[DE: Alberto Luque]
Como os he prometido en
diversas ocasiones, os envío el libro de Polanyi La gran transformación,
y otros relacionados (la introducción de Godelier a Comercio y mercado…,
el excelente ensayo de Burawoy sobre la confluencia entre el pensamiento de
Polanyi y el de Gramsci, y otros). Víctor [Bretón] ya conoce bien la obra de
Polanyi, y le merece la misma admiración, si no más, que a mí mismo; quizá
encuentre interesante discutir a propósito del modo en que sus ideas son
adheridas por Stiglitz, a quien no admira en absoluto.
Mi descubrimiento de Polanyi ha sido
reciente; hasta hace muy poco, las referencias ocasionales de este autor en
textos de antropología que habían caído en mis manos versaban sobre detalles
intrascendentes que no habían suscitado mi curiosidad. Pero la última de estas
referencias la he hallado en un libro tan peregrino como insultante: Los
enemigos del comercio, de Escohotado, del que de momento sólo se ha
publicado el primer volumen (Antes de Marx). Escohotado hace una
referencia a Comercio y mercado…, sobre la que pasa como sobre
ascuas, en su absurdo empeño en presentar a todos los críticos del liberalismo
(o de la mercantilización) como fanáticos, moralistas, envidiosos o resentidos.
Esta obra de Escohotado merecerá una severa crítica sólo si llega a publicar el
segundo volumen.
Lo que ha despertado en mí un interés que
hacía tiempo no sentía por ninguna nueva doctrina, ha sido el modo en que, a
pesar de la parcialidad y hasta debilidad teórica —bien argumentada por
Godelier— derivada de ignorar las contradicciones fundamentales de la economía
capitalista, que no se dan en el terreno del intercambio, sino en el de la
producción, me parece que Polanyi no contradice el marxismo —a pesar de sus
ocasionales referencias al marxismo «vulgar», etc.—, sino que lo consolida y lo
complementa. La oposición entre «sociedad» (o «sociedad civil», como en
Gramsci) y «economía» es sin duda una enorme abstracción sociológica, pero muy
manejable y útil. En vista de los aparentemente «espontáneos» movimientos de
protesta y de resistencia ciudadana en todo el mundo, más que simbólicamente
representados por el movimiento 15M, la idea de una contradicción entre el
mismísimo «derecho a la vida» y la economía capitalista me parece que
proporciona un lenguaje no sólo eficaz e inteligible en el terreno de la
crítica socio-política, sino más eficaz e inteligible, por ser más
humanitarista, menos áspero, que el lenguaje un tanto «terrorista» del marxismo
clásico —un «terrorismo» en el sentido de una intolerancia lógica, científica,
de una exigencia crítica radical, sin ambigüedades.
Tony Judt, desde posiciones en mi opinión
demasiado testimonialistas, casi retóricas, e idealistas (en suma, tímidamente
socialdemócratas), ha enfatizado la necesidad de un «nuevo lenguaje» para
defender las perennes aspiraciones a una justicia social. Me parece acertado.
No se trata, creo yo, de una nueva teoría social, sino de volver a hacer
comprensibles y útiles ideas que fueron formuladas en otra época y en un lenguaje
que a veces sólo parece comprensible para los historiadores. (Algo así como
poder leer a Shakespeare traducido al español de nuestros días, y no al español
del siglo xvii.)
[…]
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