18 de octubre de 2012

Manifiesto federalista


Ilustración de la revista satírica La Flaca (1870).
El manifiesto federalista que reproducimos ha sido publicado en la web Federalista i d’esquerres, donde hallaréis también el texto en catalán, la lista de los adherentes, la dirección de contacto y los comentarios que va suscitando entre sus lectores allí. No lo reproducimos porque lo secundemos, sino porque nos parece importante discutirlo, ni más ni menos que el resto de los pronunciamientos políticos de derecha o de izquierda, nacionalistas o antinacionalistas, y por ser una muestra viva y polémica de los temas que vienen tratándose en Constelación desde hace meses.

Por la justicia social y la razón democrática
Llamamiento a la Cataluña federalista y de izquierdas

El resultado de la convocatoria electoral anticipada del próximo 25 de noviembre será decisivo para el futuro de los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña. Desde que CiU llegara hace dos años al Gobierno de la Generalitat, hemos vivido un proceso político paradójico. Por un lado, el Gobierno de Artur Mas se ha situado en la avanzadilla de un modelo de política fiscal y duros recortes sociales, educativos y sanitarios, que nos aleja del modelo social de los países más avanzados de Europa, a la vez que en las Cortes españolas ha apoyado reiteradamente las políticas laborales más regresivas de la democracia. La alianza CiU-PP también ha hecho posible un retroceso escandaloso en los medios de comunicación públicos, revertiendo los pasos adelante hacia una mayor libertad que habían dado los gobiernos progresistas en España y Cataluña. CiU ha consumado, en muy poco tiempo, un giro estratégico oportunista, poniéndose al frente de un movimiento independentista que pretende iniciar un proceso de secesión de Cataluña.
La sociedad catalana está sufriendo una grave crisis económica que ya se ha convertido en una crisis social y política que se ha traducido en un aumento de la pobreza y la desigualdad y en una merma en el principio de igualdad de oportunidades. Muchas personas hoy están sufriendo y viendo truncados sus proyectos vitales. Esta situación reclama por parte de todo el mundo un ejercicio de responsabilidad política y ética, sobre todo en un momento en el que el descrédito de los partidos y de las instituciones es extraordinariamente grave. Consideramos que la ruptura con España no es la única salida de futuro y que el inicio de un proceso de secesión en un contexto como el actual, pone en peligro la cohesión social y no es el camino para mejorar las condiciones de vida de los catalanes, ni desde el punto de vista económico, ni social ni cultural.
Hoy muchos proponen la independencia como un camino “mágico” para salir de las dificultades, desprendiéndonos del peso muerto que, dicen, representa España. Un discurso donde se mezclan verdades a medias y exageraciones diversas, particularmente con respecto a las relaciones fiscales entre Cataluña y el Estado, hasta el punto que es habitual escuchar afirmaciones tan populistas y agresivas como “España nos roba”. En paralelo, algunos sectores independentistas han logrado extender la idea de que la secesión de España, que significa la ruptura del Estado, será un proceso sin costes económicos excesivos, sin fractura social, políticamente amable, donde todo será sólo beneficios. El soberanismo cree que el fenómeno de la globalización sólo puede tener consecuencias positivas para Cataluña y por eso ha asumido sin complejos el modelo económico neoliberal. Para la sociedad catalana, disponer de un Estado propio será un “buen negocio”, se afirma. El énfasis en las virtudes económicas de la independencia, que no se sostienen en un análisis riguroso, no es más que una estrategia calculada para esquivar una rotunda realidad social que remonta a muchas generaciones: el hecho de que la mayor parte de la ciudadanía de Cataluña compartimos catalanidad y españolidad en grados diversos.
Rehuimos las visiones apocalípticas sobre una virtual secesión, pero no estamos dispuestos a aceptar acríticamente los argumentos azucarados del independentismo. No creemos que pertenecer a España sea una obligación perpetua, pero no compartimos tampoco las razones de quienes sostienen la necesidad histórica de la ruptura. Pensamos que la secesión no es la respuesta razonable a los problemas de la sociedad catalana en el marco de las complejidades, interdependencias y soberanías compartidas del siglo xxi. Especialmente, no es la respuesta inteligente en el contexto de una Europa que necesita avanzar hacia niveles más elevados de unidad política en el marco de una crisis que amenaza su propia supervivencia. La comparación entre beneficios y costes sociales es mucho más favorable en el caso de un mejor encaje federal de Catalunya en España y en Europa, que no en el caso de la independencia.
Por todo ello, reconociéndonos herederos de las izquierdas catalanas que han defendido siempre “Cataluña, un solo pueblo”, alzamos nuestra voz para defender abiertamente que la ruptura con España no es la mejor opción ni para salir de la crisis actual ni para articular una alternativa desde la izquierda a las políticas de austeridad europeas. Además, los riesgos, las tensiones y las incertidumbres de un proceso de secesión no son el mejor escenario para mejorar las condiciones de vida de la gente, particularmente de los sectores más humildes y vulnerables.
Hasta el día de hoy no ha habido apenas controversia democrática, en la que los interrogantes de la ruptura hayan podido ser debatidos ampliamente en el marco de un debate público basado en los principios del pluralismo democrático. El federalismo tiene profundas raíces entre los sectores progresistas de Cataluña y cuenta con experiencias exitosas en otros Estados del mundo que debieran ser tenidas en cuenta. Reclamamos a las fuerzas políticas de izquierdas que, en un momento electoral como éste, sean valientes, escuchen a la gente, hagan un esfuerzo pedagógico, se atrevan a hablar claro y apuesten por explorar y explicar a la ciudadanía los caminos de un federalismo nuevo, desacomplejado y exigente con el Estado, en el que la ciudadanía de Cataluña se pueda sentir bien desde sus identidades compartidas.
Queremos una España federal en el marco de una Europa federal y socialmente justa. No se nos escapan las dificultades de lo que proponemos y la sensación real hasta hoy de un cierto fracaso en este propósito. Por un lado, porque la izquierda española mayoritaria no ha querido jugar a fondo esta carta y, por otro, porque la derecha española es profundamente nacionalista y se atrinchera cuando le conviene en el inmovilismo constitucional. En Cataluña, en estos últimos años se han ido acumulado muchos agravios e incomprensiones, desde la desgraciada sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto hasta los reiterados incumplimientos de los sucesivos gobiernos españoles en materia de inversiones. La relación entre los gobiernos democráticos de España y de Cataluña se ha caracterizado por la irresponsabilidad de aquellos que han tenido la voluntad de monopolizar y apropiarse de las ideas de España y de Cataluña, con objetivos claramente partidistas. Sin embargo, creemos que no hay suficientes razones para desfallecer y que, en cualquier caso, la alternativa de la secesión es enormemente inquietante y peligrosa para la cohesión social. Nos sentimos cómplices de las voces que, desde otros territorios de España, expresan su disgusto e impotencia ante la imagen monolítica que desde Cataluña algunos proyectan de España, una imagen tan injusta e irreal como la que desde el resto del Estado muchos tienen de Cataluña. En este sentido, es del todo imprescindible que se inicie un movimiento federalista de ámbito español, que sirva también para subrayar que son más las cosas que nos unen que aquellas que nos separan.
Las próximas elecciones al Parlamento de Cataluña no pueden convertirse en un plebiscito donde “independencia sí, independencia no” sea el único tema de campaña. Democráticamente es imprescindible juzgar la acción política del gobierno saliente y confrontar los programas electorales en relación a todos los demás aspectos sobre los que nuestro Parlamento tiene competencias y atribuciones específicas, particularmente en el campo de las políticas de bienestar. Igualmente, no podemos dejar de recordar que el Presidente Mas llega a estas elecciones bajo la sombra de la corrupción y de la responsabilidad de su partido, CDC, en el caso del saqueo del Palau de la Música.
Estas elecciones, en cambio, sí que pueden ser el comienzo de un ejercicio colectivo para debatir y articular las diferentes alternativas políticas —todas ellas legítimas— en relación con el llamado “encaje” de Cataluña en España y Europa. Pero desde un debate libre y plural, sereno y ordenado, sobre las razones que llevan a unos, desde el llamado “derecho a decidir”, a pedir la ruptura y a los otros a pedir un nuevo acuerdo. Un proceso que se resuelva desde el principio democrático, en el marco de un Estado de derecho, y que, en su caso, concluya con la celebración de un referéndum. Hoy el principal riesgo no es que Cataluña (o España) pierda soberanía sino que vayamos atrás en términos de democratización, que los ciudadanos de toda Europa pierdan aún más soberanía ante los mercados y el capital. No la recuperaremos si no nos esforzamos por derribar las fronteras que quedan entre los europeos, en lugar de crear otras nuevas.
Por todo ello, queremos hacer un llamamiento a la ciudadanía progresista de Cataluña para que el próximo 25 de noviembre se movilice y dé su confianza a aquellas formaciones políticas que presenten programas nítidamente de izquierdas y que contemplen una renovada y potente opción federal. Que sitúen también en el centro del debate electoral la forma como se han efectuado las políticas de recortes del Estado del bienestar realizadas por el Gobierno de Mas, con el apoyo del PP. Y que confronten la existencia de diferentes alternativas ante la crisis. Que reclamen de la Unión Europea políticas de impulso al crecimiento económico con el fin de evitar que la austeridad recaiga sólo en los servicios públicos y las prestaciones sociales. Es decir, una Europa unida al servicio de la gente. En definitiva, que apuesten con claridad por un modelo de Estado federal donde la mayor parte de la ciudadanía de Cataluña pueda sentirse cómoda y reconocida, compartiendo con otros pueblos un proyecto común de convivencia, justicia y cohesión social.
Barcelona, 11 de octubre de 2012.

