemos no se va a poder postergar por mucho tiempo, pero encuentro algo así como un irracional y al mismo tiempo certero instinto de sus militantes y simpatizantes al procurar evitarlo. Hace unas semanas acudí a una asamblea del círculo de Podemos en mi ciudad, y en el curso de la discusión se presentó la ocasión de aludir al catalanismo como actitud etnicista que debía rechazarse (eso dije, en referencia al sentido exacto que debía tener la adhesión a un vago manifiesto «antifascista y antirracista»); pues bien, no hubo nadie que se sorprendiera, sino al contrario, mis acusaciones fueron explícitamente secundadas. No tengo derecho a suponer que ése será también el estado de ánimo en otros círculos de Podemos en Cataluña, y ni siquiera en la mayoría, pero dado que el ambiente cultural de mi propia ciudad es más bien el típico de los lugares en que el independentismo es visto con tolerancia, si no con declarada simpatía, me atrevo a conjeturar que la evolución del movimiento Podemos en Cataluña seguirá el camino, quizá insensiblemente, de la desacreditación completa del soberanismo. Si esta dilución no se produce tan fluidamente como digo, entonces se producirá una discusión más imperiosa y vehemente, pero que de todos modos acabará por hacer triunfar la condena del nacionalismo.

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  19. Fue Hamlet el que, mucho antes que Hegel, pronunció en un bellísimo verso una ley fundamental de la dialéctica: «Hay mas cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía.»
    Lo que he expuesto en la entrada no es sólo una terrible simplificación —inherentemente peligrosa, por el sólo hecho de serlo—, sino que, como me parece que ya intuía Raquel, tiene más que ver con el aspecto subjetivo que con los factores objetivos. Y es innegable que estamos en una fase en que lo subjetivo adquiere una virulencia que lo vuelve de suyo un factor objetivo, un factor irracional–real. En el fondo, Savater tiene razón, lo que se está cociendo en España o en Grecia —y con mucha menor intensidad en otros países europeos— es el resentimiento. Pero es muy pueril y absurdo creer que por caracterizar correctamente una reacción popular como resentimiento o sed de venganza justiciera se desarticula o desacredita históricamente; simplemente manifiesta uno su subjetiva repulsa moral, que, si se analiza bien, acaba revelando también su propia motivación objetiva en intereses materiales, de clase. Ya Mannheim, en su todavía interesantísimo análisis de la ideología y la utopía, se refería al cristianismo primitivo como un momento histórico en el que el resentimiento, en sí mismo subjetivo, ideal, irracional, se convertía en el motor objetivo de una transformación social materialmente ineludible. Lo que esto quiere decir es que la crisis del esclavismo era inexorable, pero que los motivos subjetivos (morales, religiosos, místicos, metafísicos) que los hombres daban a su conducta estaban muy lejos de proceder de un examen sociológico científico como el que produce el materialismo histórico (como el propio análisis de Mannheim, por ejemplo). Y esto no se aplica sólo a los factores irracionales, emocionales, de las transformaciones sociales emancipadoras, sino también, a veces, a movimientos reaccionarios. El fascismo es un buen ejemplo, y muy en particular el franquismo. Al fin y al cabo, la condena del franquismo sigue siendo de índole moral, ideológica, hasta cierto punto jurídica, pero todas estas reservas ideales no pueden desmentir el hecho no sólo de que las tropas de Franco tenían que vencer, por una miríada de factores objetivos deletéreos para la República, sino que su régimen tenía que perdurar muchos años. Sencillamente, los sueños sólo se realizan cuando las condiciones son favorables. Lo que quiero remarcar es el hecho de que también cuando, en condiciones objetivamente favorables, se realizan los anhelos revolucionarios y democráticos, no por eso dejan éstos de ser sueños o «utopías». Ya Lenin distinguía dos clases de utopías en este mismo sentido: las utopías verdaderamente utópicas, irrealizables —entre las que se incluyen las burguesas— y las utopías realizables, razonables o relativamente realistas. (Por supuesto, también hay sueños utópicos que pueden realizarse transitoriamente por breve tiempo, lapso en el cual pueden percibirse erróneamente como destinados a perdurar.)

