[DE: Alberto Luque]
Quiero insistir yo también, como
Palmira, en que dediquéis unos minutos a contemplar las emotivas y talentosas
actuaciones de flo6x8 (flo6x8.com). Además de hacer vibrar una
cuerda en el alma, como una conmoción cósmica, como si temblara el Universo y
no sólo nuestro corazón, esas acciones dan mucho que pensar en el terreno de la
virtud cívica. Hay que perder la vergüenza como hay que perder el miedo (a
decir lo que se siente, aun sin pensar lo que se dice, a no medir las palabras
como si formásemos parte del séquito de los tunantes; éstos temblarán en cuanto
oigan la voz de quien dice la verdad; lo que me recuerda la frase que uno de
los piratas pronunciaba en una versión infantil de La Isla del Tesoro:
“No te puedes fiar de un hombre honrado” —una frase que, por cierto, no se le
ocurrió al propio Stevenson).
Las experiencias algo erráticas y
francamente intuitivas y hasta ingenuas —y hasta burguesas y conservadoras—,
por no decir que también, a veces, lastradas por conductas irracionales y
acríticas, del 15-M son sin embargo fecundas y regeneradoras de un necesario
espíritu de emancipación social radical, de “orden nuevo”. Como mínimo, están
volviendo a recuperar la dignidad del pobrerío, el sentimiento de orgullo moral
de los trabajadores. Basta ya de esa repugnante ofensa a la humanidad que
consiste en procurar grotescamente convertir en héroe al rico y al triunfador,
al listillo, al cínico, al egoísta y al misántropo. Hasta parece mentira que el
necesario, salutífero proceso de secularización haya conducido a negar, de las
dos partes de la religión, la buena, la real, y no la mala, la fantasiosa. Me
refiero a esos dos aspectos del cristianismo que Feuerbach llamó,
respectivamente, verdadero y falso, el antropológico (la moral evangélica, el
amor al prójimo, etc.) y el teológico (la supervivencia del alma tras la
muerte, la sociedad celestial, etc.). En la parte buena del cristianismo estuvo
casi siempre esa grandiosa y valiente idea de un Dios de los pobres, de un Dios
que se hizo carne, no sólo para mostrar su humanidad, sino la más sublime forma
de humanidad: la pobreza, la del orgullo de ser pobres pero honrados (las
honestas enseñanzas que Jesús recibió de su bondadoso y verdadero padre, San José,
que le sirvió de modelo para la imitación de la honradez del artesano). ¿A
quién le podría haber conmovido que Dios se presentase en la Tierra bajo la
estampa de un príncipe, como esos monigotes de dioses orientales, fantoches
aristócratas? No, Nuestro Señor era un hombre bueno y sencillo, porque quiso
ser un hombre, sentir como un hombre, padecer como un hombre, como el mejor de
los hombres, un hombre pobre, para advertir, entre otras buenas enseñanzas, que
ningún rico entraría en Su Reino, es decir que ser rico era lo más ofensivo y
abyecto que un hombre podía ser a los ojos de la bondad. En nuestros tiempos
ironizó a este propósito Léon Bloy, aquella lengua viperina —que sin embargo
pronunció también otras cosas muy insultantes y odiosas, llevado por su fiebre
nacionalista—, que le ganó el apelativo que le colgó Borges, el de haber sido
“un especialista de la injuria”. Lo que dijo Bloy fue algo así: “Para saber lo
que Dios opina del dinero, sólo hay que ver a quién se lo da.”
No voy a negar que esta apología
cristiana de la pobreza, o la correlativa condena de la riqueza —sobre todo la
obtenida por el comercio y la usura—, tienen mucho de hipocresía y de
propósitos opiáceos. Pero este aspecto es bien conocido y no tiene objeto que
yo lo discuta aquí. Lo que quería remarcar es lo tremebundo y trágico que
resulta el hecho de que la base tradicional cristiana de nuestra moral —que,
reconozcámoslo, hereda en lo fundamental el socialismo— haya sido sustituida
por esa apestosa y grotesca sacralización de los inciviles ideales de los
satisfechos. Con estos gestos del grupo flo6x8, y otros del 15-M,
se recupera el nervio moral del cristianismo, del que se había nutrido la
socialdemocracia revolucionaria y el bolchevismo (con lemas tan literalmente
paulinos como aquel de la regla de oro del trabajo cristiano: “Quien no trabaja
no come”).
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