16 comentarios:

  1. El manifiesto revela una inquietud lógica, en lo que queda de la izquierda, frente al incivil proceso a que ha conducido la tolerancia del delirio nacionalista; pero a eso se ha llegado gracias a que la propia izquierda, traicionando sus principios socialistas y su herencia ilustrada y universalista, ha adherido irresponsablemente a esas falacias burguesas nacionalistas. Ahora empiezan a temblar los socialistas sinceros, al ver cómo toda esa absurda charlatanería nacionalista ha sido capitalizada, como no podía ser de otro modo, por la burguesía que la parió. Entonces se les ocurre a muchos que hay que detener el monstruo social del separatismo, y ¿qué se sacan de la manga? Una propuesta de federalismo, tan indefinida como lo ha sido su dudoso “izquierdismo” durante décadas. Lamento no poder dar mi apoyo a semejante proclama; lo lamento porque reconozco que quienes la adhieren son la parte de la ciudadanía con mejores propósitos políticos, socialistas —aunque no la mayoría de los líderes para quienes piden apoyo. Lo que tengo que decir les incumbe a ellos, y no a nuestros comunes enemigos sociales; no les reprocho que se sientan ahora como movidos por un impulso irrefrenable a manifestar su lógica inquietud de esta manera precipitada, pero les invito a una reflexión y una autocrítica. (Por cierto, el manifiesto también ha sido reproducido en La Opinión de Almería y en el blog La pitxa un lio.) He aquí los principales motivos que me impiden secundar este manifiesto federalista:

    (1) El más importante es su absurda y dogmática adhesión a ese ideario mítico de Europa como salvación del progreso y la democracia. Quizá en un primer momento la unificación monetaria y los tímidos intentos de legislación intercomunitaria prometían, bajo presupuestos socialdemócratas, un avance en términos de equilibrio, ayuda mutua, recuperación económica y redistribución de la riqueza; pero pronto se vio que el BCE y la hegemonía del gran capital financiero, sobre todo alemán, hizo de este instrumento monetario y legislativo un arma eficaz en el saqueo económico y el sometimiento a sus intereses de los países más pobres, entre ellos el nuestro. En mi opinión, no hay nada que rescatar de aquellas ilusiones socialdemócratas. La Unión Europea no es ya más que la consumación, de momento incruenta, del Cuarto Reich, y ninguna política responsable y patriótica, defensora de los intereses nacionales, ya sea de derechas o de izquierdas, puede presentarse con el fantasmagórico propósito de convertirnos en esclavos de esa potencia extranjera. La única política de izquierda bien definida sólo puede ser de signo inequívocamente keynesiano: fortalecimiento e independencia de un Estado protector de la economía nacional. Sobre esto ya se han dicho cosas importantes en este blog, que seguramente habremos de precisar y reiterar docenas de veces.