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  20. Es muy interesante eso que dice Josep Maria de la «metafísica perfeccionista», a la que yo también tengo una inclinación natural, y «a la cual le incomoda que cualquier elemento escape de su estructura lógica y de su coherencia interna». Sí, también yo poseo una mens naturaliter dialectica, y encuentro irritantes los caprichos irracionales o lógicamente incoherentes. Ahora bien, eso no significa exactamente que encuentre insoportable la contradicción; en esto soy de la raza de Heráclito. Creo que la contradicción misma, la imperfección, el caso concreto, el azar, el subjetivismo, el irracionalismo incluso, deben poder «reducirse» también a una ecuación lógico-dialéctica, deben poder ser desenmascaradas, objetivizadas, «racionalizadas» en un sentido materialista. «Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña nuestra metafísica.» Entre esas otras cosas está la irracionalidad y la aventura; ni que decir tiene, el culto al momento mesiánico en la historia, el irracionalismo que no admite que no todo es posible en todo el momento, es hasta el momento una actitud propia de peligrosos aventureros políticos (es, sin más, la ideología de aquel imbécil italiano llamado Benito Mussolini, que le procuró sin embargo un aura muy enérgica que fascinó a muchos; el fascismo es una de esas utopías transitoriamente reforzadas por una coincidencia con los hechos reales). Así que mi confianza en esa todavía oscura y ambigua amalgama ideológica que es Podemos no debe confundirse con un ciego irracionalismo antihistoricista, con una mística del puro entusiasmo como motor social; se trata de otra cosa: de confianza en el instinto de clase, incluso el de los trabajadores menos enterados del funcionamiento de la política. Contamos con muchos críticos, científicos, sabios y expertos que proporcionarán los instrumentos intelectuales necesarios para que, sometidos a la irreverente y trituradora crítica de los trabajadores, se despojen de la inevitable escoria idealista que esas mismas enseñanzas arrastran, a pesar de tanta erudición. Como ha dicho siempre los británicos, la prueba del púding es comerlo. Sólo la conversión de la ciencia social en política, su uso como arma ideológica por la ciudadanía, puede servir de cedazo para separar el grano de la paja. Esto no quiere decir que uno deba abandonar su lógica para adherir la decisión espontánea de las masas, como hace el fascismo; lo que quiere decir es que debe someter toda esa lógica a la prueba de fuego de su comprensión por las masas, de su conversión en praxis. La teoría dice, infaliblemente, que el nacionalismo es una ideología irracional muy perjudicial para la concordia social; la praxis dicta el tempo, los modos, las intensidades, las maniobras con que se debe llevar a cabo la batalla política contra el mismo. Mi inquietud respecto a esta contradicción teórica de los dirigentes de Podemos no es mayor de la que puedo sentir por su populismo o keynesianismo: se trata de una fase embrionaria, pero positiva, productiva, bien dirigida, que debe madurar a su ritmo natural. Me gusta hacer esta comparación organicista: A Podemos le falta músculo y osamenta del mismo modo que les falta a un bebé sano y bien alimentado; sabemos que no es un cuerpo robusto y vigoroso de adulto, pero dada su herencia genética, los buenos alimentos y el saludable ejercicio, sabemos que se convertirá en un joven atlético. En todo caso, confío en que Podemos se robustecerá también con la autocrítica, y llegará un momento en que un Monedero, pongamos por caso, tenga que reconocer que lo que había dicho de C’s era una gilipollez.

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  21. La confianza en las masas de la que habla no es —no lo es ahora— puro idealismo o puro irracionalismo. Me parece más bien como la intuición infalible de la que hacen gala los ideólogos de la derecha cuando gritan despavoridos «¡que vienen los comunistas!», o sea que de nuevo «el fantasma del comunismo recorre Europa». Como hemos dicho, nada de eso: el programa de Podemos es populista, en efecto, o sea keynesiano, la «primera fase». El hotel Gulag sería como los «encuentros en la tercera fase»; de momento, ampliar considerablemente nuestras prisiones para albergar a una miríada de traficantes y reeducarlos en una moral evangélica, es sólo un sueño de pocos; pero si esos mismos idiotas de la derecha son capaces de «olerlo» a tanta distancia, seríamos nosotros más tontos si no aprovechásemos ese don suyo de percepción extrasensorial y no pusiéramos todo nuestro empeño en acelerar el proceso. Dicen que a veces los pájaros y mamíferos de la sabana empiezan a correr como posesos al unísono huyendo todos en la misma dirección, sin que ningún homo sapiens perciba qué es lo que les impulsa a ello, pero lo que sí saben es que deben apresurarse ellos mismos a seguirles, confiando en su instinto irracional. Esos animales irracionales de nuestra sabana con instinto infalible son los voceros del gran capital. En otras circunstancias, sería para ellos muy contraproducente el solo hecho de mencionar al comunismo.

