14 de mayo de 2012

Sobre la falsificación de fotografías


[DE: Alberto Luque]

Os decía antes que mi interés por Mao siempre fue escaso, y no porque crea que no se trata de un filósofo profundo, sino por circunstancias completamente casuales. La figura de Chou En-Lai, por ejemplo, me atrajo mucho más en mi juventud.
A propósito del tema de la revolución cultural china, envío un libro de Charles Bettelheim que, al pasar los años, me parece más interesante que en su momento (porque entonces sólo podía significar una voz a favor del maoísmo como tendencia del movimiento comunista internacional, cosa que sólo podía interesar a los propios maoístas; pero hoy sirve para reflexionar con suficiente distancia y desapasionamiento sobre el sentido histórico y cultural del rumbo que Mao quería haber dado a la revolución). Se trata de la carta de dimisión que el propio Bettelheim, en 1976, dirigió a la Asociación de Amigos del Pueblo Chino, a causa de lo que él consideró una traición de los nuevos dirigentes, y de una posterior explicación, más detallada, de sus motivos para defender a la Banda de los Cuatro como los auténticos herederos de la verdadera revolución socialista de Mao; esta explicación sucede a las críticas que le hizo el australiano Neil G. Burton, que por entonces trabajaba como funcionario para el gobierno chino y que defendió al nuevo gobierno contra la Banda de los Cuatro.
Si os digo la verdad, lo que más me interesó de este debate fue una cosa al fin y al cabo muy teórica y casi sin trascendencia política aparente: la cuestión del lenguaje, y en especial el modo de entender qué se quería decir exactamente cuando se denunciaba el “trucaje” o falsificación de fotografías, práctica habitual entre los chinos, y conocida antes como propia de las técnicas propagandísticas estalinistas (por ejemplo, al eliminar la figura de Trotski al lado de Lenin en las tribunas de los grandes mítines del período revolucionario). Me sorprendió el criterio tan abierto y en verdad dialéctico y relativista de Burton al juzgar esta cuestión, explicando que los chinos ni siquiera entenderían qué es lo que les reprochan (una idea de diferencia de perspectivas, de choque “cultural” que estamos muy dispuestos a admitir en los casos de inocentes tribus salvajes, pero que en el caso de una potencia como China parece que nos pueda el etnocentrismo). Se encuentra en las pp. 142 y s. de la versión francesa, 27 y s. de la inglesa:
«Permítame mostrarle cómo dos de los argumentos avanzados en su carta podrían ser contemplados bajo una luz diferente tras un viaje aquí, incluso breve. En primer lugar, si emprendiese Ud. una visita “tipo” a una fábrica de su elección (digamos, por poner un ejemplo, la imprenta de la prensa en lengua extranjera), podría, durante la habitual hora consagrada a las preguntas, plantear la cuestión en apariencia contradictoria de la falsificación de las fotografías. Las respuestas de sus anfitriones podrían variar en los detalles, pero creo que en sustancia se reducirían a que la presencia de ciertos dirigentes, o su retirada, en las fotos es esencialmente una cuestión de aprobación general o de firme desaprobación de su línea política. Podría Ud. replicar que eso es absurdo, que una foto no es jamás otra cosa que el reflejo de un acontecimiento positivo. Tengo buenas razones para pensar que esto chocaría con el desacuerdo de sus interlocutores y además le enseñarían que, si en alguna ocasión alguien hubiese intentado obligar a los impresores a publicar tales o cuales fotos de los dirigentes reunidos en ocasión del servicio fúnebre del presidente Mao, en La China en construcción, Pekín información o La China en imágenes, ello habría provocado una obstrucción enérgica por parte de los mismos impresores. Si tales argumentos no le satisficiesen e insistiese Ud. en inquirir por qué Hsihnua podía ser entonces tan hipócrita como para calificar la misma técnica de cobarde cuando se empleaba por orden de los “cuatro”, le recordarían irónicamente cuáles eran los individuos a quienes los “cuatro” habían borrado de la foto. Si se empeñase entonces en un monólogo sobre la mistificación y la mala conciencia, alguno de sus anfitriones un pelín puntilloso podría muy bien darle la vuelta a la cuestión y ponerle al corriente a propósito de las costumbres de redacción y de edición en Francia. En fin, si alzase Ud. los brazos al cielo en señal de desesperación y se preguntase en voz alta cómo podría tener un sentido la historia, sus oyentes probablemente no comprenderían su dilema —o si lo comprendían, podrían muy bien replicarle que la historia revela el trabajo de los archiveros y los historiadores, que la práctica incriminada no concierne a la “historia”, sino a la lucha de clases actual, y que de todas formas ningún historiador digno de este nombre podría aspirar a ilustrar un trabajo con las fotos de personas tan despreciables como los “cuatro”. (Dicho sea de pasada, la publicación reciente de algunas de las fotos de que se ha acusado a los “cuatro” de trucar da un cierto peso al argumento sobre el trabajo de los archiveros, e incluso de los historiadores; los negativos no han sido jamás destruidos.)»


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