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  2. (2) El otro motivo es la tesis federalista. El federalismo ha surgido a la palestra política repentinamente, de la mano del PSOE y sus partidos federados, que a pesar de tenerlo desde antiguo incorporado a su ideario —como la República—, lo habían olvidado o diluido, transfundiéndolo en la opción del Estado de las autonomías, que ya es de suyo propiamente federalista. Tienen razón los independentistas al acusar a este nuevo interés en la palabra “federalismo” como una especie de freno o recurso retórico último para calmar los ánimos secesionistas. No es otra cosa: un ten con ten, un fútil intento de hacer frente al peligroso impulso irracional que ha tomado la ilusión incivil del desmembramiento de la nación política española. Frente al innegable fracaso, económico e institucional, del Estado de las autonomías —que ha duplicado la corrupción y la ineficacia, en lugar de contribuir a controlarla y reducirla—, se ha generado, por un lado, la opción microdepredadora del separatismo, y por otro, esta falsa respuesta de contención del federalismo. Pero insisto, el de las autonomías es ya, de facto, un Estado federal… La única opción razonable y beneficiosa para toda la población española es el Estado único, centralizado, fuerte y proteccionista: las mismas leyes, la misma fiscalidad, los mismos servicios, garantías y derechos para todos los ciudadanos y todas las regiones, con las particularidades folclóricas, lingüísticas, etc. que cada una quiera conservar (esto no es “identidad” política ni nada semejante, sólo diversidad y riqueza cultural) sin dañar los intereses nacionales.

    (3) Hay en este manifiesto un indisimulable fondo partidista, que sólo podrán suscribir, legítimamente, los simpatizantes del PSC, y quizá también de IC. El texto alude a la corrupción política y económica como si fuese un letrón exclusivo de CDC y el PP, cuando el PSC y ERC cuentan con una cantidad alícuota de miembros involucrados en el saqueo de los servicios públicos. Cualquiera de esos partidos podría ganarse la confianza de los ciudadanos honrados con sólo proceder a autodepurarse de tales corruptos, y no hay nada en la naturaleza política de la derecha o de la izquierda que sea incompatible con la honradez. Pero ese falaz lenguaje democratista izquierdoso-indefinido a que nos tienen acostumbrados los líderes del PSOE y de IU conduce a hacernos creer que ser de izquierdas consiste en llamar “fachas” a los militantes del PP, en celebrar el virtuosismo moral de la ley de matrimonios homosexuales, en fingir un “talante” conciliador, en cantar las excelencias del relativismo cultural, en hablar mal de todo lo hispano, envolviéndolo en una absurda y anticlerical leyenda negra… Y nos hablan de los ascendientes franquistas de Aznar, aunque Rajoy no provenga, en cambio, de una familia franquista, y aunque haya en las filas del PSOE otros que sí tuvieron padres y abuelos franquistas. Todo esto es una majadería hipócrita. Ser de derechas no equivale automáticamente a ser un pillo, como ser de izquierdas no le garantiza a nadie el título de honradez.

    Yo sería capaz de adherir a lo que este manifiesto posee de —aunque titubeante y a medias tintas— oposición al separatismo, si alguien me convenciese de que no hay modo más eficaz. Algunos pensarán que la defensa de la unidad del Estado y de una economía keynesiana es contraproducente por no contar ahora con suficiente predicamento, lo que podría “espantar” a muchos. Pero yo soy incapaz de plantear las cosas sino desde un punto de vista filosófico y científico-social, sin atender a esas falsas estrategias del lenguaje oportuno, ambiguo, irritante y opiáceo.

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  3. Reconozco que existe esa preocupación por los efectos deletéreos del independentismo, porque se manifiesta explícitamente en este txto; pero también ambiguamente, como resultado, me parece, de ese partidismo latente y de una cierta falsa conciencia: el texto afirma casi al inicio que la secesión “pone en peligro la cohesión social”, luego dice que quiere “huir de las visiones apocalípticas sobre una virtual secesión”, y finalmente insiste en “los riesgos, las tensiones y las incertidumbres de un proceso de secesión”; se diría que no sabe si le conviene más revelar u ocultar su temor. Pero el peligro de balkanización es innegable, por más que a algunos les suene a apocalipticismo. Y frente al mismo, me parece que lo mejor, más civil, valiente y honrado es defender sin ningún complejo la soberanía de la nación política española. Estoy dispuesto a adherir a una oposición antinacionalista íntegra y franca, que lamentablemente va a liderar y capitalizar el PP, a causa del absurdo compromiso de la izquierda con los falsos propósitos de la burguesía nacionalista. Por suerte, el partido liderado por Albert Rivera, Ciudadanos, es igualmente claro en este extremo, y decididamente socialdemócrata. De momento es para mí la opción más crítica y responsable.

    (4) En definitiva, me parece que tanto IC como una gran parte del PSC han quedado comprometidos con el separatismo, pese a que ahora una parte de sus dirigentes, militantes y simpatizantes se propongan, loablemente, enmendar ese error como pueden, apresurada e irreflexivamente. Porque eso del federalismo, por más que se reitere que procede de una larga tradición, es un ridículo espantajo en la historia de España. Lo que se ha intentado en esa vía es el actual autonomismo, y ya me diréis si ha servido de algo para consolidar la sociedad y la economía españolas. ¿A qué viene ahora reivindicar su más que dudoso e indefinido izquierdismo, si estos partidos se han aliado irresponsablemente a CiU y ERC en el apoyo al secesionismo antiespañol? Sólo es un último intento de aprovecharse del carácter irritante de ese modo absurdo de entender la izquierda, el “talante” y demás monsergas, sacando lo que todavía pueden de esos ya bien cultivados particularismos folclóricos. Pero si bien la política económica del PP —que no difiere de la de CiU— es decididamente capitalista e igualmente supeditada al imperialismo europeísta como la del PSOE, en cambio su oposición al separatismo es inequívoca. Tanto la derecha como la izquierda española deben defender el Estado español; luego es cosa de lucha de clases en ese marco nacional y no subordinando toda nuestra economía, y por tanto también a los trabajadores, a intereses extranjeros.