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  22. Estoy de acuerdo con los argumentos de Alberto y no tengo, por el momento, mucho más que añadir (tampoco dispongo de tiempo debido a otras tareas). Sí quiero, cuando menos, agradecerle la generosidad que ha tenido al haber ampliado el asunto del nacionalismo catalán. Me parece exquisito el análisis que ha realizado (con esa analogía/paralelismo etnográfica) en relación a la postura de Podemos respecto a Cataluña.

    Como él, pienso que es importante plantear estas cuestiones (y cualesquiera que sean) con “parsimonia analítica”, porque eso es ya, efectivamente, “contribuir públicamente a la batalla”. Hace un par de días, procrastinando en la biblioteca (soy incapaz de trabajar en una biblioteca, me distraigo de mis tareas husmeando entre estantes y hojeando otros libros), cayó en mis manos un interesante librito de Althusser que no había leído [‘Para una crítica de la práctica teórica. Respuesta a John Lewis’, Madrid, Siglo XXI, 1974.]. De hecho, lo que puedo conocer de este autor siempre me ha llegado por fuentes y referencias ajenas (por ejemplo, y sin entrar a valorarlo, leí hace años, de un tirón, la crítica que E. P. Thompson lanza a Althusser en ‘La miseria de la teoría’). Sin embargo, desde lo poco que he leído, y pese a los numerosos rasgos de idealismo que se le pueden imputar, me parece un autor muy interesante.

    En el texto-respuesta a John Lewis (ese “espíritu puro que no desciende a hablar de política […] cuando habla de filosofía, habla de filosofía. Punto y aparte”), Althusser sostiene la tesis —postura, posición— de que “la filosofía es, en última instancia, lucha de clases en la teoría” [pp. 15 y s., pássim]. Así pues, entiende que “la lucha de clases en la teoría es una parte de la lucha de clases a secas, y como la forma más alta de lucha de clase es la lucha de clase política, las palabras de la filosofía son armas en el combate político”.

    En definitiva, que el maridaje “teoría y praxis” parece inseparable. Citando de nuevo a Althusser: “Engels, Lenin por cierto, pero, ¡Stalin también! y, claro está, Gramsci y Mao lo han dicho: la lucha de clases proletaria tiene la necesidad de la filosofía. No sólo necesita la ciencia marxista de la historia (el materialismo histórico), sino también la filosofía marxista (el materialismo dialéctico)” [p. 15.].

    En efecto, pienso que es importante la actividad que se realiza en este blog; una actividad que no es una pura especulación filosófica (en el sentido que quizá le atribuía Althusser a Lewis) que se pierda en cuestiones metafísicas, teologizantes, existencialistas, místicas, &c., sino que tiene un vínculo directo con una crítica política y cultural real, con la praxis, con la lucha de clases, aunque se trate, efectivamente, de una “lucha de clases en la teoría”.

    Por cierto, la buena noticia es que ayer Syriza se quedó a dos escaños de la mayoría absoluta, veremos qué les dejan hacer y qué saben hacer. Y, desde luego, veremos que repercusión puede llegar a tener este hecho en nuestro país.

