[DE: Alberto Luque]
Quiero añadir otro caso a los comentados por José Ramón, para dar un poco
más de juego, y hasta de humor negro, al dialéctico ejercicio de la
comparación. Seguramente algunos de vosotros recordaréis el caso de Eduardo
Sánchez Moragues, un estudiante de la UdL que fue detenido, juzgado y
encarcelado en 2005 por crímenes sexuales (abuso de menores y tráfico de
pornografía infantil). Estaba también reclamado por el FBI por delitos
similares en EE.UU. Es algo personal y casual, y hasta cómico-grotesco, lo que
vuelve este caso imborrable en mi memoria. El tal Sánchez había suspendido
hacía años la asignatura de primer curso que yo había impartido (“Lenguajes
artísticos”), y justo dos días antes de ser detenido y saltar a la
prensa el escándalo me había enviado un correo-e pidiéndome una tutoría para
explicarle lo que había de hacer para aprobar esa asignatura. Le cité en mi
despacho para el día posterior a aquel en que habría de ser detenido; recuerdo
que le pedí que me no se alarmase si me retrasaba, porque a veces me costaba
encontrar aparcamiento, a lo que él se ofreció muy amablemente a guardarme una
plaza de parking. También recuerdo que el día para el que le había citado me
aproximé a mi despacho con la cómica sensación de que me hallaría en la puerta
a uno o dos policías esperándome para interrogarme, porque evidentemente se
habrían incautado del portátil del menda, y allí estarían nuestros correos, con
el lamentablemente tono cariñoso que solía usar en mis correos (“querido tal,
querido cual…”, etc., “un abrazo”, etc.); y allí anticipaba yo en mi
imaginación la escena en que me ponía nervioso, como hacía cada vez que la
policía de tráfico me paraba para lo que fuese, lo que me daba aspecto de
sospechoso. Eso no era tan improbable: el día anterior había visto en la tele
al mismísimo rector, Joan Viñas, mostrando un azoramiento que casi le
paralizaba, al responder a los periodistas sobre el asunto. Por desgracia, no
pude hacer realidad mi pequeña fantasía detectivesca, que me habría servido
para husmear ligeramente en el sórdido mundillo de los policías y los
delincuentes. Por cierto, aquello también sirvió para rescatar algo de mi mala
reputación; hasta entonces yo era un hueso como profesor, un grano en el culo
para todos aquellos a quienes inquieta la mala nota que da un índice de
suspensos elevado; pero como entre aquellos que no habían podido superar mis
exámenes estaba este menda, pues de pronto me convertí en poco menos que un
héroe (como en La hoguera de las vanidades), que había salvado a la UdL
de la vergüenza adicional de tener que admitir que entre sus egresados se
hallaba un psicópata de aquel calibre. Y la verdad es que yo me sentía, y aún
me siento, culpable por no poder compartir ese gozo: si suspendió algún examen
que le hice fue porque no sabía ni palotada, y no por ser un pederasta.
Bueno, el caso es que este tipo había estado en muy buenas relaciones
institucionales con la UdL; por ejemplo, había coordinado varias Jornadas de
Climatología o cosa así. Si se hace una búsqueda en Google asociando su nombre
a las siglas UdL aparecerán varios documentos en que constan las aportaciones
que recibió. Sería rarísimo que no existieran registros fotográficos de esos eventos,
donde Sánchez apareciera junto a miembros del gobierno de la Universidad y
otros responsables académicos o administrativos. Pues bien, existen en efecto
tales odiosas fotografías, pero fueron oportunamente retocadas con el Photoshop,
no sé si grosera o sutilmente, pero en definitiva para hacer desaparecer al
molesto adlátere, al personaje despreciable. Algún miembro ilustre de nuestra
institución sintió de pronto la insoportable vergüenza de ver su imagen junto a
la de un “monstruo”, y mandó a un técnico que realizara esos salvíficos
trucajes.
José Ramón dice que lo importante sería, en cada caso, la voluntad, la
buena o mala voluntad, la finalidad con que se cometen tales falsificaciones.
En general, yo adhiero a la tesis jesuítica de que el fin justifica los medios
(N.B., una teoría en efecto sostenida por los adalides de la Compañía de Jesús,
y que no sé por qué motivo se atribuye generalmente a Maquiavelo). Pero ¿cuál
era el propósito en este caso? ¿Poder soportar la tremenda vergüenza de que se supiese
que uno había tenido relaciones con un sádico? Independientemente de los
motivos, se trata de una falsificación muy grave (aunque no, por supuesto, tan
grave como los delitos cometidos por el tal Sánchez), porque esas fotografías
no sólo son un testimonio para la reconstrucción del pasado del delincuente,
sino también para la historia de la propia Universidad. Y me pregunto si en
este caso, en que probablemente se trataba de fotografías digitales, si al no
haber negativos de película que guardar, se conservaron los archivos
originales. No me sorprendería enterarme de que tales archivos han pasado a
mejor vida —lo cual no serviría para ocultar la falsificación, ya que ésta deja
como huella una trama digital distintiva; no sirve como ocultar el arma del
delito, o el cadáver, porque lo que queda es una prueba de que tal ocultación
se ha realizado deliberadamente.
¿Por qué en este caso no se convierte en un escándalo la falsificación?
¿Quizá porque no queda nadie interesado en reintegrar la imagen de semejante
“monstruo”? Pues bien, sería poco más o menos una razón de este tipo la que
explicaría que los chinos no se inquietasen de la eliminación fotográfica de
unos personajes juzgados indeseables. El problema es que esos personajes
podrían ser considerados héroes para otra fracción de la población, lo cual
motivaría a estos otros a denunciar la falsificación, pero no por el hecho
abstracto de haber cometido una falta técnica, sino por ser quienes fueron los
eliminados, es decir de nuevo según los fines, como en el credo jesuítico —que,
vuelvo a reiterar, yo mismo adhiero. El caso de Sánchez Moragues sólo se
distingue por la curiosa unanimidad moral en su condena. Con todo, tratándose
de la máxima institución académica, esto indica cuán escasamente ha penetrado
el imperativo de la objetividad científica incluso entre quienes están
profesionalmente obligados a garantizarla.
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