    Ni el federalismo, ya sea centrípeto o centrífugo, ni el centralismo son dogmas ni principios universales, de los que se pueda mostrar su eficacia o conveniencia en general. Tanto una opción como otra pueden ser convenientes o inconvenientes según las circunstancias. Al fin y al cabo, la centralización puede actuar a todos los niveles, y es más o menos contingente y una cuestión de conveniencia delimitar los territorios que se unifican bajo una sola administración, desde el municipio al imperio. En algunos países el sistema federal o confederal funciona tan bien como en otros el Estado centralizado. Y la eficacia del primero no tiene nada que ver con distinciones lingüísticas o sentimientos regionalistas, sino con cuestiones prácticas de eficiencia pública. Pero ¿a qué obedece esa fantasmática tradición federalista y de izquierdas a la que aquí se apela? Tiene exactamente las mismas raíces y motivaciones impolíticamente antiespañolas que el independentismo. Proponerlo ahora como una contención a éste es, en el mejor de los casos, un cándido autoengaño, por no decir que es seguir haciéndole el juego a esa deletérea ideología de las burguesías locales.

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  4. El fracaso del autonomismo es también el fracaso del federalismo. Ahora los más tradicional y decididamente separatistas, con parte de las burguesías vasca y catalana a la cabeza, querrían que el autonomismo fuese enmendado para tolerar exclusivamente los privilegios de sólo lo que han bautizado como nacionalidades “históricas”, como si no fueran tan míticas como las de los nacionalistas andaluces, que han fabricado esa bárbara ilusión de unas raíces étnicas y culturales ¡árabes!, ni más ni menos delirantes que las ilusiones de Artur Mas, que se figura unas instituciones “democráticas” y “soberanas” catalanas en el Antiguo Régimen feudal. Todo eso es charlatanería de la peor especie, un calambre antiespañol, amparada en el mito de la Leyenda Negra (inquisición, caudillismo, Reyes Católicos y demás monsergas oscurantistas). Sólo la ilustración y la ciencia salen perdiendo: el olvido del papel civilizador universal el Imperio católico español, un imperio generador, creador de las modernas instituciones del Estado burocrático, de los principios modernos de la jurisprudencia garantista, etc. Pero el Estado de las autonomías ha conducido a la extravagante educación que vindica lo caduco y lo fútil, que tergiversa la historia para suplantar las grandes creaciones del espíritu universal por la catetería, el bable y el rencor mutuo de los sentimientos regionalistas.

    Y ¿qué es eso de las “soberanías compartidas del siglo XXI”? ¿Acaso una variedad supraestatal de las “identidades compartidas”? La soberanía no puede “compartirse” sin perder su nombre. Y en cuanto a la “identidad”, ¡vaya mito oscurantista donde los fabriquen! Lejos de reforzar la soberanía de España, el catalanismo quiere entregar un trocito, Cataluña, al “encaje” que consiste en ceder nuestra soberanía al Cuarto Reich (Europa). Se pide “un federalismo nuevo, desacomplejado y exigente con el Estado, en el que la ciudadanía de Cataluña se pueda sentir bien desde sus identidades compartidas”. Yo soy ciudadano de Cataluña, no soy federalista ni nacionalista, y no siento que deba ser “exigente con el Estado” más que para esperar que se refuerce y proteja a toda la ciudadanía. La verdad, ese federalismo me parece una “acomplejada” media respuesta a la tiranía de la xenofobia catalanista.

    En fin, el manifiesto llama a votar “a aquellas formaciones políticas que presenten programas nítidamente de izquierdas y que contemplen una renovada y potente opción federal”. Eso es una manera bastante retórica de pedir el voto para lo que quede del PSC, que según todos los augurios no va a ser mucho. Pero es también una manera engañosa de pedir ese apoyo legítimo, porque puede que a partir de ahora el PSC se tome en serio lo del federalismo, cosa que nada tiene de izquierdas, pero los ciudadanos que sinceramente adhieren a este manifiesto creyendo que es de izquierdas sufren una peligrosa incapacidad para la crítica y la autocrítica. Ni el PSC ni IC son partidos que jueguen ningún papel serio en la lucha contra el gran capital. Sólo puedo esperar y desear que tales “formaciones políticas”, anacrónicas y prescindibles, acaben en el basurero de la historia y que de sus vestigios (parte de sus dirigentes y militantes con experiencia y que, aunque se resistan a reconocerlo, también sienten que ese fracaso es innegable) resurja un movimiento socialista verdaderamente potente y de nuevo cuño, tipo Frente de Izquierda francés o cosa así. Sin una crítica profunda que sea a la vez una autocrítica, esto nunca se logrará.

    Pese a la radicalidad de mis críticas, no quiero dejar la impresión de que esta iniciativa me molesta. Todo lo contrario: la saludo como freno al nacionalismo, pero la verdad, esperaba más.

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  5. Comparto y suscribo enteramente los cuatro puntos que ha señalado Alberto. A mi modo de ver, la súbita reaparición del debate federalista —sobre todo en el seno del PSOE-PSC— no es más que una especie de “muletilla” para salir del paso. En efecto, hasta que no se han visto entre la espada del independentismo y la pared del centralismo no se han acordado de su federalismo, pese a tenerlo —como dice Alberto— incorporado desde antiguo en su ideario. Apresuradamente y a trompicones han tenido que ir a desempolvar el baúl del federalismo. Sin embargo, no he conocido a ningún federalista que me haya definido en qué consiste tal cosa; tampoco en este manifiesto. Aún a riesgo de hacerme pesado, quisiera hacer un aporte (un mero “recordatorio”) filosófico, teórico, a este respecto. Muchos que hablan de federación, en realidad lo que quieren decir es confederación; no obstante, ambas cosas son en España prácticamente imposibles. Como todo el mundo sabe, “federar” proviene del latín foederae y significa “unir”. Se pueden disociar dos planos dentro del ideal federalista: (1) un plano de naturaleza ética (o material) que tendría que ver con la tradición del “contrato social”, del pacto, de la convivencia, de la solidaridad, &c., y que giraría en torno a la idea de Hombre o de Humanidad. (2) Hay un segundo plano —atravesado por el primero, pues son disociables pero no separables— de naturaleza política (o formal) que tiene que ver ya con la idea de Ciudadanía y se vincula al proyecto de transformar una o varias naciones políticas en un Estado federal. En España, quien impulsó con fuerza el federalismo fue Francisco Pi Margall con su traducción de El Principio Federativo de Proudhon —que recogía esa tradición ética que he comentado del “contrato social”, por lo menos desde Rousseau. El catalanismo político siempre estuvo estrechamente vinculado a estas ideas federalistas (y no hay que olvidar la afinidad, en este sentido, con el anarquismo). Sin embargo, una España federal presenta diversos problemas, la mayoría de carácter puramente lógico. Si el concepto de federalismo significa “unir”, ¿cómo se puede unir aquello que ya está unido? Sólo se me ocurre una respuesta: separando lo que previamente estaba unido y volviéndolo a unir. Suele ponerse como ejemplo de federalismo los Estados Unidos de Norteamérica, pero enseguida vemos que su génesis no tiene nada que ver con el caso español. En efecto, fueron diversos Estados soberanos los que en aquella ocasión decidieron federarse, unirse. Para lograr un Estado federal español habría que otorgar la independencia a todas y cada una de las diecisiete comunidades autónomas y, una vez constituidas éstas en Estados, proceder al pacto para la formación de una España federal.