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  23. Hace un par de semanas, en el programa «La Sexta Noche», Iñaki López entrevistó al líder de C’s, Albert Rivera. La oportunidad mediática tenía, también en este caso, un claro sentido de clave histórica: después del «fenómeno Podemos», como auge vertiginoso de una formación política de nuevo cuño que amenaza con suplantar de la raíz a la copa todo el árbol político de la nación, se produce como un eco del mismo proceso en otro sector de la ciudadanía, el de las aspiraciones de la clase media que abandera Ciutadans. Es lo que indican las encuestas de opinión pública. Al fondo, a espaldas del entrevistado, un gran panel exhibía los retratos de Pablo Iglesias, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, o sea los líderes de los cuatro partidos políticos que las recientes encuestas sitúan a la cabeza en apoyo popular. La lectura sugerida es tan trivial como interesante: en torno a sus dos ejes cartesianos nuevo/viejo y derecha/izquierda. Lo que se insinuaba sin disimulo, aunque no se decía del todo explícitamente ni se analizaba, es esto: parece que ambos partidos tienen en común su raíz ciudadana, su vertebración a partir de estructuras, principios y estilos políticos ajenos a la tradicional, rancia estructura burocratizada de los partidos que hasta ahora se han repartido por turnos la dirección del Estado y que sirven clientelarmente a más o menos los mismos amos, tratando a la ciudadanía como una masa pasiva y sujetándose a una presunta ortodoxia ideológica vacía, que no es sino racionalización de esa misma estructura burocrática; y parece también que entre ellos dos mantienen una relación similar, en el eje derecha/izquierda, a la que formalmente mantenían el PP y el PSOE entre los partidos de la «casta». Esta lectura es, ya digo, muy trivial, pero no en esencia errónea, sobre todo porque, aunque no fuese así, así es como parece, es decir como lo va a interpretar todo quisque, desde los expertos hasta los simples. La cosa querría decir, idealmente, que se avecina una nueva era de democracia renovada, en la que, habiendo puesto límites severos a la injerencia del gran capital financiero —o incluso habiéndolo extirpado por completo del tejido social y económico, mediante la nacionalización de la banca y de los principales monopolios que han de proveer un servicio público esencial—, quedarían activos estos dos nuevos representantes de los intereses del resto de la ciudadanía, más afín a los trabajadores Podemos, y a la clase media Ciutadans. Puede ser (esta tesitura parecía ya muy deseable y hasta factible hace 80 años a muchos sociólogos, como Mannheim o Polanyi, por ejemplo). Esto requeriría que Ciutadans también representase decidida y coherentemente la guerra a muerte contra el gran capital financiero. Pero es a todas luces evidente que ni Albert Rivera entiende ni palotada de este problema fundamental de la economía política, ni casi nadie en su partido se eleva por encima del nivel superficial de la política de orden más administrativo. (Recuerdan en esto a los teóricos políticos conservadores prusianos del siglo XIX, confiados exclusivamente en la técnica administrativa.) Desde luego que la militancia de Ciutadans se nutre también de personas con ideario y formación socialista, incluso marxista, pero me parece imposible que su evolución política se deslice a ese terreno más firme, dada la inherente e irrechazable vinculación con intereses de clase media.

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  24. O sea que nada nos garantiza que esas tímidas propuestas reformistas, puramente técnico-institucionales, de C’s eviten que esta formación se pliegue también a los dictados del gran capital. Algo parecido puede parecer que ocurre con Podemos: entre sus militantes y dirigentes los hay marxistas, algunos bien orientados y otros heterodoxos en un sentido no revolucionario, pero también por muchísimos que no tienen ni pajotera idea de historia ni de economía política, y menos aún de filosofía, y menos aún de propósitos igualitaristas radicales. Además, como ya hemos dicho y repetido, tampoco su orientación, su plan, su programa están dictados por principios socialistas, sino keynesianos o, a lo sumo, polanyinianos. Pero esta heterogeneidad no me parece en el caso de Podemos tan decepcionante, tan síntoma de debilidad, como en Ciutadans. El solo hecho de que los comunistas que aún quedan (en el PCE o el Frente Cívico) estén sintiendo como ineludible su adhesión a Podemos, indica que, consciente o inconscientemente, Podemos se perfila ya como el agente histórico aglutinante de todas las fuerzas sociales encaminadas al empoderamiento de la ciudadanía, a la toma democrática del Estado.
    Es interesante observar el cordial trato que daba el charlatán Eduardo Inda, en el programa mencionado, al dirigente de Podemos, tratándolo como a un respetable ciudadano del que no tiene nada que temer, lo cual sería muy loable para Inda si esa cordialidad la mostrase también a otros ciudadanos que no tienen más culpa que adherir al socialismo, pero a los que trata con insultos descabellados sin otro motivo. Con la misma perruna aquiescencia interrogaba tímidamente Inda a Cospedal hace varias semanas en el mismo plató. Pero cuando se trata de dirigirse personalmente a algún miembro de Podemos lo primero y único que le suelta es que es un amigo de terroristas, de dictadores, de gentes que quieren «expropiar», etc. Lo interesante es que Inda representa bastante bien al burgués anticomunista tipo, que cree mejor resguardada su holgada vida si no le lleva la contraria al capital financiero —ni a ningún otro tipo de capital. Inda trata con simpatía a C’s no porque este partido esté libre de corruptelas, sino porque no cree que haya que temer que se deslice ni un poquito al socialismo. En mi opinión, sin embargo, también es posible que C’s sea empujado a tomar posiciones algo más escoradas hacia un frente cívico contra el capital, del mismo modo que podría acabar aglutinando sólo a los sectores de la burguesía que, sin arriesgar demasiado, quieran seguir intentando disfrutar sus medianos privilegios oponiéndose a reformas radicales, como si todavía fuese posible una «tercera vía»; o dicho de otra manera: la burguesía semidemocrática que en los momentos decisivos temerá más a un gobierno de trabajadores que a uno del gran capital. Posiblemente se siguen haciendo ilusiones sobre la posibilidad de que la pequeña burguesía o clase media —ahora tan amenazada como la clase trabajadora— se vuelva hegemónica y dicte una política económica «intermedia» (entre liberalismo y socialismo), pero esto no es más que la utopía del romanticismo económico (Sismondi, Hertzka…), que jamás ha sido posible imponer. En mi opinión, incluso un orden no socialista, pero a resguardo de la depredación del capital financiero, sólo puede ser garantizado por una hegemonía social de los trabajadores —lo que explica que incluso los comunistas deban ver en Podemos la única verdadera alternativa de poder inmediatamente viable.

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  25. Si el triunfo de una revuelta contra el gran capital se consuma en Europa, empezando por Grecia y España, donde parece más inminente, o si se extiende en Hispanoamérica (comunidad con la que España tiene mucha más afinidad en todos los sentidos que con Europa), el punto de vista marxista la interpretará como fase de transición al socialismo, pero es también muy posible que esa nueva sociedad, insisto, no sea socialista (es decir, no lleve a término la abolición de la propiedad privada de los medios de producción), sino que sea una sociedad donde simplemente la mercantilización liberal sea limitada y la economía global se someta a la política, a una política dictada por los intereses de la mayoría, pero sin tender necesariamente a un completo igualitarismo. Los hechos dirán.
    Volviendo a la otra distinción fundamental entre Podemos y Ciutadans, en la cuestión del nacionalismo, tengo que decir que aquí la razón la lleva Ciutadans, y que los dirigentes de Podemos tienen que madurar la suya tomando ejemplo de C’s. Hay círculos de Podemos en Barcelona que simpatizan con el nacionalismo izquierdista, y siguen la copla irritante y absurda del «dret a decidir» y otras falacias del mismo cuño, pero me parece que en esta formación tiene más fuerza la simple intuición de los trabajadores catalanes de que el catalanismo es simplemente una manifestación burguesa y etnicista ajena a todo verdadero sentimiento de emancipación social.
    El propósito declarado de mi entrada era invitar a considerar críticamente la estrategia y razón de ser de Podemos, sin precipitarnos en nuestros juicios y, por supuesto, eludiendo los prejuicios. Las reservas de Josep Maria, y sobre todo esta todavía aparente contradicción —o al menos indefinición— por lo que respecta al nacionalismo, son parte necesaria de la crítica de y en Podemos —o sea que habrá de ser dialécticamente asumida como autocrítica en su seno (lo que los bolcheviques llamaban «análisis concreto de la situación concreta»). El paralelo con Ciutadans no alcanza a este extremo. Ciutadans no está ya en proceso de definición, porque en el curso de los 8 años que median desde su creación este partido se ha alineado internacionalmente en el bando del liberalismo, igual que Unió, o el PNV, o el PP, y nada indica que, salvo una fuerte presión revolucionaria, pueda apartarse de esta línea. No tiene «errores» o indefiniciones fundamentales que corregir: su naturaleza de partido de la pequeña burguesía está ya sólida e incondicionalmente establecida. Ciutadans no se propone ningún cambio social ni económico que invierta la situación de lacerante explotación de los trabajadores, sino simplemente una más o menos superficial sanación institucional, mínimamente paliativa. Reitero que su batalla contra el nacionalismo es ejemplar, pero en esto también lo es la del PP. La tarea de extirpar de la izquierda el absceso nacionalista es otra cosa, y francamente, me da la impresión de que también en esto triunfará Podemos. Es cierto que ya entre los círculos barceloneses se ha producido una división más que aparente entre quienes están decididos a presentarse a las municipales en plataformas electorales en coalición con grupos de izquierda nacionalista, y entre los que rechazan esta contraproducente unión casi contra natura. Estoy más que convencido de que acabará triunfando, en el seno de Podemos, la postura explícitamente antinacionalista.