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  6. [sigue del comentario anterior]

    En todo caso esto presenta una serie de problemas: ¿qué autoridad confiere la independencia a las autonomías? ¿Qué poder sería el artífice de esta balcanización de España? y ¿qué pasaría si hubiese autonomías que rechazasen su independencia? Pero además, una vez separadas, ¿qué tipo de poder o ley existe para garantizar la posterior unión? No existe. Y en caso de que existiera cualquier mecanismo que pudiera garantizar dicha unión, ¿para qué separar y volver a unir lo que ya está unido? Pero vayamos un paso más allá: la propia expresión de “Estado federal” es una contradicción en términos (en rigor, una contradictio in adjecto). Es decir, un Estado es federal sólo puede ser federal por su génesis, por su origen, dejándolo de ser cuando se constituye, precisamente, como Estado. Tal y como apuntaba Alberto: «la soberanía no puede “compartirse” sin perder su nombre». Así pues, como señaló Gustavo Bueno: «El Estado federal es tan imposible como el decaedro regular. Un Estado no puede ser jamás federal, porque para ello debería estar constituido por otros Estados federados. Pero al federarse estos Estados dejarán de ser Estados; y si lo fueron previamente (como ocurrió con los Estados que se federaron en los llamados “Estados Unidos de América”) dejaron de serlo en el momento de federarse, y si se sigue hablando allí de Estados federados es sólo por metonimia histórica. Al ceder su soberanía a la Federación, desaparecen como Estados. Otra cosa es que en lugar de una Federación, se hubiesen asociado en una Confederación, en la que cada socio pudiera retirarse en cualquier momento (con lo que demostraría que no había cedido parte de su soberanía, sino que la conservaba intacta). Por esta razón las comunidades autónomas de España, que no son soberanas, no pueden ni federarse ni confederarse.» (Véase España no es un mito, Madrid, Temas de Hoy, 2005, pp. 114-115, libro —entre otros del mismo autor— en que pueden hallarse todas las ideas que estoy planteando aquí de un modo más desarrollado y preciso). También es un lugar común oponer Estado unitario y Estado federal; sé argüirá aquello del «ya se entiende lo que se quiere decir», pero si queremos ser rigurosos esta distinción resulta inadecuada: un Estado siempre es unitario o no es Estado; otra cosa es hablar de una administración centralizada o descentralizada.

    Antes de izar la bandera del federalismo, los propios federalistas deberían hacer el esfuerzo teórico de intentar definir y explicar que quieren decir exactamente cuando pronuncian —como un faltus vocis— la palabra federalismo. Por mi parte, una España federal no es posible (sensu stricto) y, además, adhiero la opinión de Alberto (también de Francesc de Carreras, y de tantos otros) de que la España de las autonomías viene a ser, de facto, una especie de federalismo. Incluso el grado de descentralización territorial-administrativa española es en algunos aspectos mayor que el de muchos Estados así llamados federales. Se dice en el manifiesto que «hoy muchos proponen la independencia como un camino “mágico” para salir de las dificultades», pero su federalismo también me parece sacado por arte de birilibirloque. La postura federalista de un Rubalcaba o de un Navarro, así como la de muchos de aquellos a los que representan, me parece simple y llanamente el fruto de la pereza mental, la cobardía y la indefinición; un vano intento de querer quedar bien con todo el mundo. Yo también entiendo este manifiesto como una reacción lógica al peligro secesionista y lo saludo como freno al nacionalismo, pero la verdad, “no esperaba menos…”

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  7. Comparto el fondo de los comentarios de Luque y de mi tocayo Viola. El manifiesto en cuestión es, sobre todo, un documento inmejorable del estado paupérrimo de la izquierda realmente existente. Es una reacción pobre y tardía, porque la bestia nacionalista hace ya rato que ha sacado pecho y cabalga sobre un tigre que no sabe a dónde va y que, por supuesto y por desgracia, nos está arrastrando a todos. Mi preocupación ya inmensa y todavía creciente es: ¿cómo y cuándo van a darse pasos firmes para la constitución de una izquierda definida, que no cabalgue tigres (ni caballitos del tiovivo, que es lo que han hecho PSC e IC) y que sepa hacia dónde dirigirse? Perdón por la tristeza (que diría Sabina), pero tengo la impresión de que en estos sombríos momentos más que nunca se pueden ver los resultados a que nos han conducido lustros de irresponsabilidad política y de pasividad social ante el etnicismo vasco y catalán. Pero de esto el manifiesto no dice ni una palabra.

    Por otra parte, creo que en algún momento habría que plantearse en "Constelación" un debate a fondo, digam,os monográfico, sobre el libro de Gustavo Bueno ya citado: "España no es un mito". No dudo de sus bondades (es más, las comparto plenamente), pero me parecen cuando menos matizables algunas de sus posiciones e incluso su lenguaje (¡de nuevo el maldito asunto del lenguaje!). Lo que lamento es que, una vez más, mi situación personal no me permita abrir ese debate con la dedicación que merece.

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  8. Josep María, explicas muy bien el concepto de "federalismo" y su distingo de "confederación". Creo que es de los textos que podría entender mi abuela, si viviera, o mi nieto, si se acerca a que se lo lea, cosa que no creo que haga.

    Solo quisiera añadir, en la línea de lo que dices sobre la necesidad de independizar antes de "federar", que una vez federados los Estados soberanos y pasaron a ser Estados Unidos, antes de que Lincon fuera proclamado presidente, siete de los que habían sido Estados soberanos quisieron abandonar la federación, se proclamaron confederados, y ya sabemos lo que ocurrió. El resto de federados no estuvieron de acuerdo en que se independizaran y se inició la Guerra de Secesión, donde tras la batalla de Fort Sumter, otros cuatro antiguos Estados se unieron a la confederación, aunque todos ellos fueron derrotados, como se sabe.