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  26. Por último, me gustaría introducir otra comparación, de rabiosa actualidad: la que media entre Syriza y Podemos, y más ampliamente, entre Grecia y España. Una cosa que me sorprende mucho es la unanimidad de los líderes políticos, de derecha e izquierda, en que «España no es Grecia». Esta unanimidad incluye a los dirigentes de Podemos, y esto es lo más chocante. Literalmente, la expresión es cierta desde múltiples puntos de vista: geográfico, ontológico, demográfico, semántico, etc. Pero de lo que se traga, lo que da sentido a la comparación, es el contexto político y económico internacional. Puesto que a nadie que no sea griego interesan gran cosa las particularidades de la vida cultural griega, no son esos rasgos peculiares los que despiertan la atención internacional a Syriza, sino más bien lo que la victoria de Syriza representa como modelo de un orden nuevo. También las condiciones socioeconómicas y culturales de España durante la II República eran peculiares, sin parangón posible en otros países, y no era eso lo que convirtió nuestra Guerra Civil en un asunto de vital importancia internacional. De nuevo lo que está en juego es la batalla mundial por el socialismo, que con todas sus diferencias circunstanciales en cada país es sin embargo la misma en todo el planeta; dicho más técnicamente, es la batalla contra el liberalismo y el imperialismo. Que las masas —ni aun sus dirigentes— no lo comprenda así, de este modo tan filosófico, tan tremebundo, es otra cuestión; la historia, como decía Althusser en ese mismo texto que ha recordado Josep Maria, es más difícil de comprender que la naturaleza, porque su inteligencia está siempre sometida al adoctrinamiento ideológico, a la interpretación torcida e interesada de la clase dominante.
    También es muy importante la postura del Partido Comunista de Grecia (KKE), que se niega rotundamente a dar su apoyo a Syriza. En realidad, el KKE tiene toda la razón en sus críticas: Syriza no se opone ni a la OTAN ni a la UE, y ha ido, como Podemos, suavizando su programa hasta hacerlo medio digerible por la burguesía (por ejemplo, las medidas de rescate inmediato de la miseria —salario mínimo, renta básica, etc.—, sin ser abandonadas, se han convertido en plan para 4 años). Creo que si yo fuese griego adheriría al KKE, pero sería partidario de dar apoyo al gobierno de Syriza no incondicionalmente, sino presionándolo continuamente para que adoptara posiciones decididamente anticapitalistas. Por otro lado, el Partido Comunista es la verdadera y única cantera de dirigentes revolucionarios, la escuela de formación de líderes democráticos de la que se ha alimentado Syriza. Es una pena que la cobardía y el sentimiento de debilidad ataque hasta el tuétano en la ciudadanía, y que las vigorosas enseñanzas políticas del comunismo, así como el nervio moral que las acompañan, estén destinadas a producir una versión blanda y edulcorada del poder democrático. Pero esto es lo que hay. Si no se cuenta aún con una población bien consciente de la batalla que hay que presentar (porque los capitalistas no son mancos, ni cojos, ni ciegos), es inoportuno empeñarse en más, porque faltará empuje y aguante. El resultado es la media tinta de Syriza, o de Podemos; ahora, yo creo que estas organizaciones están madurando tácticamente con cautela, pero sin desorientarse respecto a los objetivos socialistas.

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