    Y aquellos que hablan de la existencia de la federación en Estados Unidos, deben saber, como dice Josep María Viola, que partieron de Estados soberanos y que lograda la federación, se perdieron esas naciones y son Estados Unidos de América. Por lo tanto difícilmente pueden servir de ejemplo para justificar un Estado catalán, como estado en una federación.

    Leyendo lo que dicen estos federalistas trasnochados, es una pena que esas izquierdas hayan perdido el rumbo y no sepan dirigirse a puerto, aunque todavía es mucho peor que en realidad no sepan donde está ese puerto.

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  9. Yo también lamento, como Josep Maria Cuenca, no tener ahora mismo más tiempo disponible para adentrarme en el debate del modo que merece este tema. En mi última intervención me limité a hacer un puro análisis “lógico”, “técnico”, y en menor medida, histórico, del concepto “federalismo”. Un análisis muy grosero, bien que lo sé, pero necesario para poder seguir hablando de los aspectos políticos, económicos, sociales, culturales, históricos, etc., relacionados con él sin incurrir en equívocos. Espero poder escribir en breve unas cuantas líneas sobre los diversos aspectos que Alberto puso sobre el tapete, como por ejemplo el interesante tema del europeísmo o el hecho de que personas de izquierdas tengamos que adherir a posturas del PP en este tipo de cuestiones (eso ya es sintomático de la situación de la izquierda actual que, como dice Rufino Fernández, no sólo ha perdido el rumbo, sino que ni siquiera sabe si realmente tiene puerto alguno en el que atracar).

    Me ha hecho gracia tu sugerencia de tratar “monográficamente”, por así decir, el libro citado de Gustavo Bueno en ‘Constelación’, porque esa misma idea se me pasó por la cabeza ayer por la noche (será la “armonía preestablecida”…). Quiero dedicar un artículo a ese libro en concreto (y a otros libros y artículos del mismo autor de similar factura), así como una crítica (cuando menos unos comentarios) a la extensa crítica realizada por Roberto Augusto en su librito ‘El nacionalismo, ¡vaya timo!’ a Gustavo Bueno y a su “nacionalismo objetivista” español. Seguramente en ese terreno tengamos que sacar también a colación la interesante —y compleja— polémica que tuvieron el propio Gustavo Bueno y Juan Bautista Fuentes Ortega, en la que finalmente éste último acabó reconociendo que “en lo esencial, Gustavo Bueno llevaba razón y yo no”. Son muchas las voces que hablan de un supuesto “giro a la derecha” del filósofo ovetense, y comprendo que muchos se lleven esa superficial impresión al ver simplemente las portadas y los títulos de algunos de sus libros, así como el lenguaje (claro y sin contemplaciones) por él utilizado. Me permito recomendar públicamente (aunque es muy probable que ya sea conocido por muchos) el enlace a lo que desde mi punto de vista es una de las mejores conferencias de Bueno ‘España: nación de naciones’ [está dividida en tres partes en Youtube]. Yo conseguí el vídeo entero que contiene las tres ponencias y el turno de debate. El final es “apoteósico”: José Manuel Beiras sacando de su maleta el polémico libro de Gustavo Bueno ‘España no es un mito’ y diciendo que lo había leído por “cordialidad…”, a lo que alguien entre el grupo de buenianos que se hallaban en la sala dice de fondo: “y no lo entendió, ¿verdad?”, a lo que Beiras responde: “Puede que lo haya entendido… preferiría no haberlo entendido”, momento en que Bueno se levanta súbitamente hecho un basilisco gritando que eso era un insulto y que él se iba, que ya se lo harían… Impresionante, esto no sucede en las cansinas y soporíferas conferencias a las que yo asisto… En fin, ahí dejo el enlace para quién tenga interés [si alguien desea tener el vídeo completo yo se lo puedo mandar sin ningún problema].

    Queda pendiente, pues, un debate a fondo sobre el libro. Y si alguien dispone de más tiempo que yo, le invito a que abra la lata (o, para el caso, creo que va a ser una caja de Pandora...).

    PS. Acabo de ver que el vídeo completo puede verse en la Mediateca de la Universidad de Oviedo: http://mediateca.uniovi.es/visor2/-/journal_content/56_INSTANCE_iV9s/10910/83740

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  10. Josep María Viola, nunca te agradeceré bastante las dos horas que me has hecho pasar, junto a mi mujer, viendo la mesa redonda (alargada en ese caso) en la que el pensamiento de Gustavo Bueno brillaba como un hilo incandescente, que en vez de fundirse, tomaba energía a costa de la escasa talla intelectual que le rodeaba.

    Lo de Beiras es asombroso: como alguien va a lanzar un discurso político sin tener conocimiento de nada a pesar de sus estudios. Y como queda de retratado por el propio público (casi al final, cuando desafiante muestra el libro de Bueno y dice que lo ha leído por compromiso, y esa voz que saliendo de entre los asistentes, dice: ¿y ha entendido algo? Ha sido el broche de oro que permite comprender el desierto de argumentos que pueblan las cabezas de estos nacionalistas que además se creen de izquierdas. ¡Genial!

    Y al otro componente de la mesa, cuyo nombre no recuerdo ahora, profesor de filosofía en Alemania, Gustavo Bueno no puede decirle cosa más certera. "He estado aquí explicando mi punto de vista sobre el porqué......etc, etc,etc, y me suelta en su discurso que no entiende como se puede pensar.... Oiga, usted o no me ha escuchado, o no ha entendido o es tonto. Porque no me ha contra argumentado nada de lo que he dicho. Ha venido a soltar lo suyo como un disco al lado de otro disco. Esto no es debate y no estoy acostumbrado a ésto.

    Desde luego que cuando Bueno se levanta y marcha, tras comprobar que allí no hay materia, se comprende muy bien su postura.

    Me recuerda mucho a eso que sucede cuando en los comentarios a algunas entradas el que comenta en vez de argumentar suelta cualquier eslogan aprendido de memoria.

    Gracias, Josep María. Me has enriquecido un poco más la tarde.

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  11. Como Rufino, finalmente yo también he podido ver íntegra la conferencia de Bueno y los demás. Desde luego, tiene mucho interés y Bueno es el único que dice algo inteligente, sólido, argumentado y con sentido. Lo de Lascasta y Beiras es tristísimo: representan el modelo perfecto, cerrado (casi en el sentido buenista de “cierre”) de la inanidad “progre”, de su incultura, de su asidero acéfalo y mítico al antifranquismo, de su hablar de oídas, de su pedantería vacua, de su complejo de superioridad moral, de su falsísima modestia...

    Desde hace muchos años, Bueno me parece un prodigio intelectual; para mí, es el filósofo más notable del sigo XX en España y uno de los más potentes de eso que llamamos Europa, que más allá de un marco geográfico, una moneda y un colosal negocio financiero ignoro qué cosa pueda ser.

    Ahora bien, tras “asistir” a la conferencia de 2006, y sin dejar de compartir buena parte de la intervención de Bueno (aparco momentáneamente entrar en el meollo del asunto en espera de llevar a cabo el debate monográfico sobre “España no es un mito” y en espera de poder intervenir en él, cosa que no me será nada fácil debido a mi delicada situación personal), y sin dejar -insisto- de deprimirme ante lo dicho por Beiras y Lascasta, no puedo dejar de referirme a las formas de Bueno (enésima irrupción de la cuestión del lenguaje, verbal y no verbal, si me lo permitís). Sin embargo, por falta de tiempo, sintetizaré lo que quiero decir de manera muy impresentable, a diferencia de Viola, que siempre se autocritica con severidad por sus resúmenes “buenistas” y a mí, en cambio, me parecen espléndidos.

    (Continúa en el siguiente comentario)

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  12. Así pues, procedo a resumir y simplificar. A mí no me entusiasma, ni me gusta, ni me parece eficaz la actitud que Bueno tiene en la conferencia. Su indignación, producida por “razones racionales”, la manifiesta de un modo paradójicamente emocional, verdulero. Conozco a Bueno desde mi juventud y sé que ese comportamiento le ha caracterizado casi siempre. Su CV como reventador de programas radiofónicos y televisivos (en algunos de los cuales, la verdad, no sé qué pintaba un hombre como él) es considerable y se prolonga hasta nuestros días, como acabamos de ver en la Universidad de Oviedo.

    En mi opinión, Bueno debería aprender (a su edad, mejor sería decir: debería haber aprendido) a contenerse, a no interrumpir tanto, a soportar las memeces que se suelen decir (cosa durísima, lo sé por experiencia propia) y a combatir los insultos o desdenes que recibe con otros métodos matizados por la templanza y/o el humor. Por otra parte, los insultos vulgares, por así llamarlos, los inicia el propio Bueno llamando tonto a Lascasta. Simplemente creo que, por cálculo racional no por ejercer “el buen rollito burgués” (la expresión entrecomillada, que me parece genial, es de un amigo mío) la concurrencia en la vida pública exige otros comportamientos intelectualmente más eficaces y que las actitudes de Bueno dificultan la aceptación de sus consistentes argumentos. No debería ser así, porque los argumentos valen por sí mismos, pero la realidad impone sus tiránicas condiciones y las cosas no son como deberían ser o como nos gustaría que fuesen, sino como son. Y esto, aunque es una murga, hay que tenerlo siempre en cuenta.

    Por otra parte, me sorprende que no hayáis hecho referencia a la veneración que Bueno confiesa sentir por Stalin. No me parece algo perfunctorio. En Bueno no hay nada perfunctorio. Pero esto forma ya parte del meollo del debate que tal vez realicemos algún día en “Constelación”.

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  13. Josep Maria Cuenca vuelve a plantear este necesario y espinoso problema del “lenguaje eficaz”. Hay que hacerse dos preguntas: (1) eficaz ¿para qué?, y (2) eficaz ¿en qué ámbito?

    (1) El primer problema parece claro, pero quiero precisarlo. La eficacia no puede definirse in vacuo, sino en función de un propósito, a direncia de la eficiencia: una máquina es eficiente si simplemente funciona, y es eficaz si funciona bien, es decir haciendo lo que se espera de ella. El turbio y casi paranoico lenguaje catalanista es eficaz sólo en virtud de su misma eficiencia, porque su mero uso contribuye a consolidar sus fines propagandísticos. El catalanista coherencia su acción con simplemente usar palabras-mito como “Cataluña” o “España”. Nosotros no podemos contestarle en su propio lenguaje, sino impugnando ese mismo lenguaje. “Los catalanes queremos tal o cual…” significa, en su lenguaje, “los catalanistas a queremos…” Es como la diferencia, en época hitleriana, entre “nosotros los alemanes” y “nosotros los nacionalsocialistas”. La imposición opresiva del lenguaje nazi logró que durante un tiempo no tuviese sentido ni eficacia racional decir lo primero. Nosotros no hemos llegado aún a ese infierno, y podemos —y debemos— seguir diciendo “nosotros los catalanes” como sintagma indistinguible (por inclusión) de “nosotros los españoles”. Así combatimos el nacionalismo eficazmente. Y aun podemos añadir luego: “vosotros los fanáticos”, “sediciosos”, “inciviles”, “locos”, “estúpidos”, al menos en el sentido de “vuestas ideas son fanáticas, inciviles, vesánicas, estúpidas…” Todo esto tiene sentido: uno es estúpido o no lo es, y puede —y debe— demostrar lo uno o lo otro. No lo hace sí se limita a replicar que eso es un insulto; debe demostrar que es un insulto inmerecido.

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  14. (2) ¿En qué ámbito es un lenguaje eficaz? El discurso que es eficaz para un adulto, no lo es para un niño, y viceversa; el que lo es para un filósofo, no lo es para un caníbal, y viceversa… Me limitaré aquí a distinguir sólo dos ámbitos muy generales: el científico (del conocimiento) y el de la propaganda (acción política, opinión pública…). Los argumentos de Gustavo Bueno sobre el nacionalismo son filosóficos, y en mi opinión imbatibles. Y si la incapacidad de Beiras y de Lascasta para oponerles ningún argumento racional, junto a su obstinación en adherir las mismas falacias que Bueno tritura, les convierte automáticamente en unos imbéciles, yo no puedo dejar de aprobar que Bueno les llame tontos, porque lo son.

    Lo que Josep Maria sugiere es que esa descalificación, aunque sea justa por su contenido, es contraproducente por su efecto. Pero N.B., lo es en otro ámbito: no en el terreno filosófico, en el que Beiras y Lascasta han quedado desacreditados, sino en el terreno de la opinión pública, donde quizá esta crítica no les ha hecho perder predicamento. Su ascendiente entre todos aquellos que hayan prestado atención al discurso de Bueno, seguro que ha quedado seriamente perjudicado. Y aun así, yo no creo que esa actitud sea ineficaz en el terreno de la vida civil. Uno está de acuerdo o no lo está, y debe argumentar a propósito. Si se limita a censurar las formas de expresión, como un mojigato, y al mismo tiempo no esclarece por qué juzga erróneo su contenido, se desliza a un terreno estéril e hipócrita, antifilosófico.

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  15. Los filósofos, o los científicos sociales, no deben atender al lenguaje hipócrita, a las convenciones de la corrección política, a los prejuicios o a las exigencias ideológicas. Más aún, ni siquiera deben atender al falso problema del “estilo”. Ahora bien, en el terreno de la batalla contra la vesania nacionalista no basta con un análisis riguroso y científico que sólo llega a unos pocos. Se requiere que un batallón de intelectuales (entre esos pocos que conocen el análisis riguroso), actuando como correa de transmisión, vulgarice la doctrina, convirtiendo la Summa en un catecismo, y el catecismo en un credo. Aquí hay que recurrir a un lenguaje “convincente” para las masas. El problema es que entre esas masas se incluyen quienes ya no atienden a otro lenguaje que el falaz, mítico y absurdo del nacionalismo. Uno puede creer que será más eficaz contribuir a desalienarles mediante dosis de “pedagogía” paciente. Pero a mí no me queda ya ninguna paciencia. Yo he llegado, como Brecht en la parábola de Buda y la casa en llamas, a convencerme de que es mejor predicar la impaciencia y la intolerancia lógica, la tolerancia cero para toda expresión nacionalista que pretenda un lugar que no merece en la república de las ideas políticas y filosóficas. Y creo que una manera muy eficaz de combatir el nacionalismo es repetir incansablemente, y en el lenguaje común, que sólo consiste en malicia, incivismo y estupidez. Si los nacionalistas se sienten cada vez más insultados, al mismo tiempo se sentirán cada vez más humillados y avergonzados, hasta la completa extinción de su irracional impulso. Cuando los racionalistas y librepensadores son insultados y perseguidos, no cejan en la defensa de sus ideas, porque realmente las poseen y defienden filosóficamente. Pero los nacionalistas sólo albergan en sus cráneos mitos y supersticiones, pura vanidad y atrapar vientos, y casi basta el sarcasmo y el bochorno para que adviertan su impotencia y se derrumben. No hay nada que tolerar ni “comprender” ni dialogar, no vayan a creer que un ignorante mitómano posee algún “derecho” adquirido a pensar como le venga en gana. Hace unos días oí decir a alguien que los catalanistas tienen ese presunto “derecho” a opinar como lo hacen. Pero eso es una majadería. No hay ley constitucional ni natural, ni del Código Civil ni del Penal, que garantice a nadie el “derecho” a ser un ignorante, sino todo lo contrario: existe el derecho a la formación y a la información, al libre ejercicio de la crítica y de la investigación. Tiene sentido hablar del derecho a ser libres, a no someterse a ninguna superstición, a emancipare de toda servidumbre a lo irracional. Uno puede declinar, no ejercer su derecho al conocimiento, pero es absurdo interpretar esto como su “derecho” a ser ignorante.

    (3) Hay otro interesante motivo de discusión en lo que ha escrito Josep Maria Cuenca: la admiración de Bueno por Stalin. Y hace bien en advertir que no hemos mencionado el caso. Yo creo que el asunto principal en que se inscribe esa alusión chocante es el asunto de la verdadera naturaleza del poder. No tengo tiempo de desarrollar ahora este tema, pero diré que es un ejemplo magnífico del tipo de problemas de “expresión” a los que se refiere Josep Maria cuando se pregunta por la eficacia o ineficacia del lenguaje. La palabra “Stalin” es otra de las muchas que ha quedado envuelta en un halo de misticismo, y más que una palabra parece ya un talismán. Pese a lo cual las ciencias sociales y la filosofía no pueden renunciar al análisis riguroso, no moralizante, no dramatizante, de la experiencia stalinista.

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  16. Debo aclarar algo de lo que he dicho, para evitar que alguien interprete que yo admito el estilo de la descalificación personal en los debates. Todo lo contrario. El discurso crítico no puede albergar la descalificación a priori o gratuita. Es más, la descalificación —moral o intelectual-– no ha de ser tampoco la conclusión de una verdadera crítica. La descalificación es justa sólo en una fase posterior, a saber: cuando quienes sostienen las falsas ideas que se acaban de desacreditar racionalmente siguen tan pertinaces que ni proceden a contraargumentar, sino que, lejos de ello, se rasgan las vestiduras y protestan que la crítica que se les hace es ofensiva e intolerable (“Preferiría no haberlo entendido” es la brutal respuesta de Beiras, o sea la más abyecta renuncia a la crítica). Entonces es cuando se llega a la tercera fase: “Señores, son ustedes tontos”. Eso es lo que sucedió en el debate entre Gustavo Bueno y aquellos dos. Por supuesto, yo —como el propio Bueno— prefiero el debate filosófico, bifásico, terminable o interminable (dialógico): argumento–contraargumento–contra-contraargumento, &c. Pero eso exige racionalidad por parte de todos los ponentes. No es posible cuando alguno de ellos es un zulú, un espiritista o un nacionalista. En este caso el proceso es trifásico y conclusivo.

    Claro que uno puede haberse incorporado tarde a una discusión semejante, justo en el momento de su tercera fase conclusiva (la descalificación), y puede llevarse entonces la falsa impresión de que esa descalificación fue un primer paso inmotivado. La culpa será suya. No es justo decir que Bueno procede sin más, gratuitamente, a insultar a la otra parte: lo que hace es concluir, tras la extravagante pertinacia de ésta, que ha perdido el tiempo hablando con los que no tenían orejas. Si se argumenta el carácter mítico-místico, históricamente falaz y políticamente incivil del nacionalismo, y quienes aún lo adhieren no son capaces de demostrar que sí está “históricamente” fundado, sociológica y jurídicamente justificado, y que es ajeno al subjetivismo más caprichoso, que no es etnicista, &c., entonces no me parece ni ineficaz ni improcedente concluir con una descalificación rotunda.

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